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Anticausal: Elcano y el cetro de Príamo
Anticausal: Elcano y el cetro de Príamo
Anticausal: Elcano y el cetro de Príamo
Libro electrónico389 páginas6 horas

Anticausal: Elcano y el cetro de Príamo

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...¿Y si el tiempo no fluyera como crees?

Chloe es una joven que, para su tesis de doctorado, comienza a investigar sobre el proceso por el que pasó Elcano en Valladolid al regresar de dar la primera vuelta al mundo. Descubre en un documento del Archivo Histórico de Valladolid la existencia de tres Pignora Imperii, unos objetos extintos que se creía que daban a Roma todo su poder. En este documento, se encuentra que Elcano dijo que la misma Chloe y tres hombres se harían con el poder de dichos objetos: el cetro de Príamo, el velo de Iliona y las cenizas de Orestes.

Junto a Gael, Antonio y Toñito, Chloe se encaminará, en esta primera parte de la trilogía Anticausal, hacia la búsqueda del cetro de Príamo, guardián del secreto del tiempo. A lo largo del camino, irán encontrando pistas y desvelando poco a poco diferentes misterios, lo cual supondrá una aventura llena de viajes, riesgos, emociones y dudas en la que se verá cada vez más inmersa, llegando a cambiar su vida por completo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 oct 2021
ISBN9781005608835
Anticausal: Elcano y el cetro de Príamo
Autor

Iban Canton, Sr

Nací en Llodio (España) en 1983. En mi infancia, tras encontrar ciertas incongruencias en las enseñanzas de historia, y otras casualidades de la vida, derivé hacia ramas científico-técnicas culminando con mis estudios de ingeniería en Bilbao.Con el paso del tiempo he querido plasmar, mediante una serie de historias de aventuras que sean capaces de enganchar a cualquier público,parte de aquellos pensamientos a los que añado algunos conceptos derivados de la ingeniería que creo que están muy relacionados con aspectos de la existencia humana. Así nacen los primeros libros, la trilogía Anticausal, viajando por España, México, por el resto de Latinoamérica y más allá, de la mano de Elcano, Cortés yfinalmente Dios, viviendo aventuras, amor, dolor y el propio descubrimiento humano.A Anticausal le sigue la novela corta "El sistema Ícaro", una distopía futurista que basandome en el pasado y en mis conomimientos tecnológicos, es una previsión aumentada de a dónde nos dirigimos como especie.

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    Anticausal - Iban Canton, Sr

    CASUALIDADES

    Al acabar la carrera de Geografía e Historia un mal futuro me esperaba. Decidí, tras una breve deliberación seguir estudiando, y por qué no, viviendo de mis padres ya jubilados. Era una vida tan cómoda como barata. Un hotelito con habitación con baño, derecho a cocina y salón, y cama y comida hechas a diario. Con veintitrés años y en la España de 2014 no tenía mejor opción que esta.

    Nunca fui una gran estudiante, pero tampoco era manca. De media notables y especialista en aprobar exámenes con buena nota y olvidar lo estudiado al ver el aprobado. En un alarde de genialidad decidí hacer un doctorado: primero dos años para ser investigadora y posteriormente la tesis. Mi pseudocontrato hasta fin de obra me daba cuatro años de tranquilidad.

    Nunca tuve claro qué quería hacer, ni qué me gustaba. Decidí estudiar en la Universidad porque todos me lo aconsejaban: si no, no sería nadie. Ya ves qué vueltas da la vida. Intenté entrar al doctorado en Bilbao o en Valladolid, donde mis padres tenían segunda residencia. Después de varias entrevistas y pruebas accedí a la Universidad de Valladolid y después de mucho insistir conseguí que mis padres viniesen conmigo, al fin y al cabo, suponían mi sustento económico.

    A principios de junio nos mudamos a Valladolid, bueno, en realidad a Viana de Cega, que era donde mis padres tenían la segunda residencia.

    Antes de iniciar el verano concerté una cita y fui a conocer a mi director de tesis, que era el director del departamento de Arqueología y Evolución Humana de la Universidad. Un tipo bastante serio. Me escaneó con la mirada el primer momento que me miró. No necesitaba más.

    —Chloe, sé que estás aquí para pasar el tiempo sin pena ni gloria, y tú y yo sabemos que lo sabemos —pareció decirme con los ojos. Joaquín no se equivocaba en el veredicto de su prejuicio.

