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La realidad recreada
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Libro electrónico164 páginas2 horas

La realidad recreada

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La realidad recreada es un ensayo filosófico que tiene una meta claramente definida: hacer visible que el trato asiduo con un poema ancestral puede ser, hoy en día, una viva fuente de inspiración filosófica y un fecundo y estimulante camino de reflexión sobre el sentido de la vida.
Con la ayuda de la historia, la literatura y la ciencia el autor nos invita a revivir la epopeya de Gilgamesh, y a reflexionar sobre la realidad y sobre el decisivo papel que nuestra vida juega en ella.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 abr 2020
ISBN9788418307850
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    La realidad recreada - José A. Montes

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © José A. Montes

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-18307-85-0

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    .

    Para Carmen

    Introducción

    La realidad recreada es un libro de filosofía escrito a la luz de las asombrosas llamaradas de humanidad que brotan de la atenta lectura del Poema de Gilgamesh. No es, por tanto, ni un estudio literario sembrado de hermética erudición ni una investigación de índole histórica o científica con pretensiones académicas. En esos campos siderales, roturados con ortodoxia y abonados con obediencia, suelen brillar obras tan abstrusas y distantes como las estrellas del firmamento.

    Afortunadamente, mucho más cerca de nuestros ojos y de nuestras manos hay terrenos fecundos en los que crecen plantas silvestres que también dan frutos luminosos e inspiradores. En cierto modo, La realidad recreada aspira a ser como una de esas plantas bravías e independientes que hunden sus raíces en las tierras de la honestidad intelectual y no renuncian nunca a la libertad creativa. En otras palabras, La realidad recreada es un ensayo, libre y honesto, que se apoya en la literatura, la historia y la ciencia con el propósito de alcanzar una meta claramente definida: hacer visible que el trato asiduo con un poema ancestral puede ser, sin importar ni la edad ni los diplomas, una viva fuente de inspiración filosófica y un fecundo y estimulante camino de reflexión sobre el sentido de la vida.

    Por otra parte, debo añadir que para entender las ideas cardinales expuestas en este libro no es imprescindible conocer al detalle el Poema de Gilgamesh. Es suficiente con tener una visión panorámica de su contenido. Por esa razón voy a resumir, seguidamente, el argumento de cada una de las doce tablillas de la edición estándar del Poema. Espero que el viaje por estas páginas anime al lector curioso a visitar de nuevo —o a explorar por primera vez— el relato completo de la epopeya vital de Gilgamesh y de su leal amigo Enkidu. Mientras tanto, confío en que las constelaciones de sentido que brillan en este ensayo filosófico sean capaces de conducir al lector hacia el indómito misterio que late en los cielos nocturnos y centellea en las profundidades de la mente humana.

    ***

    En la primera tablilla del poema, Gilgamesh es descrito como un rey joven y arrogante que se comporta de una manera caprichosa y muy irresponsable. Sus acciones violentas e impredecibles provocan el temor y la indignación de los habitantes de Uruk, que, desesperados, piden ayuda a la diosa Aruru. Las quejas y las súplicas del pueblo son finalmente escuchadas por los dioses, y Aruru, con el consentimiento y la colaboración de Anu, crea del barro una criatura que es tan extraña y admirable como una roca caída del cielo. Se trata de Enkidu, un hombre salvaje y vigoroso que vive en la estepa y se parece extraordinariamente a Gilgamesh.

    La inesperada presencia de Enkidu en las ásperas llanuras no pasa desapercibida durante mucho tiempo. Un día, un cazador lo ve junto a un abrevadero y la sorpresa y el miedo lo dejan completamente paralizado. En cuanto puede, el atemorizado trampero alerta a su familia y después, siguiendo la recomendación de su anciano padre, va a Uruk a informar a Gilgamesh sobre lo que ha visto: en la estepa vive un ser astuto y temible que, a pesar de tener apariencia humana, se comporta como un animal entre animales. Enseguida, Gilgamesh ordena al trampero que vaya en busca de Shamhat, una hieródula, para que ella, con sus artes, seduzca a Enkidu y lo aleje de la estepa. Unos días más tarde, Shamhat se encuentra, cara a cara, con el joven salvaje; consigue seducirlo sin ningún problema y los dos disfrutan durante varios días de una apasionada relación sexual que provoca un cambio radical en Enkidu. De repente, la criatura incivilizada, que vivía entre animales, siente que ya no es como era y que ya no es quien era. Ahora, escucha y comprende las palabras de Shamhat y nota en su interior el deseo de acompañarla hasta la ciudad de Uruk. Entretanto, en su palacio, Gilgamesh sueña con una enigmática roca celeste y un hacha prodigiosa, e intenta averiguar, con la ayuda de Ninsun, qué pueden significar esas inquietantes imágenes oníricas que han atravesado su mente en la oscuridad de la noche.

