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El despertar de la leyenda
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Libro electrónico326 páginas4 horas

El despertar de la leyenda

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Información de este libro electrónico

Edam es un joven granjero que encuentra entre las páginas de un libro una extraña nota que le empuja a visitar una ciudad misteriosa. Durante el viaje se encontrará con varios amigos que se sumarán a su empresa. Pronto descubrirá que una vieja leyenda se oculta tras el misterio y que, para resolverlo, deberá incluso arriesgar su vida. Con un estilo ágil, directo y descripciones detalladas, El despertar de la leyenda es una novela que gustará tanto al lector casual como al amante del género fantástico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2017
ISBN9788417023393
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    Vista previa del libro

    El despertar de la leyenda - Sergio A. Cruz

    Primera edición digital: mayo 2017

    Ilustración de la cubierta: Sergio A. Cruz

    Diseño de la colección: Jorge Chamorro

    Corrección: Alexandra Jiménez

    Revisión: Elena Pina y Juan Francisco Gordo

    Versión digital realizada por Libros.com

    © 2017 Sergio A. Cruz

    © 2017 Libros.com

    editorial@libros.com

    ISBN digital: 978-84-17023-39-3

    Sergio A. Cruz

    El despertar de la leyenda

    A Daniela, para que nunca deje de creer en cuentos de hadas.

    A mi hermano Javi, un gran lector, QEPD.

    «Aun el camino más tortuoso, guarda bondades inimaginables».

    Proverbio blendio

    «El Destino marca a todos los hombres».

    Cita anónima

    Nota aclaratoria

    Aunque la mitología de Cantabria sea uno de los pilares sobre los que se sustenta esta historia, creo conveniente dejar claras algunas cosas. No todos los personajes que aparecen aquí se describen tal y como los muestran las leyendas recogidas, entre otros, por Manuel Llano, en quien más me he inspirado para la descripción de los personajes. Hay seres, como los enanucos bigaristas, que he adaptado para que encajen en mi universo (mientras que la tradición habla de que son seres solitarios, en Rodania, por ejemplo, no); eso sí, he mantenido la denominación de «enanuco» como muestra de respeto hacia el folclore de mi tierra.

    Si bien la historia, se supone, sucedió en un tiempo lejano (aunque no está datado, ni mucho menos), el punto de vista del narrador es actual, y las conversaciones de los personajes tienen un estilo contemporáneo, con expresiones propias de nuestra época. También he querido mantener ciertos términos coloquiales que, dado el espíritu del libro, le van bien, pues un tono más solemne, épico o incluso pedante, desentonaría bastante (lo que no exime que a veces suceda).

    Sergio A. Cruz. Agosto de 2016

    Índice

    Portada

    Créditos

    Título y autor

    Dedicatoria

    Cita inicial

    Nota aclaratoria

    Prólogo

    1. Un enigma que descifrar

    2. Una invitación muy especial

    3. Los espíritus de los árboles

    4. La guajona de Dhluim Émrott

    5. Guibor, el enanuco bigarista

    6. El Rey Magnánimo

    7. Sombras en la llanura

    8. Por un pelo blanco

    9. Ellenid y el Reino de las Flores

    10. Un personaje de lo más curioso

    11. Léithlam, fin de trayecto

    12. Una expedición a las profundidades

    13. En los dominios de Úrghol

    14. La ira del cúlebre

    15. La hazaña de Tehamn, el Intrépido

    16. Emboscada en la oscuridad

    17. Muñecos de paja

    18. La batalla de la llanura de Benhelled

    19. La Nueva Alianza

    20. El destino de Edam

    Apéndice

    Mecenas

    Contraportada

    Prólogo

    Estimado lector, estás a punto de disfrutar una novela de fantasía a la antigua usanza.

