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Ustedes los pobres, nosotros los ricos: Industrias culturales y extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970
Ustedes los pobres, nosotros los ricos: Industrias culturales y extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970
Ustedes los pobres, nosotros los ricos: Industrias culturales y extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970
Libro electrónico471 páginas5 horas

Ustedes los pobres, nosotros los ricos: Industrias culturales y extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970

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En Colombia se dice que "los ricos quieren ser europeos, las clases medias norteamericanas y los pobres mexicanos". Este libro explora el origen de este estereotipo en la presencia de las industrias culturales extranjeras, especialmente el cine en la primera mitad del siglo XX en la capital bogotana. Estas se convirtieron en instrumentos de segregación en las nuevas condiciones urbanas, para profundizar la estigmatización discursiva entre las clases sociales y mantener la estructura básica de la diferenciación social. Así, a la cabeza estaban las preferencias culturales eurocéntricas de las elites capitalinas, mientras se aceptaba lentamente la influencia cultural de los Estados Unidos, en particular en las clases medias emergentes, y se consideraba que las manifestaciones de lo mexicano se alejaban de la alta "alta cultura". Ustedes los pobres, nosotros los ricos propone un acercamiento a la constitución de hegemonías y resistencias, en el contexto de las relaciones entre las clases sociales, los mecanismos de construcción de sus identidades colectivas y la negociación sobre quien producía y reproducía el capital cultural como forma de control social en la cambiante Colombia de la época
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2021
ISBN9789587816273
Ustedes los pobres, nosotros los ricos: Industrias culturales y extranjeras y gusto social en Bogotá, 1940-1970

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    Ustedes los pobres, nosotros los ricos - Alberto Guillermo Flórez Malagón

    I. LA SOCIEDAD BOGOTANA Y LA GLOCALIZACIÓN CULTURAL, 1940-1970

    Entre las décadas de 1940 y 1970, la capital colombiana fue un ejemplo clásico del proceso de modernización y cambio demográfico y además se consolidó como uno de los centros culturales más importantes del país. Esta consolidación se evidenció, entre otras cosas, en el desarrollo de sus industrias culturales, con la producción de radionovelas, la creación de la sede nacional de las compañías distribuidoras de películas y, posteriormente, el establecimiento del centro de difusión de la señal de televisión nacional. Estos cambios fueron importantes, porque contribuyeron a la reconfiguración de los grupos sociales en la ciudad y consolidaron un cosmopolitismo que ejemplifica bien la importancia de las industrias del entretenimiento para profundizar la articulación con las formas de vida en el extranjero. Acá cobra relevancia el hecho de que la adopción de lo foráneo se dio mediada por las industrias culturales, dada la relativamente poca presencia física de extranjeros en Colombia.

    Esto sucedió en un contexto de glocalización cultural, un concepto que remite a la presencia de lo global en contextos locales, para identificar temas que ilustran la negociación entre las propuestas eurocéntricas, norteamericanas y mexicanas, entre las más importantes que influyeron los procesos de identificación de los grupos sociales en la renovada Bogotá de la primera mitad del siglo XX.

    La tradición cultural de las élites en Colombia, especialmente desde los inicios de la república, reforzó un universo eurocéntrico en el que la llamada alta cultura era el referente más importante para su reproducción. Más adelante, cuando los Estados Unidos se posicionan globalmente como un nuevo nodo de poder en la primera mitad del siglo XX, el americanismo avanzó y se constituyó como alternativa al eurocentrismo, pero sin reemplazarlo totalmente. La presencia de las industrias culturales profundizó este proceso, aunque también incluyó nuevas perspectivas provenientes del sur que tuvieron especial acogida, predominantemente en los sectores populares.

