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Feminismos y estudios de género en Colombia: Un campo académico y político en movimiento
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Libro electrónico447 páginas6 horas

Feminismos y estudios de género en Colombia: Un campo académico y político en movimiento

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El campo de estudios feministas y de género en el mundo, con diferentes ritmos a nivel local, pasó de ser el cuarto de atrás de las ciencias sociales a convertirse en un espacio dinámico, en crecimiento y con una importante producción editorial desde hace pocas décadas. Los programas de formación académica y los centros de investigación dedicados a estos temas se fortalecieron en los últimos años en Ámerica Latina. Asimismo, en armonía (o a contrapelo, no sabemos) con ese desarrollo, la categoría cobró una relevancia inusual en las políticas públicas, en los esfuerzos globales en defensa de los derechos humanos y en la financiación de las agencias de cooperación internacional.
Esta compilación recoge reflexiones sobre el campo de los estudios feministas y de género en Colombia. Varios de los artículos realizan balances de diversos alcances enfocados en la producción en una universidad, en una ciudad, en un subcampo temático o teórico, o en una subregión. Este libro es una mirada a los estudios feministas y de género, un campo en crecimiento, que brinda elementos de comprensión sobre sus dinámicas y resultados para quienes se interesan en este, o quienes emprenden proyectos políticos o culturales relacionados con la justicia social respecto al orden sexual y de género. Además, es una invitación a seguir construyendo la memoria colectiva del campo, a valorar lo que se ha hecho hasta ahora y a formular nuevas preguntas o revisitar inquietudes persistentes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 may 2018
ISBN9789587833355
Feminismos y estudios de género en Colombia: Un campo académico y político en movimiento

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    Feminismos y estudios de género en Colombia - Franklin Gil Hernández

    mujeres.

    ENTRE LA ACADEMIA, EL ESTADO

    Y LA MOVILIZACIÓN FEMINISTA

    Un proyecto académico feminista en

    mutación: la Escuela de Estudios

    de Género de la Universidad

    Nacional de Colombia

    Luz Gabriela Arango Gaviria

    Introducción

    Mi ingreso a la Universidad Nacional de Colombia, como docente de planta del Departamento de Sociología en 1994, coincidió con la creación del Programa de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo (PGMD) en la Facultad de Ciencias Humanas. Esta creación fue el resultado de un trabajo previo, realizado durante varios años por profesoras y feministas que habían conformado el Grupo de Estudios Mujer y Sociedad¹, en el contexto de estímulo a los estudios interdisciplinarios desde la rectoría de la Universidad Nacional, principal universidad pública del país. En 1987 terminé mi formación doctoral en sociología en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, con una investigación sobre la historia de cuatro generaciones de obreras textileras en Medellín (Arango, 1991). Había trabajado en la Universidad Externado de Colombia en temas de sexualidad, educación e identidad de género entre adolescentes y estaba trabajando en la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes en un programa sobre mujeres en la gerencia y habíamos impulsado con Mara Viveros, Magdalena León y otras colegas investigaciones y publicaciones sobre el trabajo y la salud de las mujeres y sobre las identidades de género (Arango, León y Viveros, 1995; Arango, Viveros y Bernal, 1995). La política de las gestoras del PGMD de favorecer el encuentro entre investigadoras de diversas instituciones que estábamos trabajando en temas relacionados con mujer y género y el nuevo espacio creado en la Universidad Nacional me motivaron a vincularme a esta institución. Desde entonces, mi trayectoria en esta institución ha estado marcada por un diálogo creativo y tenso entre la sociología y los estudios de género: creativo en la investigación y la docencia; conflictivo debido a una institucionalidad que ponía en competencia desigual al Departamento de Sociología y al PGMD. En 2001, el PGMD da paso a la Escuela de Estudios de Género (EEG), que accede en el organigrama de la Facultad de Ciencias Humanas a un estatus equivalente al de los otros departamentos pero con una diferencia: la ausencia de planta docente².

