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Entre bestias y bellezas: Raza, género e identidad en Colombia
Entre bestias y bellezas: Raza, género e identidad en Colombia
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Libro electrónico526 páginas4 horas

Entre bestias y bellezas: Raza, género e identidad en Colombia

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A lo largo de la historia, la belleza ha sido muy valorada, pues ha sido de suma importancia en los ámbitos sociales, económicos, culturales y políticos en distintas sociedades. En Colombia, la belleza de sus mujeres, conocida mundialmente, se ha convertido en una fachada para problemas profundamente arraigados en su realidad nacional. Aunque ha tenido pocas dictaduras y se ha destacado por sus gobiernos democráticos, sus abundantes recursos y su economía dinámica, en toda su historia este país nunca ha tenido un Gobierno incluyente y soberano. Además, muchos de sus ciudadanos han sido pobres y excluidos, debido a políticas elitistas que favorecen a ricos y poderosos.
En este libro, Michael Edward Stanfield explora cómo ha evolucionado el concepto de belleza en la historia cultural del país, revelando las nuevas facetas de las construcciones tradicionales de género, las jerarquías raciales y sus señas de identidad. Para esto, estudia el desarrollo y la transformación del Concurso Nacional de Belleza y los más de tres mil concursos regionales que se hacen cada año en el país. Justamente porque en Colombia, una nación que se caracteriza tanto por sus altos niveles de violencia e inseguridad como por su cautivadora hermosura geográfica, cultural y femenina, la belleza no solo reina, sino que cura, distrae y, a menudo, mata.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 dic 2020
ISBN9789587815122
Entre bestias y bellezas: Raza, género e identidad en Colombia

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    Entre bestias y bellezas - Michael Edward Stanfield

    1992).

    1. ESCENARIO

    Colombia es un país extraño y hermoso. Sus costas sobre el mar Caribe y el océano Pacífico —ventaja única en América del Sur— le brindan acceso favorable al mundo y al comercio, pero las ciudades portuarias colombianas son remotas e inaccesibles para la gran población del interior. Tres verdes cordilleras resaltan el carácter andino de la nación y albergan al 90 % de la población, mientras que las vastas llanuras tropicales y selvas del oriente están escasamente pobladas. Dos importantes ríos encajonados entre las cordilleras andinas —el Cauca y el Magdalena—, así como las tierras bajas costeras, los llanos y las enormes selvas amazónicas, subrayan la latitud tropical de Colombia. Sus recursos naturales (fértiles y bien regadas tierras agrícolas y de pastoreo, oro, esmeraldas, petróleo, carbón) representan un abundante potencial de riqueza y desarrollo, pero la mayoría de los colombianos son pobres. Colombia, aproximadamente del tamaño de Francia, España y Portugal combinados, es más fértil, rica y físicamente cautivadora que sus vecinas latinoamericanas, pero pocos la envidian, ya que es una nación profundamente dividida y atribulada.¹

    Su geografía ha fomentado un fuerte regionalismo que refuerza las actitudes provinciales y tradicionales, pues frustra la integración nacional y el desarrollo liberal moderno. La conservadora Iglesia católica ha fortalecido las actitudes tradicionales al tiempo que desempeña un papel activo en la vida diaria e institucional. La Iglesia se ha entrometido activamente en la política partidista, apoyando a los conservadores más que a los liberales, partidos creados y enmarcados ambos por el siglo XIX y de lenta adaptación a los desarrollos del siglo XX. El Estado es débil en los niveles local, departamental y nacional, mientras que la economía, por lo general, ha sido fuerte. La violencia acosa a muchas regiones y a sus habitantes que ladrones, bandidos, guerrillas, escuadrones paramilitares y fuerzas gubernamentales intimidan. Los colombianos no pueden contar con las instituciones (políticas, económicas, judiciales) para que protejan ni sus intereses ni sus vidas. En un ambiente tan tenso e inestable, los individuos confían más en la familia y los amigos como pilares de apoyo, confiriendo a las relaciones primarias la calidez de la que a menudo carecen en los eficientes Estados Unidos. En resumen, Colombia es un país hermoso y rico, pero que también puede ser bastante violento y estar lleno de inseguridad.²

    Un reciente libro sobre la cultura y las costumbres de Colombia señala la importancia del regionalismo, el tradicionalismo y la Iglesia católica en la sociedad colombiana, al comentar la enorme popularidad del Concurso Nacional de Belleza Señorita Colombia. Los autores afirman que la belleza femenina es muy apreciada en Colombia, quizás de manera más visible que en cualquier otra nación occidental.³ Aunque diversos pueblos de las Américas y algunos de Europa podrían refutar esta afirmación, una mirada atenta a cómo la geografía y la historia colombianas han configurado la cultura regional revela en parte por qué la belleza ha sido tan importante para la identidad colombiana.