    BOGOTÁ TRANSFORMADA

    Las razones históricas para la transformación demográfica que experimentó Colombia en la primera mitad del siglo XX aún son objeto de debates en los que se enfatizan diversas variables. Sin embargo, los autores coinciden en reconocer que fue durante estas décadas cuando la migración masiva de habitantes rurales a las ciudades colombianas reconstituyó de manera definitiva el paisaje productivo, cultural y económico del país. Las características del proceso giran en torno a dos hipótesis dominantes: la primera afirma que la migración fue originada por la gran pobreza rural que movilizaba a la población hacia polos de atracción demográfica; la segunda sostiene que este movimiento fue en realidad un éxodo masivo, forzado y prolongado por las condiciones bélicas, la expulsión y el destierro de los campesinos.¹

    En Colombia hubo grandes éxodos rurales a principios del siglo. Particularmente durante los años 30, como consecuencia de la crisis internacional, se llegó a la industrialización por sustitución de importaciones y bajaron los precios de los productos agrícolas y del café —el producto base de la economía exportadora—, por lo que el abastecimiento de bienes manufacturados se interrumpió. En los centros urbanos se creó industria ligera para producir los bienes manufacturados de consumo que no se recibían del exterior, lo que activó la concentración de mano de obra, la infraestructura, la creación de valores de uso colectivo y el mercado local.

    Durante la Segunda Guerra Mundial, la industria manufacturera de Colombia se fortaleció hasta ser el sector económico líder, lo que introdujo cambios profundos en la estructura social. Las ciudades aceleraron su crecimiento demográfico a causa de la atracción que ejerció el crecimiento de oportunidades de empleo en la industria y la construcción, la complejización del Estado y los procesos económicos con base urbana. A pesar de esta dinámica,

    la lenta absorción de la fuerza de trabajo, especialmente migrante, fue acompañada de los bajos ingresos laborales, lo que explica no solo la condición de pobreza de la población, sino también la baja capacidad de demanda para expandir la producción industrial. Esta situación redundaba en graves problemas de hacinamiento, déficit de servicios públicos en las viviendas, inasistencia escolar y alta morbilidad y mortalidad.²

    Igualmente, entre las décadas de 1940 y 1950, el país entró en la época de La Violencia. El Partido Conservador llegó al poder gracias a una división interna del Partido Liberal y, más tarde, ante la reunificación de este, intentó continuar con el control del gobierno mediante una campaña de intimidación y violencia contra sus oponentes. Los liberales organizaron un movimiento de resistencia que culminó con la creación de guerrillas rurales. Dado el carácter rural del conflicto, esta pugna política se transformó rápidamente y de manera notoria en una lucha por el control de la propiedad. Las migraciones rural-urbanas se aceleraron como consecuencia de las luchas armadas en el campo, y las cabeceras municipales y las mayores ciudades fueron foco de atracción para estos migrantes. Por ejemplo, el crecimiento de la población urbana se aceleró entre 1951 y 1964, para alcanzar el mayor ritmo de su historia (5,4%) (Figura 1).

    FIGURA 1. Miles de habitantes en Bogotá

    FIGURA 1. Miles de habitantes en Bogotá

    Fuente: elaboración propia, con base en los datos de los censos nacionales.

    Ya se tratara de la atracción derivada de las oportunidades que se les ofrecía o de la expulsión del campo, lo cierto es que los nuevos habitantes urbanos tuvieron que establecerse en condiciones precarias y empezaron a reclamar un espacio no solo físico y político, sino también cultural. En cuanto a la demanda de la población por espacio físico, ella enfrentó la falta de solución a sus necesidades;³ en cuanto a la demanda por espacio político, esta fue reprimida por la reacción bipartidista, que controló los avances revolucionarios del populismo gaitanista, una vez que el líder de ese movimiento fue asesinado en 1948. Respecto al capital cultural, la reconfiguración de las identidades jugó un papel central en la definición de las relaciones entre los grupos sociales en los cambiantes contextos urbanos. Se trataba, en palabras de Jesús Martín-Barbero, de nuevos modos de estar juntos en los que se internacionalizan los mundos simbólicos, al tiempo que se desplazan las fronteras entre las culturas moderna/tradicional, culta/popular, letrada/audiovisual, local/global.⁴

    LA NUEVA URBE Y LAS INDUSTRIAS CULTURALES

    La tecnología de las comunicaciones jugó un papel central en los cambios mundiales que experimentaron las sociedades de la primera mitad del siglo XX. Para el caso latinoamericano, la secuencia de artefactos tecnológicos transferidos de los países industriales trajo consigo una forma de relacionarse con contenidos que se modelaron mayormente en las ontologías de la modernidad capitalista, es decir, en las formas de ser que privilegiaron el individualismo y su ethos consumista, asociado a una concepción instrumental de la naturaleza. Todo ello en un contexto en el que la herencia colonial española sobrevivía junto a los imaginarios eurocéntricos modernistas (de corte inglés o francés) de las élites colombianas.

