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El sueño secreto de Frank Gallardo
El sueño secreto de Frank Gallardo
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Libro electrónico356 páginas5 horas

El sueño secreto de Frank Gallardo

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El mundo de los sueños es algo que los entendidos intentan explicar, pero aunque se han esforzado en pretender resolverlo y han surgido grandes avances en la materia, nadie realmente acaba teniendo las respuestas definitivas, ya que nuestra mente es tan compleja y tiene tantas conexiones, tanto emotivas como corporales, que llegan a puntos a los cuales no encuentran explicación.

Esta novela no quiere resolver dichos enigmas, su única intención es distraer al lector durante el tiempo que tarde en leerla. Si ese cometido se consigue, nos podremos sentir orgullosos de haber logrado el objetivo, ya que el mayor deseo de cualquier escritor es satisfacer al lector.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 ene 2021
ISBN9781005148089
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    El sueño secreto de Frank Gallardo - Antonio Guijarro Viudez

    Primera edición: enero de 2021

    ISBN: 978-84-18640-12-4

    Copyright © 2021 Antonio Guijarro Viudez

    Editado por Editorial Letra Minúscula

    www.letraminuscula.com

    contacto@letraminuscula.com

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

    ÍNDICE

    Prólogo

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Capítulo XVIII

    Capítulo XIX

    Capítulo XX

    Capítulo XXI

    Capítulo XXII

    Bibliografía

    Prólogo

    Jerusalén, finales del año 32 aproximadamente de nuestra era.

    La confesión de Pedro

    Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos:

    —¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?

    Ellos contestaron:

    —Unos Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías u otro de los profetas.

    Y él les dijo:

    —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

    Tomando la palabra Simón Pedro, dijo:

    —Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

    Y Jesús respondiendo, dijo:

    —Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atada en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que él era el Mesías.

    Año 33, Jueves Santo.

    La preparación de última cena

    Llegó el día de los ácimos, en que habían de sacrificar la Pascua, y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo:

    —Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.

    Ellos le dijeron:

    —¿Dónde quieres que la preparemos?

    Dijo él:

    —Entrando en la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y decid al amo de la casa: «El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala en que he de comer la Pascua con mis discípulos?». Él os mostrará una sala grande, aderezada; preparadla allí, e idos. Encontraron al que les había dicho, y prepararon la Pascua.

    Institución de la Eucaristía

    Cuando llegó la hora Jesús se puso a la mesa; y los apóstoles con Él. Y dijo les:

    —Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que no la comeré más hasta que sea cumplida en el Reino de Dios.

    Tomando el Cáliz, dio gracias y dijo:

    —Tomadlo y distribuidlo entre vosotros; porque os digo que desde ahora no beberé el fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios.

    Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

    —Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en conmemoración mía.

    Así mismo, tomó el cáliz, después de haber cenado, diciendo:

    —Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Mirad, la mano del que me entrega está conmigo a la mesa porque el hijo del hombre va, según está decretado, pero ¡ay de aquel por quien será entregado!

    Ellos comenzaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos sería el que habría de hacer esto. Una vez dicho esto, los discípulos se despidieron de Jesús y cada uno tomó una dirección diferente. Esa sería la última vez que todos estarían reunidos con Jesús.

    Todos los discípulos siguieron predicando la palabra de Jesús tras su muerte, pero, de ellos, Pedro era una de los que más seguidores atraía, ya que su fe y su convicción desprendían gran fuerza, por lo que los seguidores de Jesús iban creciendo y, una vez llegó a Roma y murió Pedro, sobre sus huesos se puso la primera piedra de la nueva Iglesia como había predicho Jesús.

    En cambio, los demás tuvieron caminos distintos, pero todos ellos hicieron crecer la fe en Jesús sumándose al final a la nueva Iglesia que surgió en Roma haciendo asentar la nueva doctrina llamada hoy en día el cristianismo.

    El texto que anteriormente he plasmado en estas dos páginas ha sido extraído del Nuevo Testamento, versión directa del texto original griego escrito por Eloino Nagar Fuster y Alberto Colunga Cueto, O. P. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, MCMLXXV, ya que me pareció oportuno como preludio a la novela que a continuación he redactado.

    Tarragona, veinte de julio del año 1963; la familia García acababa de llegar a su residencia habitual, después de tres largos días en el hospital Santa Tecla a consecuencia del nacimiento de su primer hijo, un hijo que habían deseado durante mucho tiempo, pero que hasta ese preciso instante no se había convertido en realidad dejando sus sueños satisfechos, por lo que el matrimonio estaba muy alegre pensando que un hijo era una bendición que Dios les acababa de proporcionar.