    El terreno tropical y montañoso de Colombia divide en lugar de unir a la población. En el periodo colonial, las tierras bajas tropicales eran malsanas e inhóspitas, lo que dificultaba el asentamiento. Vastas, escarpadas y abruptas, las cordilleras andinas tendían a atraer a la gente a los focos de tierra templada y arable en su interior. Gran parte de las elevaciones medias y bajas de las cordilleras andinas poseen tierras fértiles y bien irrigadas que promovieron la fundación de pueblitos y ciudades autosuficientes. Las tierras disponibles en las laderas superiores e inferiores les permitían a los agricultores cultivar prácticamente todo cuanto sus aldeas necesitaban, lo que hacía innecesario el comercio a larga distancia y frenó el desarrollo del comercio nacional.

    La geografía hacía el comercio difícil y costoso; mulas de carga y seres humanos bregaban por caminos escarpados y transportaban gran parte de los bienes en el área andina, mientras que en el río Magdalena, la arteria principal que une al centro de Colombia con los puertos del Caribe, había que lidiar con las aguas poco profundas y serpenteantes, los zancudos y las intermitencias de la navegación fluvial.⁴ La combinación de esta geografía rota y diversa y el asentamiento humano en pueblos pequeños y autosuficientes, particularmente en las salubres elevaciones medias de la región andina, tendió a reforzar las costumbres y lealtades locales, en vez de promover una orientación más nacional o internacional. Sin embargo, en cada una de las cuatro principales regiones de Colombia —la costa Caribe, la costa Pacífica, la región andina y las tierras bajas del oriente—, las tradiciones populares se mantuvieron en el tiempo, protegiendo así las actitudes autóctonas, como la definición de belleza, de la fácil suplantación por parte de las modas importadas.

    La costa Caribe de 1600 km de largo, la zona de Colombia más abierta al intercambio internacional, contiene una serie de regiones distintas. La remota y árida península de La Guajira tiene pocas carreteras e infraestructura, y alberga grupos dispersos de indígenas wayús. Más al sur y al oeste se encuentra el hogar de los indios koguis y wiwas en la cordillera costera más alta del mundo, la Sierra Nevada de Santa Marta, con picos de hasta 5800 metros de altura. Debajo de sus picos siempre cubiertos de nieve se encuentra la ciudad colonial más antigua de Colombia, Santa Marta, y Aracataca, el pueblo natal de Gabriel García Márquez, el autor moderno más famoso de este país; así como la enorme ciénaga que resguardó del tiempo y del mundo su quimérica ciudad costera, Macondo, en su brillante novela Cien años de soledad.

    En la desembocadura del río Magdalena se encuentra Barranquilla, históricamente importante puerto de entrada para las ideas modernas y los productos que importa la nación, y ahora es una ciudad de más de un millón de habitantes. Aunque Barranquilla es más grande y está más ocupada, Cartagena ha mantenido obstinadamente su reputación de ciudad colonial y aristocrática cuyas murallas protegían sus pintorescas casas y calles estrechas de las aguas circundantes y de los piratas que aparecían en ellas.

    La atmósfera evocadora y digna de Cartagena se asemeja en ambiente y carácter a Nueva Orleans, Luisiana, ya que ambas ciudades se han convertido en destinos de juerga y turismo, en parte porque fueron puertos internacionales del comercio de esclavos, pigmentario negocio transatlántico que transformó sus respectivas sociedades explotando a la multitud morena y enriqueciendo a unos pocos blancos. Ciudades como Cartagena y Nueva Orleans reconfiguraron las sociedades americanas mediante la introducción de millones de africanos a la América colonial, creando así sociedades multiétnicas de rango y orden desiguales pero donde las nociones de belleza a menudo chocaban y a veces se fundían. Hoy en día, el Concurso Nacional de Belleza se lleva a cabo en la encantadora Cartagena, ciudad en la que miles de afrocolombianos participan de sus propias celebraciones populares y en las actividades oficiales del certamen nacional. Sin embargo, solo hasta 2001 la primera mujer afrocolombiana ganó el título nacional.

