Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia: Los casos de Colombia y México
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Estos eventos de gran envergadura sirven como elementos de análisis privilegiado que permiten estudiar qué tan alejado se encontraba el espacio de experiencia del horizonte de expectativa en la celebración del centenario de la independencia y qué tanta conciencia de cambio había en el momento. Al investigar la prensa y la opinión pública de la época se logran evidenciar las distintas imágenes de patria que justificaban un discurso político que les daban sentido a los regímenes de principios del siglo xx y cuyas secuelas aún se pueden observar hoy en día. De esta manera se cuestionan elementos como la prensa, la noción de libertad que adoptaron los distintos partidos políticos, las rivalidades internas entre los regímenes de turno y se hace énfasis en la organización, el contenido programático, los protagonistas, el lenguaje y el registro de dicho periodo.
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Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia - María Isabel Zapata Villamil
5-18.
CONFIGURACIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA EN AMÉRICA LATINA: LA NUEVA HISTORIA INTELECTUAL
A lo largo de este capítulo, se explora cómo se configuró la opinión pública de finales del siglo XIX y comienzos del XX, la cual cimentó los discursos generados en torno a la celebración del centenario de la independencia, tanto en Colombia como en México. Solo conociendo sus rasgos principales es posible comprender de igual modo las características y las motivaciones e intenciones que generaron los discursos en torno al centenario de la independencia, en un sentido que trasciende su simple contenido. En concordancia, no solamente se estudiará cómo y qué se discutía en esas sociedades sobre un hecho específico, sino también las implicaciones que tiene la concepción misma de opinión pública adentro de ello, al igual que su formación, sus medios de expresión, quiénes intervenían en ella y con qué fines.¹
Para no centrarse simplemente en los contenidos incluidos en la prensa de comienzos del siglo XX, como fue antes mencionado en la introducción, se partirá de lo que hoy se conoce en algunos círculos académicos como la nueva historia intelectual.² Esa nueva historia intelectual se preocupa por analizar los cambios semánticos dados, para reconstruir los lenguajes que se gestan en un periodo específico.³ Por su parte, el análisis de esos lenguajes no solo tiene como objeto el conjunto de términos que los integran, sino que también contempla el análisis de la manera como estos se fueron creando. Para eso, se hace necesario ver los cambios de sentido que sufren los conceptos; las diversas formas como se relacionan, y la manera como aparecen nuevas constelaciones de conceptos, según los cambios de sentido que operan en ellos.⁴ Se arguye que los cambios de significado de algunos conceptos adquieren sentido cuando son observados a la luz de los nuevos lugares de articulación, según sus contextos. Es posible encontrar un ejemplo de tales propuestas en la obra de François Xavier Guerra;⁵ más específicamente, en su estudio sobre el ciudadano en América Latina.⁶ En dicho trabajo, Guerra considera que los atributos correspondientes al ciudadano no se dan de hecho, sino que se construyen como resultado de un proceso cultural que se organiza adentro de una historia personal y social. Según ese marco, el ciudadano no era el mismo en la república antigua que el que es en la actualidad, o la nación moderna no será la misma que la nación del antiguo régimen.⁷
Con el objetivo de postular un estudio el cual se aproxima a los conceptos contenidos en los discursos que constituyen la opinión pública, la presente investigación no se concentrará solamente en analizar los significados y los sentidos de dichos conceptos, sino también en contemplar su constante proceso de desgaste, desplazamiento y renovación.⁸ Con tal objetivo presente, no es pertinente limitar la observación al conocimiento general de la lengua, sino que los aspectos mencionados se deben relacionar simultáneamente con la familiaridad que tiene una sociedad con ello: con el uso continuo o discontinuo de determinado concepto. En este capítulo, se estudiará cómo el concepto de opinión pública no ha sido estático, ni puede ser concebido como algo separado de la acción; a continuación, se arguye que, como otros conceptos, este se convierte en mediador de la acción de la política moderna: le da sentido a esta, y sirve de punto de apoyo para las instituciones.⁹ En esa medida, cuando se habla de analizar la opinión pública del centenario de la independencia en Colombia y México, no solo se habla de lo que se dijo sobre tal celebración; de quién lo dijo; qué medio utilizó, y a quién le habló, sino que también se contempla para qué lo hizo, o en busca de qué efecto.¹⁰ De tal modo, a lo largo este capítulo se explora cómo se conformó la opinión pública y quiénes intervinieron en ella. En concordancia, se analizará lo que se dijo y mediante qué medio se dijo, al igual que cómo y para qué se dijo en los siguientes tres capítulos.