    —Hola, Chloe. Te esperaba; soy Joaquín y seré tu director de tesis. Bien, vamos a hacerlo rápido. No quiero perder tu ni, sobre todo, mi tiempo. Tendrás que completar esta serie de asignaturas durante los dos primeros años, y luego tendrás que hacer una tesis. Elige un tema y vete empezándola ya, así las asignaturas puede que te ayuden en su redacción. Si tienes problemas, envíame un correo.

    Su presentación de mis nuevos estudios fue tan breve como certera. Pensó que pensar mucho en mí sería una pérdida de tiempo, y en aquel momento no podría haberle quitado la razón.

    Dejé transcurrir mi vida entre pasar el rato y estudiar más bien poco. Debido a mi objetivo principal de tratar de vivir lo mejor y más cómoda posible, no hice caso a mi director de tesis y me dediqué dos años a cursar mis asignaturas sin más complejidades. Dos años tranquilos en los que mis padres me seguían apoyando, aunque me llegaban voces foráneas que me advertían de que ese apoyo ya no era tan alegre como pensaba. Se empezaban a cansar de una situación en la que no me veían un gran futuro fuera de su casa. Yo no le daba muchas vueltas; mientras recibiese mi paga, feliz.

    Nunca tuve grandes pasiones por ningún aspecto cotidiano de la vida, y las amistades iban y venían. En cuanto a estas últimas, al acabar Bachiller en mi Bilbao natal contaba con un grupo de amigos que nos difuminamos al empezar la Universidad. Cuando acabé la carrera en la Universidad del País Vasco, tenía un grupo de cinco amigos.

    Al irme de Bilbao a Valladolid solo me quedó una amiga de este grupo con la que mantenía relación, Miren, que estaba viviendo en Burgos, por lo que estábamos relativamente cerca, pero ella tenía pareja, Fernando, y este cúmulo de elementos hacía que estuviese con ella un par de veces al mes y algún viaje esporádico. En Valladolid había hecho un pequeño grupo con el que salir, pero no me unía a ellos ningún interés concreto. Simplemente era gente con la que salir un rato. Muy pronto los dos primeros años pasaron y el día de tomar la decisión sobre mi tesis llegó. Fue el mejor ejemplo de nimiedad, yo creí que sería algo insignificante y en realidad sería la decisión más importante de mi vida.

    A pesar de mis veinticinco años y habiendo salido la noche anterior, me seguía levantando temprano para ir con mis padres a comer los calamares a la romana dominicales en el bar de siempre. Ahí leíamos entre los tres el periódico, cada uno una sección. Fue en junio de 2016 cuando leí la noticia perfecta para mí en el periódico. Al parecer había algún tipo de conflicto o malestar entre España y Portugal por la celebración de la primera circunnavegación de la Tierra: ¿era Magallanes o era Elcano el héroe? A mí me daba exactamente igual, pero me daba un pretexto perfecto para mi tesis. Estando el quinto centenario tan cerca, seguramente hubiese muchos expertos escribiendo sobre este tema, así que con un copia y pega sutil podría hacer la tesis sin esfuerzo. Genial.

    De julio a septiembre de 2016 leí lo que encontré, vi varios debates en canales extraños de televisión y vi bastantes vídeos en internet; hasta leí que querían hacer una película del viaje. Sin embargo, un denominador común fue la gran división entre los opinadores de turno sobre la autoría de la primera vuelta al mundo: sentimientos patrióticos y sobre todo nacionalismos brotaban en cualquier discursión. Porque sí, aquello eran discursiones donde no se discutía, sino que se lanzaban discursos a y desde oídos sordos. Es curioso cómo la vida, a veces sin querer, te lleva por rutas sin GPS a lugares no pretendidos.

    Aquellas peleas de gallos me dieron el pretexto perfecto para mi tesis: «El proceso a Elcano después de su viaje y la verdad de este». No trataba de llevar luz a ningún lugar sino que, teniendo en cuenta que me encontraba en Valladolid seguramente rodeado de historiadores pro-Elcano, cualquier tesis liviana a favor del guipuzcoano me llevaría a buena nota, al menos a una aprobación de la tesis. Además, es en ese proceso donde el navegante vasco con sus respuestas pone en tela de juicio las intenciones reales de Magallanes.