    Su intención era organizar una pequeña recepción (fiesta) para dar a conocer en sociedad al nuevo personaje que iba a engrosar la familia García, ya que el hecho de que la familia fuese una familia acomodada y con gran poder adquisitivo les hacía moverse en un círculo en el cual estaba bien visto realizar este tipo de actos.

    Por lo que la madre, sin soltar a su hijo de sus brazos y el padre acompañándolos en todos los movimientos que realizaban, tenían la intención de entrar en la cocina para preparar la relación de los avituallamientos necesarios para el evento.

    Sin pensar en lo que podría sucederles, accionaron el interruptor de la luz que estaba en el pasillo que daba acceso a la cocina, produciéndose una gran explosión que les pilló de lleno haciéndoles saltar por los aires y truncando todas sus ilusiones.

    No tuvieron tiempo para reaccionar y los tres juntos murieron en el acto sin haberse podido percatar del fuerte olor a gas que se desprendía en el interior de la cocina porque la puerta de acceso a esta estaba cerrada.

    Tras las pertinentes pesquisas por parte de la policía judicial, sin resultados concluyentes sobre lo que había sucedido, el juez dictaminó que había sido un accidente, dando el oportuno permiso para que los tres componentes de la familia pudiesen ser sepultados en un precioso panteón familiar tras una homilía cristiana en la parroquia a la cual asistía el matrimonio cada domingo, ya que eran unos fervientes cristianos practicantes.

    Capítulo I

    Tarragona 24 de octubre año 2008. Frank era una persona corriente, la cual no había tenido mucha suerte en su vida: nació un día sin importancia; desde entonces su vida había transcurrido sin un rumbo fijo. Había sido un buen trabajador, o al menos él lo pensaba así; era lo único de lo cual se sentía satisfecho, aunque en estos momentos eso le sirviese de bien poco, ya que la época de crisis había dado con sus huesos en la oficina del paro como con tantas otras personas, y su vida transcurría intentando encontrar un nuevo puesto de trabajo y un nuevo rumbo en su vida, cosa que no lograba llevar a buen puerto.

    Desde el 9 de enero del mismo año, fecha en que fue despedido de su último puesto de trabajo, las cosas no habían podido ir a peor; cuando salía alguna entrevista para un trabajo, se presentaba y lo último que oía era: «Bueno, ya le avisaremos». Cosa que significaba que la entrevista solo había servido para cubrir el expediente porque el puesto ya estaba ocupado por alguien con más contactos que él, pero posiblemente con menos preparación o con menos ganas de trabajar que las suyas. Su suerte, para bien o para mal, estaba a punto de cambiar, este día iba a significar un punto de partida de una nueva vida.

    Suena el teléfono, y una voz desconocida al otro lado de la línea dice:

    —¿Es casa de Frank Gallardo Rivera?

    —Sí, el mismo al aparato; ¿qué desea? —contesta Frank.

    —Escuche con atención: su vida está en peligro; debe salir de inmediato de su residencia.

    —Pero ¿quién llama? —preguntó Frank.

    —Eso no importa, su vida está en serio peligro y debe salir de su casa ahora mismo o morirá.

    Tras ello ya no hubo más conversación, ya que el teléfono quedó en silencio y al otro lado del aparato lo único que se podía escuchar era el sonido de la línea comunicando. Sin saber por qué se vistió y haciendo caso de la voz telefónica salió de casa sin ninguna dirección en concreto; solo cogió aquello que consideró necesario e imprescindible y una de esas cosas era el dinero que guardaba para las emergencias.

    Abandonó la vivienda sin mirar hacia atrás; cuando estaba a cierta distancia de la vivienda escuchó una gran explosión, girando su cabeza para poder apreciar cómo en aquel momento saltaba su apartamento y su vida por los aires desplazando cristales rotos, trozos de ladrillos, trozos metálicos; todo se había convertido en metralla haciendo pasar por su mente los recuerdos de una vida en un instante, vida que había sido truncada en este momento, además de interrumpir las vidas cotidianas de las personas del lugar, rompiendo la paz, dejándolo atónito y sorprendido con muchas preguntas sin responder que golpeaban su mente produciéndole una sensación de dolor intenso de cabeza; todas aquellas preguntas se podrían resumir en las siguientes:

    —¿De quién era la voz telefónica?

    —¿Cómo sabía esa persona lo que iba a suceder?