    La costa Caribe al suroccidente de Cartagena tiene mucho en común con la costa Pacífica: es rural, pobre, subdesarrollada y, en gran parte, está olvidada por el Gobierno colombiano. La región del Chocó une ambas costas junto a la actual frontera con Panamá. En el periodo colonial, se obligó a los esclavos africanos e indígenas a trabajar en los ricos yacimientos de oro y platino de la región, dejando a su paso una sociedad triétnica como la de la costa Caribe, pero más africana en su origen; casi el 90 % de la población actual del Chocó es de ascendencia africana, lo que la convierte en una cuna importante, pero ampliamente ignorada, de la cultura afrocolombiana. Se dice que la biodiversidad de las selvas tropicales de esta zona rivaliza con la de las selvas semejantes de la Amazonía, con doce metros de lluvia al año en ciertas zonas. Los caminos, las escuelas, la electricidad y el agua potable son escasos, mientras que abundan los zancudos, la malaria, la disentería, las guerrillas, las corporaciones extranjeras explotadoras y los contrabandistas. Más al sur, Buenaventura es la mayor ciudad y el puerto más importante de la costa Pacífica, y el único punto a lo largo de un tramo costero de 1300 km unido al interior por una carretera pavimentada.

    Cruzando la relativamente baja Cordillera Occidental desde Buenaventura se llega a Cali que, junto con Cartagena, Medellín y Bogotá, es un importante centro urbano para este estudio.⁸ Cali se encuentra en el amplio y fértil Valle del Cauca, antaño lleno de plantaciones de caña de azúcar que trabajaban esclavos africanos. Cali prosperó y creció a mediados del siglo XX, convirtiéndose en una ciudad alegre y hogar de las mujeres más bellas de Colombia, según los propagandistas de la ciudad. Un dicho popular de la época colonial destacaba la relación entre la geografía local y la belleza en el valle del Alto Cauca: Para granizo, Guanacas; para viejas, Timaná; para muchachas bonitas, Cali, Buga, y Popayán.⁹ Los magnates del azúcar del pasado y las actuales élites industriales y financieras han mantenido a la orgullosa aristocracia blanca por encima de los pobres habitantes urbanos afrocolombianos y las comunidades indígenas de las montañas circundantes.¹⁰ Más al sur, la bucólica Popayán comparte con Cali una tradición de élite aristocrática, pero construida más sobre cimientos coloniales e indígenas. Pasto es el ancla urbana del sur de los Andes colombianos, capital de un departamento con fuertes raíces indígenas y realistas, y por consiguiente el lugar suele ser blanco de la mayoría de los chistes colombianos.¹¹

    Hacia el nororiente de Cali se encuentra la zona cafetera de Colombia, región conocida por su rico suelo, laboriosos agricultores, y desastres naturales y humanos. La zona cafetera fue testigo de algunos de los peores enfrentamientos y masacres durante La Violencia, y en 1985 la erupción del volcán más alto de la Cordillera Central, el Nevado del Ruiz (5389 metros), produjo deslizamientos de lodo y la muerte de por lo menos 23 000 personas. Los frecuentes terremotos les recuerdan a los habitantes de la región la incertidumbre de vivir cerca de un punto caliente del cinturón de fuego del Pacífico.

    Medellín, al norte de la principal zona cafetera, es un importante centro comercial e industrial del centro-occidente de Colombia, que sirve como mercado para el café del sur y la riqueza mineral de Antioquia y del Chocó. También es la comunidad industrial y manufacturera más desarrollada del país. Esta ciudad se encuentra en un extenso valle rodeado de cordilleras andinas; su clima primaveral alienta a sus emprendedores residentes a vestirse de una manera más informal y cómoda que los bogotanos, más formales y abotonados. Los antioqueños o paisas, habitantes del extenso departamento que rodea a Medellín, tienen la reputación de ser más modernos, independientes, industriosos e igualitarios que sus principales competidores de Bogotá en el liderazgo nacional.¹²

    Más reservados y formales que sus rivales paisas, los habitantes de la fría, húmeda y nublada Bogotá han gozado por mucho tiempo de una posición de relevancia, si no de liderazgo, sobre gran parte del resto del país. Proverbial capital política, Bogotá es la ciudad más grande e importante del país. Es el centro del arte, los medios de comunicación y la educación, importante núcleo comercial y sede de la burocracia y las instituciones nacionales. Aunque los costeños bromeen acerca del tono gris y sombrío de la ciudad y sus habitantes, y los paisas desafíen la supuesta arrogancia de los dictados de la capital, tanto los colombianos como los extranjeros deben lidiar con Bogotá si quieren comprender o prosperar en Colombia.

