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Entramados en el Mezquital: Treinta años de investigaciones interdisciplinarias del Proyecto Valle del Mezquital
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Entramados en el Mezquital: Treinta años de investigaciones interdisciplinarias del Proyecto Valle del Mezquital
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Entramados en el Mezquital: Treinta años de investigaciones interdisciplinarias del Proyecto Valle del Mezquital

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Entramados en el Mezquital expresa resultados, conceptos y perspectivas de El Proyecto Valle del Mezquital de larga data y ambiciosos alcances, cuyo objetivo ha sido indagar en las interacciones dinámicas que han tenido lugar en los tres últimos milenios en el territorio del Valle del Mezquital. Refleja también la evolución del pensamiento arqueoló
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2020
ISBN9786075394442
Entramados en el Mezquital: Treinta años de investigaciones interdisciplinarias del Proyecto Valle del Mezquital

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    Entramados en el Mezquital - Alejandra Castañeda Gómez del Campo

    Dávila

    INTRODUCCIÓN

    EL VALLE DEL MEZQUITAL

    PERSPECTIVAS Y 30 AÑOS DE INVESTIGACIONES

    Fernando López Aguilar,¹ Haydeé López Hernández²

    y Clementina Battcock³

    —¿Y qué han encontrado?

    —Pues nada.

    Pensó un poco y afirmó:

    —Seguramente son teóricos.

    Traen alguna teoría.

    Está bien, por algo se empieza.

    En julio de 1985 se dio inicio al Proyecto Valle del Mezquital para coadyuvar en la formación de los estudiantes de la licenciatura en Arqueología, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Su objetivo, desde entonces, era

    generar un proyecto de investigación regional que permitiera, con el concurso de distintas disciplinas antropológicas, enfrentar una investigación de tipo multidisciplinario y llevar a la práctica diversos postulados teóricos y metodológicos en el grupo otomí, que aunque ha sido estudiado desde enfoques derivados de la antropología social y de la sociología, en general se ha dejado de lado el conocimiento, en una perspectiva histórica, del desarrollo de sus distintas formas adaptativas al medio ambiente, de los cambios de sus formas culturales y en su modo de vida, como resultado de su interacción con otros grupos sociales y de su interacción en sistemas económicos más amplios [López y Trinidad, 1987: 1].

    En efecto, en general los estudios antropológicos en esta región se habían confinado a los proyectos indigenistas, mientras que la investigación arqueológica estaba casi ausente, salvo por las exploraciones hechas en Tula a principios de la década de 1940, por lo que para esas fechas no se contaba con estudios integrales ni diacrónicos. Luego del recorrido que hiciera Desiré Charnay (1828-1915) por el Altiplano mexicano, en su segunda visita al país en 1880, y de que propusiera que ésta era la antigua Tollan,⁵ la región no fue explorada ni fue objeto de atención por parte de los estudiosos de entonces, porque la mayor parte de éstos (por ejemplo, Leopoldo Batres Huerta, Manuel Gamio Martínez y Enrique Palacios Mendoza) veían en Teotihuacan, en el Estado de México, la antigua ciudad descrita por fray Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de la Nueva España.

    La duda y el debate, como es bien sabido, se originaron en 1937, cuando Miguel Othón de Mendizábal (1890-1945) hizo lectura de su trabajo La filiación lingüística de los chichimecas de Xolotl en las primeras conferencias de la recién creada Sociedad Mexicana de Antropología. Entonces se decidió emprender un debate que decidiera la ubicación de la antigua Tollan y se realizó la Primera Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología (SMA).⁶ En esa ocasión, Alfonso Caso Andrade (1896-1970) comisionó a Jorge Ruffier Acosta (1904-1975) para emprender las primeras exploraciones en Tula, Hidalgo, y este lugar se convirtió en una de las zonas en constante exploración.

    La importancia atribuida a la zona de Tula no fue suficiente para ampliar la mirada de la arqueología a la región. Tal aridez es comprensible, dadas la concepción de la disciplina arqueológica hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX y la interpretación que entonces se tenía de los grupos otomíes. En aquellas décadas la arqueología estaba basada principalmente en el estudio (y, por tanto, exploración) de los sitios arqueológicos con características de urbanización, es decir, ciudades, pues se pensaba que éstas explicarían el destino de los pueblos, mientras que la agricultura se veía como el motor de la historia y de la urbanización.⁷ El Mezquital, una zona de semidesierto sin centros urbanos visibles, no reunía las características necesarias para ser foco de investigaciones de este tipo.

    Al interés por los centros urbanos de la arqueología, se sumó —complementándolos— la imagen que el siglo XX construyó sobre los otomíes: un grupo primigenio, porque era producto de una de las primeras migraciones ocurridas en el territorio ahora nacional —y, en este sentido, uno de los primeros en el territorio—, y porque era una sociedad primitiva, rudimentaria, sin civilización, es decir, el primer esbozo en el camino ascendente.