    Con esta decisión me dirigí a Joaquín, a las ocho de la mañana del lunes 19 de septiembre de 2016.

    —Hola, Joaquín, vengo a hablar de mi tesis.

    Levantó la mirada, creo que ni se acordaba de mí. En dos años no habíamos hablado ni intercambiado correos.

    —¿Te llamabas Claudia? —Mis sospechas se confirmaban.

    —No, Chloe. —Mi postura se volvió incómoda mientras la suya se volvía indiferente.

    —Siéntate y dime.

    Ya nerviosa me senté y traté de explicarle mi intención de la forma más escueta posible, no quería momentos tensos en mi vida.

    —Tenía intención, aprovechando el quinto centenario de la vuelta al mundo de Elcano, de hacer una tesis sobre su proceso posterior y las preguntas que le hicieron.

    Sus párpados se iban cerrando, como diciendo: «¿Y para esto me levanto de la cama?».

    —Qué original, solo que hay cientos de estudios sobre este acontecimiento y, al estar de moda, hay muchas tesis en proceso de cualquier parte de la vida de estos dos personajes. Pero, si no se te ocurre algo mejor, adelante.

    Sus palabras eran claras, se parecían a las de mis padres cuando veían que iba a hacer algo sin sentido y me acababan diciendo por desistimiento un haz lo que te dé la gana.

    —Debido a la gente que tengo haciendo tesis y el espacio que tenemos, no puedo darte una mesa aquí. Tendrás que ir al aula de estudio general de la Universidad o hacerla en tu casa. Cualquier duda o problema que tengas, me escribes un correo.

    Con sus palabras me estaba invitando a irme. Sabía que él estaba realizando una investigación sobre Atapuerca, y mis compañeros que estaban haciendo tesis relacionadas tenían todos su propia mesa en el departamento, pero para mí no había espacio. Tampoco me importaba.

    La primera parte de mi investigación se basaría en mirar bien la documentación original del proceso. Conocía el sistema PARES del Ministerio de Cultura, donde estaban digitalizados los documentos históricos. Ahí busqué el documento original. Fue muy fácil localizarlo, pero tuve que acudir a otras fuentes, ya que la caligrafía del escribano me generaba muchas dudas.

    A medida que iba pasando el tiempo vi que no iba a ser un camino tan relajado como pensé, y tuve que tomar decisiones. La primera era tan básica como el nombre del personaje principal de mi investigación: ¿Elcano?, ¿del cano?, ¿Delcano?, etc. Opté por preguntar directamente al interesado y me contestó. Así que opté por utilizar lo que él mismo escribía en su firma. Sería Juan Sebastián del cano. Tras releer varias veces los documentos, así como la conversión a letra legible que tenía, iba descifrando poco a poco la caligrafía de las páginas hasta que se me hizo familiar.

    Archivo General de Indias, PATRONATO, 34, R.19¹

    Dedicaba unas horas a la tesis, mientras se me complicaba el saber qué hacer el resto del tiempo, hasta que a mediados de octubre, en casa, después de un café madrugador, con los ojos aún medio cerrados, caí en la primera parte del documento que estaba investigando. El proceso a del cano ocurrió en Valladolid el 18 de octubre de 1522, ya que la sala de Casa y Corte y su alcalde estaban en Valladolid en aquel momento. Este era la máxima autoridad judicial del reino y le correspondía en ese momento ser alcalde (juez principal) a Santiago Díaz de Leguizamo. En ese momento pensé que podía estudiar un poco este personaje. En el Archivo del ministerio no encontré gran información y, dado que estaba en Valladolid, probé suerte en el registro de la ciudad. Curiosamente en el Archivo digital de la ciudad encontré dos documentos de 1517 donde aparecía el alcalde Leguizamo, y los siguientes archivos donde aparecía este apellido eran de 1540. Por primera vez en mi vida algo surgió de mi interior, un interés real en investigar a este personaje. Algo inusitado en mí y, al parecer, en el nuevo mundo de la red de redes también era poco conocido, ya que las únicas referencias que encontré sobre él en internet fue el propio proceso a del cano.