    La influencia de las industrias culturales se profundizó, por su permanencia y por sus proyecciones, en la nueva vida social ofreciendo un nuevo punto de contacto en las sociedades jerárquicas.⁵ El cine, el ejemplo por excelencia, cumplió en este proceso una función de guía moral (no solamente moralizante) que intentó definir públicos, con principios y valores que conformaran consumidores con identidades predecibles y ciudadanos que asumieran su papel como parte de la sociedad.

    La posibilidad de descubrir, de reconocer y de inventar a partir de esa nueva dinámica estuvo atada igualmente a la democratización de la información, que desbordaba los controles y los cánones de la educación letrada tradicional y los modelos de vida de la gente decente —como acostumbraban referirse a sí mismas las élites capitalinas—, grupo que reguló y dominó el mundo cultural de los sectores populares hasta muy entrado el siglo XX.

    Por siglos, los sectores populares en Colombia estuvieron privados de una cultura letrada. Sin embargo, al llegar a las ciudades durante las migraciones de la primera mitad del siglo, muchos de los campesinos, aún sin acceso al mundo letrado, lo tuvieron a tecnologías audiovisuales. Ellas les permitieron imaginar el resto del mundo (así fuera de manera sesgada por las industrias culturales extranjeras) y redefinir procesos identitarios que los hacían reconocerse ahora como habitantes urbanos en proceso de adaptación y aun demandar nuevos espacios políticos y culturales. Estos reconstituyeron mundos en donde los espacios citadinos les ofrecían ejercicios de imaginación, más allá de la sociabilidad tradicional. La vida de barrio, por ejemplo, no solo recreó las nuevas condiciones de vida local, ocasionalmente de cultura obrera o campesina, sino también la información global y desterritorializada que empezaba a fluir a través, por ejemplo, de los asistentes a los cines, los aficionados a las historietas o los oyentes de las emisoras de radio.

    El tema de la mediación recuerda el concepto de marco (frame) propuesto por Gregory Bateson en 1955 para explicar la interpretación de los mensajes recibidos en un proceso comunicativo y por qué las personas atienden determinados aspectos de la realidad e ignoran otros. Ante las distintas situaciones que se les presentan, las personas se preguntan qué sucede allí. Las posibles respuestas son marcos que dan sentido a los acontecimientos y además están sujetos a probables y sucesivas redefiniciones y re-enmarcaciones.⁶ Esto lleva a preguntarse cuáles son los valores que definen esos públicos, hacia dónde se orientan los consumidores y qué tipo de ciudadano conforman.⁷

    Esto produjo importantes cambios en las referencias de la cultura letrada —opuestas a las del mundo del analfabetismo—, los cuales no solo dieron lugar a nuevas demandas al Estado y a la política tradicional, sino que redefinieron las identidades. Asimismo, con ello vino el reconocimiento mutuo de grupos que —en sus barrios, con sus lenguajes, con sus culturas locales— ahora constituyeron un nuevo universo de habitantes urbanos que añadieron a sus tradicionales formas de socialización y educación los poderosos mensajes de las industrias culturales, cuyo auge inusitado hay que fecharlo sobre todo en la década de 1940.

    En 1939, el escritor Alfonso Fuenmayor caracterizaba el nuevo cosmopolitismo mediático, al describir al oyente de la radio, uno de los primeros artefactos promotores del cambio cultural:

    Con un texto de geografía en la mano empieza a tener una vaga idea del mundo que allá en la escuela, entretenido en más jocundas diversiones e inocentes ocios, no logró aprender de boca del profesor. Si alguna vez este hombre ha tenido una idea, bastante imprecisa, por cierto, de lo que es sentirse en el centro del mundo, es cuando opera, con un misterioso botoncito que gira dócilmente entre el pulgar y el índice, debidamente higienizados.

