Al fin
Por Gildardo Giraldo
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Al principio, como fiel representante latinoamericano, creyó que era muy fácil y sin saber nada al respecto, empezó motivado con la ilusión, sin saber que tomaba el camino más difícil. Por eso desistió muchas veces y tomó otros rumbos. Estrategias inconscientes de su personalidad como el licor, dos matrimonios, el trabajo y el mundo del entretenimiento lo alejaron de su propósito por mucho tiempo. En ocasiones recordaba su empeño con nostalgia e impotencia.
Un día Al Fin lo logró y entendió los por qué de sus aplazamientos crónicos. Rebosante de alegría quiso contarle al mundo cómo obtuvo su objetivo para evitar tan arduo trabajo a sus semejantes y que fueran felices más rápido.
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Al fin - Gildardo Giraldo
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© Gildardo De Jesús Giraldo
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1386-442-6
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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Para quien quiera dejar de procrastinar
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Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Lucas 8.32
LOS HECHOS
Esta es una historia fantasiosa basada en hechos de la vida real. Los lugares son reales.
Introducción
La historia comprende tres partes. El viaje de Lalo, en una búsqueda casi interminable, con tres recorridos. Los tramos uno y tres se pueden unir, dejando de lado el segundo, titulado De Jesús Zapata, y el sentido del mensaje queda intacto; o sea, que se puede dejar de lado la parte dos. No quiere decir esto que la parte dos sea un relleno. Es más, podría ser la más divertida. Este segundo tramo, es un momento de espera en ese viaje. La advertencia se hace pensando en la disponibilidad de tiempo de los lectores. Por supuesto, que al leerla completa se le sacará más jugo, porque es el viaje emprendido por Lalo hacia un objetivo incierto.
Una decisión de vida a edad temprana marca al personaje durante toda su existencia. Si al tener un sueño se supiera de antemano el rumbo a seguir para alcanzarlo, como cuando se compra un pasaje para un lugar determinado, los sueños se harían realidad fácilmente, pero este no es el caso. Lalo creyó saber lo que quería, pero desconocía el camino.
Aunque se sepa para dónde se va, siempre existe la incertidumbre.
El dicho popular dice: todos los caminos conducen a Roma. Si se toma la ciudad eterna como objetivo, para llegar allí se debe dar el primer paso. Quienes lo dan sin dudar, son bienaventurados; sufridos, quienes con temor y dudas lo emprenden; desgraciados aquellos, que jamás lo intentan. De los primeros, la mayoría de las veces llegan y no saben cómo lo consiguieron; viven creyendo que los demás son ineptos, porque a ellos no le costó ningún esfuerzo; de los segundos, la mayoría lo alcanza, aunque se extravían muchas veces, algunos se pierden y nunca lo logran; pero los últimos, ¡Ay! por ellos, vagan perdidos sin rumbo y al azar.
Al levar ancla nadie podrá predecir si el navío llegará a feliz puerto, pero mientras más convencido esté el capitán de llegar, la corriente, el viento, hasta la tormenta misma, le ayudará. Y en medio de todo sentirá gusto de vivir su aventura, sacando partido de los tropiezos, inventando nuevos derroteros. Existe la posibilidad de naufragio, que se vaya a pique, pero ¿quién no está expuesto?
La vida pende de un hilo para todos, para los que apuestan sus sueños y para los demás. ¿Quién se presentará más satisfecho, cuando muera, ante el Dios de Espinosa? Pon tu sueño a jugar en la vida.
Fija tu meta y da un paso a la vez, solo uno. Enfócate en el siguiente, no lo pierdas de vista. Disfruta uno tras otro, así es muy fácil; la vida te lo hará sencillo. De una cosa debes estar seguro: nadie caminará por ti.
Sin embargo, mientras vas, ama, ayuda a otros, no rompas esa cadena: todos salen ganando. Así la vida será un juego divertido, no una lucha perversa.
Anda, no temas, no vas solo, la ayuda está a la mano; hay muchísimas personas, abriendo paso para ti, de la misma forma que lo haces tú para los que vienen atrás.
Primera parte
LALO
Creer para ver
Sentado en el auditorio de la universidad de Antioquia, el día de la graduación de Catalina, su hija mayor, como especialista en pediatría, Lalo hizo un recorrido fugaz por algunos pasajes del camino seguido por su primogénita, que en ese momento contaba con veintiséis años de edad. Para él era una lección de vida, incomprendida en ese momento, pero que muchos años después le iluminó el camino.
Sus recuerdos empezaron cuando ella era una niña de tres años.
Ana Isabel, la madre, vivía en Bucaramanga con las dos hijas pequeñas y él en Barrancabermeja, porque allí trabajaba, y las visitaba semanalmente en sus días de descanso.
—Hay que llevarla a Bogotá para hacerle un cateterismo —le dijo Ana Isabel a Lalo, al regresar de una cita con un pediatra especialista en cardiología.