    —¿Por qué habían querido matarle?

    —¿Por qué le habían salvado la vida?

    —¿Volvería a tener noticias de ese personaje misterioso que había sido su benefactor?

    —¿Volverían a intentar de nuevo asesinarle? Y si era así, ¿cuándo?

    —¿Cuál era el sentido de todo lo que había pasado?

    Todas ellas se agolpaban en su mente sin que su cuerpo dejase de temblar, por lo que debía tranquilizarse y empezar a razonar para poder encontrar respuestas lógicas; pero para ello era necesario encontrar la persona que se había puesto en contacto con él, ya que era el único que podía facilitarle las respuestas necesarias para reanudar su aburrida vida de siempre. Como eso de momento iba a ser un poco difícil, debía pensar que su lugar de residencia había saltado por los aires y ahora no sabía en quién podría confiar, ni que era lo que iba a hacer a partir de este momento, ya que cualquier persona que se pusiese en contacto con él podría correr el mismo peligro, por lo que ir a casa de amigos o parientes no le parecía buena idea.

    Después de pensar seriamente durante unos minutos en todo ello, sin parar de caminar y sin mirar hacia atrás, decidió buscar un lugar donde intentar pasar desapercibido durante algún tiempo y pensar detenidamente en qué iba a hacer a partir de ahora. Se dirigió a la parada del autobús más cercana extrayendo de su cartera el bono-bus que solía llevar para pagar el viaje, ya que en la ciudad sería más fácil pasar inadvertido.

    Una vez llegó a la ciudad empezó a deambular sin rumbo fijo con la mirada perdida, enfrascado en sus pensamientos. Tras oscurecer y después de muchas vueltas, sin darse cuenta, había llegado a una calle estrecha que le sonaba de su tiempo de infancia, ya que antes de vivir en el barrio de donde había salido, una pequeña parte de su vida transcurrió cerca de aquel lugar y llegaban a él vagos recuerdos de su infancia. La calle la había recorrido durante algún tiempo, cuando cada mañana realizaba el trayecto de su casa al colegio. Eso fue durante su etapa escolar, estudiando tercero de E. G. B.

    Ahora le había llegado como un flash el nombre de la calle: era la calle Smith.

    En dicha calle, sin saber ni cómo ni por qué, al recorrerla pudo observar que un cartel luminoso indicaba la presencia de una pensión en el número 20: «Pensión de Ensueño». No debía ser de lujo, pero con tener una cama limpia y un baño decente donde poderse dar un ducha con agua caliente sería suficiente, y mañana Dios diría; además, esas eran las características necesarias para pasar desapercibido durante algún tiempo; no era muy cara y estaba cerca de medios de comunicación, ya que estaba cerca del puerto, cerca de la estación de autobuses y también de la estación del tren; aunque eso no era muy extraño porque la ciudad no era muy grande y dando un paseo se podía ir de un extremo al otro de ella, por lo que se decidió a entrar.

    Como había supuesto, no era nada del otro mundo, pero olía a limpio, y la mujer que estaba tras el mostrador de recepción tenía unos ojos verdes y algo hacía que su mirada fuera cálida y a la vez distante; dándole un toque de misterio que hizo que le pareciera atractiva, con su pelo moreno suelto, más o menos de veinte o veinticinco años y un cuerpo esbelto, el cual cubría con una ropa que debía ser el uniforme del lugar, pero no le hacía perder sus formas.

    Además, llevaba una placa indicando el nombre «Mercedes». Cuando la vio, su mente le trasladó automáticamente a otra época en la cual había conocido a otra Mercedes que para él había sido el gran amor de su vida y que además había truncado su existencia, ya que, después de haber intentado que ella se enamorase de él sin conseguirlo, su vida ya no fue igual. Ninguna mujer había podido llenar el vacío que había dejado en su corazón. Él había intentado todo lo imaginable para poder estar con ella, hasta que un día se dio cuenta de que era mejor que la dejase, ya que con él no conseguiría ser feliz porque el amor que él sentía por ella no era correspondido en la misma medida y su obsesión por ella solo podría hacerle daño psicológicamente hablando, ya que físicamente nunca hubiera podido haberle hecho ni el más mero rasguño.