    A partir de este recorrido propongo algunas reflexiones sobre una historia de la que he sido partícipe y que por lo tanto escribo desde mi punto de vista, caracterizado por mi formación sociológica, por la prioridad dada a la investigación en mi trayectoria académica, por mi interés en el análisis de las desigualdades sociales, por la experiencia de haber sido Directora en la EEG, entre otros factores. Mi propósito es dar cuenta de algunas dimensiones de la historia de la EEG como proyecto académico feminista que durante más de veinte años ha desarrollado propósitos de transformación social, personal y académica. Mi aproximación analítica deja inevitablemente en la sombra múltiples dimensiones de las experiencias humanas, académicas y políticas que han confluido en la EEG y que colegas con otras sensibilidades, formación y prioridades pueden destacar mejor que yo.

    El capítulo se organiza en torno a tres grandes ejes de análisis. En primer lugar, describo el contexto en que surge el PGMD y algunas de las tensiones que atraviesan su historia, señaladas en 2004 con ocasión de la celebración de sus primeros diez años de existencia. En segundo lugar, examino algunos de los sentidos que el lema feminista «lo personal es político» adquiere a lo largo de la historia del programa, desde la confluencia de preguntas e itinerarios de sus fundadoras hasta el impulso renovador de las nuevas generaciones con las que irrumpen las sexualidades disidentes, los feminismos negros y decoloniales, así como la interseccionalidad, entre múltiples opresiones.

    En tercer lugar, analizo el proceso de institucionalización del PGMD y su carácter contradictorio. En este apartado me intereso por las disyuntivas que enfrentaron las integrantes de este proyecto entre la defensa de un «cuarto propio» en la universidad, como espacio autónomo y crítico, y la tarea de transformar sus comunidades académicas y disciplinares de origen. Asimismo, identifico cambios en las relaciones entre academia, Estado y movimiento social, considerando las circunstancias paradójicas que llevan a la institucionalización de políticas de equidad de género en el ámbito universitario.

    El contexto de su creación

    En 1994 se crea en la Universidad Nacional de Colombia el Programa de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo (PGMD), adscrito al departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas, con el apoyo del Centro de Estudios Sociales y con el respaldo de un convenio entre la Universidad y el Ministerio de Cooperación para el Desarrollo de los Países Bajos.

    Debido tal vez a la preocupación por hacer visibles estas gestas o por cierta capacidad reflexiva presente en el feminismo, la experiencia del PGMD ha sido objeto de varias investigaciones (Gómez Pereira, 2010; Puyana, 2007; Wills, 2007). Puyana identifica algunos factores que influyeron en el desarrollo de los estudios de género en la Universidad Nacional de Colombia: además de transformaciones sociales ligadas a la Modernidad —como la secularización relativa de las costumbres, el acceso de las mujeres urbanas a la educación media y superior, al empleo, a la participación política y al control de su sexualidad— pesaron aspectos como el surgimiento de movimientos feministas de «segunda ola» que en las décadas de 1970 y 1980 convocaron a mujeres de las clases medias urbanas, intelectuales y blanco-mestizas en torno a derechos ligados a la autonomía sexual, la identidad y la libertad. Muchas de aquellas feministas hicieron parte de movimientos políticos de izquierda, en los que algunas permanecieron, entrando en lo que entonces fuera denominado negativamente como doble militancia, mientras que otras establecieron rupturas definitivas tanto con el análisis de inspiración marxista que otorgaba un lugar secundario a la emancipación de las mujeres como con la organización patriarcal de los partidos políticos. Puyana relata que la mayoría de las mujeres que participaron en la creación del PGMD provenían de grupos socialistas y trotskistas, del Partido Comunista o del Nuevo Liberalismo; ellas organizaron en 1981 el primer encuentro feminista que planteó la necesidad de construir un feminismo ajeno a todo tipo de institucionalidad (Puyana, 2007, p. 122).

