Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Hamlet
Hamlet
Hamlet
Libro electrónico169 páginas1 hora

Hamlet

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En Hamlet, la gran tragedia de SHAKESPEARE, para muchos la mejor de cuantas escribió, encontramos su poesía más oscura y luminosa en boca de un príncipe melancólico que intenta vengar, acosado por fantasmas internos y externos, a su padre muerto. Esta traducción de RAÚL ZURITA, fiel a la fuerza conmovedora del autor inglés, compone también uno de los momentos más altos de su propia obra poética.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2017
ISBN9789563790542
Autor

William Shakespeare

William Shakespeare is the world's greatest ever playwright. Born in 1564, he split his time between Stratford-upon-Avon and London, where he worked as a playwright, poet and actor. In 1582 he married Anne Hathaway. Shakespeare died in 1616 at the age of fifty-two, leaving three children—Susanna, Hamnet and Judith. The rest is silence.

Relacionado con Hamlet

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Hamlet

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Hamlet - William Shakespeare

    Ríos

    Personajes

    Claudio, Rey de Dinamarca

    Gertrudis, Reina de Dinamarca

    Hamlet, Príncipe de Dinamarca

    Fortimbrás, Príncipe de Noruega

    La sombra del Rey Hamlet

    Polonio, Sumiller de Corps

    Ofelia, hija de Polonio

    Laertes, hijo de Polonio

    Horacio, amigo de Hamlet

    Voltiman, cortesano

    Cornelio, cortesano

    Guildenstern, cortesano

    Rosencrantz, cortesano

    Osric, cortesano

    Marcelo, soldado

    Bernardo, soldado

    Francisco, soldado

    Reynaldo, criado de Polonio

    Dos embajadores de Inglaterra

    Un cura

    Un caballero

    Un capitán

    Un criado

    Dos marineros

    Dos sepultureros

    Cuatro comediantes

    ACTO I

    Escena 1

    Bernardo, Francisco. Explanada delante del Palacio Real de Elsinor. Noche oscura.

    Bernardo: ¿Quién está allí?

    Francisco: No, respóndame usted. Deténgase y diga quién es.

    Bernardo: ¡Viva el Rey!

    Francisco: ¿Eres Bernardo?

    Bernardo: Sí, soy yo.

    Francisco: Tú eres el único que se preocupa de ser puntual.

    Bernardo: Ya son las doce, puedes irte a dormir.

    Francisco: Mil gracias por el cambio. Hace un frío de pelarse y siento una opresión en el pecho.

    Bernardo: ¿Todo tranquilo?

    Francisco: Positivo, no se ha movido ni la cola de un ratón.

    Bernardo: Buenas noches. Si ves a mis compañeros de guardia, Horacio y Marcelo, diles que se apuren.

    Francisco: Me pareció oírlos. ¡Alto allí! ¿Quién anda?

    Escena 2

    Horacio, Marcelo, Francisco, Bernardo.

    Horacio: Amigos de este país.

    Marcelo: Y fieles vasallos del Rey de Dinamarca.

    Francisco: Buenas noches.

    Marcelo: Buenos sueños, soldado. ¿Quién te relevó en la guardia?

    Francisco: Bernardo quedó en mi lugar. Buenas noches.

    Marcelo: ¡Hola! ¡Bernardo!

    Bernardo: ¿Quién está allí? ¿Es Horacio?

    Horacio: Al menos un pedazo de él.

    Bernardo: Horacio, Marcelo, ¿qué tal?

    Horacio: ¿Y qué? ¿Se ha vuelto a aparecer esta noche?

    Bernardo: Yo no he visto nada.

    Marcelo: Horacio dice que es solo una ilusión y no cree nada de lo que le he dicho de ese espantoso espectro que hemos visto ya dos veces. Por eso le pedí que haga guardia con nosotros, para que si esta noche vuelve a aparecer esa cosa se convenza y le hable si quiere.

    Horacio: No jodan. No se aparecerá.

    Bernardo: Sentémonos un rato, y aunque te apesta oírlo, deja que te contemos de esa cosa que se nos ha aparecido ya dos noches seguidas.