    Es posible que esta caracterización haya derivado de las descripciones de fray Toribio de Benavente, conocido como Motolinía, y de fray Jerónimo Mendieta, quienes consideraban que los chichimecas habían derivado de los grupos otomíes, lo que atestiguaba su antigüedad. Al menos éstas fueron las fuentes en las que se basó Alfredo Chavero (1841-1906) para describirlos como una de las primeras migraciones en el territorio (Chavero, 1888: 63-64). Esta interpretación, en general, se mantuvo a la vuelta del siglo. En su explicación sobre las migraciones y las culturas prehispánicas, Ignacio Marquina (1888-1981) señalaba, en la década de 1920, que los otomíes representaban los restos de aquellas migraciones chichimecas caracterizadas por su muy escasa civilización que se mezclaron con las arcaicas y no les permitieron absorber o mezclarse con las posteriores migraciones nahuas (guerreras y portadoras de la civilización). Así, consideraba que a diferencia de los arcaicos (la primera de las migraciones, base del resto de los pueblos, dada su extensión por el territorio),⁸ los otomíes no tuvieron vínculo con el resto de las migraciones y, por lo tanto, con los pueblos que alcanzarían la civilización (Marquina, 1928: 6-7).

    Con lo anterior, Marquina se desprendía, sin mencionarlo, de la propuesta que poco atrás hiciera Manuel Gamio (1924), sobre la importancia de los otomíes como primeros pobladores de la cuenca, tesis que, además, también sería debatida por Miguel Othón de Mendizábal en un erudito estudio basado en fuentes (1946b). Pero más allá del debate entre ambos autores, el resto de la comunidad arqueológica no discutió el problema que representaban los otomíes en el bosquejo del desarrollo prehispánico, por lo que las exploraciones en la región prácticamente fueron nulas.

    Su condición primigenia y de supuesto aislamiento en buena medida provocó casi la total ausencia de los otomíes en la historia prehispánica, en la que, desde el siglo XIX, predominó la exaltación del linaje nahua-mexica, con base en criterios evolucionistas y como apoyo al ego nacional, el cual buscaba afanosamente un origen majestuoso para proyectar el futuro que imaginaba, negándose a reconocer la posibilidad de haber partido de un estadio inferior, como lo establece la teoría para la evolución social de la humanidad, y como si esto pudiera actuar como un presagio funesto.¹⁰ Conforme se afianzó la genealogía mexica, los grupos otomíes abandonaron los primeros escaños cronológicos del linaje prehispánico.¹¹

    Curiosamente, conservaron el atributo de primitivos. Y en ello, la pregunta saltaba a la vista: ¿por qué? ¿Cómo era posible explicar el estancamiento evolutivo de estas poblaciones en pleno siglo XX? El interés por los restos prehispánicos y la discusión sobre la ubicación cronológica de estos desarrollos cedió paso a los estudios antropológicos y a la preocupación sobre las condiciones de miseria e insalubridad de los habitantes del Valle del Mezquital.

    La región, semidesértica, sin fuentes de agua, rural, se imaginó aislada e incomunicada del centro político del país¹² y se convirtió en uno de los laboratorios ideales para que el indigenismo observara y tratara de resolver la pobreza y la marginación indígena, desde las exploraciones realizadas por Andrés Molina Enríquez en Jilotepec y por Jacques Soustelle en San José del Sitio, en el Estado de México, hasta el establecimiento del Internado Indígena Regional y la celebración del Primer Congreso Indígena organizado por el Departamento de Asuntos Indígenas en Ixmiquilpan.¹³ Estas acciones constituyeron los primeros eslabones de una larga cadena de proyectos que consolidaron la imagen de miseria (cultural y material) del otomí.

    De hecho, la imagen de pobreza de la región se mantuvo hasta las últimas décadas del siglo XX y fue una de las preocupaciones del Proyecto Valle del Mezquital en sus primeras temporadas de trabajo de campo.

    El otomí o hñahñu es un grupo al que de manera fundamental se le ha identificado con la región conocida como el Valle del Mezquital. La precariedad de sus formas de vida y lo árido del paisaje han hecho de ambos un mito. La esterilidad de su medio ambiente aunada con la pobreza —mutua causa y efecto— se han ligado desde hace siglos para determinar la historia del grupo. El medio ha generado un carácter y una actitud ante la vida vilipendiada por muchos de sus dominadores y admirada por los estudiosos de su cultura, por lo contradictorio que puede aparecer ante una mirada superficial [López, Fournier, Trinidad y Paz, 1988: El hombre y la naturaleza, s. p.].