    Simultáneamente, se expande el movimiento social de mujeres, llamado así por defender diversos derechos de este grupo poblacional como el acceso a servicios públicos y sociales, al empleo, a garantías laborales y sindicales, al cuidado de la salud, la atención de la infancia o la paz, sin reconocerse explícitamente como feministas. El proceso de formulación de una nueva Constitución Política de Colombia en 1991 favoreció el fortalecimiento y la aglutinación de muchos de estos movimientos y de las organizaciones no gubernamentales en los que se materializaban.

    Por otra parte, el impacto del feminismo liberal en las agencias multilaterales y la cooperación internacional repercute en pactos internacionales como la Década de la Mujer (1975-1985), las Conferencias Mundiales (México 1975, Copenhague 1980, Nairobi 1990 y Beijing 1995), la Convention on the Elimination of All Forms of Discrimination against Women (CEDAW, 1979) —ratificada por Colombia en 1981—, que conducen a compromisos de los Estados. La Constitución de 1991 consagra derechos sustanciales para las mujeres y prohíbe toda forma de discriminación en su contra. En el gobierno Gaviria (1989-1994) se inicia el proceso de institucionalización de una política nacional para las mujeres y para la equidad de género a nivel nacional que se fue ampliando y transformando a lo largo de los años. Esto creó una demanda creciente de personas calificadas en estudios de género y políticas públicas que se refleja en las expectativas de una proporción importante de las estudiantes que se inscriben en la Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo y en la Especialización en Proyectos de Desarrollo con Perspectiva de Género, que se inauguran en 1996. El tema del desarrollo es central y expresa el interés por las políticas públicas y la cercanía con la agenda de los organismos multilaterales.

    En 2004, para conmemorar los diez años de existencia del PGMD, ya transformado en Escuela de Estudios de Género, organizamos el seminario internacional «Género, mujeres y saberes en América Latina: entre el movimiento social, la academia y el Estado» como espacio de reflexión sobre las experiencias, los avances y las dificultades en los estudios de mujer y género en la región (Arango y Puyana, 2007). Las reflexiones presentadas por las investigadoras feministas latinoamericanas invitadas a este evento señalaron logros y encrucijadas de los estudios de género. Entre estos cabe destacar las dificultades para lograr una reflexión interdisciplinaria y al mismo tiempo incorporar una perspectiva feminista en las disciplinas; la tensión entre la creciente actividad tecnocrática en torno al género y el desarrollo de un pensamiento crítico; los conflictos entre las lógicas académicas y las dinámicas de los movimientos feministas y de mujeres (León, 2007; Valdés, 2007); la brecha entre las mujeres académicas y las mujeres populares, así como el desconocimiento de la contribución de estas últimas en la producción de un conocimiento sobre su propia opresión; la necesidad de mayor audacia investigativa para emprender el análisis de «grandes estructuras, procesos enormes y comparaciones gigantescas», siguiendo a Charles Tilly (Anderson, 2007, p. 79); la dificultad para que los estudios de género, acusados de ser «ideológicos», obtuvieran una legitimidad académica (Sagot, 2007); las tensiones entre diversidad y universalidad en los contextos pluriétnicos y multiculturales de América Latina (Herrera, 2007).

    Diez años después, la mayoría de las dificultades y tensiones identificadas en dicho seminario conservan vigencia, pero se expresan en términos distintos, como mostraré a continuación.

    Lo personal es político: significados cambiantes

    Buscando cuestionar la separación entre una esfera pública y una privada sobre la que se construyeron las democracias liberales, el feminismo occidental de la segunda mitad del siglo xx acuñó el lema «lo personal es político» que sintetiza desde entonces una de las grandes pretensiones y revoluciones de este movimiento. La riqueza de este lema radica en sus múltiples significados e interpretaciones, así lo utilizo para mostrar algunas de las maneras en las que se conjugó a lo largo de la historia de la EEG.

