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Peter Maiks y el cristal de Merlín
Peter Maiks y el cristal de Merlín
Peter Maiks y el cristal de Merlín
Libro electrónico342 páginas5 horas

Peter Maiks y el cristal de Merlín

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Información de este libro electrónico

Después de un misterioso incidente que deja a nuestro protagonista huérfano, Peter se adentra de forma increíble y sin previo aviso en un mundo mágico lleno de secretos y aventuras.
Ingresa en la escuela de magia de Elements, donde aprende a controlar el agua, el aire y la tierra. Sin embargo, descubre que su verdadero don reside en la magia del fuego, una práctica prohibida desde hace dos siglos por el mismísimo Consejo.
Con ayuda de sus amigos, Peter se sumerge en una encrucijada llena de peligros y desafíos en busca no solo de la verdad que se esconde tras la magia del fuego, sino también de su familia. Unos oscuros secretos que cambiarán su vida para siempre y el destino de todo el mundo.
IdiomaEspañol
EditorialOlelibros
Fecha de lanzamiento20 dic 2023
ISBN9788412773460
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    Peter Maiks y el cristal de Merlín - Pedro M. García

    1

    LA PROFECÍA

    Nubes grises se alzaban hasta donde alcanzaba la vista, así que iban cada uno con su paraguas a juego. Había refrescado y el mercurio marcaba los dieciocho grados, algo inusual tratándose del mes de agosto. Era la primera vez que el señor y la señora Finch visitaban el centro de adopción de la ciudad. Aquella tarde en particular, solo tuvieron que completar algunos documentos, y la próxima semana, una trabajadora social los visitaría en casa para entregarles el nuevo bebé.

    Ya habían pasado tres años desde que se despidieron del último niño que acogieron. Uno nunca se acostumbraba a tener que desprenderse de ellos, pero no tenían elección. Su deber era guiar a estos niños en su educación y desarrollo, preparándolos para afrontar los desafíos que les deparara el futuro. Ese era el convenio acordado con el Consejo del otro mundo.

    Al salir del centro de adopción, volvieron a escuchar el tema de conversación que estaba en boca de todos: una explosión en una vivienda de Londres y un testigo que aseguraba haber escuchado gritos y visto a desconocidos entrar en la vivienda a altas horas de la noche. Según las noticias, la persona en cuestión estaba bajo tratamiento psiquiátrico y el médico que lo atendía, que casualmente también era vecino del lugar, no había escuchado nada aparte de la explosión.

    El señor Finch se preguntó hasta qué punto era eso cierto. Solo alguien con sus habilidades o las de la señora Finch podía percibir ambos mundos. ¿Acaso aquel hombre también podía y vio algo? Pero... ¿por qué revelarlo y mencionarlo en las noticias? No tenía sentido. Debía de ser verdad lo que decía el médico, y aquel hombre no habría visto nada. En definitiva, la causa fue una explosión de gas, y no hubo heridos, solo daños estructurales.

    Al igual que en la ida, cogieron el metro para volver a casa. Era imposible ir en coche al centro de Valencia en hora punta, mientras que en transporte público llegaban prácticamente en media hora a la puerta de su casa. Les gustaba utilizar el transporte público y relacionarse con la gente. Además, ese día se podía percibir en el ambiente el olor a lluvia, algo que agradaba mucho a la señora Finch.

    Una vez en el metro, un hombre de aspecto desaliñado y con una melena pelirroja entró, se sentó junto a ellos y desplegó un periódico. Era un diario muy curioso, y el señor Finch no pudo resistir la tentación de curiosear lo que estaba leyendo.

    EL INTERESANTE:

    SU PERIÓDICO PERSONALIZADO Y ANTIHUMANOS

    Un eslogan rezaba a continuación:

    «Solo nosotros podemos leerlo, las mejores noticias de ambos mundos ahora y siempre».

    Nada más ver de qué diario se trataba, lo supo al instante: aquel hombre era igual que ellos. Mientras los demás verían en aquellas páginas un catálogo de accesorios para mascotas, ellos podían leer las noticias más relevantes de los dos mundos. El señor Finch miró al pelirrojo que lo sujetaba y le dijo:

    —«La imaginación es el poder que abre el mundo».