    El objetivo, en general, era indagar todo el espectro histórico de esta población: Entender a la población que ocupó el Valle del Mezquital en sus distintos horizontes históricos, su carácter como grupo social, el papel desempeñado por estos grupos en torno a las sociedades estratificadas del Altiplano Central y en qué momento éstos adquirieron la conciencia étnica que caracteriza al grupo ñahñu actual (López y Trinidad, 1987: 1).

    Entonces, no había antecedentes de investigaciones arqueológicas en Hidalgo, salvo las ya referidas en Tula —que continuaron casi de manera ininterrumpida desde la década de 1940— y las que se llevaron a cabo poco tiempo atrás en la zona de Tepeapulco (1979-1980) como parte del proyecto Arqueología del Sur de Hidalgo (Abascal, Nieto y López, 1980). Sin embargo, en ninguno de estos casos se abordaron los problemas de la etnicidad otomí y la región del valle.

    Por ello, la propuesta de investigación del Proyecto Valle del Mezquital inició con el establecimiento de los límites de la región, integrando tanto los rasgos culturales como los geográficos y tomando como base el reconocimiento del terreno y el análisis de las fuentes coloniales, así como los estudios y las fuentes estadísticas, geográficas y ecológicas contemporáneas (López y Trinidad, 1987: 5).

    El concurso de diferentes disciplinas no era casual ni exclusivo para atender el aspecto de delimitación, sino parte nodal de la propuesta de investigación que se asumía como multidisciplinaria y que requirió de diferentes especialistas. Por ello, desde 1985 se abrió el Seminario Regional del Valle del Mezquital en la licenciatura de arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), con la finalidad de enriquecer la propuesta, así como de desarrollar y formalizar, desde diferentes disciplinas y programas de investigación, cada uno de los temas de trabajo que integraría al proyecto de largo plazo (López y Trinidad, 1987: 1). En este sentido, se planteó la ejecución de diversos subproyectos en etnohistoria, historia, antropología física, etnología y paleobotánica (López et al., 1988: Introducción, s. p.).

    La perspectiva resultaba pertinente, no sólo porque desde entonces la interdisciplina se proponía como ideal de la práctica científica y el proyecto asumía una postura procesual, sino también porque la región era ignota y requería un esfuerzo conjunto que partiera de diferentes puntos de vista. Así, desde la primera temporada se propuso un estudio sobre el estado de desnutrición de la población infantil de Cardonal dirigido por Martha Cahuich (López y Trinidad, 1987: 1) y, a partir de la siguiente, se generó un subproyecto etnoarqueológico, a cargo de Patricia Fournier, para "resolver los problemas vinculados con la organización del trabajo en la manufactura del denominado complejo cerámico del pulque", mientras se realizaban las actividades de prospección y excavación arqueológica y se llevaba a cabo un reconocimiento para prever las afectaciones que sufrirían los contextos por las obras de construcción de la Presa Zimapán (López et al., 1988: Introducción, s. p.). Se consideraba que la arqueología era un

    proceso general de investigación […] en el entendido de que el contexto arqueológico no es solamente aquel que se encuentra abandonado; para la resolución del problema es necesaria la recuperación de datos provenientes de cualquier evidencia de ocupación humana o de transformación cultural del paisaje (paisaje arqueológico), así como la información proveniente de la historia, la etnografía, etc., de manera que sea factible la reconstrucción histórica concreta del grupo [López et al., 1987: Introducción, s. p.].

    En otro sentido, la consulta de corpus novohispanos para complementar la investigación arqueológica de campo muestra la herencia en el proyecto de lo que podríamos llamar la tradición arqueológica de México, la cual, desde las primeras décadas del siglo XX (quizá por su cercanía a la historia patria decimonónica, o a la tradición enciclopedista de aquellos primeros estudiosos), encontraba en la lectura y la interpretación de los testimonios virreinales no sólo un recurso para comprender la cosmovisión de los pueblos prehispánicos, sino también parte de la práctica arqueológica en sí misma. En este contexto, en sus primeros años el proyecto estuvo vinculado cercanamente a los miembros del Seminario de Paleografía Novohispana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), así como a Sergio de la Peña, Carlos Martínez Assad y Sergio Sarmiento del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM, quienes participaron en las investigaciones que este instituto realizó en el Valle del Mezquital entre finales de la década de 1960 y principios de 1970.

    Dado el enfoque diacrónico, se planteó el registro de sitios tanto prehispánicos como históricos y modernos, con una cobertura total del recorrido. Y la perspectiva teórica era procesual, aunque, sin duda, desplegaba una marcada influencia de los presupuestos del materialismo histórico, lo que muestra la tendencia teórica de la época en los estudios arqueológicos en México. Presentaba, asimismo, el interés por mantener un compromiso [social] con las comunidades que se estudian. De esta forma, en la segunda temporada de campo se les ofreció a las comunidades apoyo para la conformación de bibliotecas comunitarias y asesorías para la búsqueda de agua potable y de recursos que permitieran almacenarla (López et al., 1987: Introducción, s. p.).

