La misión de Pablo Siesta
Por Manuel Arduino
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La misión de Pablo Siesta - Manuel Arduino
La misión de Pablo Siesta
Manuel Arduino Pavón
© MANUELARDUINO PAVON, 2012
© Diseño de portada, MARTA GIL ALCALDE
© AMBAMAR DEVELOPMENT, S.L. 2012
www.izanaeditores.com
E-mail: izanaeditores@izanaeditores.com
Avenida de Machupichu, 17-3
28043 MADRID
T: 913880040
ISBN: 9788493964634
Índice
La misión de Pablo Siesta
Índice
Presentación
El día en que se ventiló noticia
Los Siesta
Los Inchausti
Domingo en feria
Buenos Aires de las penúltimas batallas
Un telón que no se abre
Planes de fuga
Las cosas cambian de rumbo
Capítulo sin casi nada
La vida continúa
El barbecho
Dos mujeres por San Telmo
Los Siesta y los Inchausti de fiesta
Buenos Aires
Siesta
Presentación
Parece, pero no es un argumento luctuoso. Sencillamente ocurre que ya estoy orillando los sesenta años yes el momento para hacer una confesión, acaso la confesión final.
Durante toda mi vida en Montevideo soñé el sueño imperfecto de la razón, una fantasía ligada al oficio de escribir. Y aunque le destiné una buena parte de mi tiempo, cuando me trasladé a Buenos Aires, no hace mucho, capturé la situación existencial más propicia para encontrarme definitivamente con mi vena literaria. Estos últimos años porteños de mi vida han sido muy pródigos en libros y publicaciones, más de lo que jamás hubiera imaginado. Navego las aguas mansas y profundas del ensayo esotérico con el mismo sentimiento de placer experimental que atraviesa mis novelas o relatos, y cada tanto una cana al aire y me meto con la errabunda poesía, que en mi caso no es una visitante asidua, sino la institutriz de los hijos que no tuve, de mis amoríos con la diosa de las alucinaciones paganas.
La idea es enlazar mis experiencias montevideanas y porteñas en una obra que extraiga el zumo de las dos orillas del Mar Dulce, y apelar para ello a lo vivido, a los rastros del cometa Halley, a lo que fuera.
Estas páginas abrevan de la vida real más que cualquiera otra de mis obras, sin embargo, la imaginación y la nunca atenuada tendencia a la invención pura invaden por completo la narración, hasta transformar personajes y situaciones entrañables en piedras de toque de un relato absolutamente libre, que se le escapó por completo al autor y que terminó con su vida, o con la vida de Pablo Siesta, lo cual es más o menos lo mismo. Y este es el hecho: casi me di por desaparecido en una breve novela social, cargada con los dolores de parto de nuestras naciones orilleras, y ahora, necesariamente, la conciencia me dicta este argumento final, que parece luctuoso y que no lo es.
De aquí en adelante escribiré poco o mucho para que las aguas desciendan y dejen al descubierto la verdadera faz de la tierra, pero ahora, en esta obra ágil y sinuosa, propongo hincarle el diente al gran naufragio de los pueblos, a las ordalías y penitencias salvajes, a la desmesura de las reglas oficiales, a la infamia y al desatino. A la muerte fatua y estéril que no procura un aprendizaje ni un consuelo, sólo el sentimiento amargo de que la vida es un juego sucio y que los jugadores están perdidos, que todos se perdieron.
Porque jugar a vivir no es absolutamente necesario, a menos que el estado soberano declare al tiempo un eterno día de asueto.
MANUEL ARDUINO PAVÓN
El día en que se ventiló noticia
-Usted tiene una misión en la vida, señor Siesta -le había dicho el gordo Ruarte, el jefe de la oficina.
Pablo estaba dormitando sobre la montaña de expedientes en el momento que entró el jefe, y el jefe no tuvo mejor idea que llamarle la atención sobre que la vida tenía sentido, un sentido ignoto pero acaso trascendente. Lo peor es que los otros vagos de la oficina escucharon al gordo Ruarte. Una vez que estuvieron solos le hicieron todo tipo de bromas al apático empleado del Ministerio de Defensa de una nación sometida por una dictadura.
Como si eso no fuera suficiente, sus coqueteos con la izquierda y con amigos que habían estado vinculados con la guerrilla hacían que los oficiales lo tuvieran entre ojo y ojo. Pero Pablo iba a la oficina todas las mañanas como si tal cosa, absolutamente inconsciente de que el país era una olla de grillos, que desaparecía gente, que todo estaba bajo control. Parecía que le hubieran aplicado mucha penicilina al pulmón del país. Todo estaba apagado y gris, excepto los cantores populares que redoblaban el ingenio para filtrar ideas aparentemente inofensivas que la gente sabía leer entrelíneas. Ante la limitación y la censura el talento se refuerza a extremos inauditos y tienen lugar las obras de arte más excelsas. No hay como la limitación para exprimirle el jugo a la naranja.
Aldecoa le pasó una mano jabonosa sobre los hombros y le dijo:
-Seguro que tu misión tiene que ver con convertir los pura sangre del hipódromo a la religión católica.
Ante la burla generalizada, Pablo sonrió forzadamente. Nadie ignoraba su afición por las carreras de caballo, por las apuestas clandestinas. Yel muchacho se tragaba la bronca y soportaba las tomaduras de pelo con un poco de sangre fría. Por otra parte mañana se corría el Gran Premio Selección y el hipódromo iba a estar de gala. Él no podía faltar, pero como a Aldecoa se le había ocurrido arreglar un partido de fútbol contra la Oficina de Presupuesto en algún regimiento perdido, Pablo Siesta se deshacía los sesos buscando la excusa más plausible.
Ruarte volvió sobre las doce y le dio tres expedientes más, los de trámite urgente. Había que pasarlos a la Dirección Financiero Contable. Era una cosa sencilla.
El gordo Ruarte lo miró sonriente