    En los inicios del programa, la politización de las experiencias personales de la primera generación de docentes se manifiesta en una «sensibilidad política» común (Gómez Pereira, 2010) que se vuelca hacia la creación de un espacio académico feminista en la universidad. Lo personal se torna político en la medida en que las docentes se apropian, recrean y difunden un pensamiento crítico que busca transformar las mentalidades y las prácticas, en un diálogo entre sus propias experiencias personales y el descubrimiento de las teorías feministas y de género. Esto significó para varias de ellas una doble ruptura, personal y política: rompen con las organizaciones políticas de izquierda y se separan de sus parejas, generalmente conformadas por hombres de izquierda a los que deciden dejar de hacer concesiones en la esfera íntima.

    «Lo personal es político» atraviesa los procesos de formación: así como las investigadoras de la EEG dan sentido a su dedicación a los estudios de género como parte del significado general de su existencia y de su compromiso político, un gran número de las estudiantes llega a los posgrados de la EEG buscando responder a preguntas existenciales e identitarias y con el deseo de contribuir a transformar el mundo.

    El tema de las identidades también está presente en las investigaciones, en 1995, en la introducción a la compilación: Género e identidad. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino (Arango, León y Viveros, 1995) incluimos la siguiente frase final:

    Judith Butler (1990) nos invita a especular sobre la relación dinámica entre la fantasía y la creación de nuevas realidades sociales, como posibilidad de transformación y de invención social: ¿erradicación del género, proliferación de los géneros, rescate de la ambigüedad de toda definición de género? El debate está abierto. (p. 34)

    En ese momento era solo una puerta que abríamos sin presentir la complejidad, la fuerza y la diversidad de la creación conceptual, práctica y política que estallaría dentro de la EEG años después. En aquel entonces, nuestro modo de pensar era predominantemente binario y heterocentrado.

    En 2004, cuando conmemoramos los diez años de existencia del programa, algunos artículos daban cuenta de la emergencia de nuevos puntos de vista y posiciones críticas dentro de los estudios feministas. Por ejemplo, Gabriela Castellanos (2007) invitaba a complejizar el tema de las identidades de género apoyada en el pensamiento de Judith Butler, Mara Viveros introducía la perspectiva de los feminismos negros y de color (2006) y José Serrano analizaba la politización de la experiencia de subordinación sexual expresada en la Marcha por la Ciudadanía LGBT (2007).

    En esos años, mientras el gobierno nacional fue ejercido durante dos periodos sucesivos (2002-2010) por el régimen autoritario y conservador de Álvaro Uribe, los gobiernos de izquierda que llegan a la Alcaldía de Bogotá abren espacio a las demandas de los colectivos que movilizan el tema de la diversidad sexual. Son múltiples los factores que intervinieron en la irrupción de estas demandas de ciudadanía, pero vale resaltar que estas se vivieron con especial intensidad dentro del estudiantado de la Universidad Nacional de Colombia y tuvieron un efecto renovador de los «contrapúblicos feministas» (Wills, 2007) que nutrieron los estudios de género y sexualidad en dicha institución.

    Se trata de una renovación generacional que es captada e impulsada por docentes con la sensibilidad suficiente, como Mara Viveros quien cohesionó y lideró a un grupo de jóvenes investigadoras e investigadores³ que diversifican el perfil del público «tradicional» de la EEG. Conformado mayoritariamente por estudiantes de antropología, el grupo combinó la búsqueda política de transformación de sí y del mundo con una vocación académica que ayuda a fortalecer y a proyectar la investigación en el campo de la sexualidad. Todo ello atrae de manera sostenida a nuevas generaciones de estudiantes con inquietudes políticas e identitarias centradas en el cuerpo y la sexualidad, que desmontan los binarismos del género.

    Durante los últimos años, la EEG, como otros centros de investigación en este campo, experimenta la revolución teórica, política y epistemológica provocada por la incorporación de los aportes del black feminism o feminismo negro, el feminismo lésbico y el feminismo decolonial.

    La cuestión de la raza, el racismo y los aportes del feminismo negro adquieren un lugar relevante durante la dirección de Mara Viveros (2010-2012)⁴ en la EEG, quien avanza en el proceso de «ennegrecer» el feminismo académico en la Universidad Nacional de Colombia, entendido a la manera de Sueli Carneiro como crítica y superación de los sesgos blancos y eurocéntricos del feminismo y como reconocimiento de que la opresión de género no puede ser entendida sin comprender sus articulaciones con otros vectores de opresión.

