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La sombra de Casandra
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Libro electrónico99 páginas1 hora

La sombra de Casandra

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En una sociedad democrática y avanzada como la nuestra, la discriminación por razón de sexo no debería existir. Sin embargo, la realidad a menudo es bien distinta. Mila Guerrero actualiza el mito de Casandra, la profeta troyana castigada por el dios Apolo a que ninguna de sus predicciones fuera creída, desvelando a través de anécdotas y situaciones los mecanismos mediante los cuales muchas mujeres ven desacreditadas sus opiniones y son tratadas como seres de cualidades inferiores a los hombres.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jun 2021
ISBN9788412366327
La sombra de Casandra

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    La sombra de Casandra - Mila Guerrero

    I                                                                                                                                                                                                                              Introducción

    La sombra de Casandra tiene su origen en un reto personal. En varias ocasiones, el tema que predominaba en la columna que escribo para el periódico local, La Lupa, ha tenido que ver con la discriminación por razones de sexo a la que las mujeres se ven sometidas, de diferentes maneras, desde el inicio de los tiempos, y hasta nuestros días. Con frecuencia, mi marido, que lee la mayoría de mis borradores antes de que la columna tenga forma definitiva, me «acusa» de que me repito, y de que quizá incido demasiado en la temática «feminista» (después explicaré el porqué de ponerlo entre comillas), de modo que al final mi columna pueda parecer reiterativa y en consecuencia aburrida, monótona para quienes puedan leerla y busquen diversidad de temas. La última vez que tuvimos esa conversación recuerdo haberle dicho que él no se hacía una idea del esfuerzo que tenía que emplear para no escribir, cada vez que me ponía a ello, un artículo que no tuviera que ver con ese tema, porque, por desgracia, no me faltaban argumentos, anécdotas o historias para poder recrearlas y volver a poner de manifiesto que a las mujeres se nos trata muchas veces como a seres de cualidades inferiores a los hombres. Pensé, entonces, sólo por elucubrar, en si sería capaz de escribir eso, un artículo sobre ese tema en todas las ocasiones. Me pareció, sin embargo, excesivo. Que sí, que habría material, seguro, para poder llevarlo a cabo, pero se me hacía un poco cuesta arriba embarcarme en ese tipo de proyecto, más que nada porque en realidad pensaba que me coartaría yo misma limitándome a escribir en exclusiva sobre un solo tema, y que, más pronto que tarde, me daría un ataque de urticaria, o algo así. No sirvo para monotemas, lo tengo comprobado, me puede la diversidad. Incluso pensé en la posibilidad de poder contar con la participación de otras mujeres para que relataran sus propias anécdotas, pero últimamente me parece que a veces ese tipo de iniciativas pueden resultar peligrosas, pues sin quererlo se acaba dando cobijo a una serie de personajes que persiguen otros objetivos más allá de compartir experiencias comunes. Los detractores del feminismo aprovechan cada vez más cualquier ocasión para manipular y tergiversar el discurso de la igualdad.

    Antes he entrecomillado la palabra «feminista», por lo siguiente: en mi opinión, la mayoría de las personas utilizan el término feminista alegremente, sin pararse a pensar en su verdadero significado. Para algunos la palabra feminismo es como un cajón de sastre en el que arrojar cualquier ideología, comportamiento, reivindicación o política que tenga que ver con la mujer, con lo femenino, sin importar muchas veces su naturaleza o su fin. Cada uno tiene una definición propia de lo que es el feminismo, hasta hay quien lo iguala y contrapone al machismo colocándolo al otro lado de la simetría del espejo. Quizá no venga mal recordar una definición básica, ya que nos encontramos al principio:

    El feminismo es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquella requiera.¹

    Como en alguna ocasión he manifestado, para mí el feminismo no es una opción, sino una condición sujeta al ADN. No se puede ser mujer y no serlo, puesto que el feminismo no es otra cosa que el principio de igualdad de derechos y oportunidades de la mujer y el hombre, y como consecuencia, el movimiento que lucha por su realización efectiva. Esto es, reitero, que los hombres y las mujeres tengan el mismo derecho y las mismas oportunidades independientemente de su sexo, y se enfrenten a la sociedad en igualdad de condiciones. Cualquier otra cosa que se aleje de esta definición y busque otro objetivo distinto es una perversión del espíritu feminista y está siendo utilizada para manipular a las personas y alcanzar así objetivos particulares. Me resisto a creer que haya mujeres que se consideren inferiores a los hombres y que además quieran que sus derechos sean menos que los de sus familiares y amigos de género masculino. Sin embargo, también he de reconocer que, tras siglos de educación en el sentido contrario, hay señoras que de verdad piensan en lo más profundo de su ser, como así se les ha enseñado desde pequeñas, que el hombre es un ser superior a ellas, y desarrollan su vida de acuerdo con ese precepto. Mi suegra podría ser sólo un ejemplo, pero seguro que todos tienen en sus vidas, más cerca o más lejos, a alguna mujer cuyo papel en la sociedad no es más que la criada, cuidadora y sufridora de todos los varones que tenga a su alrededor, por convicción irremediable.

    Así, mi marido, cuando me acusa de «temática demasiado feminista» en mis columnas, en realidad de lo que me acusa es de ser reiteradamente reivindicativa de la necesidad de la igualdad de derechos y oportunidades para la mujer, y de poner el foco de La Lupa, demasiado a menudo, en episodios que demuestran la discriminación aún reinante en muchos ámbitos domésticos y diarios.

    Por esto, y porque, como bien dice Nuria Varela en su libro Feminismo para principiantes: «Basta con mencionarlo. Se dice feminismo y cual palabra mágica, inmediatamente, nuestros interlocutores tuercen el gesto, muestran desagrado, se ponen a la defensiva, o directamente, comienza la refriega»,² me declaro, por si hubiera dudas e hiciera falta, feminista, sin comillas ni más apellidos.

    Ya sea por formación lectora, porque jamás han pasado desapercibidas a mis ojos las ocasiones en las que las mujeres son minusvaloradas, o porque ya voy teniendo una edad en que quedaron lo suficientemente lejos los complejos y se me van cayendo los pelos de la lengua, cada vez se me van acumulando más las situaciones en que observo cómo, de forma manifiesta, se ejerce la discriminación contra las mujeres a diario. Sí, aunque a algunos les parezca

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