    Étnicamente, muchos residentes urbanos de Bogotá (y de los departamentos circundantes de Cundinamarca, Boyacá y Santander) se consideran a sí mismos españoles, distanciándose por ende de las poblaciones indígenas y mestizas del campo socialmente subordinadas y de la mayoría de las sociedades afrocolombianas de las regiones costeras. Sin embargo, independientemente de la presunta tutela política o racial de Colombia, las élites nacionales no han logrado construir desde Bogotá un gobierno soberano y legítimo. La capital solo ha ejercido de manera esporádica y débil su posición nacional central sobre los pueblos y las regiones distantes y diversas que supuestamente lidera.¹³

    FIGURA 1.1. Colombia (relieve sombreado), 2008

    Fuente: Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. En Colecciones Cartográficas Perry-Castañeda, Bibliotecas de la Universidad de Texas.

    Al norte de Bogotá, en el departamento de Santander, los viajeros en la década de 1830 destacaron la belleza de las mujeres en las ciudades de Socorro y Piedecuesta. Santander era una zona bastante próspera en ese entonces, con exportaciones de tabaco y sombreros de paja que aumentaban el poder adquisitivo de hombres y mujeres. La menor elevación de la zona, su salida al río Magdalena y las rutas comerciales hacia Venezuela combinaban un clima más cálido que el de las frías Bogotá y Tunja, con una apertura a las importaciones y divisas.

    Al conocer a la señora Concepción Fernández (quien había contado entre sus admiradores a Simón Bolívar) en Socorro, el pintor inglés Joseph Brown la describió como una dama que ha sido merecidamente alabada por su belleza.¹⁴ Pero Brown reservó su mayor elogio para las mujeres de la ciudad de Piedecuesta, de quienes escribió: Se dice que las mujeres de aquí son las más hermosas de esta región y de las provincias vecinas de Socorro y Pamplona, y estoy dispuesto a confirmar este informe por las muchas caras bonitas que a mi paso miraban con disimulo a través de las barandas de los balcones. La mayor curiosidad se excita en estas ciudades del interior en todas las clases, pero más especialmente en las mujeres de las clases más altas cuando aparece algún extranjero, y así fue como entré en Piedecuesta, las ventanas estuvieron ocupadas hasta que me perdí de vista.¹⁵ Claramente halagado por esta atención, Brown parece sugerir, sin embargo, que tanto el clima como el progreso que genera la actividad económica influyen en la belleza y la fama de las mujeres de una región.

    Las extensas tierras bajas orientales empequeñecen al resto del país en tamaño, pero están escasamente pobladas. Los llanos y las selvas tropicales de la Amazonía son el hogar de varios pueblos indígenas que han estado en contacto con misioneros y comerciantes por varios siglos. Aunque los colombianos ni siquiera piensan que su país tenga población indígena, entre el 1 % y el 2 % de la población total es amerindia, una población nativa más grande en términos absolutos y per cápita que la del Brasil. Básicamente, la población indígena y la población afrocolombiana ocupan los perímetros de la nación, mientras que la región andina se considera principalmente blanca y mestiza.¹⁶ Hoy en día, tanto los llanos como las tierras bajas amazónicas son regiones importantes para la explotación petrolera y el cultivo de coca y su conversión en cocaína.