    El universo imaginado por los individuos en su exposición a las industrias culturales era el motor de ideales y de prácticas que forjaron las identidades de grupos sociales enteros. Estos medios revaloraron el mundo de las fuentes orales y visuales, que había sido por antonomasia el mundo de las culturas populares, mientras que al mundo de lo escrito —privilegiado e interpretado por muchos historiadores— solo accedía un reducido número de personas en la mayor parte de la historia humana.

    Los sonidos, las voces, las imágenes, como las memorias colectivas, perduran de manera eficaz en la imaginación y en la memoria audiovisual, si no en su presentación original, sí en sus representaciones. El efecto es servir de artefacto de reconocimiento y orientación para que un modo de ser de los grupos humanos se consolide y constituya referentes identitarios. Mirar y oír es aprender a ser, y ser es una empresa política ante todo. Así, las acciones del pasado, y las que debían seguirse, creaban un orden y daban un propósito, realizando el modelo en boga. Mirar y escuchar conectaba con el mundo exterior y permitía reconocerse en él para crear nuevas formas de ser moderno.

    En la radio el obrero encontró pautas para orientarse en el discurso funcional de la ciudad, el emigrante [halló] modos de mantener una memoria de su terruño, el ama de casa [tuvo] acceso a emociones que le estaban vedadas [...]. Al cine iban las gentes a verse, en una secuencia de imágenes que –más allá de lo reaccionario de los contenidos y de los esquematismos de la forma– legitimaba gestos, rostros, modos de hablar y caminar, [...] y reconocía una hasta entonces desconocida y negada identidad.¹⁰

    FIGURA 2. La pasión de la radio

    FIGURA 2. La pasión de la radio

    Fuente: Alfonso Fuenmayor, Radio, radio. radio, el vicio de nuestros tiempos, Estampa, núm. 46, octubre 7 de 1939, 16.

    Las industrias culturales recrearon sujetos coloniales al tiempo que inventaron sujetos modernos. Si se pudiera hablar de estructuras premodernas/modernas, lo que se ve es cómo a través de ellas circularon los individuos adaptando sus experiencias a dichos referentes sin lograr su realización ideal. Se mantenía la herencia colonial bajo la apariencia de la modernidad. Parafraseando a Christopher Bayly, no se trataba de ser moderno, sino de pensar que se era moderno.¹¹

    El crecimiento de los medios audiovisuales en la Bogotá de los años 40 y 50 creó oportunidades para que los grupos populares recientemente migrados a la ciudad descubrieran espacios simbólicos con los cuales entender de manera renovada la privación tradicional a la que los había sometido por siglos la cultura colonial letrada y su legado republicano. Con mayoría de analfabetos funcionales, dichos grupos encontraron en las industrias culturales una articulación con un mundo más grande y diverso, el que llegaba a través del mensaje predominante del cine, pero también de la radio y las industrias editoriales.

    Sin embargo, aunque potencialmente ello pudo generar oportunidades de autonomía identitaria para los sectores populares y su relativo empoderamiento en términos de luchas simbólicas, estos espacios se aprovecharon —y con las mismas excusas utilizadas anteriormente por el sistema racial de castas y el mundo letrado, etc.— sobre todo para profundizar procesos de diferenciación y exclusión social, ahora en las nuevas protópolis, que en todo caso no eran ciudades totalmente modernas, sino apenas conglomerados amorfos y desintegrados.¹²

    Para el caso colombiano, esta orientación la exploran trabajos como los de Mary Roldán, quien estudia el papel de la radio en los procesos de democratización,¹³ dando continuidad a los numerosos estudios que vinculan política, opinión pública y participación en referencia a las transmisiones radiales. Antes de ella no existía un estudio sistemático de la radio en Colombia, aunque en los últimos años se han publicado estudios breves sobre aspectos específicos de la radiodifusión, como la radio comunitaria, la radio de noticias en Medellín y el papel de la Radiodifusora Nacional en la promoción de la programación cultural a mediados del siglo XX.¹⁴

    Al tiempo con estas trasformaciones, el fortalecimiento de los grupos medios, asociados sobre todo a la creciente burocracia estatal, propició la difusión de los ideales de la modernidad urbana. En su estrecha vinculación con el desarrollo del aparato estatal, este sector adoptó prácticas propias de la profesionalización e impactó en la esfera pública nacional, hecho que han estudiado historiadores de las clases medias, como Abel Ricardo López. Este autor analiza el papel de la clase media en la estructuración de nuevas formas de un Estado y una sociedad democráticos,¹⁵ en que las nuevas tecnologías contribuyeron a replantear los procesos de producción y reproducción del capital cultural en la consolidación de la nueva urbe.