—¿Un cateterismo? ¿Eso qué es?
—Es una manguerita con un lente en la punta que muestra en una pantalla el corazón por dentro y se lo meten por una arteria que pasa por el muslo; no hay peligro —respondió ella, mientras Lalo la miraba como un alumno mira a un profesor en clase—. Eso dijo el médico especialista.
—Jamás había oído mencionar esa palabra.
—También me dijo el doctor —continuó su esposa—, que es solo para descartar algo grave, porque es común en algunos niños les salga eso, pero que entre los diez y los doce años desaparece el soplo.
Dos meses atrás, el médico general, al hacerle la revisión periódica a Catalina, le había detectado un sonido extraño en el corazón y la remitió a un especialista infantil en cardiología. Desde ese momento, la pareja se preocupó. Un hijo enfermo desvela a los padres y más aún cuando estando sano le diagnostican algo desconocido. Ese mismo día pidieron la cita con el doctor Castillo, el pediatra mencionado atrás.
La madre, al ver preocupado a su marido, le decía para calmarlo y quizás para calmarse ella también:
—Vas a ver que cuando regrese de Bogotá te diré que no es grave, que el doctor tenía razón.
Dicho y hecho, pero no fue ella quien lo dijo. Cuando regresó, trajo un papel que para quien no sabe, no decía nada, pero para el doctor Castillo sí. Él dijo: «no hay problema, digan siempre en los controles médicos que tiene un soplo en el corazón».
Desde la experiencia de la niña con el doctor Castillo, Lalo empezó a notar que a Catalina le gustaba todo lo relacionado con medicina. Así pequeña pedía de regalo juguetes de aparatos médicos, más grandecita veía un programa de televisión llamado En sus manos, el cual consistía en mostrar operaciones quirúrgicas. Cuando sabía leer, Lalo compró una enciclopedia de medicina de varios tomos que vendían mensualmente. La niña dejó ver su interés por la profesión médica abiertamente, porque esperaba como tigre hambriento el siguiente capítulo de la enciclopedia.
Todo lo relacionado con ese tema le atraía. Sin embargo, Lalo, pasando un día frente a una habitación donde estaba Catalina con su hermana, un año menor, oyó el siguiente diálogo:
—Manita, yo le tengo miedo a la sangre y quiero estudiar medicina, será que estoy equivocada.
La respuesta de Sandra, así se llama la hermana, lo admiró por lo acertada y madura, a pesar de solo tener doce años.
—En la universidad deben de saber cómo quitarte el miedo a eso, no sea bobita manita.
Las dos niñas decidieron desde muy chicas lo que querían hacer de grandes.
Cuando Lalo le preguntó a Catalina qué quería ser de grande, ella le respondió, sin pensarlo dos veces.
—Cardióloga pediatra.
—¿Por qué? —quiso saber el padre.
—Ese doctor, el que me mandó a Bogotá, es muy bueno y sabe tratar a los niños. En el consultorio, antes de ponerme el estetoscopio, lo frotó en las manos y me dijo que era para no fastidiarme con el frío, y después me puso el aparato en los oídos para que yo oyera los sonidos de mi corazón y los comparara con los del suyo.
—Yo quiero ser como él o mejor.
Mucho tiempo después, hablando sobre cualquier cosa con una amiga llamada Patricia, Lalo le comentó lo dicho por Wayne Dyer en su libro La fuerza de creer.
—El adagio popular dice «ver para creer» —le decía con énfasis y convencido—, pero lo cierto es «creer para ver». Todo lo que el hombre ha construido fue primero una idea, un pensamiento. De ahí sale el impulso a ejecutar lo proveniente de la mente. Lo que uno se propone conseguir, primero lo piensa o lo imagina, y empieza la ejecución al ser invadido por el convencimiento de poder hacerlo realidad. En la Biblia, san Pablo lo afirma de este modo: «Lo que se ve sale de lo que no se veía».
