PUTUMAYO, Col.– En fincas cocaleras como “La 8”, localizada en un punto remoto de la selva húmeda y caliente del departamento colombiano del Putumayo, al que solo se llega a pie o a caballo, comienza un proceso agroindustrial de escala global cuyas diferentes fases están controladas de manera meticulosa por el crimen organizado.
Nada aquí, en “La 8”, llamada así por los campesinos porque para llegar a la finca hay que cruzar ocho largas colinas de cerrada vegetación, luce como un centro criminal, aunque según la ley colombiana los cultivos de hoja de coca son ilícitos y quien realice esa actividad se hará acreedor a una pena de entre 8 y 18 años de cárcel.
Como en cualquier predio agrícola, en esta finca hay jornaleros que vinieron a recolectar la cosecha de hoja de coca –“raspachines”, se les dice por aquí–; hay una cocinera que les da de comer yuca y arroz todos los días y un administrador que se encarga de que todo funcione. También está la pareja del propietario de la finca, Lilia, quien lo supervisa todo, y “El Químico”, un maestro cocalero que conoce con precisión de alquimista cómo transformar la hoja en pasta base de cocaína.
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), Colombia es el principal productor mundial de cocaína y exporta cada año unas mil 400 toneladas, 70% de lo que demanda el mercado global de ese alcaloide de efecto estimulante.
Con cinco hectáreas de sembradíos de hoja de coca, en “La 8” está por finalizar una de las tres cosechas que se levantan cada año. Ya solo queda por recolectar un pequeño lote de media hectárea que no debe llevar más de