    A media mañana, y después de tratar de escudriñar cualquier dato sobre Leguizamo en el Archivo Histórico de las Indias a través de PARES y ver que el único documento era el anterior, me vi por primera vez en mi vida con un toque de ansiedad por querer algo y no llegar. Estaba bloqueada. La razón irrazonable de querer saber me invadió por primera vez. Ni siquiera me estaba dando cuenta de lo que me pasaba, todo mi cerebro corría en una dirección sin vista periférica. Cual estrella fugaz la idea de contactar con mi director de tesis en busca de su ayuda se difuminó nada más empezar a pensar en ella. No puedo explicar por qué llamé a quien llamé, quizá fue el cansancio o quizá no, pero, después de horas de rebuscar en las mismas páginas electrónicas una y otra vez, encontré un teléfono escondido en el dominio web del Archivo Histórico Nacional.

    Tras marcar los números, lo que oí al otro lado me sorprendió sobremanera, ¡me había contestado inmediatamente una persona! Yo estaba preparada y concienciada para una espera de unos diez minutos escuchando locuciones frías y músicas de ocho tonos. Pero no, Antonio descolgó el teléfono. Después de la obligatoria presentación mutua, fui directamente al grano recordando la segunda y la última vez que estuve con mi director de tesis.

    —Soy estudiante de doctorado en Valladolid. Estoy estudiando sobre el proceso del cano y no consigo encontrar en sus sistemas nada de información sobre el alcalde de Casa y Corte, el señor Díaz de Leguizamo, que le hizo el proceso a del cano. ¿Saben si tienen algún tipo de información al respecto y me podrían dar acceso?

    Una carcajada se escuchó del otro lado.

    —¿Eres nueva?, ¿tu director de tesis qué te ha dicho respecto a lo que estás haciendo?

    Me sentí como una ortiga en el centro del Polo Norte.

    —Perdón, pero no le entiendo —Antonio, tras coger aire, me explicó.

    —Mira, aquí puedes tener acceso si lo solicitas y buscas lo que quieras. Comprenderás que yo no estoy aquí para buscar los documentos que necesiten todos los historiadores, y además con esa gran explicación que me has dado, menos. Sin embargo, has tenido suerte, te ayudaré porque en su día me interesó mucho ese viaje, y la verdad es que nunca había caído en ese personaje de la historia. Miraré algo, pero mira tú por tu parte en el Archivo de Valladolid personalmente a ver si encuentras algo. Tendrás que solicitar acceso y demostrar que eres investigadora. Llámame cuando encuentres algo, yo me anoto tu teléfono por si tuviese cualquier información.

    No lo sabía, pero con esa llamada había encontrado en Antonio a una de las mejores ayudas que hubiera necesitado.

    A las seis de la tarde de ese día, unos minutos después de colgar el teléfono y digerir lo que me estaba ocurriendo, entraron en mi habitación mis padres. Les extrañó que hubiera estado dentro de mi habitación todo el día encerrada, pero no entraron hasta esta hora. Me miraron mientras seguía dando vueltas a cómo en unas horas mi interés había podido cambiar tanto como para incluso implicar a otras personas y pedir ayuda. Ni siquiera giré la cabeza hacia ellos, creo que ni me había enterado de que estaban ahí.

    —Chloe, ¿estás bien? Son las seis de la tarde y no has comido.

    Recuerdo perfectamente ese momento en el que levanté la cabeza hacia ellos. Ramón, mi padre, de mirada penetrante y manos ásperas por su pasado trabajador, me miraba con sus ojos oscuros de una forma nueva. Mi madre, María José, pese a su actitud enérgica frente a la vida, también me miraba calmada y con actitud renovada. No tenían rostro de preocupación porque no hubiera salido a comer, todo lo contrario, estaban felices. Vi en sus ojos el placer inmenso de unos padres cuando ven que su hija por fin se hace adulta.

    —Bien, ahora voy, no importa. Mañana quiero ir al centro, al Archivo Histórico de la ciudad, a ver si encuentro una cosa.

    Después de contentar a mis padres tras comer algo, me aparté momentáneamente de la investigación. Tuve la necesidad de llamar a Miren para contarle. En realidad, no tenía claro cómo o ni siquiera qué contarle, ya que el hecho en sí de la investigación no era tan relevante como mi cambio de percepción por algo en concreto por primera vez en mi vida.

    —Hola, Miren, te tengo que contar algo.

    —¡Chloe!, y yo a ti, ¡y muy importante!

    Su voz agitada me extrajo de los pensamientos que tenía y detuvo mi mente quedando expectante ante sus noticias.