    Horacio: Está bien, sentémonos y escuchemos a Bernardo.

    Bernardo: Antenoche, cuando la estrella que ahora resplandece iluminando el negro cielo ya había terminado su viaje desde el Oeste del polo y el reloj marcaba la una, Marcelo y yo...

    Marcelo: Shhht, cállate y mira, que allí viene otra vez.

    Bernardo: Con la misma figura que tenía el difunto Rey.

    Marcelo: Tú que eres letrado, Horacio, háblale.

    Bernardo: Mírala, Horacio, ¿no se parece al Rey?

    Horacio: Sí, es impresionante... me llena de zozobra y miedo.

    Bernardo: Quizás quiere que le hablen.

    Marcelo: Háblale, Horacio.

    Horacio: ¿Quién eres tú, que le usurpas el tiempo a la noche junto a la estampa guerrera y majestuosa conque solía pasearse nuestro soberano, el difunto Rey de Dinamarca? Por el santo cielo, habla.

    Marcelo: Parece que está irritado.

    Bernardo: ¿Ves? Se va, como si nos despreciara.

    Horacio: Quienquiera que seas, ¡detente y habla! Yo te lo ordeno. ¡Habla!

    Marcelo: Ya se fue. No quiso respondernos.

    Bernardo: ¿Y qué tal, Horacio? Pero estás blanco como una vela y tiemblas entero. ¿Sigues creyendo que es nuestra imaginación?

    Horacio: ¡Madre mía! Nunca lo habría creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos.

    Marcelo: ¿No es igual al Rey?

    Horacio: Como tú a ti mismo. Y era esa la armadura que llevaba cuando peleó contra el engreído Rey de Noruega, y así mismo arrugaba el ceño cuando, en un arrebato de furia, de un solo golpe hizo rodar por el hielo al polaco... ¡Pero qué aparición tan extraña!

    Marcelo: Pues ya se nos ha aparecido dos veces a esta misma hora de la noche, paseándose con su atavío de guerra.

    Horacio: Pero, ¿por qué se aparece? Es como si quisiera algo, no entiendo, pero en mi cabezota presiento que es anuncio de grandes cambios en nuestro país.

    Marcelo: Bueno, sentémonos y díganme: ¿por qué abruman todas las noches a la gente con tantos centinelas y guardias, y por qué ese mar de cañones de bronce y máquinas de guerra traídas del extranjero? ¿Para qué es esa muchedumbre de carpinteros trabajando en los barcos sin parar haciendo del domingo otro día más de la semana? ¿Qué razón hay para que tantos obreros fundan con sus penosas fatigas el día con la noche?... ¿Quién podría decírmelo?

    Horacio: Te cuento al menos los rumores. Como todos saben, nuestro último Rey, cuyo doble acabamos de ver, fue provocado por el empavonado Rey de Noruega, Fortimbrás. En ese combate el valiente Hamlet, cuyo nombre se hizo famoso en todo el mundo conocido, mató al noruego, con quien había acordado mediante un contrato de honor sellado por las armas que el que muriese le cedería al otro todos los países que estaban bajo su dominio. Si nuestro Rey hubiese perecido, todas sus posesiones habrían pasado a manos de Fortimbrás, pero como él venció recayó todo en Hamlet. Ahora su calenturiento hijo, el joven Fortimbrás, imberbe pero lleno de presunción, ha andado recorriendo de aquí para allá las fronteras de Noruega reclutando turbas de gentes hambrientas a quienes el estómago los obliga a convertirse en valientes, para recuperar en batalla las naciones que perdió su padre. Por eso estamos haciendo guardia y, según presumo, es la razón de todos estos resguardos y el origen de la agitación en que se revuelca todo el reino.

    Bernardo: Si no es esa la causa no entiendo cuál podría ser... y parece confirmarlo el espantoso espectro que hemos visto aparecer completamente armado en nuestro puesto, con la figura del que fue y es el causante de estas guerras: nuestro difunto Rey.