    Desde esta perspectiva, la lucha de las mujeres negras contra la opresión de género y de raza propone diseñar nuevos contornos para la acción política feminista y anti-racista enriqueciendo tanto la discusión de la cuestión racial, como también la cuestión de género. Este nuevo mirar feminista y anti-racista se integra tanto a la tradición de lucha de los movimientos negros como a la del movimiento de mujeres, y afirma esta nueva identidad política que resulta de la condición específica de ser mujer y negra. (Carneiro, 2005, p. 23)

    En 2010, la conferencia de Angela Davis y Gina Dent que llena el auditorio León de Greiff ⁵ marca un punto máximo de visibilidad del feminismo negro dentro la Universidad. La visita de estas figuras emblemáticas del black feminism norteamericano es la oportunidad para que la EEG se reúna alrededor de un tema poco presente hasta entonces en los debates públicos propiciados por este proyecto feminista y para convocar a organizaciones de mujeres negras y afrocolombianas de varias regiones del país a un encuentro con mujeres académicas.

    El pensamiento feminista negro y el decolonial se incorporan en los cursos nucleares de teorías feministas de los posgrados y se crean nuevas asignaturas de pregrado y de posgrado que profundizan en las interrelaciones entre racismo, género, patriarcado, sexualidad, colonialidad y desigualdades socio-económicas.

    Con la vinculación de la profesora Ochy Curiel, militante del feminismo lésbico, afrocaribeño y decolonial, «lo personal es político» adquiere nuevos significados y se conecta con las inquietudes políticas e identitarias de las nuevas generaciones de feministas. El lesbianismo se hace visible dentro la Universidad y desafía la hegemonía de los discursos de izquierda con múltiples expresiones políticas y artísticas. La antigua división entre feministas heterosexuales y lesbianas que estaba latente se traduce en términos teóricos y políticos en el aula, contribuyendo a profundizar el debate y a modificar los esquemas de pensamiento de docentes y estudiantes. La perspectiva decolonial suscita un interés creciente y obliga a repensar las estrategias y las herramientas conceptuales y metodológicas.

    Las anteriores búsquedas son parte de la riqueza y la singularidad de la propuesta académica de la EEG, de allí se deriva el compromiso personal y afectivo de docentes y estudiantes con el proyecto y por ello han sido un factor fundamental para su continuidad, en medio de las tensiones, los cambios generacionales y las diferencias políticas. Pero también han sido fuente de dificultades para adecuarse a los códigos y las reglas de la investigación académica convencional.

    Desde las primeras cohortes de la Maestría hasta hoy, una de las tensiones que atraviesa el proyecto de la EEG se da entre las búsquedas personales y políticas de las estudiantes y la necesidad de traducirlas en un producto académico tan rigurosamente codificado como una tesis de grado. Frente a estas dificultades, las docentes de la EEG han incorporado innovaciones pedagógicas y rediseñado en varias oportunidades las asignaturas metodológicas y las estrategias de acompañamiento en la elaboración de las tesis.

    Las tensiones con los movimientos feministas y con otros movimientos sociales se han transformado y diversificado con la emergencia de las críticas surgidas de los feminismos negros, decoloniales y lésbicos, así como con el surgimiento de nuevas propuestas de transformación política, social y económica que se constituyen en alternativas a los modelos tradicionales del liberalismo y de la izquierda. Todo ello ha repercutido en nuevos debates al interior de la EEG en relación con las formas de enseñanza, las prácticas y propósitos de la investigación, la participación en el diseño de políticas públicas y la autonomía de los movimientos feministas.