    Con el tiempo, sin embargo, el conocimiento de la región hizo cambiar sustantivamente la propuesta teórica inicial, así como discutir seriamente los supuestos y las prácticas de la misma arqueología:

    El enfrentar una problemática tan vasta [la etnicidad hñahñu] ha derivado no sólo en conjugar los intereses disciplinares de diversos campos del conocimiento, sino que también ha motivado a la reflexión grupal de los conceptos básicos de la antropología y de la perspectiva historicista que conlleva el conocimiento arqueológico. De muchas maneras las tesis uniformitarianistas y los planteamientos analógicos, derivados de las ciencias naturales, en lo particular, y de la ciencia capitalista en lo general, que hacen ver el pasado como el ejemplo de los procesos que se observan en el presente, han contaminado profundamente la investigación arqueológica, en la medida en que ni siquiera se ha sabido cómo se aplican esos supuestos, o bien, se utilizan de manera irracional y acrítica: nociones tales como las de clase social, cultura, etnia, territorio, etc., que han creado imágenes del pasado prehispánico de México, no han sido más que construcciones del investigador (que toma intuitivamente el modelo del presente proyectándolo hacia el pasado), cuya evaluación no se ha llevado a cabo, no sólo contra el dato construido, sino desde la reflexión teórica que subyace [López, 1994: 1].

    Estas reflexiones se alimentaron en buena medida tanto de la experiencia en campo como de las discusiones impulsadas por el Seminario Regional del Valle del Mezquital, que en ese momento mantenía su espíritu interdisciplinario e interinstitucional ahora bajo el nombre de Los hñahñü: caracterización de la frontera septentrional de Mesoamérica. Entonces se abandonaron postulados materialistas y se despertó el interés por encontrar metodologías y procedimientos analíticos y técnicos alternativos que impulsaran la creatividad teórica en las diversas disciplinas que confluían en el proyecto, con lo que se mantuvieron las escalas regional y de asentamiento (en el caso de la arqueología) y se propuso observar si el modelo del altépetl del siglo XVI era útil para el análisis de otros tiempos históricos y si la dispersión de las unidades habitacionales respondía a la estructura del linaje. Ambas categorías —altépetl y linaje— servirían para reconsiderar las propuestas iniciales sobre la etnicidad, la cual:

    debería manifestarse en el registro arqueológico no sólo como un aspecto unívoco, sino como un conjunto integrado de aspectos que permitirían la reproducción global de las diferencias y que se plasmarían en el paisaje como una serie de modificaciones a lo largo del tiempo que representarían un territorio simbolizado por la propia estructura de poder. [Así…] la dispersión no debería caracterizar una forma específica de la etnicidad, sino el contenido de los mecanismos de reproducción del sistema socio-cultural, cuya iteración y reiteración generaría los comportamientos jerarquizados observables desde la época prehispánica, para los cuales la forma espacial del asentamiento es sólo una respuesta particular [López, 1994: 2].

    Las teorías de la complejidad fueron el nuevo marco de acercamiento, y con ellas cambiaron las formas de percibir la región y sus problemas, para replantear, por ejemplo, el binomio etnia-marginación en busca de formas alternativas para referirse a grupos y periodos con relaciones distintas a las generadas por la modernidad y el capitalismo, así como la distribución de los sitios, sustituyendo las propuestas del análisis locacional (como el vecino más cercano, los hexágonos de Christaller, etc.) por los fractales (López, 1994: 2-3).

    La frontera mesoamericana, asimismo, se convirtió en un eje de análisis para la región que, tradicionalmente, se ha observado como periférica del y desde el Altiplano. Entonces, se propuso verla como el reflejo de un cambio gradual, tanto en el espacio temporal como en el geográfico, y analizarla de forma diacrónica y regional desde los espacios locales (generalmente observados como periféricos) del valle. Así, se impulsaron nuevos subproyectos para enfocar la investigación a partir del análisis de las pinturas rupestres (López, 1995), de la frontera sur del altépetl de Huichapan, y de la frontera teotihuacana-xajay, por ejemplo (López, 1997).

    Acorde con la visión procesual sistémica, el Proyecto Valle del Mezquital había estado trabajando con tres escalas de aproximación: la prospección a escala regional; la prospección a escala de sitio, y las excavaciones intensivas/extensivas en sitios determinados que, de manera amplia, se correspondían con la propuesta de David Clarke y Kent V. Flannery sobre las escalas macro, semimicro y micro, o escalas regional, de asentamiento y unidad habitacional, para buscar las relaciones espaciales entre artefactos, elementos culturales (features) y recursos (Clarke, 1977: 11-15; Flannery, 1976).