    De repente se dio cuenta de que su mente estaba divagando en los recuerdos y decidió ponerle fin a ello enfrentándose de nuevo a la realidad, pensando que en otras circunstancias se hubiese planteado pedirle una cita invitándola a cenar porque, aunque no se prodigaba mucho en ello, era un romántico empedernido; pero ahora no era el momento oportuno y además tenía cosas más importantes por resolver que complicarse de nuevo la vida en intentar conquistar a otra mujer, ya que hasta ahora toda su vida había ido de fracaso en fracaso después del episodio con la anterior Mercedes, por lo que dejó de pensar en ella como lo que era: una mujer muy atractiva y pensó en la sensación de haber dado con un lugar seguro para poder descansar durante algún tiempo hasta que se le aclarasen las ideas.

    —¿Qué desea? —preguntó la recepcionista Mercedes.

    —Una habitación por favor —respondió Frank.

    —¿Para cuántos días?

    —Todavía no lo sé, pero por lo menos un par de días.

    —Deberá indicarme cuantos días —precisó Mercedes—, ya que debo cobrar por adelantado; no nos fiamos del personal que entra en el local, por lo que siempre se cobra al cliente por anticipado.

    —¿Cuánto vale una noche con desayuno?

    —Si la habitación es con baño, 25 € por noche; incluye desayuno; las comidas son aparte y se pagan en el momento que se realizan.

    Frank extrajo un fajo de billetes del bolsillo, empezó a contar hasta cien y se los entregó a la recepcionista diciéndole que se quedaría cuatro días. Esta comprobó los billetes y, tras reconocer, que eran de curso legal cogió el libro de registro preguntando:

    —¿A quién debo inscribir?

    Frank, después de pensárselo durante una fracción de segundo con su mirada fija puesta en la recepcionista, decidió no darle su verdadero nombre, ya que no le habían pedido ninguna identificación, por lo que pensó que cualquier nombre serviría y dijo:

    —Gonzalo Miralles Buendía.

    La recepcionista se lo quedó mirando durante unos instantes y él pensó que lo había descubierto, ya que le estaba mirando fijamente y sus ojos reflejaban un brillo especial como de estar pensando que a ella no la podía engañar, y además daba la sensación de poseer una personalidad fuerte; pero no se inmutó ni hizo ningún comentario al respecto, por lo que, después de registrar dicho nombre en el libro, lo giró indicándole que firmase en él. Tras la firma, se dio la vuelta para recoger la llave del casillero entregándosela, era la llave de la habitación: «Uno-cero cinco»; luego le indicó la dirección de unas escaleras por las cuales se accedía a los demás pisos, donde se encontraban ubicadas las habitaciones.

    —Buenas noches, Mercedes —dijo Frank.

    Tras lo cual se giró iniciando una lenta caminata hacia las escaleras; cuando había puesto un pie en la segunda escalera, oyó a la recepcionista decir:

    —Buenas noches, señor, ya que no creerá que podía engañarme con ese nombre, ¿no?…; llevo mucho tiempo en este trabajo y sé distinguir cuándo me dicen la verdad y cuándo mienten, pero no me importa: me ha pagado y eso es lo que cuenta.

    Frank no contestó; siguió ascendiendo en dirección hacia la habitación, ya que estaba cansado y en su cabeza se amontonaban tantas cosas que lo que menos le preocupaba ahora era que la recepcionista Mercedes se hubiera dado cuenta de su engaño.

    Solo podía pensar en la ducha y en dormir, ya que se le estaban cerrando los ojos. Al no saber cuánto tiempo había estado deambulando por las calles sin rumbo fijo, decidió mirar su reloj para observar en él que las manecillas marcaban la una menos cuarto de la noche, por lo que entendía el motivo de su cansancio, dándose prisa en subir los peldaños que le faltaban.

    Llegó a la entrada de la habitación, introdujo la llave en la cerradura y empujó el pomo haciendo que la puerta se abriese y quedase ante él todo lo que había en el cuarto; entró y cerró la puerta tras de sí. Se fue directo al baño donde se quitó la ropa y abrió el agua caliente que dejó caer sobre su cuerpo ofreciéndole una sensación de alivio y de tranquilidad a la vez. Sin saber cuánto tiempo estuvo bajo el agua, cogió la toalla, se secó y se dirigió hacia el borde de la cama, donde se sentó intentando pensar, pero sin conseguirlo, ya que el cansancio acumulado le hizo caer en la cama donde se quedó dormido profundamente.

    Capítulo II

    Se acababa de despertar después del sueño reparador y tras mirar a su alrededor, no recordaba donde estaba y no lograba reconocer el lugar, hasta que empezaron a llegar las imágenes a su cerebro de lo que había sucedido el día anterior.