    Con todo, la participación de la EEG en el diseño e implementación de políticas de equidad de género en los distintos niveles de la administración pública sigue siendo un componente importante de sus actividades, pero ha tomado nuevos derroteros. La llegada a la Alcaldía de Bogotá de gobiernos comprometidos más o menos genuinamente con la inclusión social y la equidad ha generado importantes espacios para la vinculación de docentes, estudiantes y egresadas de la EEG. Así que durante la alcaldía de Luis Eduardo Garzón (2004-2007), Juanita Barreto, docente de la EEG y una de las gestoras del PGMD desde el grupo Mujer y Sociedad, fue nombrada Directora de las políticas de mujer y género de la Alcaldía Mayor y jugó un papel decisivo en la elaboración de una «política pública de mujer y géneros»: el Plan de Igualdad de Oportunidades para la Equidad de Género en el Distrito Capital (2004-2016) y en la formulación de la primera política pública para la población LGBT.

    Posteriormente, durante la alcaldía de Samuel Moreno (2008-2011), Liza Yomara García, egresada de la Maestría en Estudios de Género, en calidad de Directora de Diversidad Sexual, encabezó el proceso de elaboración de los Lineamientos generales para la formulación de una política pública para la garantía plena de los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas LGBT y sobre identidades de género y orientaciones sexuales en el Distrito Capital. Durante la alcaldía de Gustavo Petro (2012-2015), varios egresados de nuestros posgrados participaron en la recién creada Secretaría Distrital de la Mujer, en la transversalización de las políticas de género y diversidad sexual y en la implementación del «enfoque diferencial de derechos».

    Asimismo, a través de docentes, estudiantes, egresadas y egresados, la EEG ha estado presente en debates, formulación de políticas públicas, capacitación y sensibilización en diversos temas relacionados con la equidad de género y la inclusión social: educación media y superior, salud sexual y reproductiva, desarrollo rural, empleo y trabajo, economía del cuidado, construcción de paz, eliminación de las violencias de género, feminicidio⁶, violencia sexual en el marco del conflicto armado y el desplazamiento forzado.

    La relación de las académicas con los movimientos sociales se ha conjugado de múltiples maneras: nuestras egresadas han liderado organizaciones no gubernamentales en la defensa de los derechos de las mujeres, de las personas con sexualidades no normativas y han acompañado las demandas y movilizaciones de diversas organizaciones sociales⁷. Las nuevas perspectivas de la investigación situada y las críticas decoloniales han tenido efectos sobre los proyectos de tesis y el desarrollo de formas de investigación colaborativa con organizaciones de mujeres urbanas y campesinas, indígenas, afrocolombianas, en condiciones de desplazamiento forzado, movimientos pacifistas y antimilitaristas, todo lo cual constituye una rica experiencia. Varias tesis de maestría han estudiado estos procesos, existen balances críticos sobre políticas específicas como el de Esguerra y Bello (2014), pero aún no se ha realizado una reflexión más abarcadora sobre los modos particulares en que la transformación de las teorías y las epistemologías feministas han modificado las relaciones entre academia, movimiento social y políticas públicas en la historia de la EEG.

    ¿Un proyecto sólido en una institucionalidad

    precaria?

    En sus inicios, el PGMD enfrentó múltiples resistencias por parte de una academia tradicional, con fronteras disciplinares que organizaban la oferta de programas curriculares, las investigaciones, las identidades profesionales y la vinculación laboral del profesorado. El respaldo rectoral y el apoyo financiero de la cooperación holandesa fueron factores decisivos para la creación y sostenibilidad del programa. Una de las profesoras que gestó el proyecto llegó a expresar con ironía que el apoyo de la cooperación holandesa convirtió a las promotoras del PGMD en «feas con dote» (Wills, 2007, p. 336).

    El compromiso de la Universidad Nacional de Colombia con la cooperación holandesa incluía garantizar la institucionalización del PGMD y este fue un argumento constante en los reclamos del grupo gestor para que la institución asumiera los costos del personal docente y administrativo del programa. Mientras año tras año se renovaba infructuosamente esta demanda, la Universidad iba transitando hacia una creciente «autonomía financiera», viéndose obligada a generar cada vez mayores recursos propios a través de los posgrados, las consultorías y la investigación, para garantizar el funcionamiento de los programas, en particular, la remuneración de personal docente y administrativo considerado ocasional pero que en la práctica lo era cada vez menos.