    Hoy día, el género fantástico parece inclinarse hacia un realismo exacerbado, en el que se nos muestra —en ocasiones con cierto exhibicionismo— lo más sucio y bajo del ser humano, su mezquindad, su egoísmo y sus traiciones rastreras, con abundancia de escenas escatológicas de sangre y crueldad, todo ello aderezado con pinceladas de sexo mórbido y salpimentado con tacos y palabras malsonantes. En este panorama, donde el propio elemento sobrenatural pierde peso frente a los hechos sociopolíticos —casi como en una novela histórica— y en el cual parece que no existan el Bien ni el Mal, o, de existir, los buenos acaban vejados y asesinados y los malos obtienen la ganancia, en este contexto, digo, encontrarse con una novela como El despertar de la leyenda, de Sergio A. Cruz, es como hallar un oasis en un desierto sin duda atractivo, pero también severo y árido.

    Porque, como ya dije, aquí tenemos una novela a la vieja usanza, con los atributos que hicieron grande a lo que algunos llamaron (y llaman) alta fantasía o fantasía épica: la búsqueda y el crecimiento del héroe que desea salvar el mundo de las sombras que lo amenazan, las espadas hechizadas, el valor, la nobleza, la amistad, la belleza de los bosques y las montañas, la lucha entre el Bien y el Mal claramente definidos, el viaje, la aventura, el sentido de maravilla al descubrir criaturas mágicas y fantásticas, las batallas épicas, los dragones que duermen bajo la tierra y que emergen para arrasarlo todo con sus lenguas de fuego… Esta es una novela escrita a la sombra fresca y amable del maestro Tolkien, hay mucho de él aquí, pero también hay mucho del propio autor, Sergio A. Cruz, que le da su toque diferencial y la saca del molde para que la narración tenga cuerpo y personalidad propios.

    Uno de los grandes atractivos es el amor que nos muestra el autor por la naturaleza: los ríos, los bosques y sus diferentes árboles, cada uno con su propio carácter, las trochas y veredas, las montañas majestuosas, las praderas salpicadas de flores y las cavernas profundas. Las descripciones de estos parajes, lejos de aburrir o cansar, son un acicate para seguir adelante con la lectura. Otro atractivo es el sentido del humor fino e irónico —el sentido del humor por desgracia parece algo casi perdido en el propio género fantástico, demasiado pesado y trágico e incapaz de reírse un poco de sí mismo—. Sergio inserta en el flujo de los hechos dichos populares, chascarrillos y expresiones campechanas, así como acertijos y adivinanzas. La novela tiene un aire de cuento o leyenda antigua, como si la narrase un bardo en la corte de un rey, un abuelo a su nieto o un paisano a sus amigos en una taberna, y por tanto no pretende ser por completo cruda y realista, aunque sí resulta verosímil dentro de su propia estructura de narración popular. Pero lo anterior no impide la épica, las luchas, la acción y la batalla y una sana carga de dramatismo. Y por supuesto, la magia.

    Uno de los puntos fuertes es la utilización de seres legendarios de la mitología cántabra. Nuestros héroes tendrán que vérselas con guajonas, musgosus, nuberus, ojáncanos, cúlebres o ijanas. De este modo, el lector se introduce con facilidad y comodidad en un entorno estético muy concreto y lleno de encanto.

    Esta es una novela ambiciosa, como toda obra que se precie de fantasía épica. El mundo que nos presenta se va desenrollando como una alfombra y poco a poco nos va mostrando su complejidad. Es una obra escrita con un estilo rico y minucioso, sin prisa ni pausa. Es una novela de corte clásico que gustará a todos los que disfrutan de una buena narración de aventuras, magia y épica.

    Damas y caballeros, prepárense para recorrer los caminos de los diferentes reinos y lleven cuidado con los hechizos de las guajonas y el aliento flamígero de los cúlebres.

    Andrés Díaz Sánchez[1]

    1. Un enigma que descifrar

    A las afueras de la ciudad de Ébolem, capital del reino de Blendia, vivía un granjero llamado Edam Thélder. Casi siempre se le solía ver con su chaqueta verde de botones rojos y su sombrero calañés medio despeluchado, en cuya ala había incrustado como adorno una pluma de milano de considerable tamaño.