    —¡Me caso!, ¡me caso con Fernando en junio del año que viene! ¡Y por supuesto que estás invitada! Puedes venir con pareja si quieres. Hasta hemos pensado dónde, será en San Juan de Gaztelugatxe, que nos gusta mucho y Fernando es de la zona de Urdaibai. —Noqueada me quedé.

    —¡Enhorabuena! ¡Qué bien!

    Unos diez minutos estuvimos hablando sin salir ni ella ni yo de los típicos tópicos al recibir este tipo de noticias. Estaba feliz por ella, y Fernando me caía bien, pero ahora no me quedaba fuerza para contarle el cambio en mi vida, esta novedad de interesarme realmente por algo, ya que su noticia eclipsaba tanto a la mía que me cegaba.

    —Bueno, ¿y tú? ¿Acaso ya tienes novio? Mira que tienes esos ojazos castaños y enormes tan preciosos, con tu pelo largo y liso, y esa carita y ese cuerpecito... ¡Pero no hay manera de que te saques partido! Siempre sin querer destacar. A ver, ¿qué querías decirme?

    Decidí optar por el camino del medio y dar una respuesta sutil sin declarar la realidad más importante.

    —Nada en realidad, que ya llevo bien encaminada la tesis. Pero eso ahora no importa. ¡Ya nos veremos y ya te daré un abrazo como es debido!

    Durante la cena hablé con mis padres de las novedades que me llegaron desde Burgos. Ellos también se alegraban por Miren, y de paso me lanzaron alguna indirecta bastante directa sobre el tema de mis relaciones. Nunca habían conocido ninguna mía, quizá pensaban que era lesbiana. La realidad es que no había encontrado nunca a nadie que me llenase lo suficiente, o no. Quizá es que era rara. Quién sabe. Lo cierto es que, cumpliendo ese dicho de «No hay dos sin tres», a ese día todavía le faltaba más leña.

    Después de la cena, recostada en mi cama tratando de despejar mi mente con una serie en la televisión, sonó mi teléfono. Diez y cuarto de la noche marcaba mi reloj.

    —Hola, Chloe, soy Antonio, del Archivo Histórico Nacional. —¿Seguía trabajando a estas horas de la noche? Nunca más criticaría a un funcionario. —He estado mirando en todos los documentos digitalizados, públicos y restringidos, y es cierto. No hay información relevante de Leguizamo, y eso que tenía un cargo relevante. Por su apellido puede que fuera vasco. No sé qué más decirte.

    En mi mente seguía rebotando la misma pregunta de antes.

    —Antonio, ¿todavía estás trabajando? —Mi lengua no se supo contener.

    —No, estoy en mi casa. Como me has dejado intrigado con el tema, he estado buscando un rato. Además, no es común que se interese una chica joven por el Archivo.

    ¿Acaso Antonio estaba ligando conmigo solo por una conversación telefónica? Su voz parecía de alguien relativamente joven, becario probablemente.

    —Gracias, Antonio. Mañana iré al Archivo de Valladolid a ver qué encuentro. Prometo llamarte con lo que encuentre, y si tengo dudas también, ya que me has ayudado tú más de lo que hubiera hecho mi director de tesis.

    En la cama no conseguía conciliar el sueño. Mi cabeza daba vueltas con los tres elementos que había hecho de ese día un día especial. Yo interesándome por algo, sin tener claro porqué, una boda en ciernes, y el contacto con Antonio. Mi imaginación empezaba a volar como rara vez había hecho antes, pensando en cómo podría ser ese hombre que me ayudaba sin conocerme. Rememoré cómo las casualidades más nimias me habían llevado a ese momento, donde todo se transformó y comencé a coger las riendas de mi destino. Destino, destino, destino, palabra que con el tiempo llegaría a entender, y de qué manera. Destino.

    A las once de la mañana mi padre me despertó del sueño profundo en el que todavía me encontraba. Al abrir los ojos y procesar la imagen que veía, creí entender en la expresión de mi padre la duda. Duda de si lo que vio el día anterior fue real, fue imaginación suya, o fue una estrella fugaz que sí existió, pero ya se disolvió en la atmósfera.

    —¡Las once de la mañana!, ayer no me dormí hasta las tres de la madrugada. ¡Y con la de trabajo que tengo hoy en el Archivo!