    Horacio: Es por cierto algo que oscurece el entendimiento. En el tiempo más glorioso y feliz de Roma, poco antes que el gran Julio César cayese asesinado, las tumbas quedaron vacías y con sus mortajas a cuestas, los cadáveres vagaron por las calles de la ciudad hablando en lenguas llorosas e incomprensibles, los astros se agigantaron como inmensas ruedas de fuego rodando por el firmamento haciendo llover sangre del cielo, y el sol tapado por la funesta luna eclipsó a la húmeda estrella sobre la cual el imperio de Neptuno ejerce su dominio como si hubiese llegado el día del Juicio. Ya se han visto iguales anuncios de hechos terribles, ya hemos contemplado esos cometas con sus flamígeras colas avisando de funestos destinos, ya antes la tierra y el cielo habían anticipado violentos cambios para nuestra nación y sus vasallos... Pero shhht. ¿Lo ven?... allí... vuelve... Aunque el terror me congela le saldré al camino… ¡Detente, ilusión! Si puedes emitir sonidos, háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún provecho para tu descanso y mi perdón, háblame. Si conoces los hados que amenazan a tu país y que, si se los prevén felizmente, pueden evitarse, ¡ay!, háblame... O si acumulaste en tu vida fortunas mal habidas por lo que, según se dice, los espíritus siguen vagando después de la muerte sin hallar paz, háblame. Detente y habla... Marcelo, ¡detenlo!

    Marcelo: ¿Le doy con mi lanza?

    Horacio: Sí, si no se detiene.

    Bernardo: Aquí está.

    Horacio: Aquí.

    Marcelo: Se ha ido. Él es un Rey y nosotros lo irritamos amenazándolo con violencia. Más todavía si es invulnerable. Es para la risa, nuestras espadas no pueden herirlo como no pueden herir el aire.

    Bernardo: Pero justo cuando parecía que iba a decir algo cantó el gallo.

    Horacio: Es cierto, y se estremeció como el rufián que escucha su condena a la horca… Miren, he oído decir que el gallo es el clarín de la mañana y que con su alto y agudo canto despierta al dios del día, y que entonces todos los espíritus que ruedan errantes por la tierra o el mar, el fuego o el aire, vuelven huyendo a sus moradas. El fantasma que hemos visto parece confirmarlo.

    Marcelo: En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor, este pájaro matutino canta toda la noche y entonces ningún alma se atreve a salir de su tumba, las noches son benignas y ningún siniestro planeta influye malignamente y ninguna maldición se cumple y las brujas ya no tienen poder para sus conjuros. ¡Felices esos días sagrados!

    Horacio: Yo en parte también lo creo. Pero vean cómo ya la rojiza piel de la mañana cubre de rocío la alta colina del Oeste. Terminemos nuestra guardia y vamos donde el joven Hamlet. ¿No creen que es nuestro deber contarle lo que hemos visto? Porque aunque a nosotros no nos ha dicho nada, por mi vida que ese fantasma hablará con él.

    Marcelo: Sí, sí, vamos. Estoy seguro dónde lo encontraremos esta mañana.

    Escena 3

    Claudio, Horacio, Bernardo, Marcelo, Voltiman, Gertrudis, Hamlet, Polonio, Laertes, Cornelio, caballeros, damas, acompañamiento. Salón del Palacio.

    Claudio: Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet aún está fresca en nuestra memoria, y nuestros corazones, como los de todo el reino, estén todavía hundidos en el pesar, la discreción me ha hecho luchar contra mi dolor para que el justo sentimiento de su pérdida no apague el recuerdo de nuestros deberes con nuestro bélico país. Por esta razón ahora es mi esposa la que ayer fue mi hermana y hoy reina conmigo en el trono. Pero esta alegría no es completa, pues en ella la dicha se une con las lágrimas, los funerales con las celebraciones, las marchas fúnebres con los himnos de desfloración, la lacrimosa noche y el hosco llanto con la morada luz del amanecer y del nuevo día. Tampoco hemos dejado de seguir la total libertad con la que usted ha seguido los dictados de su prudencia, de la que estamos su madre la Reina y yo muy agradecidos. Solo falta decirle que el joven Fortimbrás, menospreciándome o creyendo que la reciente muerte de mi querido hermano habrá producido locuras y guerras entre nosotros y, confiado de su supuesta superioridad,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1