    En el transcurso del último siglo y medio, Colombia pasó de ser una sociedad agrícola y rural a una de urbanización rápida que se orienta hacia el mercado. El país tenía aproximadamente 2,2 millones de personas en 1851, población total que en América del Sur solo superaba Brasil. En 1870, Bogotá tenía alrededor de 40 000 habitantes, seguida por Medellín con 30 000; las siguientes doce ciudades más grandes tenían entre 7000 y 13 000 habitantes. Para 1905, la población total había aumentado a 4,1 millones, de los que aproximadamente el 10 % vivía en las capitales departamentales. En la década de 1920, Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla comenzaron a consolidar sus posiciones como ciudades líderes. Para 1940, el 29 % de los colombianos vivía en las zonas urbanas, pero solo después de 1964 la mayoría pasó a residir en las ciudades y no en el campo. A partir de 2011, Bogotá sobrepasa los siete millones de habitantes; Cali y Medellín tienen más de dos millones cada una y Barranquilla pasa del millón, mientras que cerca de 45 ciudades cuentan ya con más de 100 000 habitantes. Alrededor del 76 % de los casi 46 millones de habitantes de Colombia ahora se clasifican como población urbana, importante transformación reciente de la que fuera la sociedad rural y provinciana del siglo XIX.¹⁷

    A pesar de que los patrones de poblamiento se modificaron con bastante rapidez, tanto las actitudes populares como las de las élites quedaron algo rezagadas frente a las innovaciones modernas. La cultura popular se ha nutrido con el rico folclor del campo, traído a la ciudad por los migrantes que buscan las oportunidades percibidas en las zonas urbanas mientras huyen de la pobreza y la inseguridad de la vida rural. Los valores de la clase alta siguen siendo marcadamente aristocráticos, especialmente en ciudades burocráticas coloniales como Cartagena, Bogotá y Popayán. Los marcadores de color, clase y apellido refuerzan las barreras jerárquicas y adscriptivas, al igual que los cerrados sistemas políticos y sociales. Un poco menos aristocráticas y excluyentes son Barranquilla, Medellín y Socorro, ciudades que crecieron y prosperaron después del final del periodo colonial.¹⁸

    Las novedades de la modernidad en lugares como Medellín ilustran no solamente cómo aprovecharon los paisas el cambio liberador, sino también cuán a menudo los guardianes de la tradición reaccionaron con fuerza contra cualquier desafío a la autoridad. La tradición popular recuerda que, en la década de 1830, Medellín celebró su primer baile de máscaras, acontecimiento sumamente popular al que le seguirían muchos otros. Sin embargo, muchos eventos sociales siguieron llevándose a cabo en la esfera privada, como los bailes en las residencias. Se recuerda a una anfitriona de fiesta de finales de la década de 1830 —doña Trinidad Callejas—, cuyo nieto Rafael Uribe Uribe habría de convertirse en un famoso líder liberal de principios de siglo, como la mujer más bella de su época, lo que ilustra cómo la belleza acentúa el estatus social y queda impresa en la memoria colectiva del pueblo. Un gran carnaval en 1881 y el surgimiento de clubes juveniles en la década de 1890 marcaron el cambio hacia recintos más cívicos y públicos de interacción social.¹⁹

    En el siglo XX, Medellín se convirtió en líder del desarrollo industrial y empresarial. Las élites de la ciudad apoyaron la educación pública más que en cualquier otra parte del país, señal de que la educación podía ser el camino tanto para el progreso social como para una mayor productividad. Los cambios introducidos por la modernidad en la década de 1920 afectaron la moda femenina, marcando el comienzo de una mayor libertad para las mujeres, pero también el comienzo de una fuerte reacción de los tradicionalistas. Los conservadores de la comunidad y el gobierno unieron fuerzas con los obispos y sacerdotes locales para reglamentar la vestimenta de las mujeres, poniendo especial atención en ocultar el cuerpo femenino. Por ejemplo, en 1927 un empresario local puso una reproducción de la Venus de Milo en la vitrina de su tienda. La estatua atrajo una multitud de curiosos, pero también provocó la ira de mujeres escandalizadas que convencieron al alcalde de retirar el desnudo.

    Durante las siguientes cuatro décadas, la Iglesia católica encabezó una campaña para controlar la apariencia pública de las mujeres en las misas, las escuelas e incluso en la calle, para limitar el impacto que las ideas y modas modernas pudieran tener en Medellín. Además, la Iglesia llevaba una extensa lista negra de libros y panfletos de autores europeos como Voltaire, Montesquieu, Hugo y Zola, y prohibió los manuales matrimoniales y sexuales e igualmente las obras de colombianos como Rafael Uribe Uribe, quien alegaba que ser liberal no era pecado. La lista negra se mantuvo en vigor hasta que el Concilio Vaticano II le abrió más espacio a la modernidad en los años sesenta. Irónicamente, la laboriosa y empresarial Medellín fue la que suscitó la sensiblería más reaccionaria y tradicional de la Iglesia para contener los cambios de la modernidad.²⁰