    A partir de la noción de altépetl se modificó la caracterización de la escala micro, pues, de acuerdo con la noción prehispánica que describe la unidad político-territorial, su territorio incluía cabeceras, sujetos, recursos naturales y elementos simbólicos del paisaje, mientras que el poder residía donde se encontrara el gobernante en un momento determinado, es decir, un concepto que integra territorio, tiempo, espacio y cosmovisión (López Aguilar, 2005: 83-92).

    Así, la estrategia de escala micro (o de asentamiento) involucró territorios que hipotéticamente se correspondían con la jurisdicción del altépetl prehispánico,¹⁴ donde se iniciaron reconocimientos de cobertura total en una escala que rebasaba los límites de la unidad de asentamiento. De acuerdo con la hipótesis de García Martínez (1987), el territorio de los altepeme del siglo XVI concordaría (salvo procesos posteriores de segregación y fracturamiento) con el territorio de los municipios actuales. Con esa hipótesis, la escala de investigación semimicro se enfocó en la identificación de las dinámicas de los altepeme prehispánicos de Ixmiquilpan, Huichapan, Tecozautla, Nopala, Chapantongo y Alfajayucan.

    En excavación también se dio un importante giro metodológico. En los primeros años del proyecto se realizaban excavaciones extensivas, removiendo los estratos en el orden inverso a la deposición y registrando lo que en ese momento se denominaba contactos de capa, es decir, la superficie de los estratos. La estrategia extensiva significaba dar prioridad a la información de tipo contextual horizontal y la remoción y el registro completo del estrato antes de iniciar la intervención sobre el siguiente. Se trataba de un procedimiento que seguía las ideas de Philip Barker (1977) y retomaba algunos principios de Edward Harris (1979), en especial sobre la discusión de los términos ante quem y post quem, contra los artefactos residuales infiltrados y el significado de los objetos fechables en los estratos.

    A raíz de las discusiones y las lecturas realizadas en el marco del Seminario sobre Estratigrafía Arqueológica, donde participaron investigadores del Centro INAH Hidalgo, de la Dirección de Etnohistoria, de la ENAH, de la Dirección de Estudios Arqueológicos y del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), el proyecto decidió unificar criterios, términos y conceptos con los de la teoría estratigráfica de Edward Harris, en vista del alcance y el poder descriptivo, explicativo e interpretativo de las secuencias estratigráficas harrisianas. Desde ese momento, se suspendieron los sondeos por medio de pozos estratigráficos y se buscó la mayor cobertura en excavación de área o extensiva, de manera que se iniciaron las que se denominaron excavaciones miniextensivas, las cuales buscaban la remoción de unidades mínimas de asociación observables en superficie, desde áreas de actividad hasta espacios arquitectónicos cerrados, como cuartos, entrecalles, etc., y se efectuaban también cuando era imposible la excavación de unidades amplias como casas, montículos o estructuras.

    A partir de entonces y con base en las teorías de la complejidad, se abordan problemas como: la caracterización del altépetl Ixmiquilpan, su historia y su morfogénesis desde el Epiclásico hasta finales del siglo XVI, considerando que las interacciones entre linajes del clan cónico producen un metasistema jerarquizado que se repite sobre sí mismo y que genera fluctuaciones en la jerarquización a lo largo del tiempo; la configuración de las autonomías regionales durante el Clásico y el Epiclásico, sobre todo la de la cultura xajay y su relación con la expansión teotihuacana en la región; la construcción de fronteras e interacciones con consecuencias de largo plazo en la conformación del paisaje cultural, en especial, en la sacralización de montañas y cerros que darán lugar a los mitos fundacionales de los grupos aztecas del Posclásico Tardío, y, en relación con este último problema, el profundo vínculo entre el proceso de llegada y migración de los grupos nahuas y la organización y la estructura del altépetl mesoamericano.

    La identificación de tradiciones tecnológicas y su transmisión o pérdida en el tiempo, así como la caracterización de cada una de ellas se realizan por medio de análisis de cadenas operativas para diferentes industrias (cerámica, lítica, hueso, concha), y se está abriendo a una perspectiva más amplia, como la constructiva. El estudio de las cadenas operativas, junto con la dimensión fractal de pastas o diseños y otras aproximaciones, se realiza con la finalidad de trazar una aproximación al dilema de las múltiples identidades de los grupos mesoamericanos durante la época prehispánica.