    Llevaba nuestro granjero una vida de lo más tranquila y despreocupada. Todas las tardes, al menos todas las que podía, y después de una dura jornada de trabajo, se sentaba en su vieja mecedora a contemplar la puesta de sol, con las manos apoyadas en la nuca; y mientras tanto, de la misma forma que transcurría su existencia, es decir, muy despacio, mordisqueaba una brizna de hierba hasta que poco a poco se iba consumiendo entre sus labios.

    Edam se había quedado solo en este mundo después de la muerte de su padre; su madre también había fallecido cuando él era muy pequeño y apenas se acordaba de ella.

    La gente del lugar comentaba que Edam no era hijo de ambos, sino que en realidad lo habían encontrado cerca del linde norte de La Floresta, unos bosques situados a medio camino entre la capital y el pueblo de Robleda, al sureste. Por eso precisamente no gozaba de muy buena fama entre algunos habitantes de Ébolem, que le consideraban un extraño.

    —Por ahí se comenta que es hijo de una amazona —decía un viejo en la Tasca Baja, la más popular de Ébolem, mientras apuraba su colodra[2]—. Y como todos aquí ya sabréis, cuando las amazonas dan a luz a un varón, suelen abandonarlo a su suerte.

    —Sí, dicen que cruzó cabalgando los Montes de Blendia y lo depositó a los pies de un roble; luego regresó rauda a Tótherem, la extraña región de donde al parecer provenía —continuó otro de los tertulianos.

    —Recuerdo haberla visto desde mi casa alejarse hacia las montañas, con su largo pelo negro al viento —aseguró un tercero, el típico personaje presente en todas las tascas que cree haberlo visto todo y que por lo general suele no enterarse de nada.

    —No es de aquí, de eso no cabe duda —siguió hablando el viejo, mientras hacía con la boca un gesto arrogante—. Si no, ¿por qué creéis que el viejo Shem no lo paseaba por Ébolem cuando era un chiquillo? Y su mujer apenas le dejaba salir del jardincito. ¡No me digáis que para ser un blendio es muy bajo!

    —Sí, sí —asentían los demás, sin un atisbo de duda.

    Cuando el padre de Edam murió, presuntamente bajo las afiladas garras de un gran oso —como un famoso rey astur que ahora me viene a la memoria—, en la ciudad algunos sospecharon que había sido Edam el que lo había matado con la intención de heredar, no sólo la granja donde vivían, también una importante suma de dinero que el viejo había ido acumulando durante su vida y que, según la leyenda local, escondía entre la paja. Decían, a su vez, que lo del oso no dejaba de ser una invención del propio Edam para ocultar semejante parricidio.

    Pero todo esto eran habladurías de la gente basadas en suposiciones e interpretaciones carentes de verosimilitud.

    En realidad, Edam quería y admiraba mucho a su padre, y se mostró muy responsable cuando tras su muerte tuvo que hacerse cargo él solo de la granja, algo no tan sencillo como pudiera parecer, pues había que saber hasta de números. Por supuesto, seguía muy al tanto de lo que los chismosos cuchicheaban a sus espaldas, pero aprendió a ignorar tales comentarios, o al menos a evitar que le afectasen. Su vida social, al mismo tiempo, se reducía a las esporádicas visitas de los pocos amigos que tenía.

    Desde muy pequeño, Edam había destacado por su ingenio, que en cierto modo compensaba su escasa fuerza y su baja estatura. Ese ingenio le valió muchas veces para librarse de ser pillado robando peras o manzanas en algún huerto vecino. Entonces, la mayoría de los chicos dedicaba su tiempo a la caza, el tiro con arco o la esgrima, actividades que no despertaban gran curiosidad en Edam, sobre todo la esgrima. Sí, las espadas nunca habían sido su fuerte, y jamás pensó que le haría falta saber manejar una hasta que… en fin, hasta que se vio obligado a ello.