    Con tranquilidad se levantó de la cama, cogió su ropa y empezó a vestirse, miró el reloj y eran las nueve y media de la mañana; lucía un sol radiante y tenía trabajo: debía averiguar qué era lo que había sucedido y porque estaba implicado, pero sin la ayuda del confidente telefónico, todo eso no sería posible que lo descifrase, así que decidió salir a la calle y pasar desapercibido entre los viandantes. Cuando llegó a recepción, ¡sorpresa!, la recepcionista Mercedes no estaba; en su lugar había un tipo extraño, taciturno, que llevaba un cartel colgado como el de la mujer del día anterior diciendo «Juan», y este le preguntó:

    —¿Va a desayunar el señor?

    —Sí —contestó Frank—, desearía tomar una café descafeinado de sobre, con leche, sacarina y algunas tostadas. ¿Es posible?

    —¡Como no! —dijo el recepcionista—, ahora mismo se las preparan y se las traigo; pase al comedor que está detrás de esa puerta. Raudo se dio la vuelta y, antes de poder decirle nada, desapareció a través de un hueco que había tras el mostrador de recepción.

    Frank se dio la vuelta, giró el pomo de la puerta que le habían indicado y después de abrirla se encontró en el interior de una sala que tenía seis mesas con sus respectivas sillas; se dirigió a la más cercana y se sentó mirando hacia la puerta por donde había entrado. Tras diez minutos de estar sentado sin nada que hacer, solo pensando en el lío en que se encontraba, apareció Juan, el recepcionista.

    Tras observarlo con detenimiento, pudo apreciar que llevaba el mismo uniforme que la noche anterior lucía la preciosa Mercedes, aunque a él no le quedara tan bien: le sobraba camisa que colgaba por encima de los pantalones y sobre el cinturón que llevaba para no perderlos. Era un tipo delgado y pequeño con mucha agilidad, ya que enseguida había llegado desde la entrada hasta donde él se encontraba situado, con mucha destreza a la hora de manipular la bandeja, por lo que dedujo que tenía gran experiencia en la utilización de la misma. Mientras Frank prestaba atención a todo esto, él ya lo había dispuesto todo en la mesa mirándole como invitándole a pedir algo más, por lo que no tuvo más remedio que iniciar la conversación.

    —Gracias, Juan —dijo Frank—, porque ese es su nombre, ¿no?…

    —Sí, señor —respondió Juan, al mismo tiempo que asintió con la cabeza.

    Frank se introdujo la mano en el bolsillo, extrajo unas monedas que le pesaban y se las dio como propina; el camarero, sorprendido y agradeciendo el hecho, se marchó contento hacia su puesto en la recepción diciendo:

    —Si desea algo más, solo tiene que avisarme.

    De nuevo Frank se quedó solo con sus pensamientos volviendo a volar su imaginación con lo sucedido hasta el momento; pero decidió acabar de desayunar y luego ya decidiría qué hacer. Pasando a mordisquear las tostadas para eliminar el hambre que notaba en su cuerpo. Cuando hubo acabado con ellas, se preparó el descafeinado y se lo bebió poco a poco porque el humo que salía indicaba que estaba ardiendo; una vez hubo terminado, se dirigió a la salida, no sin antes despedirse de Juan.

    Ya en la calle, las molestias ocasionadas por los rayos solares le hicieron buscar entre sus cosas unas gafas oscuras que siempre llevaba encima para que sus ojos no se sintiesen irritados y, además, estuvieran protegidos. En su día, tuvo que comprar unas gafas de sol graduadas, ya que su vista no era la de antes. Estaba caminado cuando, sin darse cuenta, pasó por delante de un kiosco y decidió entrar en él; como un autómata pidió el Diario de Tarragona, lo pagó y se enfrascó en la lectura de la primera página. El titular más importante era el siguiente: «EXPLOSIÓN EN UN EDIFICIO DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, POR POSIBLE ESCAPE DE GAS EN UNA VIVIENDA».

    Una vez lo hubo leído, se quedó atónito, ya que cómo podían asegurar que era a consecuencia de un escape de gas si él había estado dentro antes de que pasase y no había tenido ningún indicio del mismo, por lo que su cerebro empezó a pensar que debían haber manipulado lo sucedido para que no se supiese la verdad; pero quién y por qué motivos.

    Pasó la página principal, y así como otros días miraba los pequeños titulares de las noticias que había en el interior de las siguientes páginas, esta vez fue directo a la página dónde ampliaban la noticia a la cual hacían referencia en la portada.

