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¿Quién los ama?: Serie ¿Quién?
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¿Quién los ama?: Serie ¿Quién?
Libro electrónico218 páginas3 horas

¿Quién los ama?: Serie ¿Quién?

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Información de este libro electrónico

Chris se entera de su matrimonio preestablecido; cuando conoce al hombre, se sorprende de que sea el atractivo galán que había visto cuando vacacionaba en un resort con una amiga.

Gordon Buck, futuro esposo de Chris estaba comprometido en ese momento y necesitaba romper su compromiso.

Cuando Gordon y Chris se van conociendo, en un principio no se agradan, y luego, de repente… suceden cosas extrañas como…

Lee el libro para descubrir qué pasa.

¿Quién los ama? Es el segundo libro de una nueva serie ―Serie ¿Quién?― El primero es ¿Quiénes son ellos?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2020
ISBN9781071576953
¿Quién los ama?: Serie ¿Quién?

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    ¿Quién los ama? - Taylor Storm

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 1

    Nueva Orleans, Louisiana, 1991

    La casa estaba en calma y silencio, el calor espeso y húmedo, concentraba el aire del interior. Christian Fontenot se enjugó el sudor de su frente con un dorado pañuelo de seda, con orillas deshilachadas, que sacó de su bolsillo, un recuerdo anacrónico de su riqueza y privilegio. En una época en que los hombres acomodados vestían casualmente los fines de semana, en shorts tipo cargo y playeras hawaianas, cambiando los mocasines italianos por chanclas, Christian mantenía la misma manera de vestir que siempre había tenido: pantalones, una camisa impecable de botones, recién planchada por la mucama aquella misma mañana, zapatos caros y un pañuelo cuidadosamente doblado dentro de su bolsillo. La edad le había agregado un bastón de caoba y lentes de armazón dorado, y su cabello que, cuidadosamente peinado, ahora era gris en lugar de castaño. La edad no había atenuado su porte, más, si acaso, sólo se lo había aumentado. Su postura permanecía erguida como baqueta, su barbilla levantada con la confianza de un hombre que había nacido para el dinero y poder. Su boca estaba siempre en línea recta, nunca traicionando ninguna emoción.

    El único indicador de sus sentimientos eran sus ojos. Penetrantes y verdes, no se les escapaba nada, duros o blandos por turnos. Ahora estaban líquidos con preocupación, las patas de gallo en las esquinas se marcaban más. Emoción, incluso preocupación, no le sentaba bien y estaba impaciente por llegar al fondo del asunto. Su viejo amigo le había pedido verlo, y Daniel Olivier, sin importar sus años de amistad, no era alguien que lo buscara. Christian se sentía aprensivo acerca de ver a Daniel, y no era sólo porque no le había puesto un ojo encima en bastante tiempo.

    Christian no necesitaba ninguna guía para hallarse camino a través de esa casa. Había crecido ahí, pasando sus días de niñez jugando a las escondidas debajo de las escaleras cavernosas y rogando al cocinero por dulces. Daniel y él habían pasado sus tardes de adolescencia en un pozo en que se podía nadar, en la enorme propiedad, halagando y retando a las chicas a saltar desde el alto árbol que se extendía sobre el agua, en donde el impacto del chapuzón generalmente resultaba en la caída del top de un bikini hacia el río, que después galantemente recuperaría uno de los chicos. Entonces llegó la guerra, Daniel y él se enlistaron a los dieciocho años, y ambos habían regresado milagrosamente vivos a casa, ilesos, pero no sin haber cambiado. Se habían despedido de sus amantes, quienes les habían dado recuerdos como: guantes de seda, un arete de perla, o una carta de amor arrugada. Habían sido niños ricos despreocupados antes de partir, y volvieron como hombres aguerridos y experimentados. Aun así, fueron capaces de retornar a sus vidas privilegiadas. Era solo un recordatorio más de cuán encantadoras habían sido sus vidas, en su mayoría.