    El mensaje de los medios traía muchos contenidos producto de las hegemonías extranjeras, y a él tuvieron acceso muchos más individuos, especialmente porque se articulaban a través de los espacios del ocio, en condiciones que permitían a la masa no letrada tener un poderoso espacio de recreación cualitativamente diferente del que hasta entonces habían controlado las élites, aunque este constituyera solo ocasionalmente un espacio liberador o siquiera alternativo.

    SUBORDINACIÓN DISCURSIVA

    La presencia creciente de nuevos habitantes urbanos, en su mayoría migrantes del campo, generó una creciente tendencia de las élites bogotanas a caracterizar su presencia con estereotipos negativos que reforzaban su condición subordinada. La excusa más común era su representación como grupos premodernos asociados con las características del habitante rural. Efectivamente, el peso de la mezcla de razas durante la Colonia y la relativa ausencia de migración en tiempos republicanos fueron especialmente importantes en la región andina colombiana e impactaron los modelos culturales que sus habitantes adoptaron en la primera parte del siglo XX. Antes de 1750, había desaparecido cualquier uso funcional de la lengua materna principal: el chibcha, de la cultura muisca que habitaba el centro del país.¹⁶ Este proceso en la zona Andina colombiana transformó la población indígena en campesinos mestizos, en comunidades de trabajadores rurales con poca autonomía cultural, por lo menos frente a la cultura letrada y católica dominante, controlada por las élites criollas.

    La importante desestructuración, experimentada sobre todo por los habitantes andinos, los separó de su tradición indígena y los convirtió rápida y eficazmente en campesinos articulados a las nuevas realidades rurales y agrarias, con prácticas de socialización que se reducían a rituales estructurados por la religión, el consumo colectivo de bebidas alcohólicas, así como a ocasionales manifestaciones folclóricas, mayormente cooptadas por los grupos dominantes, especialmente a través del control de los espacios públicos y la financiación de los eventos.

    FIGURA 3. “Procesión popular en el Cerro de Monserrate de Bogotá”

    FIGURA 3. Procesión popular en el Cerro de Monserrate de Bogotá

    Fuente: Revista Cromos, 8 de abril de 1916.

    Estos campesinos se caracterizaron desde el comienzo del proceso de migración a Bogotá por un predominio relativo de habitantes mestizos provenientes de las zonas andinas, a diferencia de otras regiones, donde los grupos afrocolombianos e indígenas eran más visibles y donde hubo diferencias en el proceso de adopción de lo extranjero. En el censo de 1973, la población no originaria de Bogotá estaba compuesta en un 51 % por migrantes, principalmente de las regiones mestizas de Cundinamarca, Boyacá, Tolima y Santander.¹⁷

    Pese al crecimiento del Estado, al impulso de la construcción en las grandes ciudades y algunas intermedias, el carácter monopólico de la industria y su alta composición técnica llevaron a que el crecimiento de la producción y el mayor desarrollo económico no se tradujeran en mayor crecimiento de las posibilidades de empleo, de modo que mucha de la población migrante que no lograba emplearse recurría a las actividades informales de la economía.¹⁸ La presencia creciente de los marginados era constante motivo de incomodidad, hasta el punto que en 1948, durante la IX Conferencia Panamericana, que recibió a delegados de todo el continente, se propuso llevar a uno de los grupos más desprotegidos de la renovada urbe: los mendigos, a una hacienda en las afueras de Bogotá, con el ánimo de dar una imagen moderna y civilizada de la ciudad.¹⁹

    Los nuevos pobres urbanos fueron representados como simple transferencia de modelos rurales a la nueva urbe y se convirtieron en el objeto favorito de algunos medios, que caricaturizaban y estereotipaban, en esta nueva visión de lo popular, a las criadas, los emboladores, los policías, los loteros, los voceadores, las marchantas, los zorreros, los vendedores de periódicos y toda clase de trabajadores formales e informales.