    Al mismo tiempo, se impulsaron varios subproyectos que integraron las preocupaciones de la etnografía, la antropología visual y la museografía. En el año 2000 se inició el proyecto de apertura del Museo Arqueológico de Huichapan, con:

    la intención de construir un lugar de encuentro y convivencia en el que se manifiesten y reproduzcan aquellos valores humanos propios de la cultura milenaria del pueblo huichapense […] enfatizando en la responsabilidad individual y colectiva que requiere el formar parte de una sociedad en constante transformación y en donde los valores del pasado y del futuro se mimetizan para crear un compromiso ineludible encaminado a salvaguardar su legado histórico [Proyecto de creación…, s. f.: 2-3].

    El espacio museográfico abarcaba las manifestaciones humanas precolombinas asentadas en la región noroccidental del Valle del Mezquital (municipios de Huichapan, Tecozautla, Nopala y Chapantongo), con una colección conformada por 154 objetos arqueológicos (de cerámica, lítica y concha) provenientes tanto de los trabajos de investigación del Proyecto Valle del Mezquital como de aquellos resguardados en la Casa de Cultura de Huichapan (Proyecto de creación…, s. f.: 5-7).

    Inaugurado en 2003, el Museo Regional de Huichapan fue el primero de su tipo en Hidalgo. Si bien en 2011 se reestructuró para integrar el periodo histórico transformándose en el Museo de Arqueología e Historia de Huichapan, la experiencia museográfica sirvió para que en 2005 se rehabilitara el Museo de la Cultura Hñahñu en Ixmiquilpan, con la participación del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. En la elaboración y la ejecución de este museo participaron Anastacio Botho Gaspar, de la Academia de la Cultura Hñahñu, y Francisco Luna Tavera, quienes lograron la creación de un espacio multivocal que integró la interpretación de los propios otomíes de su historia y etnografía. En el guion se especificaba:

    Se plantea una reestructuración general que muestre la historia de la región del Valle del Mezquital desde la perspectiva prehispánica, colonial y etnográfica. El replanteamiento general del museo implica sentar las bases para la creación de una Red de Museos Regionales, del cual ya se encuentra funcionando el Museo Regional de Huichapan. Éste, con un carácter eminentemente arqueológico, cubre la información que hasta hoy se tiene sobre la cultura hñahñu en el Valle del Mezquital para las épocas prehispánicas. En el Museo de la Cultura Hñahñu de Ixmiquilpan sólo se retomarán algunos elementos vinculados con las unidades políticas más importantes de la prehispanidad, como eje rector para la construcción de un discurso museográfico que abarque los aportes culturales ocurridos después de la conquista española y los modos en que se fueron construyendo los elementos simbólicos en la región [López Aguilar, Luna Tavera y Botho Gaspar, 2005].

    En buena medida, el trabajo en antropología visual y etnografía sobre los rituales hñahñu contemporáneos, realizado con el apoyo de Francisco Luna Tavera y Elisa Lipkau, coadyuvó a la reflexión sobre los temas expuestos en la museografía. Efectivamente, entre 2005 y 2006 se llevaron a cabo diversas acciones etnográficas para documentar el carnaval de la comunidad del Espíritu en Alfajayucan, que inicia el 21 de diciembre y culmina en la Semana Santa, así como la filmación de la ceremonia de ofrenda al Santo Niño, patrono de Naxtey, y de la ceremonia conocida como Flor de Matrimonio. Parte de esta información se le proporcionó a Lourdes Báez y al grupo de etnógrafos que realizaba el Atlas etnográfico del INAH correspondiente a Hidalgo.

    Los problemas emergentes que reformulaban la investigación del Valle del Mezquital se presentaron al Consejo de Arqueología en 2006. En él se reiteraba el carácter interdisciplinario de la investigación, con fuerte interacción entre la etnografía, la etnohistoria y la arqueología:

    La idea central que rige este proyecto es que durante la época prehispánica la cosmovisión se plasmaba en el ordenamiento territorial en una articulación sistémica basada en la reiteración en la que el espacio se construía y recreaba, al menos desde el periodo Clásico hasta el Posclásico tardío, con base en una unión indisoluble de la concepción de tiempo y espacio basada en el orden cosmogónico. La construcción del espacio sagrado se expresaba en la noción de altépetl o andehé-antoho en hñahñú de manera diferenciada en el tiempo, por época y por cultura, y podría observarse con independencia de la escala, es decir, resulta autosimilar en lo local y en lo global, en el corto y en el largo plazo […] La repetición sobre sí mismo da lugar a un nuevo nivel de control jerárquico, llamado a veces hueyaltépetl y que cada repetición de este proceso agrega nuevos niveles jerárquicos en un modo de crecimiento y colapso no lineal [López Aguilar, 2006].