    El momento más importante de institucionalización se dio con la creación de la EEG en 2001. Sin embargo, como lo señalé anteriormente, este proceso se dio en condiciones de inequidad al no contar con planta docente como los otros departamentos. Ante nuestra reiterada solicitud, se nos reprochó el querer reproducir el modelo de los departamentos disciplinares, cerrados sobre sí mismos, lo que iría en contravía de la vocación interdisciplinaria de los estudios de género. Si bien el tema amerita discusión, nuestra preocupación se centraba en los riesgos que representaba la ausencia de planta docente. Estos riesgos se hicieron efectivos a medida que se jubilaban las docentes que dieron origen al programa y que al estar vinculadas a otros departamentos no fueron reemplazadas por nuevas profesoras con conocimientos en teorías feministas y estudios de género.

    Paradójicamente, el momento en que la Escuela fortalece su liderazgo en el campo de los estudios feministas y de género gracias a la crítica teórica, la diversificación de la investigación, la capacidad de atraer a las nuevas generaciones, la participación en la formulación de políticas públicas de equidad de género y diversidad sexual, coincide con una situación institucional crítica. La intensificación de las cargas docentes incide en una drástica reducción del tiempo que las profesoras de otros departamentos pueden dedicarle a la Escuela, lo que le impone funcionar con docentes ocasionales. La estrechez del mercado de trabajo universitario en Colombia genera un desempleo de profesionales docentes que no encuentran espacios para desarrollar una verdadera carrera académica y que se vinculan a la Escuela en condiciones laborales precarias, pero con un gran compromiso con los estudios de género y con el proyecto feminista. Esto permite «resolver» de forma temporal e inequitativa el problema, generando limitaciones para garantizar la sostenibilidad de un proyecto académico de calidad a largo plazo.

    En su investigación de 2002, Wills caracterizó la experiencia de la EEG como un proceso de «institucionalización sin transversalización» (2007, p. 334). Su análisis de la Escuela como un «gueto» que le daba la espalda a las disciplinas y a la transformación de la institución universitaria, como un lugar centrado en la denuncia del androcentrismo académico y como un espacio feminista replegado sobre sí mismo, no fue bien recibido por las docentes de la Escuela. Sin duda, esta interpretación —que recogía la visión de parte del profesorado de la Facultad de Ciencias Humanas sobre este proyecto feminista— tenía algo de verdad pero desconocía los múltiples esfuerzos y logros de las docentes en la tarea de difundir una perspectiva de género en sus departamentos de origen, en donde todas seguíamos realizando buena parte de nuestro trabajo docente e investigativo. Wills explica este «repliegue en un nicho propio» como una estrategia de los «contrapúblicos feministas de la academia» frente al «clima helado» que expresaba el rechazo y la subvaloración de los estudios de género dentro de la Universidad (Wills, 2007, p. 340).

    Diez años después, la situación ha cambiado en un sentido positivo aunque todavía muy insuficiente. La incorporación de una perspectiva feminista y de género en otras disciplinas de las ciencias sociales se ha ampliado gracias a la oferta de nuevas asignaturas de pregrado por parte la EEG y de docentes de otros departamentos, impulsados también por la demanda creciente por parte del estudiantado. La investigación interdisciplinaria también ha logrado avances significativos que se materializaron en la creación de nuevos grupos de investigación y programas de posgrado interdisciplinarios como la Maestría en Estudios Culturales y el Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales, si bien ello ocurre con dificultades importantes para su sostenibilidad institucional (Arango, 2013).

    Los cambios en los paradigmas de las ciencias sociales, al cuestionar las formas de validación basadas en la neutralidad y la objetividad desde variados campos como los estudios poscoloniales, decoloniales, subalternos, culturales o los estudios sociales de la ciencia, han permitido conformar un polo crítico mayor que amplía las posibilidades de interlocución académica y expande la zona de legitimidad de los estudios feministas y de género.