Concepto de opinión pública en el siglo XIX según sus definiciones e historia
En términos generales, este primer capítulo estará dedicado a definir el tipo de opinión pública que se organizó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX; algo que lleva a considerarla el nuevo marco en el que se articulaban los discursos del momento. De tal modo, primero se estudiará cómo se define ese concepto en los diccionarios durante el siglo XIX, y a continuación se abordará cómo se ha configurado la opinión pública de acuerdo con su propia historia.
En primera instancia, es posible contemplar los cambios que la noción de opinión pública contiene según la forma como aparece en los diccionarios y la manera en que es caracterizada. En el Tesoro de la lengua española castellana,¹¹ publicado en el año 1611 y preparado por Sebastián de Covarrubias, aparece solamente la palabra opinión. Aquel volumen contiene la afirmación de que esa noción solo puede tener carácter de certeza desde la perspectiva de la ciencia porque, de lo contrario, es posible que puedan aparecer varias opiniones ante una misma cosa, con lo que sería incierta y quedaría sin autoridad. Por otro lado, la palabra público aparece por aparte, refiriéndose a lo que todos saben y es notorio publica vos y fama
.¹² Igualmente, en el Diccionario de la Real Academia Española de 1737 se encuentra la idea de que toda opinión era algo incierto, pues se podían encontrar opiniones distintas de una misma cosa.¹³ Lo mismo se encuentra en las definiciones de los años 1780, 1803 y 1869. Así, el cambio se sitúa en la nueva característica que se le adjudicó, desde 1869, a la definición de público; delimitación que empezó a incluir una caracterización por grupos, tendiéndose a hablar de públicos, en plural: el conjunto de las personas que participan de unas mismas aficiones o con preferencia concurren a determinado lugar. Así se dice que cada escritor o cada teatro tiene su público
.¹⁴ Como se nota en el año 1914, es claro que la definición de público fue ampliándose por el sinnúmero de sustantivos a los que se les empezó a adjudicar la característica de público, como administración, fe, calle, deuda, higiene, lo cual mostraba cada vez más la necesidad de control por parte del Estado en algunos asuntos en los que no se inmiscuía.¹⁵ Solo hasta 1956, se incluyó el adjetivo de público en la definición de opinión, en el Diccionario de la Academia de la Lengua, lo cual quería decir sentir o estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados
.¹⁶ Con lo que se acaba de exponer, lo cual se confirmará más adelante, se evidencia en qué grado a lo largo del siglo XIX la opinión pública se fue asentando y diversificando en su interior. Así como ya se evaluaron distintas definiciones relacionadas con la opinión y lo público por separado, se expondrá más adelante cómo la opinión pública se fue alejando del criterio de verdad e, internamente, se fue diversificando en conformidad con múltiples grupos de intereses que entraban en confrontación y negociación. Lo expuesto evidencia que, si se inicia con la consulta del concepto en el diccionario, es posible encontrar pistas de su cambio, pero si se recurre a la historia misma de la noción, será posible ahondar en su proceso de constitución.
Cabe recordar que, para saber lo que las palabras quieren decir, se recurre por lo general a los diccionarios, con la finalidad de contemplar sus significados; no obstante, para enriquecer el sentido que estas tienen para una sociedad, es esencial recurrir al significado que se les ha dado en sus desarrollos y usos específicos. De tal modo, el concepto de opinión pública solamente apareció como tal en Europa durante la segunda mitad del siglo XVIII. Desde la antigüedad, con términos distintos se referían situaciones parecidas, pero nunca iguales. Por ejemplo, Protágoras hablaba de la creencia de la mayoría, Heródoto de la opinión popular, Demóstenes de la voz pública de la patria, y en otras ocasiones se hicieron comunes nociones como vox populi y opinión común.¹⁷ De acuerdo con Cándido Monzón, ese término apareció por primera vez cuando Rousseau pronunció su discurso llamado Discurso sobre las ciencias y las artes