    El hombre se giró y respondió:

    —«Y el mundo es el poder que abre la imaginación». ¡Encantado! Me llamo Andrés —dijo con una sonrisa, al tiempo que les estrechaba la mano a los señores Finch—. No tenía ni idea de que hubiera otros en Valencia.

    —Nos trasladamos aquí hace apenas tres años después de que nuestro último niño trascendiera —respondió el señor Finch con una amplia sonrisa—, y pronto nos vendrá otro, o eso nos han comunicado.

    —¡Excelente, estupendo! —respondió Andrés—. Nosotros llevamos ya casi cinco años encargándonos de un joven llamado Orlando, y hace apenas nueve meses que se nos ha unido su hermano Kevin. Resultan un incordio cuando son tan pequeños, aunque por suerte a mi mujer le encantan los niños. Hoy está ella en casa con los pequeños y yo he podido escaparme un rato. ¡Pero ya me toca volver! Bueno, esta es mi parada, ha sido un placer... Quizás nos volvamos a ver en la agencia de adopción.

    Andrés se levantó de su asiento y se bajó del metro cuando se abrieron las puertas. Los señores Finch prosiguieron su viaje; aún les faltaban siete paradas para llegar a su estación. Ella se pasó el resto del trayecto comentando la falta de sociabilidad de Andrés. No conocían en Valencia a ninguno como ellos, y cuando por fin coincidían con alguien, ni siquiera se habían dado el contacto. El señor Finch estaba de acuerdo, aunque permaneció pensativo y no hizo ningún comentario al respecto.

    La pareja vivía en una casa de campo a las afueras de la hermosa ciudad de Valencia, donde el señor Finch trabajaba como dentista. Él era un hombre alto, atractivo, con cabello largo entre rubio y canoso y unos ojos del color del mar que atraían las miradas de quienes lo conocían. Por otro lado, la señora Finch había sido inspectora de policía, pero se había retirado hacía unos años por el estrés postraumático que le provocó un incidente en su trabajo. Aún continuaba asistiendo a sesiones con una psicóloga por aquello. Físicamente también era rubia de ojos azules, pero estos mucho más claros que los de su marido. Tenía una constitución corpulenta y una estatura media, y pasaba un poco más desapercibida que él.

    Llevaban una vida tranquila y rutinaria, marcada por sus paseos matutinos que se habían convertido en una costumbre arraigada. Disfrutaban de la libertad de disponer de tiempo libre gracias al horario reducido del señor Finch y al hecho de que la señora Finch ya solo se ocupaba de las tareas del hogar. Además, esto era imprescindible, ya que siempre debían estar disponibles por si recibían una llamada del «Consejo del otro mundo» para trabajar. Sí, así lo llamaban ellos, «el otro mundo», aunque sabían perfectamente qué mundo era.

    Esa misma tarde, tras una jornada de papeleo en el centro de adopción, decidieron abrir una buena botella de vino para relajarse un poco y celebrar su nuevo encargo. Sin darse cuenta, el efecto relajante de la bebida hizo que se sumergieran en una agradable somnolencia, y se quedaron profundamente dormidos en el cómodo sofá con la televisión encendida. Después de un rato, como si de unos zombis se tratase, se despertaron para irse a la cama y seguir durmiendo.

    Eran las cinco de la madrugada y los señores Finch dormían plácidamente. Ambos roncaban, pero estaban ya tan acostumbrados a los ruidos del otro que ni siquiera los escuchaban. De hecho, incluso estos les ayudaban a conciliar el sueño como si de una nana se tratara. Sin embargo, ocurrió algo que interrumpió su descanso. De repente, un fuerte estruendo ensordecedor rompió el silencio de la noche, seguido de una intensa luz que se filtró a través de la ventana como un relámpago. Se despertaron de golpe.

    —Gemma, ¿qué ha sido eso? —preguntó el señor Finch sobresaltado.