—Yo viví una experiencia que lo confirma —respondió Patricia, después de pensarlo un poco—. En mi casa éramos diez hermanos, digo éramos porque uno ya murió; yo soy de las menores; ninguno estudió una carrera de pregrado. Desde que estaba pequeña soñaba con ir a la universidad y cuando lo expresaba delante de mis padres, pobrecitos, mi mamá miraba a mi papá y el pobre miraba para otra parte. Yo sabía que no había con qué; el salario de él se juntaba con la ayuda de mis hermanos mayores y a duras penas alcanzaba para los gastos básicos. Siempre pensé en ser una profesional universitaria después de terminar el bachillerato. Un día tuve una conversación informal muy edificante con una profesora, cuando cursaba décimo grado. Ella me preguntó: «¿Qué carrera vas a estudiar en la universidad?», yo le respondí: «La situación económica de mi familia está muy apretada», y ella me respondió: «Conozco personas en situaciones peores y se han graduado en la universidad». Eso me motivó, aunque jamás pensé que no podría, a partir de ahí quedé más convencida, creí con mayor seguridad que también podría. Y cuando salí del colegio, dije en mi casa que iba a entrar a la universidad, «¿Cómo?», preguntó mi madre, «No sé, pero voy a entrar», le respondí. Combiné mi tiempo en dos actividades: buscar empleo y averiguar costos y programas universitarios. Yo quería estudiar química y en eso centraba mi búsqueda. Lo primero era obtener ingresos suficientes para pagar el semestre, di por sentado que en mi casa me seguirían manteniendo. Conseguí mi primer trabajo; me empleé de cajera en un negocio de dos turnos, de los que solo me servía uno. Sin embargo, me quedé allí lo más que pude. Luego hice rifas entre mis compañeros; ellos me apoyaban comprando las boletas como si fuese un bono; no aspiraban ganarse la rifa, solo ayudarme. Allí conocí a Cris y a Liza; Liza era pudiente, la familia se lo daba todo; Cris estaba en una posición más crítica que yo.
—La clase alta, media y baja —interrumpió Lalo para darle a entender que la seguía atento.
—Sí —respondió Patricia y continúo con su relato—. Yo le di la idea de las rifas a Cris y también ella se ayudó con eso. Liza era muy buena amiga y nos ayudaba bastante —continuó diciendo—. El regalo de cumpleaños que más recuerdo fue una boleta para ver un gran espectáculo de clown en el marco de la programación del festival iberoamericano de teatro, una obra legendaria con el payaso Slava Polunin Yellow. Jamás olvidaré ese detalle. Aún somos inseparables. Pero quiero seguir mi historia, es que a veces me pierdo —dijo, y continuó—. El pensamiento de las tres se centraba en cómo obtener ingresos suficientes para continuar en la universidad. De pronto surgió una idea que ayudó mucho. Una hermana mía tenía una empresita de confección de ropa; era dueña de las máquinas de coser, y Cris y yo vimos en ello una oportunidad. Mi hermana estuvo de acuerdo en prestarnos las máquinas los fines de semana y de enseñarnos a operarlas. La idea era hacer maletines de utilidad para nuestros compañeros de estudio. Un amigo nos prestó un maletín sabiendo que lo íbamos a desbaratar para hacer los moldes y estuvo de acuerdo en ello, con la condición, eso sí, de volvérselo a coser. Compramos la materia prima y empezamos a hacer maletines; y, por supuesto, los primeros clientes fueron nuestros compañeros de estudio. No todo fue color rosa. El amigo, dueño del maletín molde, nos propuso asociarse en el negocio, poniendo la tela de unas cortinas que iban a cambiar en una universidad, y pensando en ello, las pidió regaladas y se las dieron. Cuando trajo la tela, la miramos, la jalamos con toda nuestra fuerza y vimos que resistía, es decir, le hicimos una prueba de calidad certificada por nosotras mismas, y empezamos a hacer los maletines con ellas. La tela de las cortinas tenía doble faz, una cara era negra y la otra plateada; de esos dos colores hicimos cualquier cantidad de combinaciones y vendimos bastantes maletines; hasta que pasó lo que mi hermana pronosticó: «Esa tela está vieja, por eso cambiaron las cortinas, no sirve», nos había advertido. Llovieron los reclamos y tuvimos que reemplazar varios maletines con vergüenza. Hasta ahí llegó el negocio. Volvimos a empezar. «¿Qué haremos ahora?» nos preguntábamos Cris y yo. «Algo se nos ocurrirá». Cris también estaba convencida de lograr graduarse en la universidad.
—¿Y entonces? ¿Qué siguió? —le preguntó Lalo, cada vez más interesado.
—Decidimos vincularnos a una escuela de arbitraje de fútbol de salón, ejerciendo como jueces de mesa y cronometristas. Esta actividad la ejercíamos los fines de semana, horario ideal que no afectaba nuestros horarios de clase. Peripecias como estas afrontamos Cris y yo. Así fue como pagué mis estudios y cumplí el objetivo que jamás creí imposible. Es cierto lo que dices, Yil —así llamaba Patricia a Lalo—, hay que creer para ver.
Lalo y Luzalba caminaron tomados de la mano desde la habitación a la playa privada del hotel Acuario en San Andrés, la isla más grande del archipiélago colombiano ubicado en el mar Caribe. Llegaron al hotel a las dos de la tarde, subieron a la habitación, hicieron el amor y decidieron aprovechar el resto del día bañándose en el mar. Los diferentes tonos de azul y verde en el mar vistos desde la ventana los invitaban a aprovechar cada segundo. Empezaba su luna de miel.
—Vamos a la playa, amor.
—Al fin del mundo iría contigo,