    Conste, eso sí, que su valentía estaba fuera de toda duda. Una vez, cuando todavía era un jovenzuelo barbilampiño, se fue a dar una vuelta por ahí y de pronto se tropezó con un gran lobo provisto de estremecedores colmillos y amenazadoras garras. Pues bien, Edam, tragándose el miedo que le salía del estómago, no echó a correr como hubierais hecho la mayoría de vosotros —si sois cobardones como yo—, sino que se quedó quieto, sin mover un solo músculo de su cuerpo, mirando fijamente al lobo a los ojos. La bestia se le acercó mucho, e incluso pegó un gruñido que le estremeció desde el dedo gordo del pie hasta la coronilla, pero nuestro valiente Edam permaneció impasible hasta que el fiero animal decidió marcharse.

    Aunque pudo haberse casado en cierta ocasión —me refiero a Edam, no al lobo, claro está—, no le atraía demasiado la idea de atarse a alguien de por vida. Creía que, pese a la tranquilidad de la que gozaba, la existencia le depararía un futuro incierto, y que por mucho que en Ébolem se hablase y especulase sobre su vida, algún día abandonaría quizá para siempre aquel país en el que muchos le seguían considerando un extraño. Ya veremos si al final lo hizo.

    Pero tal día aún no había llegado, y sus preocupaciones, por el momento, no iban más allá de las habituales entre los hombres del campo: si llovía mucho o por el contrario había época seca, si la luna era llena o menguante o si caía una helada tardía.

    Le gustaba mucho, por otra parte, leer y también ojear mapas. Guardaba en su casa un gran baúl lleno de libros, algunos tan viejos que debía tener sumo cuidado al tomarlos porque si no se despegaban las hojas. Muchos los había leído y releído, y hasta sabía recitar páginas enteras de memoria. Pocos en Ébolem y en todo Blendia podían discutirle sobre cualquier asunto.

    Y justo en uno de esos ratos de lectura comienza esta historia.

    Era un desapacible día del mes de febrero. Edam estaba sentado en su mecedora frente a un acogedor fuego, y en sus manos sostenía un antiguo libro de relatos que acababa de adquirir en la última feria de Ébolem, que se celebraba todos los cambios de luna. Iba pasando despacio las páginas cuando, de pronto, se desprendió un viejo papel doblado que fue a aterrizar a sus pies.

    —¡Eh! ¿Qué es esto? —se preguntó.

    Se agachó entonces a recogerlo, lo desdobló, y vio que había algo escrito. Ponía lo siguiente:

    El mundo se ha vuelto extraño

    Sin un corazón valeroso que lo dirija.

    Tiempos oscuros se avecinan,

    Augurios de una edad que se consume lentamente.

    Esperanza, gritan algunos,

    Necesitados de escuchar palabras de aliento.

    Libre ha de ser el viajero,

    Emprendedor y arriesgado que,

    Incesante como el viento en la noche,

    Transite por la senda de la verdad,

    Halle lo que tanto anhela Rodania,

    Luche por encontrar una luz

    Anunciadora de tiempos buenos,

    Mas no habrá de renunciar a su Destino.

    Edam se quedó bastante sorprendido al leer este —y espero que disculpéis el atrevimiento— poema. Así, de buenas a primeras, no entendió gran cosa, y casi estuvo a punto de volverlo a guardar dentro del libro para utilizarlo en tal caso como marcapáginas. Y todo hubiera quedado en una anécdota de no ser por la curiosidad de nuestro granjero particular.

    —¡Es un acróstico! —exclamó.

    Y es que comprobó que todos los versos comenzaban con mayúscula, y en muchos casos no iban seguidos de un punto, como dicta la norma. Así que, en el mismo papel, debajo del poema, escribió en idéntico orden todas y cada una de las letras mayúsculas, y se quedó perplejo cuando descubrió una frase legible a la perfección:

    «ESTÁ EN LÉITHLAM»

    Para los que no lo sepáis —que me imagino seréis casi todos—, Léithlam era una ciudad maravillosa y mítica, que, en opinión de la gran mayoría de los habitantes de Rodania —y por ende de Blendia—, tenía una existencia cuando menos dudosa. Edam sabía de ella gracias a algunos libros escritos por los pocos viajeros que decían haber dado con su posición, en medio del inmenso Bosque Antiguo. Pero, ¿a quién iría dirigida esa nota? ¿Qué querría decir con exactitud la frase «Está en Léithlam»? Y, por último, ¿qué o quién habría allí que debía llamar su atención? Estas fueron algunas de las preguntas que se planteó nuestro buen Edam, aunque por el momento no quiso ir más allá.

