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Un nuevo rumbo
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Libro electrónico90 páginas1 hora

Un nuevo rumbo

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Esta es una novela social que describe el choque de los problemas contemporáneos y los valores tradicionales en una aldea concreta del continente africado llamada Yene, escrita de una manera cautivadora y que incita a la reflexión, lo que hace la lectura de la novela muy apasionante. El lector se verá absorbido por discusiones sobre las preferencias familiares y consultas entre los aldeanos que han resultado en un nuevo rumbo y un esfuerzo colectivo de protección del medio ambiente contra la destrucción de recursos forestales y han ubicado su aldea en el mapa del turismo sostenible, que atrae a turismo de todo el mundo durante todo el año.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento21 ene 2021
ISBN9781071584934
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    Un nuevo rumbo - ISAAC ADDAI

    SINOPSIS

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    Esta es una novela social que describe el choque de los problemas contemporáneos y los valores tradicionales en una aldea concreta del continente africado llamada Yene, escrita de una manera cautivadora y que incita a la reflexión, lo que hace la lectura de la novela muy apasionante. El lector se verá absorbido por discusiones sobre las preferencias familiares y consultas entre los aldeanos que han resultado en un nuevo rumbo y un esfuerzo colectivo de protección del medio ambiente contra la destrucción de recursos forestales y han ubicado su aldea en el mapa del turismo sostenible, que atrae a turismo de todo el mundo durante todo el año.

    Capítulo 1

    Agua del río

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    K

    waku! ¡Kwaku! —La voz de la anciana retumbaba por toda la aldea de Yene mientras deambulaba en busca de su nieto. Preguntaba a todo aquel que encontrara si lo había visto. Por entre los angostos caminos que llevaban a las chozas de paja había cabras campando en libertad, en busca de pasto. Algunas de ellas estaban rascando el cuerpo contra las paredes de paja de las chozas.

    Al ver a las cabras, Eno Akua murmuró:

    —Los niños de la generación de Kwaku son como esas cabras que se están restregando contra las chozas. Creen que están destruyendo la casa de su amo, pero no se dan cuenta de que al hacerlo se dañan su propia piel. —Soltó una risita, levantó la cabeza y vio a Kwame, un compañero de juegos de Kwaku. Le preguntó—: Kwame, ¿se puede saber dónde está Kwaku?

    —Oh, Nana, está justo detrás de esa choza, jugando a la pelota con unos amigos.

    Como una liebre, Akua Eno corrió hacia el campo de juegos. Intentó agarrar a su nieto, pero este la vio y la esquivó. Se fue corriendo del campo a su choza. Akua Eno permaneció un tiempo allí de pie y se lamentó amargamente:

    —Qué difícil eres, Kwaku. ¿Acaso crees que, por ser chico, no tienes que colaborar con las tareas de la casa? Por la mañana, no has ido a buscar agua. Ya sabes que tu hermana acaba de tener un bebé y que tiene que lavar muchos pañales; y sin embargo, aun conociendo el estado de tu hermana, tengo que ir yo a despertarte para que vayas a buscar agua. Sabes perfectamente que no es fácil encontrar agua en esta aldea. Y si es que vas a por agua, tardas una hora y media en y volver del río Odo. Una distancia de dos kilómetros que una anciana como yo es capaz de hacer en cincuenta minutos. Y sin embargo quieres comerte toda la comida de la casa sin pensar en los demás. ¿Por qué quieres matarme? ¡Ay! A veces es una desventaja dar a luz a un chico. Si fueras una chica, Dios mío, no estaría aquí ahora mismo. Es verdad lo que dicen de que no es tan difícil dar a luz a un niño como lo es criarlo.

    Eno Akua emprendió el camino  de vuelta a su casa. Los compañeros de juegos de Kwaku se quedaron allí de pie, rascándose la cabeza a causa de los piojos. Tras unos diez pasos en su camino a casa, oyó a alguien sollozar y gritar en el campo en el que los chicos estaban jugando.  Se dio la vuelta y vio a dos de los compañeros luchando y a los demás mirando como si la pelea fuera un espectáculo de masas. Corrió hacia donde los chicos estaban peleando con la intención de arbitrar la lucha. Cuando los chicos que estaban luchando y sus espectadores vieron a la anciana con un cayado en la mano acercarse a ellos, huyeron antes de que esta pudiera alcanzarlos.

    Eno Akua reemprendió la marcha y, tras unos pocos pasos, su pie izquierdo golpeó un objeto. Identificó el objeto como un manojo de gomas de diferentes tipos, unidas en forma de bola y ligadas estrechamente con cuerdas, lo que le daba la forma de una pelota de fútbol. Eno Akua la recogió y dijo:

    —Me llevo vuestra pelota, niños sin compasión. Deberíais volver cada uno a vuestra casa y ayudar a vuestros padres a preparar la comida. ¿Acaso el que seáis chicos significa que no podéis ayudar con las tareas del hogar?

    Mientras tanto,  Kwaku sudaba a mares en un rincón de la choza. Después de estar esperando un buen rato, sentía hambre, pero tenía miedo de acercarse a las yucas y llantenes hervidos que iban a ser molidos hasta convertirse en fufú[1]. Se puso de pie y llamó a la puerta de la habitación en la que dormía su hermana. Entonces, Afriyie estaba dormida. Pero se despertó y respondió:

    —Sí, pasa.

    Pensaba que era uno de sus vecinos, que habían estado entrando en tropel en la habitación cada cierto tiempo para felicitarla a ella y a su bebé recién nacido por su viaje de nueve meses que había concluido setenta y dos horas atrás. Afriyie se levantó de la cama y, de repente, vio a alguien bebiendo de su cuenco de agua.

    Preguntó entre dientes:

    —¿Quién eres?

    Entonces, Kwaku respondió:

    –Hermana, soy yo, tu hermano pequeño.

    —Kwaku, ¿dónde has estado todo este tiempo? Ya es de noche y te hemos estado buscando por toda la aldea para que vinieras a moler el fufú, sin éxito. ¿Dónde has estado después de la escuela?

    —Pero, hermana, no me he ido a ninguna parte. Estoy aquí.

    Afriyie insistió:

    —¿Cuándo has llegado a casa?

    —¡Oh! Llevo aquí un buen rato ya.

    —¿Y dónde está Akua Eno?

    —No me la he encontrado durante todo este tiempo que he estado esperando en casa para moler el fufú.

    Kwaku seguía aún hablando cuando oyeron que alguien llamaba a la puerta una vez más. Afriyie, como de costumbre, respondió:

    —Sí, pasa.

    Cuando la puerta se abrió, era la abuela, Eno Akua. Preguntó:

    —Afriyie, ¿cómo estáis tú y el bebé? Siento que aún no hayas comido. Vi a Kwaku, pero salió corriendo antes de que pudiera atraparlo. Pero le he pedido a la mujer de tu tío Asamoah que me ayude a preparar el fufú. En cuanto a Kwaku y a los chicos en general, a nadie le gusta vivir con ellos, especialmente en la vejez, en comparación con las chicas del poblado.

    Afriyie miró a Kwaku y dijo:

    —Kwaku, ¿no has dicho que no habías visto a la abuela en mucho rato?

    Akua Eno volvió a preguntar a Afriyie:

    —¿Dónde está?

    —Aquí está, delante de ti. ¿Acaso no lo has visto al entrar?

    —No, no lo he visto. A lo mejor no lo sabes. Ahora mismo, debido a mi edad, no me cuesta ver imágenes o incluso seres humanos en una habitación en penumbra como esta.

    Eno Akua se volvió hacia Kwaku y dijo:

    —Chico,

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