    Las dudas en mi padre se empezaban a disipar. Por mi parte, con el tiempo no volvería a cometer el error de pensar que las tres de la madrugada era ayer. Mucho tiempo he tenido que emplear en entender el tiempo durante mi búsqueda.

    Un café de cafetera de goteo, café de ayer que no despierta, pero anima, ropa limpia, pero sin conjuntar, y directa al Archivo con mi padre. Creí recordar que cerraban aproximadamente a las dos del mediodía, y el recorrido en coche era de veinte minutos, media hora con atascos, y a esas horas siempre los había. De camino, una propuesta inicial de mi padre para desayunar en un bar antes de entrar siguió mi negativa y luego el silencio. Silencio en el que mi cerebro volvió a trabajar, esta vez en la boda de Miren y Fernando. Seguramente no sé si volveríamos a juntarnos los de la universidad, o no. Preguntas incómodas sobre mis relaciones veía en el horizonte, preguntas ya trilladas por mis padres.

    Por alguna razón me veía en esa boda con Antonio, imaginado ya físicamente, del brazo o de la mano mientras presenciamos el enlace. Un frenazo en un semáforo en rojo me sacó de mis imaginaciones y me llevó a una rutinaria conversación con mi padre.

    Por fin llegamos al Archivo, a las doce y media del mediodía. No me quedaba mucho tiempo, aunque la vida me dio media hora de margen; cerraban a las dos y media, por la tarde no abrían. Mi padre me acompañó hasta la recepción y, luego, se fue a tomar un café y leer el periódico a un bar cercano.

    —Buenos días, soy Chloe Santillana, soy investigadora de tesis doctoral y mi director es Joaquín Sánchez, de la Universidad de Valladolid. Necesitaba acceder al Archivo Histórico, del periodo aproximado de 1500 a 1550.

    Delante de mí había una funcionaria que sí cumplía el perfil que estaba en mi mente respecto a los funcionarios antes de conocer a Antonio. Después de una media hora de trámites, a mi parecer absurdos, pero según ella necesarios puesto que no había cumplimentado mi solicitud vía telemática, verificó mi identidad y me permitió entrar no sin antes recordarme las normas. Al tratarse de documentos tan antiguos no se permite la reproducción de estos, así que tendría que memorizar y escribir en un papel lo que viese. Tampoco me iban a facilitar copias porque se podrían dañar.

    Me dirigí a la zona de Archivo Histórico, donde otro funcionario se colocó frente a mí. Un señor mayor de tez pálida vallisoletana y con mirada perdida, bajito, delgado y perfectamente afeitado; moreno, pero con poco pelo ya sobre su cabeza. En aquel momento no sabría decir si era humano o una máquina, nula respuesta facial al estar ante mí. Sin mucha esperanza le expliqué lo que buscaba sin apenas detalles; su respuesta fue inerte pero eficaz. Giró sobre sí mismo y se puso frente a una estantería con puertas acristaladas.

    —Desde aquí, hasta aquí, ponte guantes y ten cuidado.

    Al girarse para volver a su puesto me fijé en su chapa identificativa: Antonio F. Me llamó la atención que se llamase igual que mi colaborador más estrecho al igual que reciente.

    Dos estanterías completas tenía para revisar, sola, con la figura de Antonio F. sentado en su silla leyendo el periódico. Ese día no encontré nada. Mi padre accedió a volver conmigo los días que necesitase, así paseaba por la capital. Dos semanas enteras husmeando papeles escritos a mano, con caligrafía antigua y la mayoría en latín del Medievo. Llegué al final sin encontrar nada. Tristeza, impotencia, rabia se apoderaron de mí al no poder continuar y tener que llamar a Antonio con las manos vacías. Esa tarde estuve despejando la mente a solas, tratando de no pensar en el tal Leguizamo, ni del cano, ni nadie que no fuera de mi época. Pensé que una llamada a Miren relajaría mi mente, como así fue.

    La boda ya estaba organizada, la ceremonia sería en San Juan de Gaztelugatxe, y la comida con recena en el castillo de Arteaga. Aunque era de Bilbao, yo solo conocía Gaztelugatxe de la televisión, así que sería una bonita excursión por una tierra supuesta mía pero desconocida. Visita que indudablemente mejoraría si fuese acompañada, pero cómo proponer que me acompañe alguien que apenas conozco, Antonio pensaría que estoy loca. Volví a unir mis pensamientos sobre Antonio y sobre la búsqueda que llevaba a cabo del Medievo, por lo que decidí que esa misma noche le llamaría. Durante la cena mis padres hablaban de sus cosas, hasta que un grito me extrajo de mis pensamientos.