    Daniel se había casado con su amor de infancia cuando regresó a casa. Su progenitora había sido una niña hermosa de cabello negro que había crecido para convertirse en la más deseada, y más distante, debutante de la alta sociedad de Nueva Orleans. Su segundo descendiente, fue también niña, con el mismo cabello negro, pero con los ojos azules deslumbrantes de su madre. Su tercero fue otra niña, nacida muerta, y la Sra. Olivier sucumbió ante la enfermedad, muriendo poco después. Era una época en la que los hombres no se involucraban mucho con los niños, y Daniel estaba aún menos inclinado a pasar tiempo con sus hijas. Entonces, Daniel se quedó con dos niñas a quienes criar, un trabajo que dejó en su mayoría a las niñeras y sirvientas que él contrató, sumiéndose en el negocio que su padre le había heredado. No era que no le importaran sus hijas; las amaba más que a nada, pero sin preocupaciones sabía que se hundiría en depresión. El no pasar mucho tiempo con sus hijas, era, en cierta forma, una bendición para él. Si, les contaba historias y relatos de vez en cuando, pero tenía poco tiempo para supervisar su educación. Se mantenía a sí mismo ocupado por su propio bien.

    Christian había regresado de la guerra aún más frío de como había partido. Nunca había sido tan jovial como Daniel, quien encantaba a las chicas con su risa fácil y sus chistes listos. Por qué las mujeres se habían sentido siempre más atraídas hacia él, era una especie de misterio, y Frances LeBlanc no sería otro. Encantada por su rostro guapo, aura misteriosa y pilas de dinero antiguo, ella había sido una mezcla perfecta de tentación voluptuosa e inocente virginidad. A sabiendas de que ninguna mujer en su círculo podría conseguir marido sin ser casta, ella aprendió todos los trucos de seducción de sus hermanas mayores, y los utilizó todos con Christian. Para obtener lo que ella deseaba, necesitaba llevarlo a la distracción, y después dejarlo ahí. Ella era el contraste perfecto para él, una gélida, rubia de ojos azules para su ardiente, castaño de ojos verdes. Ella era delgada en todos los lugares adecuados y curvilínea en todos los demás, y lo volvía loco de deseo cada noche de la estación hasta que él se encontró a sí mismo arrodillado ante ella en la biblioteca de su padre, esa última noche, con un enorme diamante acunado en una caja forrada en terciopelo, ofrecido hacia ella. Ni incluso él sabía cómo había sucedido, pero sabía que tenía que tenerla, y había una sola manera de que ocurriera. Frances aceptó, por supuesto, y su boda fue el evento social más grande del año.

    El padre de Frances había sido gobernador de Loiusiana, y su influencia catapultó a Christian hacia una carrera en la política que despegó con la velocidad de una bala. Frances interpretó a la esposa obediente en público, pero en privado, su verdadera personalidad se mostró una vez que estuvo casada a salvo. Era malcriada más allá de lo que se pudiera creer, exigiéndole a Christian que le cumpliera cada capricho. A eso estaba acostumbrada ella en la casa de su padre, por lo que asumió que sería igual de consentida por Christian. Él estaba lejos de ser la clase de hombre que era manipulado por una mujer, así que simplemente comenzó a ignorarla, salía de casa temprano por la mañana y regresaba tarde por la noche. Tenía cuidado de no ser fotografiado en circunstancias comprometedoras, pero no faltaron mujeres hermosas que quisieran acostarse con él, y él tomó ventaja de ello. Frances lo sabía, y apenas le importaba. Ella tenía rienda suelta con su dinero, y se las había arreglado para darle a su esposo un hijo que heredara el dinero de la familia. Después de todo, no era como si se hubieran casado por amor; en cambio, ambos sabían que era un arreglo social y financiero. Ella había abortado tres veces después de ello, y una vez que fue evidente que no podría llevar otro embarazo a término, Christian dejó de visitar su cama por completo. Aquello encajaba perfecto también para ella.

    La dificultad para tener hijos parecía ser una maldición en los linajes familiares que Daniel y él habían ayudado a propagar, Christian lo pensó, o quizá eran sus gustos en mujeres. El hijo de Christian se había casado hace pocos años, y su esposa Elise, una mujer ajena a su círculo social, de quien Christian le había advertido sobre casarse con ella, había abortado dos veces ya. Ella se las arregló para sostener un embarazo casi a término, pero era una niña. Y, aunque fuera muy bonita, no era la bendición que Christian hubiese querido.