en la Academia de Dijon, en 1750.¹⁸ Simultáneamente, en Europa se comenzó a dar un largo proceso mediante el cual la conciencia empezó a tener libertad, y la cultura salió de los claustros para ubicarse en las manos de los individuos. Desde el Renacimiento, se inició con Nicolás Maquiavelo el realce de los intereses del individuo y de sus virtudes.¹⁹ Aquel proceso se unió progresivamente a la implementación de nuevos elementos difusores de la cultura; tal fue el caso del uso de la imprenta en lo concerniente a nuevas formas de difundir ideas. De igual modo, se originaron discusiones en salones y cafés, mientras que las hojas volantes impresas, los líbelos, las gacetas y los periódicos del siglo XVII francés se hicieron cada vez más regulares.²⁰ En tanto, la prensa se consolidaba cada vez más en las postrimerías del Antiguo Régimen, con la función de informar a los súbditos las decisiones de los gobernantes. Dichos periódicos tuvieron incluso la función de mantener el Antiguo Régimen, en tanto que intentaban disminuir la crítica que se levantaba por otros medios como el líbelo y el chisme. Paradójicamente, al mismo tiempo fueron abriendo un ambiente de debate y, así, la posibilidad de que el público se pensara a sí mismo con el poder de fiscalizar las acciones de los gobernantes. En ese sentido, la autoridad de los gobernantes del Antiguo Régimen se vería disminuida, puesto que la opinión pública comenzó a ser concebida como el árbitro supremo de la legitimidad de estos.²¹ Al lado de dichos desarrollos del área cultural, se presentaron cambios en otros aspectos de la sociedad que condujeron a crear tal ambiente crítico. Entre ellos cabe mencionar la aparición de la imprenta de tipos movibles, la cual permitió la comunicación con personas lejanas, en un momento el que la voz no funcionaba por su presentismo. Aquel recurso ayudó a generar un ámbito propio de nuevas observaciones y de otras conversaciones a distancia.²² De igual modo, la reforma protestante fue otro impulsor de la crítica, pues supuso profundos cuestionamientos a la autoridad y a la jurisprudencia papal; asimismo, benefició el surgimiento de una economía capitalista, al igual que el de una burguesía.²³ En el contexto hispanoamericano, concretamente cuando, con las Cortes de Cádiz, la libertad de imprenta fue decretada como un derecho político, individual y universal, apareció una nueva autoridad diferente a la de los Gobiernos locales y los supremos poderes, que se denominó a sí misma opinión pública.²⁴
Se toma como base que la opinión pública tiene una concepción polisémica y que, para acercarnos a los distintos significados que abarca, es posible tener como puntos de partida los diccionarios, así como los discursos de pensadores del pasado que han reflexionado sobre ella directamente. Sin embargo, otro modo de aproximación a ella, que complementa los dos anteriores, consiste en que la constitución del mismo concepto contiene una experiencia histórica; acorde con esas tres nociones, resulta posible el acercamiento a lo que fue la opinión pública en el momento de la celebración del centenario de la independencia en México y Colombia. De tal modo, la razón por la cual se plantea la necesidad de indagar la historia de la opinión pública como concepto consiste en que, según la óptica del presente estudio, se considera que ninguna de las definiciones dadas a lo largo de la historia se sitúa encima de las otras; no hay una más verídica que otra; no hay un modelo ideal de opinión pública, o un deber ser. Tal carácter histórico conduce a explicar su naturaleza, así como sus atributos y actores, en la medida en que corresponden a cada momento histórico, sin que se deba pensar que alguno sea mejor que otro. Así, si se abordan textos sobre opinión pública,²⁵ como lo afirma Francisco Ortega, se han producido varias reflexiones que preceden la del alemán Jürgen Habermas en tal sentido.²⁶ A lo largo de estas se ha contemplado la opinión pública según distintos ángulos. Aquello coincide con el hecho de que es vista como lo que el público piensa y expresa de los asuntos de interés; lo que los medios dicen que son los temas de interés,²⁷ y el grado en que se la considera un lugar estratégico de discusión.²⁸ No obstante, precisamente el libro de Habermas consolidó un campo de estudio alimentado por amplias discusiones.²⁹ A su vez, esas discusiones³⁰ han sido impregnadas por el ser y el deber ser; por lo real que refleja el término, y por las expectativas que debería cubrir. De tal modo, en su texto Historia y crítica de la opinión pública, Habermas trata el tema específico de la esfera pública liberal. El autor alemán enfatiza en su argumentación en que la aparición de la opinión pública estuvo fuertemente ligada a un proceso histórico: el cambio estructural de la publicidad está incrustado en la transformación del Estado y la economía
.³¹ Habermas parte así de considerar, a grandes rasgos, la opinión pública, en la medida en que corresponde con los discursos que se producen racionalmente, y que circulan con el fin de poner sobre la mesa los intereses de la clase burguesa. Para él, con esa nueva aparición, la opinión pública se ubicó en nuevos espacios físicos, como los salones, los cafés, y en las salas de reuniones y de asociaciones cívicas, así como en los nuevos espacios de comunicación letrada, como la prensa. Incluso, por centrarse en el tema de la opinión pública liberal, algunos han llegado a afirmar que Habermas la plantea como el ideal de la comunicación