    La costeña y colonial Cartagena se deleitaba, por el contrario, con la sensual celebración de la belleza femenina, aunque regida por reglas que enfatizaban las barreras de clase y color. Las historias que se remontan a la fundación española de la ciudad en 1533 evocan al equivalente colombiano de La Malinche en México, la beldad caribeña Catalina, a quien describen como alta, de busto elegantemente formado, grandes ojos rodeados de largas y aterciopeladas pestañas, nariz aguileña, boca de contornos delicados y brazos que armonizan con las demás líneas de su cuerpo.²¹ Era dulce y elegante, la adorada encarnación de la exuberancia juvenil; las demás mujeres indígenas la admiraban, pero le envidiaban sus elegantes vestidos españoles. A lo largo de los siguientes 150 años, mujeres como la encantadora India Anica, cuyo fascinante atractivo privó a un admirador masculino del apetito, el sueño y el alma;²² como Guillermina, la muchacha española de rasgos bonitos y cuerpo hermoso;²³ y como Eva, quien aunque no era de la nobleza sí era digna de llevar corona de reina debido a sus encantos,²⁴ prueban que la belleza del cuerpo femenino era más visible y apreciada por los ojos masculinos en la costa tropical que en las más frías y recatadas regiones andinas.

    Una maravillosa historia social de las danzas festivas que se realizaban en Cartagena a principios del siglo XIX, escrita por el general conservador Joaquín Posada Gutiérrez, ilustra el color y las jerarquías de casta representadas en las danzas mismas y alude a las raíces africanas de lo que se convertiría en el actual concurso de belleza. Posada (1797?-1881) era nativo de Cartagena y escribió a mediados del siglo XIX basándose en sus recuerdos de los bailes que se llevaban a cabo a principios de siglo durante las celebraciones en honor a la santa patrona de la ciudad y el Carnaval. Su relato, vívido y ameno, ilustra cómo las sociedades coloniales tardías y las republicanas tempranas reforzaban las jerarquías de casta en sus danzas, tanto a través de un ritual de orden social como abriendo espacios en entornos menos formales que propiciaran la mezcla de colores y las aventuras. El relato de Posada también sugiere que las raíces de los concursos actuales en Colombia y las Américas se hallan en las culturas africana y europea.²⁵

    Independientemente de dónde se realizaran, los bailes que Posada describió caracterizan una sociedad sumamente consciente y ordenada por color, clase y casta. El primer día de la novena antes de la celebración del 2 de febrero, día de la Virgen de la Candelaria, un gran salón de baile se llenaba de bailarines en el siguiente orden: 1) el baile de las mujeres blancas puras, las llamadas blancas de Castilla; 2) el de las pardas o mulatas libres; y 3) el de las negras libres. Solo las mujeres de clase alta y con cierta vestimenta podían participar en este baile de élite, una regla que era entendida por todos. Curiosamente, este orden reflejaba la ideología colonial de la limpieza de sangre de los blancos, ya que ponía de relieve la importancia de ser libre en una ciudad íntimamente implicada en el comercio transatlántico de esclavos. Además, la casta de las mujeres, no la de los hombres, determinaba el orden de los bailes, lo que subraya el papel de la mujer en el establecimiento de los parámetros del honor familiar y social, así como en el futuro de su descendencia en el sistema de castas.²⁶

    Los bailes al aire libre, más populares, seguían la pauta de la élite al obedecer el orden de participación por castas. Comenzaban los blancos, seguidos por los mulatos, los negros libres, los esclavos o la gente pobre y los indios. De nuevo, miembros destacados de cada casta dirigían cada grupo hasta que, finalmente, los jóvenes, los pobres y los descalzos podían unirse a la diversión. Las danzas incluían el bullicioso y sensual currulao de origen africano y su ritual de posesión de espíritus, semejante al que se practica en la religión candomblé, y el aun más erótico mapalé y su canto a Eros; la más discreta gaita indígena; una cuadrilla española y un vals hispanizado. Los bailes y la música tendían a reforzar las nociones estereotipadas de cultura: el africano se percibía como más sensual; el indígena, más contenido y derrotado; y el español, más ordenado.