    Hoy, el bucle cognitivo de la arqueología mesoamericana tiene cinco modos para encontrar respuestas a las cuestiones arqueológicas: la arqueología como fuente de problemas y construcción de inferencias; la observación etnográfica desde la perspectiva arqueológica (también llamada etnoarqueología o arqueología de grupos vivos); las fuentes históricas y etnohistóricas; la experimentación y la construcción de modelos de simulación.

    En 2007 se retomaron las exploraciones en el sitio Pahñu que se habían iniciado en la década anterior en colaboración con Luis Morett y la Universidad Autónoma de Chapingo. Esta vez, el proyecto de investigación específico buscaba ampliar la información que años atrás se había obtenido sobre la que en su momento se denominó cultura de las mesas, por las exploraciones en Zethé y Pahñu, y que se renombraba como cultura xajay (López, Vilanova y Guilliem, 2007). Las investigaciones en el territorio xajay, autónomo con respecto a Teotihuacan durante el periodo Clásico y altépetl independiente en el Epiclásico, permiten hacer una importante aproximación sobre la construcción de los espacios autonómicos y la discontinuidad territorial de los ámbitos de control de los sistemas mesoamericanos del Altiplano Central. A estas inquietudes académicas se sumó la responsabilidad de ampliar la exploración de la zona para su apertura al público en 2012, pues el Proyecto Pahñu formó parte del Plan Nacional de Desarrollo 2006-2012 (López Aguilar y Farías, 2014).

    Al espacio de la zona arqueológica se le consideró como un museo al aire libre que debería mostrar elementos de la cosmovisión de los grupos xajay, sus advocaciones y sus prácticas rituales, como una forma de complementar la perspectiva de la red de museos regionales asociados con la cultura hñahñu del Valle del Mezquital (López Aguilar, Sandoval y Farías, 2012).

    Finalmente, desde 2008 las investigaciones regresaron a Ixmiquilpan a propósito de la solicitud de los comuneros de El Maye, quienes tenían la pretensión de construir un parque ecológico cultural que incluyera las evidencias arqueológicas detectadas por ellos mismos en un cerro conocido como la Fortaleza. Las evidencias de unidades habitacionales cortadas por la carretera del Eranfri permitieron modificar el planteamiento de los comuneros y se iniciaron las excavaciones en El Maye y las investigaciones en torno del altépetl Ixmiquilpan. Las investigaciones incluyeron la integración de los datos de prospección obtenidos en los primeros años del proyecto; nuevos reconocimientos de superficie en el sur del territorio, en las inmediaciones de El Maye y Panales; la lectura de las fuentes etnohistóricas; la información etnográfica proporcionada por los comuneros, y la lectura iconográfica de las pinturas murales de Ixmiquilpan y del Códice Las Pilas —localizado en marzo de 2005 durante las investigaciones del proyecto en la comunidad de ese nombre del municipio de Nicolás Flores, y que evoca la fundación de la cabecera y sus sujetos durante las congregaciones efectuadas en los primeros años del virreinato, con base en las tradiciones de desacralización y fundación de los altepeme del centro de México— (López Aguilar, en prensa).

    Con base en esos estudios, hoy podemos imaginar cómo fue la cabecera prehispánica de Ixmiquilpan en los momentos anteriores a la conquista española y las transformaciones ocurridas en los primeros años del virreinato. Se han podido identificar las cabeceras náhuas (San Nicolás) y otomí (El Maye), así como el papel fronterizo del convento, donde están representados los glifos de ambas; también se ha propuesto la modificación del significado del topónimo hacia la raíz Ixmiquiliztli, el lugar de la muerte a filo de pedernal, o campo de batalla ritual, que se encontraba en los parajes fronterizos donde se construyó el convento (López Aguilar, 2009), y se han identificado sistemas tecnológicos en cerámica y lítica para este periodo de transición.

    Así, hasta 2017 se habían realizado más de 25 temporadas de campo en las que se formaron estudiantes de la licenciatura, la maestría y el doctorado en Arqueología de la ENAH, en las competencias necesarias para la realización de prospecciones, excavaciones y análisis de materiales y se fomentó la vinculación de sus investigaciones de tesis con algún tema del proyecto para una adecuada formación teórico-práctica.¹⁵

    A lo largo de estas tres décadas de investigación, el Proyecto Valle del Mezquital ha contado con la colaboración de numerosas instituciones, como el Centro INAH Hidalgo, el gobierno del estado de Hidalgo, el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Hidalgo (Cecultah), el Museo Nacional de Agricultura de la Universidad Autónoma de Chapingo, el Banco Mundial, la Universidad de la Sorbona, la Escuela de Altos Estudios en Ciencia Sociales de París (EHESS), el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (Cemca), el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia, la Universidad de la Sorbona París 4, y las universidades de París 1 y París 7, y ha recibido estudiantes internacionales de Perú, Cuba, Colombia, Alemania, Corea, Polonia, España, Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Asimismo, numerosos especialistas y autoridades de la cultura y del gobierno de la zona, como Fernando Jiménez y José Vergara, así como los miembros de cada una de las comunidades y diferentes actores de la región, como el diácono Bernardo Guizar, Francisco Luna Tavera (†), Anastacio Botho —de la Academia de la lengua hñahñu—, don Antonio Cadena, don Gregorio Secundino y su hijo Fernando Secundino, aportaron su valioso conocimiento en diferentes ámbitos para enriquecer la mirada sobre el Valle del Mezquital.