    El fortalecimiento de las perspectivas feministas críticas que señalé anteriormente contribuyó a que la Escuela optara por reafirmar públicamente el carácter feminista de este campo de estudios y modificara el nombre de sus posgrados. Por razones ligadas a los vericuetos burocráticos, el término «feminista» se aplicó únicamente al programa de especialización, ahora denominado Especialización en Estudios Feministas y de Género, mientras que la antigua Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo se transformó en Maestría en Estudios de Género. El concepto de desarrollo perdió vigencia ante el cuestionamiento abrumador de la crítica decolonial y los cursos teóricos fundamentales de los posgrados se renombraron como «Teorías feministas y de género».

    Por otra parte, los cambios en las políticas universitarias de posgrado estimulan la vinculación de estudiantes de pregrado a las maestrías y así llegan a la Maestría en Estudios de Género personas con formación en investigación social cuya presencia incide en el fortalecimiento y la diversificación de las líneas de investigación⁸ .

    Las ganancias en legitimidad académica han sido importantes gracias a la integración en las reglas del juego institucional y a la competencia exitosa dentro de las normas de medición y evaluación de la calidad investigativa y el mérito académico⁹. Sin embargo, estas ganancias en «autoridad científica» son relativas: confieren sin duda un mayor margen de maniobra para obtener financiación para la investigación o para reclamar mejores condiciones institucionales, pero están sometidas a los vaivenes de una política de ciencia y tecnología en un contexto institucional precario¹⁰. Esta política, en medio de sus bandazos, tiende a privilegiar la producción académica que circula en los espacios más restringidos del campo científico internacional y a devaluar los productos orientados a divulgar el conocimiento académico en ámbitos locales, a propiciar diálogos de saberes o a generar transformaciones sociales. Si bien, de manera individual y colectiva, la EEG se ha mantenido activa en los dos frentes, buscando formas de articulación, la tarea se vuelve difícil en un contexto de intensificación de las cargas académicas y de presión por la productividad en el frente de la producción restringida¹¹.

    A pesar de su marginalidad institucional, desde sus inicios, la EEG tuvo entre sus preocupaciones la transformación de las relaciones de género en el ámbito universitario. La consolidación progresiva de un espacio académico donde asentar el trabajo de formación y pensamiento crítico feministas tuvo efectos transformadores en la universidad al cuestionar la organización de los saberes y las disciplinas, al hacer visible el trabajo y el liderazgo intelectual de las mujeres docentes, al propiciar tesis e investigaciones que se interesaron por problemas de género en el campus en temas como la sexualidad, las identidades profesionales, la historia de las mujeres académicas o las experiencias de las trabajadoras.

    No obstante, solo recientemente surge el propósito de instituir la equidad de género en la Universidad Nacional de Colombia como un objetivo principal que requiere normas, planes, acciones y compromisos institucionales de largo plazo, como parte de las políticas nacionales de equidad de género. En 2003, la Universidad Nacional de Colombia suscribe el Acuerdo Nacional por la Equidad entre Mujeres y Hombres, propuesto por la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, con el compromiso de desarrollar una política interna de equidad de género. Este compromiso se materializa nueve años más tarde en el Acuerdo 035 de 2012 del Consejo Superior Universitario «por el cual se determina la política institucional de equidad de género y de igualdad de oportunidades para mujeres y hombres en la Universidad Nacional de Colombia».

    Como lo destaca Viveros, dicha política fue el resultado de un esfuerzo mancomunado en el que participaron la EEG, la Facultad de Ciencias Humanas, la Dirección Nacional de Personal, la Dirección Nacional de Bienestar Universitario y gracias al respaldo y la voluntad política de Beatriz Sánchez, Vicerrectora General de la Universidad. Uno de los aspectos relevantes del acuerdo es que sus lineamientos conceptuales, metodológicos y operativos se apoyan en el concepto de equidad de género, en los principios de redistribución, reconocimiento y representación propuestos por Nancy Fraser (1997) y en una perspectiva interseccional (Viveros, 2013, p. 110).

    Esta visión incluyente de una política institucional de equidad de género en la universidad supone además responder consciente y

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