    La hija menor de Daniel, Annette, también se había casado en contra del consejo de su padre. Su marido, Rene Buck, era lo que la alta sociedad solía llamar «dinero nuevo», un hombre que disfrutaba exhibiendo su dinero de forma ostentosa, y que esperaba ser aceptado por la familia Olivier y dentro de su círculo social, a pesar de sus extravagantes tendencias y su ligero acento de cajún, sobre el cual hacía todo lo posible por ocultar, a menudo siendo afectado como resultado de ello. Ella se las había arreglado para tener un hijo de cuatro años, un chico adorable llamado Gordon, en honor a su abuelo. Rene insistía en llamarlo Gordy, un apodo insufrible que, a pesar de todo, se le quedó. Annette no había logrado tener otro hijo. Si acaso el asunto fuese biológico o marital, Christian no lo sabía con firmeza, pero tenía sus sospechas. Si él fuese una mujer casada con Rene Buck, pensaba con tristeza, se aseguraría de tomar precauciones.

    Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por su llegada al estudio. Llamó firmemente a la puerta, un poco perturbado por la ausencia total de alguna presencia humana en la casa, que estaba generalmente bulliciosa, aún con el calor ralentizador del día. No parecía que hubiera nadie más en la casa. Ni siquiera había visto el usual alboroto de los sirvientes mientras se abría camino hacia el estudio para ver a su viejo amigo. Su llamada fue contestada con un brusco «pase», él abrió la puerta y entró.

    El estudio estaba tenuemente iluminado, con las cortinas en su mayoría corridas tapando el calor del día. Christian se sintió sofocado tan pronto como se abrió la puerta, y se preguntó cómo es que Daniel podía manejar esa sensación de encierro. Daniel estaba sentado en un sillón de cuero en el rincón más lejano de la habitación, aparentemente imperturbable. Estaba inclinado hacia delante, con los hombros caídos, y miró arriba mientras Christian entraba. Se levantó cortésmente y avanzó hacia delante para saludar a Christian estrechando su mano. Hubiera quizá abrazado afectivamente a otro hombre, pero Christian no era de los que ofrecían saludos afectivos. Se giró hacia el aparador y sirvió dos whiskies sin preguntar. Añadió un chorro de agua al suyo y el de Christian lo dejó derecho. Christian tiró de su cuello, por lo que Daniel abrió una ventana. No se había dado cuenta de lo poco que circulaba el aire en la habitación. De cualquier modo, no solía notar esta clase de cosas. Le acercó el vaso a Christian sin decir una palabra y regresó a su sillón. Christian, siguiendo su ejemplo, lo siguió sentándose delante de su viejo amigo. Christian lo miró con expectación, pero cuando vio que Daniel solo se había sentado y miraba su vaso, Christian tomó el mando.

    ―Se que me pediste visitarte por alguna razón, Daniel ―dijo Christian, con el ceño fruncido―. No he recibido una invitación tuya para visitas casuales en años. Estás muy ocupado para esa clase de cosas. No puedo recordar la última vez que nos hablamos el uno al otro sin referirnos como «Señor».

    ―Tú no eres ningún holgazán, viejo amigo, ―comentó Daniel, agitando el whiskie en su vaso antes de tomarlo de un solo trago―. Puede que ya no seas gobernador, pero tienes un buen grupo de futuros políticos frescos a quienes enseñar. Y sé que aún estás metido en todo. A tu padre puede no haberle gustado la política, pero has seguido más a tu suegro que a él. Te has hecho a ti mismo de un buen nombre.

    Christian gruñó, despreciando el recordatorio. A sus difamadores les gustaba decir que su suegro lo había «hecho», fijando, en su opinión, una cantidad injustificada de crédito al hecho de que se había casado bien. ―No estamos aquí para hablar de mí, ―recordó―. No pareces como si tuvieras buenas noticias. ¿Por qué me solicitaste esta reunión?