    Los alcances obtenidos en 30 años no agotan las preguntas e inquietudes en torno del Valle del Mezquital, sino que, por el contrario, abren nuevas interrogantes. Hoy se pretende mantener la mirada interdisciplinaria y vincular el Mezquital con las regiones aledañas, faceta en la que la integración de la disciplina histórica y la crítica de fuentes serán capitales. En las prácticas más avanzadas de la investigación arqueológica, el conocimiento implica un triángulo cognitivo donde la arqueología, la etnoarqueología y la arqueología experimental conforman los vértices de las interacciones para resolver los dilemas y las preguntas sobre el pasado. Esta interacción da sentido a la etnografía y al experimento arqueológico, ya que la observación de procesos en sociedades vivas y la repetibilidad del experimento permiten establecer procedimientos alternativos y complementarios al de la práctica arqueológica.

    Desde sus inicios, el estudio de documentos y manuscritos indígenas elaborados en la época prehispánica y novohispana ha sido de gran importancia porque ha generado y conducido problemas y programas de investigación, al grado de que se ha desarrollado la etnohistoria como una rama especializada del conocimiento histórico. Es por ello que, con base en el Proyecto Valle del Mezquital, se ha considerado que es factible integrar esta disciplina para conformar un cuadrángulo cognitivo propio de una arqueología mexicana, en el que resulta esencial el estudio de los documentos escritos, integrado con el de los edificios y el de los monumentos históricos, así como con el de los restos de la actividad humana posteriores a la conquista española.

    La aportación de la historia implica la crítica de las fuentes documentales para rebasar la simple recopilación de documentos o papeles. El análisis de la información con la que se apoyan los argumentos debe contrastarse con los datos de la arqueología, la etnografía y la arqueología experimental.

    Con la construcción de este cuadrángulo epistémico, la arqueología puede aproximarse de manera efectiva al conocimiento del pasado humano y a las investigaciones sobre los universos extintos, junto con la historia-etnohistoria, la etnografía arqueológica y la arqueología experimental. La indagación paulatina y cuidadosa del espacio físico y de los contextos arqueológicos, el examen detenido de los vestigios y los documentos, la recopilación de la historia oral y la observación de las prácticas vivas, junto con la sólida formulación de hipótesis experimentales, pueden orientar nuestra percepción y entregarnos un perfil mejor delineado, mucho más preciso, de aquellos estilos de vida que quedaron sepultados.

    Los nuevos planteamientos, así como el cúmulo de reflexiones y datos emanados de 30 años de experiencia interdisciplinar en la región, han coadyuvado a percibir de manera más compleja y sofisticada la aparente marginación de los grupos que la habitaron, eludiendo la centralidad de la mirada y desmitificando la precariedad de sus formas de vida y lo árido del paisaje como causal de su pobreza, para insertarlos como actores activos de un pasado en constante reinterpretación.

    ***

    En el año 2015 el Proyecto Valle del Mezquital cumplió 30 años de haber iniciado sus investigaciones. Para conmemorar el aniversario se invitó a los autores de este volumen a participar con sus trabajos. A seis lustros de distancia, el Valle del Mezquital sigue siendo un espacio de múltiples interrogantes que alimentan epistemológica y metodológicamente el proyecto.¹⁶ De lo anterior da cuenta el trabajo de Fernando López Aguilar que abre este volumen y nos presenta un cuadro complejo, tanto por la cantidad de información como por su erudición, sobre las hipótesis que se han hecho para comprender los diferentes asentamientos en el Valle (desde la llegada de los primeros pobladores hasta los asentamientos aztecas en la región) y sus significados: la interpretación del espacio sagrado, los procesos de fundación y de migración, con base en las investigaciones etnográficas, la arqueoastronomía y los sistemas complejos. Su texto no sólo da cuenta de las investigaciones realizadas y los planteamientos a lo largo de estos 30 años, sino que aporta reflexiones y propuestas sobre varios de los problemas que enfrenta la disciplina arqueológica para comprender a las sociedades pasadas en diferentes escalas y, desde la perspectiva interdisciplinaria, los retos y las inquietudes que anidan en el trabajo arqueológico en aras de comprender el

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