No fue penal: Una jugada en dos tiempos
Por Juan Villoro
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Durante años, Juan Villoro, ganador del Premio Internacional Manuel Vázquez Montalbán por Dios es redondo, ha escrito crónicas y ensayos de futbol. Esta vez se sirve de dos narraciones complementarias para contar una historia sobre la pasión deportiva, la hermandad y sus rivalidades, y para explorar la condición teatral de quienes intervienen en el juego desde fuera de la cancha.
Las jugadas polémicas dependen de quien las mira. No fue penal pone en escena una desconcertante condición del deporte: lo que para unos es legítimo, para otros es un agravio.
El partido se detiene y la acción es revisada por el VAR. ¿Cuál será la sentencia? Dos historias muy distintas explican ese inquietante momento de decisión.
Juan Villoro
Juan Villoro nació en México DF en 1956. Ha sido agregado cultural en la Embajada de México en la entonces República Democrática Alemana, colaborador en revistas y numerosos periódicos. Fue también jefe de redacción de Pauta y director de La Jornada Semanal, suplemento cultural del diario La Jornada, de 1995 a 1998. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e invitado en las de Princeton, Yale, Boston y Pompeu i Fabra de Barcelona. Colabora regularmente en los periódicos La Jornada (México), El País (España) y El Periódico (España), y en publicaciones como Letras Libres, Proceso, Nexos, Reforma y la italiana Internazionale. Premiado en sus múltiples facetas de narrador, ensayista, autor de libros infantiles y traductor de importantes obras en alemán y en inglés, Juan Villoro es cada vez más reconocido como uno de los principales escritores latinoamericanos contemporáneos.
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No fue penal - Juan Villoro
I. LA VERSIÓN DEL TANQUE
¡Ábrete, ábrete!
¡Ah, qué la canción! O el güey no me oye o le vale madres… Me encanta gritar, no lo niego. Eso sí, en mi casa digo cualquier chingadera, pásame la sal
, y Roxana repela: No grites que no estás en la cancha
, así dice. Eso no es gritar, me debería ver aquí, si alguna vez se asomara al estadio…
Después del partido me quedo sin voz. Llego a la sala de prensa y ese periodista que me odia, el Murciélago, dice algo que me cae en los huevos. Me encantaría gritarle, pero ya no puedo. Abro el hocico y digo lo que dicen los genios del deporte cuando ya no tienen nada que decir: Le echamos ganas, pero no se dieron las condiciones
. La garganta me arde tanto que me vuelvo amable.
No se dieron las condiciones
en realidad significa Todos ustedes son putos
, pero eso solo lo sé yo.
Y ahora estoy aquí, en plena cancha, en el peor partido de mi vida.
¡Cuidado! ¡Vas solo!
¡Se le escapó la tortuga! ¡No puede ser tan lento! Ya me cansé de darle confianza a Pedrito. Cuando supe que su papá era albañil, pensé: Este bato trae hambre, va a llegar lejos
. Pero le falta motivación, no alcanza la pelota, ¡necesita un Uber para llegar ahí! Venía de la selección sub-17, muy orondo, perfumado por los triunfos juveniles. Traté de moldearlo, aunque traía sus mañas. Lo supe en el filtro de seguridad del aeropuerto. Yo iba detrás de él y le pidieron que abriera su maleta. ¡Llevaba un estuche lleno de cosméticos! ¡A los diecinueve años usa más cremas que mi mujer! Así son los futbolistas modernos
; cargan dos celulares y tres tipos de bloqueador solar. En mis tiempos, si llegabas bañado al entrenamiento ya parecías puto. Ahora se les dice metrosexuales. No soy prejuicioso; por mí, que cada quien haga de su culo un papalote, pero Pedrito es un caso aparte: piensa más en sus cremas que en la pelota. ¡Ahí la tiene!
¡Sube! ¡Apóyalo, Martínez! ¡Bien, bien! El saque es nuestro
.
El Murciélago me va a crucificar si perdemos. No he querido ir a su programa de radio. No quiero olerlo. Le dicen Murciélago por sus orejas, pero también apesta a guano. Cuando empecé a entrenar dijo que yo no había sido figura como futbolista y sería igual de mediocre fuera de la cancha. Al desgraciado se le olvidó que estuve en la selección; bueno, no se le olvidó totalmente porque se acordó de Valeriano Fuentes. Según él, lo único que hice con la camiseta del Tri fue fracturar al mejor futbolista mexicano de todos los tiempos. Me llamó bulto
, me llamó matalote
, me llamó destroyer
. El güey no habla inglés, pero así me dijo: destroyer
. Eso calienta. Luego tuvo el cinismo de pedirme una entrevista. ¡Que se la dé su chingada madre!
¡Árbitro, ¿qué pedo? ¡Eso es tarjeta! Okey, okey, me hago pa’trás, pero marca las faltas
.
La única jaula sin rejas de este mundo es el área técnica, el pedacito de pasto para el entrenador, mi oficina, la oficina del dolor. ¿A quién se le ocurre trabajar aquí? Es una cárcel al aire libre. Das un pasito afuera y el árbitro asistente llega como un gato sobre el bofe. No pasa nada si piso la cancha, pero los señoritos de negro no soportan que les pisen su pasto. ¡Si ya les pisaron la conciencia! Llegan maiceados al partido. No digo que los sobornen, es algo psicológico, están acomplejados. Cualquier árbitro preferiría ser jugador. Si te faltan condiciones, la única manera de estar en la cancha es soplar un silbato. Los árbitros adoran a los famosos porque quisieran ser como ellos, los siguen como si les fueran a pedir un autógrafo, no se meten con los equipos fuertes. Nosotros jugamos de visitante hasta en nuestra propia cancha. Si llega el América o el Guadalajara las tribunas se atiborran de porras enemigas.
Un estadio vacío es un infierno, eso que ni qué. Pero los árbitros tienen una relación equivocada con el ruido. Pitan para que todos griten. Necesitan el escándalo, aunque esté hecho de insultos. Prefieren que cincuenta mil perturbados les mienten la madre a que les aplaudan doscientos agradecidos.
Mi equipo se hunde sin que nadie proteste;