    Sin siquiera contestación por parte de ella, ambos se incorporaron con rapidez y salieron de la habitación con lo puesto. El señor Finch cogió un palo de golf que tenía en el mismo dormitorio y ambos bajaron hasta la puerta de la entrada, que daba al jardín de la casa. La abrieron y... la escena que contemplaron ante ellos les dejó patidifusos: tres figuras encapuchadas se erguían ante ellos con inusitada majestuosidad. A pesar de que estaban ocultas bajo las capuchas, una de ellas tenía claramente una apariencia fantasmagórica y, al abrir la puerta, fue esta figura la que avanzó hacia ellos. Con una asombrosa agilidad, el fantasma encapuchado realizó unos movimientos precisos con las manos y generó una enorme burbuja que quedó suspendida en el aire. ¿Qué estaba pasando? ¿Era este el final? ¿Acaso estaban destinados a morir? ¿Intentarían aquellos hombres hacerles daño? No entendían nada.

    —¡¿Quiénes son ustedes?! —gritó él desesperadamente mientras se ponía un paso por delante de su esposa.

    En ese preciso instante, la gran burbuja explotó en un estallido de energía y una neblina emergió de su interior, envolviendo al señor Finch y cubriendo por completo su cabeza. En cuestión de segundos, este cayó al suelo inconsciente, descendiendo con una suavidad y elegancia que parecían desafiar la fuerza de la gravedad.

    —¡David! —exclamó Gemma sollozando mientras se arrodillaba a su lado, angustiada por lo que acababa de presenciar.

    Poco después, la misteriosa niebla se elevó del rostro de él y se desplazó hacia ella, envolviéndola también. A medida que perdía el conocimiento, Gemma caía al suelo con una suavidad aún mayor que la de su esposo. Antes de desvanecerse por completo, logró aferrarle la mano.

    David y Gemma recobraron el conocimiento en lo que parecía ser el interior del aula de un colegio. Frente a ellos, estaban las tres enigmáticas figuras, pero en esta ocasión ninguna de ellas tenía apariencia de fantasma. Eran personas de carne y hueso, con los rostros claramente visibles. A pesar de la adversidad de la situación, los señores Finch se sentían extrañamente tranquilos y seguros, como si sus mentes estuvieran bajo los efectos de alguna sustancia desconocida que les hacía creer que todo saldría bien. No obstante, ninguno de los dos tenía la menor idea de cómo habían llegado hasta allí, y, por otra parte, una visita inesperada del otro mundo como aquella resultaba sumamente inquietante.

    —Permítanme presentarme —dijo el hombre que parecía estar al mando—. Soy Bartus Handsworth, presidente del Consejo de Magos, órgano encargado de proteger la magia y los secretos mágicos en todo el mundo. Esta encantadora pareja que me acompaña son dos médiums, al igual que ustedes. Lo primero, quiero asegurarles que están a salvo y que se encuentran seguros bajo el efecto de un conjuro que me permite comunicarme con ustedes telepáticamente. De esta manera, podemos abordar un asunto delicado sin preocuparnos de que alguien nos escuche. Iré directo al grano: han sido seleccionados.

    Los señores Finch se miraron entre sí y preguntaron al unísono:

    —¿Seleccionados para qué?

    ***

    Doce horas antes en Londres...

    Bartus Handsworth caminaba apresuradamente por el puente de la Torre de Londres y, a pesar de sus sesenta años, nada podía detener su carrera. Tenía una misión sumamente importante: Lowenia Rahn, la clarividente, había entrado en catarsis profética, lo que significaba que se avecinaba una nueva profecía. Eso siempre anunciaba un cambio fundamental para el mundo mágico.

    La magia había ido debilitándose con el tiempo y ahora solo quedaba un vestigio de lo que fue. En la actualidad, había pocos magos o brujas que entrenaran el arte de la magia y pudieran controlar con fluidez los elementos de la naturaleza. Por esa razón el estudio de la magia era de suma importancia. Lamentablemente, a pesar de su relevancia, no era obligatorio estudiarla y muchos dejaban de lado su aprendizaje. Desde el albor de los tiempos, los grandes magos eran capaces de controlar con gran destreza el agua, el aire, la tierra y el fuego. Algunos poseían tal poder que podían detener erupciones volcánicas, deshacer tsunamis, calmar feroces tornados e incluso influir en las células para inducirlas a sanar heridas mortales o modificar el cuerpo a su antojo.