    Empezando a leer, el escrito indicaba que las causas estaban por determinar, pero que, en un principio, las opiniones de los bomberos que llegaron al lugar encaminaban las investigaciones por esa posible causa. Tras una primera inspección visual, suponían que podría ser un escape de gas, ya que las tuberías desprendían un fuerte olor al mismo, dando indicios de que fuese la causa de inicio de la explosión, por lo que habían decidido desalojar a todos los vecinos hasta que un equipo especialista asegurase la zona, según explicaciones del reportero del periódico.

    Por otra parte, no habían podido encontrar ningún cadáver, pero con una explosión tan fuerte era normal, ya que cualquier individuo que hubiese estado en el radio de acción hubiera quedado destrozado y los restos serían irreconocibles, pues la onda expansiva lo hubiese cuarteado en migajas, desplazándolo a muchos metros del lugar siendo casi imposible detectar cualquier resto humano. También indicaba que no parecía que la estructura del edificio estuviese afectada, por lo que, una vez los cuerpos de orden público hubieran terminado de recabar la información necesaria para el atestado, pasaría los resultados a los agentes de seguros para poder iniciar las pertinentes reparaciones de las viviendas y dando lugar al regreso de los vecinos a sus casas. Claro, todo ello iba a llevar su tiempo.

    También indicaba que la mayoría de los vecinos que habían resultado heridos solo tenían heridas leves, debido a las roturas de los cristales y de los estados de ansiedad que les había provocado el pánico por la explosión, por lo que pensó que al menos hubo suerte y no hubo víctimas, solo daños materiales que el seguro cubriría sin ningún problema. Había estado tanto tiempo leyendo el periódico que no se había dado cuenta, pero empezaba a notar el gusanillo del hambre y en la pensión, como no tenía incluida la comida, decidió buscar un bar donde poder comer algo decente; lo único que había comido en veinticuatro horas habían sido las tostadas del desayuno que no le habían saciado el hambre, sino que le habían provocado un vacío en el estómago porque, cuando estaba nervioso, le entraba más hambre y su apetito se convertía en insaciable.

    Tras caminar un par de horas más sin rumbo fijo, pasó al lado de un bar donde daban comidas caseras y el menú no era muy caro: diez euros incluían tres platos, pan, vino, postre y café qué más podía pedir.

    Entró y le preguntó al camarero si podía comer; este le respondió que eligiese mesa, que en breves instantes le tomaría nota; decidió escoger una mesa donde pudiera estar viendo la entrada dando la casualidad que enfocaba también hacia el televisor, que en esos momentos estaba encendido e iban a dar las noticias. No le había prestado atención a qué canal era el que estaba transmitiendo, pero era un canal nacional, por lo que creyó que la explosión de su vivienda no iba a tener repercusión a ese nivel; pero se llevó una sorpresa cuando dieron los titulares del contenido del telediario, ya que dicha explosión era una de las noticias del día. La trataban como un posible escape de gas, lo mismo que los comentarios que acaba de leer, aunque esperaba que ampliasen la noticia con más datos, cuando llegó el momento no aclararon nada.

    Acabó de comer sin prestarle mayor importancia a lo que estaba diciendo la televisión y, además, porque lo que le habían servido estaba delicioso o, al menos, era su apreciación. Tras tomar el café, como siempre, pagó saliendo del local para volver a vaguear por las calles sin ningún rumbo, solo divagando con sus pensamientos y sintiéndose triste por los acontecimientos pasados. Así pasó el resto de su primer día, cuando se dio cuenta otra vez que era de noche y la luz de las farolas alumbraban las calles; cada vez había menos gente normal entre las cuales poder pasar desapercibido, por lo que decidió tomar rumbo a la pensión y retirarse a descansar. Cuando entró de nuevo en la pensión, pudo observar que Mercedes no estaba y que su lugar seguía ocupado por Juan, igual que por la mañana, el cual se dirigió a él diciéndole:

    —Buenas noches, señor, le han dejado un mensaje.

    Frank se extrañó diciendo:

    —¿Está seguro de qué es para mí?

    —Seguro, señor, yo mismo lo puse cuando me lo entregó el mensajero que lo llevaba, especificando que era para la persona que ocupaba la habitación uno-cero-cinco, y esa es la suya.

    Frank, sin creérselo, cogió el sobre y se disponía a leerlo cuando el recepcionista volvió a interrumpirlo preguntándole si iba a cenar. Por un momento, estuvo tentado de decirle que no, pero cambió de opinión contestando que tomaría algo antes de retirarse a su habitación para descansar. Tomó

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