    Daniel sacudió la cabeza, poniéndose de pie para rellenar su vaso. ―Es ese pedazo de basura de cajún sin valor con quien mi hija se casó. Le advertí sobre él desde un principio. Debí haberla desheredado por actuar en contra de mis deseos, pero es mi pequeña niña, y a diferencia de su hermana, nunca me había pedido nada hasta que me rogó que la dejara casarse con él. Creo que ha pasado mucho desde que se arrepintió, pero no es hasta ahora que me ha dado la razón, sin importar mi preocupación por su bienestar. ―Se sentó de nuevo en el sillón opuesto a Christian―. Rene tiene problemas con el juego. Annette nunca lo supo hasta después de la boda, cuando descubrió que había, de hecho, perdido la mayor parte de su fortuna antes de que ellos hubieran siquiera comenzado a salir. Fue tremenda sorpresa para ella, descubrir que su esposo se había casado con ella porque su padre era rico. Estoy seguro de que se siente como una tonta ya que parecía realmente estar enamorada de él, e incluso al haber rogado por mi permiso. De hecho, ella culpa de ello a su primer aborto. Aun así, nunca me lo dijo, ni a nadie más.

    ―¿Y tú crees que fue por el aborto? ―Christian preguntó cauteloso.

    Daniel negó con la cabeza. ―No lo sé. ―Pasó una mano inquietamente por sus ojos―. Ella heredó una enorme cantidad de dinero en su vigésimo quinto cumpleaños, además del dinero que le di cuando se casó, y las escrituras de varias propiedades que firmé a su nombre. Ha de ser difícil para un hombre arruinarme por completo, ya que me he hecho de buena fortuna a lo largo de los años, pero Rene hizo un viaje largo a Las Vegas con algunos amigos, y perdió cada centavo. Annette me confesó que él la convenció de poner pronto todas las cuentas y escrituras a su nombre al igual que al de ella, diciéndole que era cuestión de amor y confianza y toda esa mierda. Eso le hace sentir a ella aún peor. Perdió todas las propiedades y todo el dinero. No tienen ahora ni un centavo a su nombre.

    Los hombros de Daniel cayeron hacia delante de nuevo. ―He tenido algunos problemas de salud últimamente, y, para ser sincero, no estoy seguro de saber cuánto tiempo me queda. Tuve la intención de dejar la mayor parte de la propiedad a Annette, ya que ella tiene un hijo a quién heredar, y sólo Dios sabe si Jacqueline se casará algún día. Pero ahora, ¿Cómo podría? No puedo siquiera soportar la idea de darle dinero para sacarla de este embrollo, sabiendo que la comadreja que tiene por marido meterá sus patas en esto. Si fuera únicamente él, claro que lo dejaría pudrirse, pero no le puedo hacer eso a mi dulce e ingenua hija. He pensado en incriminarlo de alguna manera, pero en ese caso yo sería tan malo como él. Así que, viejo amigo, como podrás ver, estoy atrapado entre la espada y la pared.

    Christian intentó mantener la sorpresa y el disgusto fuera de su rostro. No era algo que pudieran entender en su círculo social. El daño hacia la reputación de Daniel y su familia sería terrible. ―¿Quién más sabe de esto?

    Daniel sacudió su cabeza negando. ―Nadie. Nos las hemos arreglado para mantenerlo lejos de la prensa. Si vuelve a suceder... ―No pudo siquiera terminar su pensamiento. Había trabajado tan duro para mantener en alto el nombre de su familia y construir un imperio que continuara dando sustento a su familia, y ahora estaba todo en juego por un cajún malviviente. Enterró su cabeza entre sus manos. Deseaba haber persuadido a su hija de casarse por dinero.

    Christian se reclinó en el sillón, tratando de pensar en una solución. Él tenía también algún tipo de problema con la herencia en su familia, por lo que se preguntó si no habría forma de matar dos pájaros de un tiro. Sus ojos se abrieron casi de inmediato. ―¿Y qué si te digo que creo que tengo una solución a todos tus problemas?

    Daniel lo miró inquisitivamente. ―No me puedo siquiera imaginar que puedes. Pero, de cualquier forma, escuchémoslo. Mis opciones son muy limitadas por ahora. Viejo amigo, si puedes ayudarme a salir de este dilema, estaré por siempre en deuda contigo. Estoy perdido sobre qué es lo que

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