    —¡Chloe!, hija, ¡parece que no oyes nada! Te decíamos que qué tal llevas la investigación. Llevas dos semanas y no has contado nada.

    No tenía mucho que contestar.

    —Nada, no he encontrado nada. Estoy buscando algo de un tal Leguizamo, y solo encuentro banalidades referidas a que fue una especie de juez. La verdad es que estoy un poco desanimada.

    ¿Yo desanimada por una investigación, por algo relacionado con un trabajo?, mis padres estaban cada vez más perplejos de mi evolución en tan poco tiempo. Toda la vida esperando que se encendiese algo en mí, que madurase y que empezase a tener inquietudes, y por fin ese día llegó. Ambos sonrieron y me animaron con las típicas palabras de ánimo, pero esta vez con una sinceridad que nunca hasta entonces encontré en nadie.

    Un poco más relajada gracias a las palabras de mis padres, fui a mi habitación a hacer la llamada en la que estuve pensando gran parte de la tarde. Cuando Antonio me llamó la última vez anoté su teléfono móvil, si él tenía el mío y me llamaba a cualquier hora por qué yo no iba a tener el suyo. Estaba un poco decepcionada por tener que decirle que no había encontrado nada, pero al menos hablar un poco con él me podría venir bien.

    —Antonio, soy Chloe, ¿te acuerdas de mí?

    —¿Chloe?, ¿qué Chloe? —Su respuesta no me la esperaba. —Conozco una Chloe, pero me tenía que haber llamado hace unos días, casi diría que semanas, para ver si había encontrado algo. No sé si eres tú esa Chloe, espero que sí, porque no conozco a ninguna otra.

    Su sarcasmo no me molestó, casi que lo contrario.

    —Perdona Antonio, no te he llamado porque no he encontrado nada. He estado dos semanas buscando página por página la documentación entre 1500 y 1550 y nada. Bueno, sí, alguna referencia, pero a sus actos como juez en temas menores. No sé, estoy un poco saturada. Además, estoy yo sola, y la labor es tediosa. —Respiré un poco y recordé algo casual. —¡Ah!, por cierto, el funcionario de la parte histórica, que no es que me ayude mucho la verdad, se llama igual que tú, Antonio, concretamente Antonio F. El primer día me señaló cuáles eran las estanterías y nada más. Todos los días lo tienes sentado en su mesa leyendo el periódico. —Una risa se oyó al otro lado del teléfono, risa burlona. —Y ya no sé si volveré al Archivo o no. No hay nada por esa vía, por lo que tendré que seguir con los otros implicados en el proceso a ver que…

    No me dejó acabar la frase.

    —Prueba a volver mañana, un último día, y si quieres no vuelvas si no obtienes resultados. Te reto a que lo intentes.

    Esta última frase, precedida por esa risa zumbona, me picó de tal manera que, unido a los ánimos francos que ya me habían dado mis padres, hizo rebrotar la esperanza de encontrar algo.

    —De acuerdo, mañana a la noche te llamo con lo que haya encontrado, pero no esperes mucho.

    Cinco segundos de silencio que me sugerían un corte en la comunicación se disiparon.

    —Mañana a la noche me llamas, aunque quizá hablemos antes. Hasta mañana Chloe.

    El tono continuo del teléfono me confirmaba que había colgado sin dejarme la opción de despedida. He de confesar que eso me disgustó, pero el ánimo era más fuerte. Me levanté y me dirigí al salón donde mis padres veían la tele cada uno en un sofá de una plaza. Miento. Mi madre dormía, mi padre estaba leyendo un libro antiguo, y la televisión estaba encendida. Al entrar mi madre se despertó con su habitual: «No me apagues la tele que la estaba viendo». Les conté que quería volver un día más al Archivo, a probar por última vez si ahí encontraba algo o no. Ambos aceptaron de buen grado al ver de nuevo la esperanza que resurgía en mis palabras. Al salir del salón para ir a mi habitación a dormir, advertí en el libro que mi padre leía dos nombres propios, Elcano y El Gran Capitán. Me llamó la atención que, por primera vez, mi padre, antiguo fontanero, se interesase por mis estudios. Al menos era la primera vez que me percataba de ello. Era un libro de mi abuelo con sus propias anotaciones al margen. Continué mis pasos con todo ese mejunje de datos y sentimientos en mi cabeza y me acosté con la esperanza de que Antonio tuviese razón.

