El té de tornillo del profesor Zíper
Por Juan Villoro y Rafael
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Juan Villoro
Juan Villoro nació en México DF en 1956. Ha sido agregado cultural en la Embajada de México en la entonces República Democrática Alemana, colaborador en revistas y numerosos periódicos. Fue también jefe de redacción de Pauta y director de La Jornada Semanal, suplemento cultural del diario La Jornada, de 1995 a 1998. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e invitado en las de Princeton, Yale, Boston y Pompeu i Fabra de Barcelona. Colabora regularmente en los periódicos La Jornada (México), El País (España) y El Periódico (España), y en publicaciones como Letras Libres, Proceso, Nexos, Reforma y la italiana Internazionale. Premiado en sus múltiples facetas de narrador, ensayista, autor de libros infantiles y traductor de importantes obras en alemán y en inglés, Juan Villoro es cada vez más reconocido como uno de los principales escritores latinoamericanos contemporáneos.
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Comentarios para El té de tornillo del profesor Zíper
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Esta super interesante, tengo 9 años y desde que lo leí me enganchó,se los recomiendo mucho?✔???
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El té de tornillo del profesor Zíper - Juan Villoro
JUAN VILLORO
ilustrado por
RAFAEL BARAJAS, EL FISGON
Primera edición, 2017
Primera edición electrónica, 2017
© 2017, Juan Villoro por el texto
© 2017, Rafael Barajas, El Fisgón, por las ilustraciones
D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios y sugerencias:
librosparaninos@fondodeculturaeconomica.com
Tel. (55)5449-1871
Colección dirigida por Socorro Venegas
Edición: Angélica Antonio Monroy
Diseño: Miguel Venegas Geffroy
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-4942-3 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Índice
La Tintorería Espacial
108 años en una semana
El sándwich silvestre
Los huevos revueltos de tiempo
Sebastián Vejestorius
Hotel Papaya Inn
El tiempo es un queso de bola
El mar color violeta
La Isla de los Inmortales
El Gran Relojero
El té de tornillo
Una pompa en el cielo
La bazooka de agua
Lavado salvaje
La Tintorería Espacial
A los doce años, Alex estaba encargado de la mejor tintorería del país. Sus padres eran muy ancianos (tanto que parecían sus bisabuelos) y sus tíos, flojísimos. La familia entera dependía de Alex y su habilidad para sacar las manchas más terribles de las telas.
Detrás del mostrador colgaba la foto de Lucio, el hermano mayor de Alex. Todos los días, el trabajador muchacho pensaba que las cosas serían más fáciles si su hermano estuviera ahí. Lucio había desaparecido desde hacía doce años, justo el día en que cumplió doce. ¿Cómo sería ahora? Lo único que quedaba de él era ese retrato en el que parecía el gemelo de Alex.
—Veo que pusiste tu foto en el negocio —le dijo un señor que siempre llevaba pieles a la tintorería.
—Es el retrato de Lucio, mi hermano. Desapareció cuando tenía mi edad —dijo con tristeza el joven tintorero.
—Ya veo —comentó el cliente, acariciando sus bigotes largos como alambres—. Te traje pieles para lavar: un oso polar y una ardilla gris. Usa champú para cabello salvaje.
Alex respetaba mucho a sus clientes y nunca les hacía preguntas. Esta vez no pudo contener su curiosidad:
—¿A qué se dedica usted? —preguntó con timidez.
—Mi nombre es Leonardo Coronel, soy falso taxidermista y verdadero vendedor de pieles.
—¿Falso taxidermista?
—Los taxidermistas se dedican a disecar pieles; las que yo vendo no parecen disecadas, las conservo en magnífico estado. Como si estuvieran vivas. Hay cazadores que se dedican a conseguir animales vivos para los zoológicos. Yo me dedico al arte de conseguir pieles que parecen vivas.
Dicho esto, el cliente salió del local.
Alex era el único empleado de la tintorería. A sus tíos les parecía un gasto inútil contratar a otra persona y sus padres estaban demasiado viejos para opinar al respecto (pasaban el día dormidos o recordando la lejana época en que fueron jóvenes).
Alex abría el negocio a las seis de la mañana y trabajaba hasta las seis de la tarde. Después de comer un pan espolvoreado con azúcar iba a la escuela. Regresaba a su casa a las diez de la noche para prepararles la cena a sus padres y a sus tíos.
—¡A estas albóndigas les falta picante! —se quejaba la tía Trini, que sólo estaba satisfecha cuando las salsas picaban tanto que la hacían sudar (la tía dejaba un charquito bajo su silla que Alex limpiaba con una jerga).