    En la segunda tablilla del poema, Enkidu, que va camino de Uruk con Shamhat, se encuentra con un grupo de pastores, y por primera vez en su vida bebe cerveza, come pan y canta alegremente en compañía de otras personas. Se nota que le gusta estar rodeado de gente y que quiere integrarse en la sociedad humana sin perder tiempo.

    «El barbero arregló su cuerpo tan peludo,

    ungido con aceite se transformó en un hombre.

    Se puso un vestido, se hizo igual que un

    guerrero,

    cogió su arma para luchar con los leones».¹

    Ese talante sociable hace que, de manera espontánea, Enkidu sienta interés por otras personas y se preocupe por ellas. Por eso, no tarda en enterarse de que Gilgamesh se comporta como un déspota; abusa de sus súbditos sin que nadie se atreva a impedírselo. Cierto día, un joven que ha sido invitado a una boda le cuenta que el rey yacerá con la novia antes de que ella y su marido puedan dormir juntos en el lecho nupcial. La noticia hace palidecer a Enkidu y despierta en él una furia incontrolable. Ahora ya sabe lo que debe hacer: irá a Uruk, se enfrentará con Gilgamesh y lo derrotará. Está totalmente decidido a acabar con ese tirano que trata a su pueblo sin ninguna consideración.

    La lucha entre los dos héroes, como se podía prever, es de una violencia extrema y parece, desde el primer instante, condenada a un desenlace fatal. Pero, tal y como había vaticinado Ninsun —la madre de Gilgamesh—, entre los dos contendientes surge, inesperadamente, una admiración sincera y una amistad indestructible. Inmediatamente, los dos amigos empiezan a hacer planes: Gilgamesh le cuenta a Enkidu que quiere ir al Bosque de los Cedros para matar a Humbaba, el monstruoso guardián de ese recinto sagrado. Todo el mundo en Uruk piensa que se trata de una aventura insensata y Enkidu, que hace tiempo pudo ver al ogro, siente verdadero pánico ante la idea de volver a encontrarse con él. Pero ni la venerable asamblea de ancianos ni Enkidu consiguen disuadir a Gilgamesh. De nada sirven las súplicas conmovedoras o los argumentos sensatos. El rey de Uruk prefiere morir intentando alcanzar una fama eterna a vivir como un cobarde en su suntuoso palacio.

    En la tercera tablilla del poema descubrimos que Gilgamesh ha conquistado, con su obstinada determinación, el apoyo incondicional de Enkidu y también comprobamos que ha conseguido la resignada aprobación de los consejeros reales. Ninsun está muy preocupada y ruega al dios Shamash que proteja a su hijo. Por fin, ultimados los preparativos y resueltos los temas más urgentes, Gilgamesh y Enkidu abandonan Uruk y se dirigen hacia el Bosque de los Cedros.

    El relato del largo y agotador viaje hasta el sagrado Bosque de los Cedros llena de contenido la cuarta tablilla del poema. Los dos amigos avanzan con rapidez hacia su destino y cada tres días hacen una ofrenda y un ritual para propiciar los sueños premonitorios. Como resultado de estas ceremonias nocturnas, Gilgamesh tiene una serie de sueños inquietantes y violentos que, afortunadamente, Enkidu es capaz de interpretar de manera favorable. Sin embargo, cada día que pasa, Gilgamesh es más consciente de los peligros que se ciernen sobre ellos, y eso hace que tienda a actuar con más prudencia. Ahora, ya no se siente tan seguro e invulnerable. Algo parecido le sucede a Enkidu: a pesar de los presagios propicios, es incapaz de ahuyentar de su interior un temor que a cada paso se vuelve más punzante.