    Las blancas que no pertenecían a la élite, o blancas de la tierra, quienes carecían del prestigio y el pedigrí para recibir una invitación de las blancas de Castilla, evitaban los bailes callejeros populares y los inevitables chismes ofreciendo sus propios bailes en casa, a los que invitaban a sus superiores blancos y a cuarteronas (mujeres con un cuarto de sangre africana o indígena). Las cuarteronas eran las fabricantes de cigarros, costureras y modistas de la ciudad, y se las describía de piel entre madreperla y canela, ojos claros y dientes perlados. Tanto los hombres blancos de la élite como los de menor rango se escabullían para bailar y juguetear en privado con las cuarteronas. Cada uno de estos bailes y lugares reflejaban jerarquías de clase y color, pero también abrían un espacio social para trascender las barreras formales de casta.²⁷

    El 2 de febrero llegaba el clímax de los ocho días previos de juerga y la población vestía sus mejores atuendos para honrar a Nuestra Señora de la Candelaria. La élite sacaba sus pesadas telas de terciopelo bordado, las damas se ataviaban con faldas holgadas, crinolinas, medias de seda y montones de joyas de oro, esmeraldas y perlas. La gente joven prefería las galas menos restrictivas que la Revolución Francesa había puesto de moda: pantalones, camisas y zapatos con cordones en lugar de hebillas. Quienes no podían pagarse esos lujos llevaban ropas de telas más comunes, pedían prestadas joyas y perlas falsas y se conformaban con enchapes de plata.²⁸

    El carnaval seguía de cerca a las celebraciones del 2 de febrero, y nuevamente la participación se ordenaba por casta y nivel social. El último domingo de la temporada de Carnaval, grupos competidores de negros bozales, o esclavos africanos de nacimiento recién traídos, organizaban celebraciones y desfiles, cada uno con su propia reina y rey, princesas y príncipes, y su corte real. Las celebraciones evocaban su África natal, pero también ubicaban a los participantes y espectadores en América, reavivando la tradición monárquica africana, mientras que reflejaban las tensiones y la búsqueda del orden en una sociedad colonial americana y esclavista.

    Las familias reales no vestían atuendos africanos, sino europeos, pues los propietarios de esclavos les prestaban las mejores ropas y joyas para adornar a sus esclavos en una ronda más de competencia de las élites y emulación popular. Las reinas llevaban joyas de oro y coronas profusamente incrustadas, que valían su libertad y la de sus familias, en esos cortos días en que los esclavos eran casi libres. Solo las reinas y reyes podían llevar sombrillas para cubrirse —otro símbolo de estatus en África—, mientras que las princesas llevaban guirnaldas de flores en la cabeza, pues se les prohibía usar sombreros. Una vez finalizada la competencia de los diferentes grupos y familias reales, devolvían la ropa y las joyas, y los esclavos tenían días libres hasta la misa del Miércoles de Ceniza, luego de la cual las reinas volvían al agudo dolor moral y las penas físicas de la esclavitud.²⁹

    Esta rica descripción apunta a varias conclusiones. Primero, los propietarios de esclavos utilizaban la temporada de carnaval como escenario para competir entre ellos por prestigio, pues enfrentaban a sus respectivos grupos de negros bozales, clásica técnica de dividir para vencer común en muchas zonas urbanas de las Américas. En segundo lugar, las celebraciones públicas en Cartagena, y por extensión en Colombia, brindaban oportunidades tanto a los sectores de élite como a los populares de participar en rituales incluyentes, pero ordenados y jerárquicos, que denotaban su rango y poder, como los que despliegan los concursos de belleza. En tercer lugar, las raíces de los desfiles modernos se pueden rastrear no solo hasta la nobleza europea y las tendencias de la moda que dictaba la corte virreinal en las Américas, sino también en África y en la inclusión de tradiciones populares que coronaban como soberanos a representantes de las comunidades afroamericanas.

    Tal vez parte de la popularidad de la belleza y los reinados en las Américas tenga que ver con esa mezcla de tradiciones nobles de Europa y África en una sociedad colonial disfrazada con una envoltura americana democrática. Además, la transformación de una muchacha común en reina confiere notoriedad y prestigio, pero no derribará las instituciones (como la esclavitud) ni los sistemas sociales (como el patriarcado de élite) que subordinan a las

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