—Eres el mejor niño del mundo —le decía su mamá todas las noches. Aquella dulce ancianita era muy buena. Por desgracia, casi nunca estaba despierta y ya no tenía fuerzas para ayudar a su hijo.
—Toma mi ropa para la tintorería —el tío Pepe le entregaba una bolsa con ropa sucia.
Alex era un verdadero profesional del lavado. Conocía todo tipo de telas y podía hacer que una camisa invadida de salsa cátsup se recuperara hasta lucir como nueva. Entre los muchos manteles y pañuelos que había lavado, nunca había encontrado algo tan apestoso como los calcetines del tío Pepe, que olían a queso extrapotente. Alex los metía en una bolsa de hule para que el olor no impregnara la casa. Una vez olvidó hacer esto y un ratón goloso llegó en busca de un bufete de estupendos quesos.
Alex se acostaba después de leerle el periódico a sus padres, que ya no veían bien, y de prepararle una bolsa de agua caliente a la tía Trini, indigesta por todo el chile que comía.
—¿Quieres matarme con tus salsas de fuego? —la injusta tía le reclamaba a Alex. Luego eructaba con poderío.
La vida de Alex era difícil. A los doce años mantenía a cuatro adultos. Sin embargo, por lo menos tenía trabajo.
Cuando su hermano Lucio se fue de la casa, la familia era muy pobre. Sus padres se dedicaban a lavar ropa en tres categorías: cubeta chica, cubeta grande y cubeta regular.
Hacían este servicio con tanto amor que una vez recibieron un paquete de la lejana población de Michigan, Michoacán, que contenía 16 uniformes de futbol y un extraño mensaje: Los once titulares y los cinco suplentes del Atlético dependen de ustedes para meter los goles más limpios del planeta
. Los uniformes estaban manchados de verde. ¿Por el pasto de la cancha de futbol? Nada de eso: aquellas manchas olían a brócoli, no al común y corriente que está en oferta en los mercados, sino a un brócoli superior que abre el apetito, despeja la mente y manda verdes vitaminas al corazón. No en balde venían de Michigan, Michoacán, donde los brócolis son tan grandes como los árboles e inspiran purés de magna delicia.
Los uniformes fueron lavados con mucho cariño y al siguiente domingo el Atlético de Michigan le ganó 4-0 al Racing de Alfalfa. Los lavanderos recibieron el siguiente telegrama: Gracias por contribuir a una limpia goliza. ¿Aceptarían un invento de recompensa? Firma: Dignísimus Zíper
.
A los pocos días, los padres de Alex recibieron la visita del más despeinado de los científicos. Dignísimus Zíper vio la cubeta chica, la cubeta grande y la cubeta regular. Luego preguntó:
—¿No tienen otra tecnología para lavar?
—Sólo las cubetas y nuestras manos —la madre de Alex mostró sus dedos, enrojecidos y agrietados de tanto frotar ropas.
—Ustedes merecen algo mejor. Su fama de lavanderos ha llegado hasta Michigan, Michoacán, mi tierra querida. ¿Me permiten que les regale un invento? Mi última cosecha de brócoli fue estupenda y me sobra algo de dinero.
Así fue como Zíper instaló la Tintorería Espacial con planchado vía satélite. Gracias a una señal de calor que bajaba desde un satélite en la estratosfera, los pantalones quedaban planchados con una raya impecable. Además, Zíper introdujo el doblado de cuellos con rayos láser, el quitamanchas cósmico (una mezcla de polvo lunar y jabón de coco, tan eficaz, que un veterinario la usó para quitarle las pintas a una vaca) y el enrollado de calcetines con rotación planetaria.
La ayuda del profesor Zíper permitió que los padres de Alex salieran de su pobreza y tuvieran a su cargo la mejor tintorería del país. Pero los años pasaron y el pelo se les fue poniendo blanco frente a las cambiantes mudas de ropa. A ellos les hubiera gustado que su hijo Lucio los ayudara en el negocio, pero él se había ido: después de apagar sus doce velas de cumpleaños desapareció misteriosamente. Lo único que quedó de él fue el retrato en la pared. Los padres decidieron tener otro hijo, pasaron otros doce años y nueve meses hasta que Alex se hizo cargo de la tintorería. Para entonces, los padres habían envejecido y los tíos se negaban a ayudar. A veces, Alex pensaba que Lucio se había ido para no trabajar tan duro, para no cocinar la salsa de la tía Trini ni lavar los calcetines del tío Pepe. Lo único cierto