    Algún tiempo después seguía dándole vueltas a la nota que había encontrado. La miraba, la releía, buscaba algún significado en los versos, la ponía al trasluz por si hallaba algo oculto que pudiese proporcionarle una pequeña pista… Sin embargo, no consiguió averiguar nada más de lo que ya sabía. Así hasta que un buen día recibió la visita de un amigo de su padre y suyo también, de nombre Benelard, al que Edam tenía un cariño especial y llamaba tío. Era una de las pocas personas en las que podía confiar.

    Edam preparó en un momento dos tazas de café y sacó unas pastas de esas que tienen incrustada media cereza confitada. Luego se sentaron a la mesa, frente al fuego.

    —Parece que llevas muy bien la granja tú solo —dijo Benelard, mientras mojaba una pasta en el café.

    —Oh, gracias, pero no es muy complicado —respondió Edam—. Sólo has de ponerle un poco de interés, mucho cariño y…

    —… y matar al padre de uno para quedarse con todo —añadió con sorna Benelard.

    Los dos rieron.

    —Vaya, ¿aún se comenta eso en Ébolem? ¿No tienen más temas sobre los que conversar?

    —Pues sí. Su otro chisme favorito sigue siendo tu origen, ese que dice que eres hijo de una amazona.

    Mientras departían animadamente, Edam jugueteaba bajo la mesa con la nota que había encontrado en el libro. Entonces se le cayó al suelo, junto al pie de Benelard, que la recogió y la leyó con mucha atención.

    —Vaya, no sabía que te dedicabas a escribir poesía —dijo, mientras leía.

    —Oh, no es mía —respondió Edam—. La encontré entre las páginas de un libro que compré hace unos días en la feria de Ébolem. Es un acróstico: si juntas las primeras letras de cada verso, se puede leer la frase «Está en Léithlam», pero no sé qué puede significar.

    —Pues parece bastante claro —respondió—. Te dice que hay algo en Léithlam y que debes ir a buscarlo. ¿A qué esperas para partir?

    Edam se sorprendió —o se hizo el sorprendido— al escuchar este planteamiento, y dijo:

    —Vamos a ver, ¿qué se me ha perdido allí, tan lejos de mi hogar?

    —¿Y eso qué más da? Es un enigma, y lo importante es que lo resuelvas, ¿no? Porque si te conozco bien, y creo conocerte mejor que nadie en este mundo, desde que descubriste la nota no has pensado en otra cosa. Incluso me sorprendería que no hubieses intentado encontrar alguna otra pista en el papel, como mapas ocultos, acertijos y todo eso que va junto con los enigmas.

    —No, no —contestó Edam, arrancándole la nota de la mano con brusquedad—. Este enigma sin duda se ha equivocado de receptor. Debe ser para alguien mejor, alguien, no sé, con más rango, más valor, más sabiduría…

    —¡Menuda necedad acabas de decir! —exclamó Benelard—. ¿Acaso tú no eres osado? ¿Y qué me dices de tus conocimientos? Y en cuanto a eso del rango… ¿no han logrado hombres humildes grandes hazañas a lo largo de la historia? Esos son los verdaderos héroes, no los caballeros famosos. No juzgues a los hombres por lo que tienen, sino por lo que son capaces de dar.

    Edam apuró el poco café que le quedaba en la taza, se pasó la lengua por los labios y se limpió con una servilleta.

