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Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut
Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut
Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut
Libro electrónico228 páginas4 horas

Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut

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Uno de los más intensos romances de la historia de la literatura.

Manon Lescaut (1731) es el título abreviado del séptimo volumen de las Mémoires et aventures d'un homme de qualité, una novela escrita por el abate Prévost en 1731, cuyo título completo es Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut. En la época, se consideró que era escandalosa y fue inmediatamente prohibida por el Parlamento de París, pero esto no impidió que la obra circulara de forma clandestina con gran éxito. La novela cuenta la historia de un caballero, Des Grieux, y de su amante, Manon Lescaut. Des Grieux es un joven de buena familia destinado a ser clérigo. Se enamora perdidamente de Manon cuando la ve casualmente el día de su deportación a América. Él está dispuesto a todo por ella: renuncia a su fortuna, familia y prestigio; ambos sufren la cárcel, la pobreza y el destierro. Ella, caprichosa, no sabe vivir sin lujos y comodidades ama a Des Grieux, pero ama también la vida fácil. Pasión y virtud, deseo y templanza, el amor romántico atraviesa las páginas de Manon Lescaut, brillante construcción de una apasionada historia de amor en uno de los más intensos romances de la historia de la literatura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2019
ISBN9788446047391
Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut
Autor

Abate Prévost

- Antoine François Prévost (Hesdin, Francia, 1697-Courteuil, Francia, 1763), más conocido como Abate Prévost, fue novelista, traductor e historiador. Autor de novelas de costumbres y de aventuras, alcanzó la fama con Manon Lescaut. De su extensa obra pueden destacarse también Aventures de Pomponius, chevalier Romain, Histoire générale des voyages, Campagnes philosophiques, Manuel lexique ou dictionnaire portatif des mots François o Le Monde moral ou Mémoires pour servir à l’histoire du cœur humain.

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    Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut - Abate Prévost

    años.

    PRIMERA PARTE

    Portadilla de la Primera parte con la representación de Eva.