    Hoy en día, aunque los libros de encantamientos se conservan, muy pocos son capaces de interpretarlos correctamente y aún menos pueden hacerlos funcionar. Bartus Handsworth era uno de los hechiceros más poderosos de la época y poseía un dominio del elemento del agua sin parangón en el mundo actual. Podía provocar tormentas e incluso remolinos gigantes, pero no tanto como las leyendas que hablan de magos y brujas capaces de crear tsunamis, detener el mar e incluso separar las aguas. En cuanto al elemento del fuego, hacía casi dos siglos que nadie era capaz de controlar su magia utilizando la energía del cuerpo.

    Regresando al tema de aquella noche, las profecías eran un tipo de magia que seguía siendo en gran medida desconocida. Se pensaba que consistían en información enviada a través de los sueños desde el futuro para advertir a los magos y brujas del presente sobre acontecimientos importantes que estaban por venir. Al igual que muchos otros dones en el mundo de la magia, la habilidad de la profecía se transmitía por descendencia a través de la sangre, lo que comúnmente se conoce como «magia de sangre».

    Lowenia Rahn, descendiente de la última bruja del mundo capaz de hacer profecías, había heredado su don y era muy conocida y reverenciada por todos los magos y brujas del mundo. Una profecía era lenta y tediosa; a menudo duraba horas y posteriormente albergaba solo unos pocos párrafos. Además, para colmo, nunca eran previsibles y podían suceder en los lugares y momentos menos oportunos. Al finalizar, las videntes sufrían una pérdida de memoria transitoria y ni siquiera recordaban lo que habían dicho. Por ello, la transcripción de las profecías era complicada y requería de un ayudante que fuera interpretando lo que decía la profetisa, palabra por palabra.

    Rita Rahn era la hermana menor de Lowenia y también su ayudanta. Había dedicado toda su vida al aprendizaje y la práctica del arte de la interpretación profética. Después de tanto esfuerzo y dedicación, finalmente había llegado el momento en el que iba a poner en práctica todas sus habilidades y conocimientos adquiridos. Era también mucha responsabilidad, pues cuando una profecía tenía lugar era noticia en todo el mundo mágico y se mencionaba en todos los periódicos casi de inmediato, lo que generaba miles de mensajes que recorrían los cielos.

    La última profecía había tenido lugar hacía más de veinticuatro años, concretamente el 9 de febrero de 1986, y fue realizada por la madre de Lowenia y Rita. La predicción en cuestión provocó una gran conmoción en todo el mundo mágico, ya que vaticinó que alguien nacería aquella noche con el don del fuego y algún día causaría una acción que cambiaría ambos mundos para siempre. Además, afirmó que aún no existía la persona que pudiera detenerlo, lo que se interpretó como que quizás en el futuro alguien sí podría hacerlo. Esta profecía coincidió con la última aparición del cometa Halley, algo que, según los astrólogos, no fue una simple casualidad, ya que los cometas siempre han estado asociados con el poder mágico del fuego.

    Aquel día de 1986, se produjo una gran revuelta cuando el entonces presidente del mundo mágico ordenó la localización y el control de todos los nacidos durante ese día. Un gran número de magos y brujas salieron a protestar a las calles, quejándose de una vulneración de la libertad. Sin embargo, los agentes del Gobierno mágico fueron implacables y cumplieron con sus órdenes. Buscaron en todas las viviendas y hospitales a aquellos magos, brujas y médiums que hubieran tenido alguna relación con cualquier nacimiento. La única evidencia que se halló fueron los restos de una mujer que no se pudo identificar, completamente carbonizada, y que según los peritos había dado a luz hacía poco tiempo. Nunca se encontró al bebé ni a nadie involucrado, y hasta el día de hoy sigue siendo un misterio. Por orden del Consejo y como medida de precaución, todos los magos y brujas nacidos el 9 de febrero de 1986 fueron vigilados por el Gobierno durante años.