    —Eso significa que no has pensado en las consecuencias —comentó, levantándose y acercándose al fuego; se quedó un rato parado mirando las llamas, pensativo—. Si parto hacia Léithlam, es posible que no regrese. No sé ni manejar una espada. Ni siquiera tengo una…

    —Eso se puede solucionar: ve a La Espada Mellada y que nuestro amigo el herrero te forje una a tu gusto. Mira, Edam, el Destino se ha cruzado en tu camino, y no has de desaprovechar la ocasión. ¿Qué te espera aquí? Una vida aburrida dedicada a ver pasar uno tras otro los atardeceres y sin nada que poder contar a tus futuros nietos.

    Edam torció el rictus.

    —A lo mejor es esa la existencia que deseo y que necesita mi corazón. ¿No se te ha ocurrido?

    —No, no lo creo. Piensa en la de casualidades que se han tenido que producir para que este enigma llegase hasta tus manos, si es que la casualidad ha tenido algo que ver.

    Edam le miró extrañado, pero en el fondo comprendía que Benelard podía estar en lo cierto. Aun así, había que preparar algunas cosas; tampoco era cuestión de marcharse de inmediato sin siquiera tener una plan de ruta.

    —De acuerdo, tío —dijo, después de unos instantes de reflexión—. Iré en busca de Léithlam antes de que se produzca el próximo cambio de luna, aunque me preocupa no saber el lugar exacto donde se encuentra.

    —Estoy pensando en el viejo baúl ese que tienes; seguro que hay libros que nos pueden servir de ayuda. Vamos a echarle un vistazo.

    Los dos salieron de la salita y abrieron el baúl. Había libros de toda clase y condición, que trataban de muchos y muy variados temas. Estuvieron buena parte de la tarde leyendo y repasando mapas. Discutieron sobre el camino más corto pero seguro para llegar hasta Léithlam, que se encontraba, como bien he dicho antes, escondida en el Bosque Antiguo, en la lejanísima región de Lindharian. A medida que leían, repasaban, ojeaban y discutían, la ilusión de los dos fue aumentando, tanto que al poco ya tenían ideada una posible ruta y los lugares donde Edam haría parada obligada.

    Rodania era un continente bastante vasto en el que vivían muchas criaturas desconocidas para nosotros, y otras, que quizá por ser más conocidas, resultaban no menos peligrosas, como los terribles ojáncanos, los más temibles todavía cúlebres, o los caballucos del diablo, de los que a buen seguro habréis oído hablar y no muy bien precisamente. Sin embargo, existían otros seres más pacíficos, como los enanucos bigaristas, o los silfos, o las bellas anjanas que habitaban en cuevas y ríos, o las dríades protectoras de los bosques. Había reinos humanos, a decir verdad poco belicosos la mayoría, dispuestos a vivir y dejar vivir, como el propio Blendia, o Amnorian, hacia el sur; otros no se mostraban tan condescendientes, y permanecían gobernados por reyes o tiranos —o ambos a la vez—, o incluso brujas, como Númgör, el reino de la Eterna Tempestad, dirigido a golpe de látigo por la Dama de las Tinieblas, Garwieth, que era una ijana malvada y déspota, a la vez que hermosa.

    De Léithlam, poco o nada encontraron. Lo único que se sabía por entonces —y no a ciencia cierta— era que estaba habitada por silfos, quienes además la guardaban con sumo celo de las miradas extrañas, y no solían permitir a nadie entrar o salir de ella sin antes haberle hecho pasar por un exhaustivo interrogatorio —se decía, entre los muchos mitos, que para ganarse el derecho a entrar había que contestar correctamente a tres preguntas, aunque se desconocía sobre qué trataban tales inquisiciones—. Así pues, a las lógicas dificultades de un viaje tan largo, se sumaba el no saber con exactitud el destino.

    Pero esto no desanimó de ninguna manera a Edam, embargado de emoción por descubrir esos países y regiones de los que hablaban aquellos libros. Y así, cada vez más entusiasmado con la idea, se le pasó el tiempo volando. La noche se le echó encima, y entonces, como es lógico, tuvo que dejar el asunto para atender a los animales de la granja. En ese momento

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