    A las siete de la mañana todo seguía oscuro, pero mis ojos pretendían ser ya dos soles que querían iluminar el mundo. Una ilusión inusitada me llevó a ser la primera en levantarme por primera vez desde hacía mucho tiempo. Pensé en cómo había llegado hasta ese punto de mi vida. Hasta entonces había sido como una hoja otoñal llevada por el río, a donde el agua me llevase. Pero por primera vez tenía algo real, una investigación, y algo imaginario, otra persona, que me precipitaban a un giro en mi vida donde yo tomaría las decisiones, asumiendo la responsabilidad de sus consecuencias; en definitiva, comenzaría a ser libre y entender sus consecuencias.

    Información recibida por el alcalde de Casa y Corte, Santiago Díaz de Leguizamo, en que declaran el capitán de la nao Victoria, Juan Sebastián Elcano, con Francisco Albo y Fernando de Bustamante, sobre distintos pormenores del viaje de la primera vuelta al mundo. Fuente: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/122228

    CAUSALIDADES

    Café de goteo, recién hecho para que despierte más los sentidos, con tostadas y fruta. Un buen desayuno para aprovechar al máximo el horario de apertura del Archivo. Mis padres se levantaron a su hora de siempre y se sorprendieron al ver no solo que estaba ya despierta, sino que les tenía ya su desayuno preparado. Se podría suponer que era un gesto de agradecimiento hacia ellos, aunque en realidad respondía más a una intención egoísta: cuanto antes desayunasen, antes iríamos al Archivo. Esta vez mi madre también quería venir y así aprovechar a hacer unas compras.

    A las diez de la mañana llegamos a la puerta del Archivo. Mis padres se fueron a dar un paseo, tomar algo y comprar, y yo entré saludando al funcionario de turno. Al llegar a la zona de Archivo Histórico, con más fuerza que las dos semanas anteriores, recibí la primera de muchas sorpresas que me aguardaba el día.

    —Buenos días, Chloe. Hoy te voy a enseñar una sección que no conoces. Ven y sígueme. De paso me pongo contigo y te ayudo a buscar.

    ¿Qué?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿qué estaba pasando? No entendía nada. Antonio F., ese ser exánime durante dos semanas, de pronto se había convertido en alguien, en un humano más. Atónita le seguí hasta una pequeña puerta vieja de madera. La abrió con una llave antigua y una nueva, dos cerraduras que denotaban que era una puerta muy antigua que por alguna razón querían conservar, pero también querían proteger lo que hubiese dentro.

    Una habitación pequeña sin ventanas y con una luz rara, con solo dos vitrinas de cristal templado y muy grueso, de los que parecían capaces de parar las balas más grandes. Dos indicadores superiores, uno en cada armario, indicaban el oxígeno, temperatura y humedad de cada uno. Los tres estaban iguales, 0 % oxígeno, 18ºC y 50 % de humedad para conservar los ejemplares. Tras los cristales se veían estanterías con lo que parecían pergaminos muy antiguos, escritos a mano y mal conservados. Apilados con un mínimo orden.

    —Mira, Chloe, esta es la parte del Archivo Histórico donde están los documentos que por alguna razón a lo largo del tiempo se ha decidido que no estuvieran accesibles al público. Tienes algunos recientes, pero hay también muy antiguos. Están ordenados por fecha, pero cuidado, que los que tú quieres están en un estado especialmente delicado. Ponte guantes igual que yo para poder tocarlos. Te voy a traer unos mientras el armario se acondiciona de oxígeno y humedad para poder sacarlos. Verás que parecen desordenados, pero aquí hay desde rollos en pergamino, hojas enormes y cuartillas, por lo que no lo hemos metido en ningún recipiente para poder almacenarlo con algún tipo de lógica, en este caso cronológica. Ahora vuelvo.

    Y ahí estaba yo, mientras veía cómo el indicador de oxígeno del armario subía poco a poco, y el de la temperatura llegaba a los 20ºC. Miraba las vitrinas, y también alrededor, donde solo se podía ver la puerta de entrada, una mesa con dos sillas y una cámara de seguridad. Absolutamente nada más. Al mismo tiempo

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