    Quizás pueda parecer exagerado que se tomaran medidas tan drásticas en respuesta a esa profecía, pero había una razón de peso. Doscientos años atrás, un oscuro mago que nació con el don del fuego empleó su poder para subyugar a prácticamente todo el mundo mágico. Su nombre era Alek Shaw. Cometió múltiples asesinatos, controló la mente de innumerables magos y brujas e instauró un régimen basado en el terror. Algunos cuentan que su tiranía finalizó un día en el que, cegado por su inmenso poder, su cuerpo se consumió en sus propias llamas. Sin embargo, el Consejo de Magos relata una versión de la historia totalmente distinta.

    Bartus no podía apartar de sus pensamientos la nueva profecía que se iba a revelar y cómo podría afectar al mundo mágico. Esta vez se habían tomado medidas para evitar filtraciones y posibles escándalos a diferencia de la ocasión anterior. Nadie, salvo el Consejo, debía conocer la existencia de una profecía hasta que se tuviera toda la información y se decidiera si debía ser revelada al mundo. Todo marchaba según lo planeado y, como presidente del Consejo de Magos, Bartus fue el primero en ser notificado. Siguiendo el protocolo, todos los miembros del Consejo debían estar presentes para proteger y debatir la información revelada en la profecía. Por fortuna, esta vez la catarsis profética había tenido lugar en la casa de Lowenia, en un ambiente tranquilo y controlado, y no en un lugar público, rodeada de testigos.

    Nada más entrar en la casa de las hermanas Rahn, Bartus se quitó los guantes y, usando uno de sus dedos como pluma, escribió una palabra clave en el aire: «Prophemi», y la envió a los demás miembros del Consejo en forma de pequeños pájaros con llamas azuladas.

    Once miembros conformaban el Consejo de Magos y, uno por uno, los diez restantes llegaron y se sentaron alrededor de Lowenia, quien estaba ya sumida en la profecía. Mientras tanto, Rita transcribía e interpretaba todo lo que ella decía sin distraerse, grabando todo el proceso con una cámara y tomando notas con una pluma de brillantes colores. Durante diez minutos reinó el silencio mientras Lowenia emitía palabras y sonidos que solo Rita comprendía. La joven estaba muy cerca para poder escuchar y anotar cada palabra y sonido que salía de la boca de Lowenia. Los miembros del Consejo, por su parte, se limitaban a observar. Uno de ellos sostenía un periódico nerviosamente, otro intentaba mantenerse despierto sirviéndose un café y un tercero miraba su llamativo reloj de oro cada pocos segundos.

    El ambiente tranquilo y controlado se vio repentinamente interrumpido por un evento inesperado. Lowenia comenzó a gritar, y su hermana Rita empezó a convulsionar con los ojos en blanco, al mismo tiempo que alzaba la mano y apuntaba con su anillo mágico a los miembros del Consejo. Bartus, que estaba atento y parecía haber anticipado lo que iba a suceder, rápidamente comenzó a crear un escudo de protección. Sin embargo, todo sucedió demasiado rápido. Una misteriosa e inexplicable fuerza lo empujó varios metros hacia atrás, mientras una gran bola de fuego surgía del anillo de Rita y se expandía por toda la habitación, provocando una explosión que alcanzó a todos los presentes.

    Bartus recuperó la conciencia dos horas más tarde en una cama de hospital, con heridas y contusiones por todo el cuerpo, pero, sorprendentemente, vivo.

    —Por favor, no se mueva —le pidió una enfermera mientras alertaba a unos hombres que hacían guardia en la puerta. Vestían con traje elegante y gafas de sol oscuras: claramente pertenecían al Gobierno de Magos.

    —¿Qué ha pasado? —preguntó Bartus.

    —Llegaron justo a tiempo de rescatarlo —dijo uno de los hombres del Gobierno—. Ha habido una enorme explosión en la residencia de Lowenia Rahn. Todos los miembros del Consejo estaban allí, pero...

    —¿Pero qué? —preguntó Bartus impaciente.