    Me siento obligado a dirigir a mi lector al tiempo de mi vida en que conocí al caballero Des Grieux. Aproximadamente fue unos cinco o seis años antes de mi viaje a España[1]. Aunque rara vez abandonaba mi soledad, la deferencia que sentía por mi hija me comprometía a algunos viajes cortos, que solía abreviar tanto como me era posible. Un día, volvía de Ruan donde me había rogado que fuera a interesarme por un asunto que se dilataba en el Parlamento, relativo a la sucesión de unas tierras procedentes de mi abuelo materno, y que ella reclamaba. Y habiendo reanudado mi camino por Evreux, donde pernocté la primera noche, llegué al día siguiente a cenar a Pacy distante a unas cinco o seis leguas[2]. Al entrar en la villa, me sorprendió ver a todos los habitantes alterados. Salían corriendo de sus casas para dirigirse en tromba a la puerta de una hospedería de mala fama, delante de la cual se habían detenido dos carruajes. Parecía que los coches acababan de llegar pues los caballos resoplaban todavía enganchados. Me detuve un momento a preguntar de donde procedía tanta agitación; pero no saqué mucha información de un populacho curioso, que no prestaba ninguna atención a mis preguntas y que seguía corriendo hacia la hospedería, empujándose en medio de la confusión. Por fin, cuando apareció en la puerta un arquero ataviado con bandolera y mosquete al hombro le hice un gesto con la mano para que se acercara. Le rogué que me informara sobre semejante tumulto. Nada importante, señor, me dijo, mis compañeros y yo acompañamos a una docena de mujeres de vida alegre hasta El Havre-de-Grâce[3], donde las embarcaremos hacia América. Algunas son bonitas, y es quizá lo que excita la curiosidad de esta buena gente. Me habría conformado con esta explicación si no me hubieran llamado la atención los gritos de una anciana que salía de la hospedería alzando las manos y gritando que era una barbaridad, algo que producía horror y compasión. De qué se trata, le pregunté. Ay, señor, entre, me respondió, y dígame si este espectáculo no le parte el corazón. La curiosidad me hizo descender del caballo, que dejé en manos de mi criado, y apartando con dificultad a la multitud vi en efecto una escena conmovedora. Entre las doce chicas que estaban encadenadas de seis en seis por la cintura, había una cuyo aspecto y figura eran tan poco conformes a su condición, que en otra circunstancia la hubiese tomado por una princesa. Su tristeza y la suciedad de la ropa la afeaban tan poco que su imagen me inspiró respeto y compasión. Sin embargo, ella trataba de zafarse tanto como la cadena le permitía, para ocultar el rostro a la vista de los espectadores. El esfuerzo que hacía para esconderse resultaba tan natural que parecía proceder de un sentimiento de humildad y modestia. Como los seis guardias que acompañaban a este desgraciado grupo también estaban en la estancia, me dirigí al jefe aparte y le insté a que me instruyera sobre la suerte de la hermosa muchacha. Sólo pudo darme algunas vaguedades. La hemos sacado del Hôpital[4], me dijo, por orden del comisario de policía. No parece que la hayan encerrado por sus buenas acciones. En el camino, la he interrogado varias veces, se obstina en no responderme, pero aunque no recibí orden de considerarla más que a las otras, no dejo de tener detalles con ella porque me parece que vale un poco más que sus compañeras. Ahí tenéis a un joven que puede instruiros mejor que yo al respecto. La ha seguido desde París sin dejar de llorar ni un momento. Tiene que ser su hermano o su amante. Miré hacia el rincón de la estancia donde se hallaba sentado el joven. Parecía sumido en una profunda ensoñación. No he visto en mi vida semejante imagen del dolor. Vestía de forma sencilla, pero se distingue al primer golpe de vista a una persona con clase y educación. Me acerqué a él. Se levantó y descubrí en su mirada, en su figura y en todos sus movimientos una apariencia tan fina y tan noble que me puse instintivamente de su parte. No querría molestaros, le dije sentándome a su lado. ¿Tendríais a bien satisfacer mi curiosidad respecto a esta hermosa joven, que no me parece en absoluto merecer el triste estado en que se halla? Me respondió que no podía honestamente informarme sobre ella sin darse a conocer él mismo, y que tenía razones de peso para desear permanecer en el anonimato. Sin embargo, puedo deciros lo que estos miserables no ignoran, prosiguió señalando a los arqueros; la amo con una pasión tan violenta que me siento el hombre más desdichado. He hecho lo imposible por obtener su libertad en París. Las súplicas, la astucia y la fuerza no me han sido de ninguna utilidad; he decidido seguirla, aunque tenga que ir hasta el fin del mundo. Me embarcaré con ella. Llegaré a América; pero lo que me resulta inhumano es que estos cobardes granujas, añadió hablando de los arqueros, no me permitan acercarme a ella. Tenía planeado atacarles por las bravas a unas leguas de París, había contratado a cuatro hombres que me prometieron ayuda por una suma considerable. Los traidores me dejaron plantado y huyeron con mi dinero. La imposibilidad de lograrlo por la fuerza ha hecho que me rinda. Propuse a los arqueros que al menos me permitieran seguirlos a cambio de una recompensa. Consintieron por afán de dinero. Quisieron que les pagara cada vez que me daban permiso para hablar con mi amante. Pronto esquilmaron mi bolsa y ahora que estoy sin una perra, son tan bárbaros que me apartan brutalmente cada vez que doy un paso hacia ella. Hace tan sólo un momento, al intentar acercarme a pesar de las amenazas, me han golpeado brutalmente con la culata de sus armas. Para satisfacer su avaricia y poder seguir al menos el camino andando, me veo obligado a vender un caballo no muy bueno que me ha servido hasta ahora de

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