La Tempestad (Ilustrado)
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William Shakespeare
William Shakespeare (1564–1616) is arguably the most famous playwright to ever live. Born in England, he attended grammar school but did not study at a university. In the 1590s, Shakespeare worked as partner and performer at the London-based acting company, the King’s Men. His earliest plays were Henry VI and Richard III, both based on the historical figures. During his career, Shakespeare produced nearly 40 plays that reached multiple countries and cultures. Some of his most notable titles include Hamlet, Romeo and Juliet and Julius Caesar. His acclaimed catalog earned him the title of the world’s greatest dramatist.
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La Tempestad (Ilustrado) - William Shakespeare
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Copyright
Copyright © 2013 / FV Éditions
Trad : Rafael Martínez Lafuente (1917)
Ilustraciones : Peter G. Thomson (1851-1931)
ISBN 978-2-36668-632-6
Todos Los Derechos Reservados
William Shakespeare
La tempestad
Título original: The Tempest
William Shakespeare, 1623.
DRAMATIS PERSONAE
¹
ALONSO, rey de Nápoles
SEBASTIÁN, su hermano
PRÓSPERO, el legítimo Duque de Milán
ANTONIO, su hermano, usurpador del ducado de Milán
FERNANDO, hijo del rey de Nápoles
GONZALO, viejo y honrado consejero
Nobles
ADRIÁN
FRANCISCO
CALIBÁN, esclavo salvaje y deforme
TRÍNCULO, bufón
ESTEBAN, despensero borracho
El CAPITÁN del barco
El CONTRAMAESTRE
MARINEROS
MIRANDA, hija de Próspero
ARIEL, espíritu del aire
Espíritus Ninfas
IRIS
CERES
JUNO
Segadores
Escena: una isla deshabitada.
ACTO PRIMERO
ESCENA I
En el barco.
(Se oye un fragor de tormenta, con rayos y truenos. Entran un Capitán y un Contramaestre.)
CAPITÁN.—¡Contramaestre!
CONTRAMAESTRE.—¡Aquí, capitán! ¿Todo bien?
CAPITÁN.—¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encallamos! ¡Corre, corre! (Sale.)
(Entran los marineros.)
CONTRAMAESTRE.—¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, muchachos! ¡Deprisa, deprisa! ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del capitán! ¡Vientos, mientras haya mar abierta, reventad soplando!
(Entran Alonso, Sebastián, Antonio, Fernando, Gonzalo y otros.)
ALONSO.—Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? (A los marineros.) ¡Portaos como hombres!
CONTRAMAESTRE.—Os lo ruego, quedaos abajo.
ANTONIO.—Contramaestre, ¿y el capitán?
CONTRAMAESTRE.—¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta.
GONZALO.—Cálmate, amigo.
CONTRAMAESTRE.—Cuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el título de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!
GONZALO.—Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.
CONTRAMAESTRE.—A nadie a quien quiera más que a mí. Vos sois consejero: si podéis acallar los elementos y devolvernos la bonanza, no moveremos más cabos. Imponed vuestra autoridad. Si no podéis, dad gracias por haber vivido tanto y, por si acaso, preparaos para cualquier desgracia en vuestro camarote. ¡Ánimo, muchachos! ¡Quitaos de en medio, vamos! (Sale.)
GONZALO.—Este tipo me da ánimos. Con ese aire patibulario, no creo que naciera para ahogarse. Buen Destino, persiste en ahorcarle, y que la soga que le espera sea nuestra amarra, pues la nuestra no nos sirve. Si no nació para la horca², estamos perdidos. (Salen.)
(Entra el Contramaestre.)
CONTRAMAESTRE.—¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor! (Gritos dentro.) ¡Malditos lamentos! ¡Se oyen más que la tormenta o nuestro ruido! (Entran Sebastián, Antonio y Gonzalo.) ¿Otra vez? ¿Qué hacéis aquí? ¿Lo dejamos todo y nos ahogamos? ¿Queréis que nos hundamos?
SEBASTIÁN.—¡Mala peste a tu lengua, perro gritón, blasfemo, desalmado!
CONTRAMAESTRE.—Entonces trabajad vos.
ANTONIO.—¡Que te cuelguen, perro cabrón, escandaloso, insolente! Tenemos menos miedo que tú de ahogarnos.
GONZALO.—Seguro que él no se ahoga, aunque el barco fuera una cáscara de nuez e hiciera aguas como una incontinente.
CONTRAMAESTRE.—¡Ceñid el viento, ceñid! ¡Ahora con las dos velas! ¡Mar adentro, mar adentro! (Entran los marineros, mojados.)
MARINEROS.—¡Es el fin! ¡A rezar, a rezar! ¡Es el fin! (Salen.)
CONTRAMAESTRE.—¿Vamos a quedar secos?
GONZALO.—¡El rey y el príncipe rezan! Vamos con ellos: nuestra suerte es la suya.
SEBASTIÁN.—Estoy indignado.
ANTONIO.—Estos borrachos nos roban la vida. ¡Y este infame bocazas…! ¡A la horca, y que te aneguen diez mareas³! (Sale el Contramaestre.)
GONZALO.—Irá a la horca, por más que lo desmienta cada gota de agua y se abra el mar para tragárselo. (Clamor confuso dentro.)
(VOCES.).—¡Misericordia! ¡Naufragamos, naufragamos! ¡Adiós, mujer, hijos! ¡Adiós, hermano! ¡Naufragamos, naufragamos!
ANTONIO.—Hundámonos con el rey.
SEBASTIÁN.—Vamos a decirle adiós. (Sale con Antonio.)
GONZALO.—Ahora daría yo mil acres de mar por un trozo de páramo, con brezos, matorrales, lo que sea. Hágase la voluntad de Dios, pero yo preferiría morir en seco. (Sale.)
ESCENA II
En la isla.
(Entran Próspero y Miranda.)
MIRANDA.—Si con tu magia, amado padre, has levantado este fiero oleaje, calma las aguas. Parece que las nubes quieren arrojar fétida brea, y que el mar, por extinguirla, sube al cielo. ¡Ah, cómo he sufrido con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave, que sin duda llevaba gente noble, hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores me herían el corazón! Pobres almas, perecieron. Si yo hubiera sido algún dios poderoso, habría hundido el mar en la tierra antes que permitir que se tragase ese buen barco con su carga de almas.
PRÓSPERO.—Serénate. Cese tu espanto. Dile a tu apenado corazón que no ha habido ningún mal.
MIRANDA.—¡Ah, desgracia!
PRÓSPERO.—No ha habido mal. Yo sólo he obrado por tu bien, querida mía, por tu bien, hija, que ignoras quién eres y nada sabes de mi origen, ni que soy bastante más que Próspero, morador de pobre cueva y humilde padre tuyo.