    —Todos han fallecido, señor... La vidente Lowenia Rahn tampoco ha sobrevivido. La única persona que sigue con vida es su hermana Rita, pero se encuentra en estado crítico y creemos que no sobrevivirá. Solo usted ha logrado salir ileso, a excepción de algunas quemaduras superficiales. Es algo que no podemos explicar, dada la magnitud de la explosión que arrasó prácticamente todo el edificio. Lo único que podemos afirmar con certeza, debido a las quemaduras producidas en los diferentes materiales, es que la causa ha sido la magia del fuego. Ya hemos organizado todo para que en el mundo de los humanos se atribuya la culpa a una tubería de gas en mal estado, pero temo que en el nuestro será más difícil de encubrir.

    Bartus estaba perplejo. ¿Magia del fuego? Eso era imposible. Intentó incorporarse en la camilla, pero algo le impedía hacerlo. Entonces se percató de que estaba esposado. Justo en ese momento entraron por la puerta otros dos hombres del Gobierno, uno de los cuales portaba un gran maletín azul.

    —Disculpe, señor Handsworth —dijo el que cargaba con él—, pero es el protocolo en estos casos; usted lo conoce.

    Era evidente. El maletín azul era inconfundible. Le iban a suministrar el suero de la verdad, una potente poción para averiguar lo que había sucedido. En situaciones donde había fallecido algún mago o bruja, era obligatorio utilizar aquel suero en todas las personas implicadas para averiguar la verdad del asunto. Era un tema polémico, porque muchos magos y brujas que habían cometido delitos se borraban la memoria para poder pasar la prueba del suero de la verdad. Aunque justo en este caso, Bartus no habría tenido ni tiempo de hacerlo en caso de que hubiera querido. Le suministraron el suero y le hicieron preguntas sobre lo sucedido. Pese a que no podía recordar casi nada del suceso con claridad, los hombres confirmaron su inocencia.

    —Es un misterio que no muriera en la explosión, señor —aseguró el mismo hombre que le había suministrado el suero, al tiempo que le quitaba las esposas—, o durante el incendio que se produjo después. Unos minutos más tarde y no habrían llegado a tiempo para salvarlo de las llamas. Los forenses nos comunicaron que posiblemente usted invocó un escudo protector que evitó el impacto directo de la explosión. Es usted realmente brillante como cuentan, señor Handsworth.

    Bartus recordaba haber intentado invocar un escudo, pero no estaba seguro de haber tenido tiempo de conseguirlo. La bola de fuego estaba prácticamente a dos metros de él, y era imposible esquivar un ataque como aquel. ¿Cómo pudo haber sobrevivido? La verdad es que no podía recordar el suceso con claridad, por mucho que lo intentara. Todo estaba nublado en su memoria.

    —Tenemos un asunto importante que requiere su atención, señor Handsworth —anunció uno de los hombres del Gobierno interrumpiendo sus pensamientos—. Se trata del señor Adam Maiks y la señora Emily Allan, compañeros suyos del Consejo y, según tenemos entendido, buenos amigos de usted. Como es probable que sepa, hace unos pocos meses fueron padres y tuvieron un niño llamado Peter. Como no hay ningún otro pariente registrado en su libro de familia y usted es el único superviviente cercano a ellos, nos preguntábamos quién será el encargado de Peter cuando trascienda al mundo mágico. Ahora mismo está al cuidado de unos médiums en la actual casa de Adam y Emily, quienes no tienen conocimiento de lo que ha sucedido. Pensamos que tal vez querría encargarse de él.

    —Desde luego que sí —respondió Bartus, levantándose de la cama de hospital—. Me ocuparé de inmediato. De hecho, lo sacaré de esa casa y le asignaré un nuevo hogar, ya que puede estar en peligro. Peter es descendiente de miembros del Consejo y en el futuro tendrá derecho a pertenecer a él. Es posible que el motivo de este atentado sea precisamente acabar con el Consejo y sus descendientes. Por desgracia, en el mundo de los humanos es vulnerable; por lo tanto, es mejor que nadie sepa quién es y que crezca a salvo como un niño corriente. Cuando cumpla doce años y venga a nuestro mundo, podremos protegerlo si fuera necesario, y ya se enterará de su destino. Ahora debemos investigar todo lo ocurrido y averiguar si el mundo de los humanos ha estado involucrado de alguna manera en el atentado. Una poderosa magia del fuego ha sido utilizada y es algo que no debería haber ocurrido. No pensaba que alguien fuera capaz de algo así. Al menos no desde hace mucho tiempo.