    Por fin, en la quinta tablilla, los héroes llegan a la entrada del Bosque de los Cedros y contemplan admirados la magnificencia natural de ese espacio sagrado. Pronto descubren el rastro de Humbaba, y se adentran en el frondoso bosque con las armas desenvainadas. El infatigable guardián, el aterrador Humbaba, no tarda en aparecer, y con su voz sobrecogedora lanza amenazas de muerte a los intrusos. Gilgamesh experimenta de golpe un miedo irreprimible y no sabe qué hacer. Por suerte, Enkidu mantiene la calma y anima a su amigo a actuar sin contemplaciones. Gilgamesh, espoleado por las palabras de Enkidu, reacciona a tiempo y se lanza al ataque. Entonces, interviene Shamash y, tal como había prometido, ayuda a los dos héroes a derrotar a Humbaba. El combate es feroz, brutal, pero al final Gilgamesh y Enkidu dominan la situación y Humbaba desesperado claudica y pide clemencia. Las palabras sumisas del protector del bosque hacen que Gilgamesh sienta el peso de las dudas, pero Enkidu lo tiene muy claro: el monstruo debe morir. El veredicto desencadena la furia de Humbaba, pero sus airadas maldiciones se estrellan sin remedio contra la firme sentencia que ha dictado Enkidu. Sin más dilaciones Gilgamesh mata al monstruo y le corta la cabeza. Poco después, los dos amigos, embriagados de euforia, empiezan a talar cedros para llevarlos a la ciudad amurallada de Uruk.

    Gilgamesh, en la sexta tablilla, despierta sin pretenderlo una pasión intensa en Ishtar, la diosa de la belleza sensual y la sexualidad gozosa. La caprichosa hija de Anu desea a Gilgamesh, y está dispuesta a hacer cualquier cosa para seducirlo. Pero Gilgamesh no se fía de ella y rechaza, con razones contundentes y palabras poco amables, la tentadora propuesta de la diosa. La hija de Anu se siente despreciada y muy ofendida. Está furiosa por los reproches taxativos que le ha hecho Gilgamesh y quiere vengarse de él. Con ese objetivo in mente le pide a su padre que le deje el Toro Celeste. Está segura de que con la ayuda de esa bestia indomable podrá humillar y aplastar al desdeñoso Gilgamesh. Anu tiene algunas dudas, pero al final cede y le presta el toro a su enfurecida hija. A continuación, Ishtar conduce el animal hasta Uruk y allí la bestia iracunda provoca grandes destrozos y cientos de muertos. Por suerte, Enkidu y Gilgamesh actúan con una destreza asombrosa y consiguen asestar al toro una puñalada mortal. Se trata, sin duda, de una proeza inaudita que despierta una gran admiración entre la gente y, al mismo tiempo, un resentimiento ilimitado en la diosa Ishtar. Esa noche, Enkidu tiene un sueño terrible: observa cómo los dioses, reunidos en asamblea, deliberan sobre el castigo que se debe imponer a los dos héroes por haber matado a Humbaba y al Toro Celeste.

    En la séptima tablilla del poema se relata el contenido de la asamblea de los dioses y las trágicas consecuencias que, finalmente, se derivan de las decisiones tomadas en la reunión. Anu quiere que uno de los dos amigos muera y Enlil decide que sea Enkidu. La sentencia es inapelable y Enkidu se siente angustiado y furioso. No quiere morir y, en un arrebato de cólera, maldice a las personas que considera culpables de la situación funesta en la que ahora se encuentra: maldice al cazador que lo vio en la estepa, a la prostituta que lo sedujo... El dios Shamash habla con él en esas horas críticas y consigue tranquilizarlo. Desgraciadamente, no puede evitar que la sentencia de la asamblea divina se cumpla en todos sus términos. De repente, Enkidu enferma y unos días más tarde muere. Gilgamesh siente una pena insoportable y la tristeza que inunda su cuerpo se derrama a borbotones por sus ojos enrojecidos.

    En la tablilla octava, Gilgamesh, tal como había prometido, ordena a los mejores artesanos del país que hagan una estatua majestuosa de Enkidu. Después, se dedica a organizar las honras fúnebres por su añorado amigo. La muerte de Enkidu ha sido un golpe brutal y ha afectado a Gilgamesh de una manera inimaginable. El dolor lo ha hecho plenamente consciente

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