    FIGURA 4. Mujer vendedora de lotería y voceador de prensa

    FIGURA 4. Mujer vendedora de lotería y voceador de prensa

    Fuente: Fondo Sady González. Biblioteca Luis Ángel Arango

    FIGURA 5. Venta de leche en Bogotá, 1948

    FIGURA 5. Venta de leche en Bogotá, 1948

    Fuente: Fondo Sady González. Biblioteca Luis Ángel Arango

    FIGURA 6. Campesinos convertidos en obreros citadinos

    FIGURA 6. Campesinos convertidos en obreros citadinos

    Fuente: Fondo Sady González. Biblioteca Luis Ángel Arango

    Al caracterizar los grupos sociales, las élites bogotanas resintieron los cambios demográficos, al punto que enfrentaron discursivamente la presencia de los nuevos inmigrantes en la vida bogotana reprobando, por ejemplo, sus estéticas, para referirse a las tipologías fruto del cambio urbano y reforzar la superioridad moral tradicional de los letrados. En este contexto, las empleadas domésticas, o sirvientas, resultan un ejemplo ilustrador, pues fueron uno de los grupos más referidos por las élites para ilustrar los temas del gusto popular en el nuevo contexto de la migración del campo a la ciudad. La estigmatización de sus gustos daba continuidad a un largo proceso de representaciones que profundizaba la oposición entre la alta cultura y lo popular.

    Fue quizás la cercanía y presencia permanente de estas mujeres —predominantemente campesinas migrantes— en la mayor parte de los hogares medios y de las élites lo que promovió esta preferencia por la degradación simbólica, sobre todo porque ellas ofrecían uno de los contrastes más visibles entre la alta y la baja cultura, aquella que se compartía en los espacios domésticos de la cotidianidad bogotana. Al respecto, hay que considerar que en las zonas andinas la migración fue altamente selectiva, por edad, sexo y grado de educación. Iniciada cerca de los 15 años de edad, aproximadamente hasta los 35, las mujeres campesinas emigraron más que los hombres²⁰ y muchas de ellas se instalaron respondiendo a la demanda por empleadas domésticas, generalmente en contextos de trabajo informal y expuestas a todo tipo de abusos, incluidos los sexuales.

    En un detallado artículo publicado en 1943, Mario Ibero, un periodista famoso por su entrevista al líder conservador Laureano Gómez, más tarde presidente, en los años treinta, describía cómo se representaba de manera denigratoria en Bogotá a las mujeres inmigrantes del campo. En su artículo La Resura, ilustrado reiteradamente con ejemplos de los espacios del entretenimiento popular, Ibero escribía:

    Un sedoso pañolón de largos flecos hace de mantón nativo, remedo del de Manila. [...] con sus flecos profusos barre el suelo fachendosamente cuando, al pasar por frente a un grupo de rijosos lustrabotas, alguno [...] se apresura a espetarle, en su léxico de barriada, uno de sus habituales piropos: Ah, hijuemíchica, pero que fuenastá como pa ponerle chagualos y reventarle unas Bodemias puallén la Media Torta!²¹ [...] E insulta, ama y provoca como por hacer ejercicio [...] es más callejera que un gozque perdido [...] y sabe bailar pasillos y bambucos, y no ignora la letra de los porros, rumbas y guarachas de moda, y se pone lánguida cuando ha visto una película de Jorge Negrete, y la [...] prueba de amor que le exige al que desde la víspera la esté requebrando, es que la lleve a una popular del Teatro Santa Fe.²² Y para ella la penúltima prueba de cariño consiste en que le pongan un ojo negro, o le regalen un par de alpargatas o, una cinta nueva [...]. Y la definitiva, la máxima, que él le saque pieza [...]. Finalmente, la Resura a veces resuelve sentar la pata, y entonces se entra a servir. [...] La Resura en el fondo es una Margarita Gautier o una Mimí con alpargatas y sin

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