    De repente, un recuerdo llegó a la mente de Bartus como un destello. Recordó a Rita, quien, con los ojos en blanco y probablemente hechizada, invocó una gran bola de fuego desde su anillo mágico.

    —Fue Rita... —susurró Bartus—. Estaba controlada bajo el influjo de la magia, algo que muy pocos magos han logrado, y no hay constancia de nadie en el mundo que pueda usar tal poder en la actualidad. Rita ha pasado toda su vida aprendiendo el arte de la transcripción de profecías, no ha sido instruida en la magia de los elementos, y mucho menos en la magia del fuego. No puede haber sido ella la responsable de la explosión, es completamente imposible. Me pregunto si tendrá algo que ver con el que nació con el don del fuego en la anterior profecía de 1986...

    —No deben contar nada de lo sucedido —ordenó Bartus a los hombres del Gobierno mágico—. Se trata de un asunto que requiere la más estricta confidencialidad y que debe ser investigado con prioridad. Pero, antes de nada, debo ocuparme de Peter.

    —Entendido —respondieron a la vez los hombres del Gobierno.

    —Le proporcionaremos una lista actualizada de los médiums disponibles —dijo el del maletín—. De esta forma, podrá llevar a Peter donde quiera y nadie lo sabrá. No abriremos ningún expediente para que nadie fuera de esta sala se entere del asunto.

    —Perfecto —asintió Bartus—. Sin embargo, temo que no puedo permitir que nadie más esté al tanto de esta situación.

    Bartus giró su anillo mágico y apuntó a todos los presentes en la sala, quienes no ofrecieron resistencia. Los últimos cinco minutos pasaron a ser un borrón en blanco en su memoria.

    ***

    Volviendo al presente, Gemma y David se preguntaban para qué habían sido seleccionados.

    —¿Conocen al señor Adam Maiks y a la señora Emily Allan? —les preguntó Bartus.

    —Sí, por supuesto —respondió ella—. Al igual que usted, pertenecen al Consejo de Magos. ¿Qué les ocurre?

    —Han fallecido junto con los demás miembros del Consejo. Supongo que se habrán enterado de la explosión de una vivienda en Londres hace unas horas. No fue debido a una fuga de gas, ha sido un atentado contra el Consejo de Magos, del cual yo he sido el único superviviente. El caso es que Adam y Emily tuvieron un niño hace unos meses, quien tendrá derecho, al cumplir la mayoría de edad, a pertenecer al Consejo de Magos. Esto lo convertirá en uno de los magos más poderosos del mundo mágico, y por precaución por lo sucedido lo he reubicado con otros cuidadores. Nadie, excepto los que estamos aquí, conoce su paradero, y así debe seguir siendo. De hecho, me encargaré de controlar que así sea. Como es evidente, ustedes se encargarán de cuidarlo hasta que cumpla los doce años y trascienda a nuestro mundo. No quiero que sepa nada del mundo mágico. Deseo que crezca como un niño del mundo humano. Aquí tienen los documentos que los autorizan como cuidadores de Peter Maiks Allan.

    CONTRATO DE ADOPCIÓN DE PETER MAIKS ALLAN, FUTURO MAGO

    CLÁUSULAS

    • El niño debe crecer en el anonimato y desconocer la existencia del mundo mágico hasta que cumpla doce años y se active su gen mágico.

    • Durante un periodo de doce años, se comprometen a asistir a una reunión anual conmigo, Bartus Handsworth, en la más estricta confidencialidad.

    • No deben comunicar a ningún otro médium información sobre la adopción mágica de este caso particular.

    • Para evitar un apego excesivo y shock de abandono a los doce años, deben seguir el modelo estándar de adopción mágico y tratar al niño de manera que esté preparado para valerse por sí mismo.

    • No se les proporcionará una copia de este contrato y no deben revelar a nadie quién les entregó el niño, ya que se

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