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Tan cerca de Hollywood: Cine, televisión y video en Baja California
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Libro electrónico615 páginas8 horas

Tan cerca de Hollywood: Cine, televisión y video en Baja California

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Baja California siempre ha estado más cerca de Hollywood que de los estudios Churubusco. Por eso he buscado exponer las películas que pintan tanto lo que somos como ideología de los que las filmaron y produjeron. He utilizado materiales hemerográficos de difícil acceso, así como documentos poco conocidos provenientes de los archivos históricos de l
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 ene 2022
ISBN9786076075722
Tan cerca de Hollywood: Cine, televisión y video en Baja California
Autor

Gabriel Trujillo Muñoz

Gabriel Trujillo Muñoz (Mexicali, Baja California,1958) Poeta, narrador y ensayista. Profesor de tiempo completo, editor de la uabc. Ha publicado más de un centenar de libros como autor y compilador. Entre sus obras están poemarios: Rastrojo. Poemas 1980-2000 (2002), Bordertown (2004) y Civilización (2009); las novelas: Orescu. La trilogía (2000), Mexicali City Blues. La saga fronteriza de Miguel Ángel Morgado (2006), Codicilo (2004), Highclowd (2006), La memoria de los muertos (2008), Transfiguraciones (2008), Las planicies del verano (2008) y Trenes perdidos en la niebla (2010), así como los libros de ensayo: Literatura bajacaliforniana siglo xx (1997), Kitakaze. La comunidad japonesa en Baja California (1997), Baja California. Ritos y mitos cinematográficos (1999); La canción del progreso. Vida y milagros del periodismo en Baja California (1999), Los confines. Crónica de la ciencia ficción mexicana (1999), Testigos de Cargo. La Literatura policiaca mexicana y sus autores (2000), Vidas ejemplares (2000), Biografías del futuro (2001), Entrecruzamientos. La cultura bajacaliforniana, sus autores y sus obras (2002), Mexicali centenario. Una historia comunitaria (2002), Lengua franca (2002), Mitos y leyendas de Mexicali (2004), Mexicali. Cien años de arte y cultura (2004), Mensajeros de Heliconia (2005), La gran bonanza. Crónica del teatro en Baja California (2006), De los chamanes a los DJs. Crónica de las artes musicales en Baja California (2007), Visiones y espejismos. La sabiduría de las arenas (2007), El infierno en la Tierra. El desierto de Sonora-Baja California, sus hazañas y tragedias (2008), Pasiones fronterizas (2009), La otra historia de Baja California (2009), La otra Baja (2009), Escaramuzas. Ensayos y aforismos (2010), Los hombres salvajes de la bandera roja (2010) y Gente de frontera (2010). Ha obtenido el Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez 1998, el Premio Nacional Narrativa Colima para obra publicada 1999, el Premio Nacional de Poesía Sonora 2004, el Premio Binacional de Poesía Pellicer-Frost 1996, el Premio Binacional Excelencia Frontera 1998, el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2005, el Premio de Narrativa Histórica de la Fundación Pedro F. Pérez y Ramírez “Peritus” 2006 y el Premio en Artes 2009, por el Instituto Tecnológico de Mexicali.

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    Tan cerca de Hollywood - Gabriel Trujillo Muñoz

    Portada_final_Tan_cerca_de_Hollywood.jpg

    Índice

    Autor

    A manera de prólogo

    Vistas cinematográficas en Baja California

    Baja California: proyectos y producciones cinematográficas

    Do it yourself: el video bajacaliforniano

    Plataformas visuales: de Fox Studios Baja a Yonke Art

    La televisión en Baja California: una historia en marcha*

    Blancos móviles: visitantes de Hollywood en Baja California

    Frontera en claroscuro: el cine negro y Baja California

    Cien fechas notables para el cine en Baja California

    Bibliografía

    Vistas cinematográficas en Baja California

    Baja California: proyectos y producciones cinematográficas

    Do it yourself: el video bajacaliforniano

    Plataformas visuales: de Fox Studios Baja a Yonke Art

    La televisión en Baja California: una historia en marcha*

    Blancos móviles: visitantes de Hollywood en Baja California

    Frontera en claroscuro: el cine negro y Baja California

    Legales

    Universidad Autónoma de Baja California

    AUTOR

    Gabriel Trujillo Muñoz (Mexicali, Baja California,1958) Poeta, narrador y ensayista. Profesor de tiempo completo, editor de la

    uabc

    . Ha publicado más de un centenar de libros como autor y compilador. Entre sus obras están poemarios: Rastrojo. Poemas 1980-2000 (2002), Bordertown (2004) y Civilización (2009); las novelas: Orescu. La trilogía (2000), Mexicali City Blues. La saga fronteriza de Miguel Ángel Morgado (2006), Codicilo (2004), Highclowd (2006), La memoria de los muertos (2008), Transfiguraciones (2008), Las planicies del verano (2008) y Trenes perdidos en la niebla (2010), así como los libros de ensayo: Literatura bajacaliforniana siglo

    xx (1997), Kitakaze. La comunidad japonesa en Baja California (1997), Baja California. Ritos y mitos cinematográficos (1999); La canción del progreso. Vida y milagros del periodismo en Baja California (1999), Los confines. Crónica de la ciencia ficción mexicana (1999), Testigos de Cargo. La Literatura policiaca mexicana y sus autores (2000), Vidas ejemplares (2000), Biografías del futuro (2001), Entrecruzamientos. La cultura bajacaliforniana, sus autores y sus obras (2002), Mexicali centenario. Una historia comunitaria (2002), Lengua franca (2002), Mitos y leyendas de Mexicali (2004), Mexicali. Cien años de arte y cultura (2004), Mensajeros de Heliconia (2005), La gran bonanza. Crónica del teatro en Baja California (2006), De los chamanes a los DJs. Crónica de las artes musicales en Baja California (2007), Visiones y espejismos. La sabiduría de las arenas (2007), El infierno en la Tierra. El desierto de Sonora-Baja California, sus hazañas y tragedias (2008), Pasiones fronterizas (2009), La otra historia de Baja California (2009), La otra Baja (2009), Escaramuzas. Ensayos y aforismos (2010), Los hombres salvajes de la bandera roja (2010) y Gente de frontera (2010).

    Ha obtenido el Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez 1998, el Premio Nacional Narrativa Colima para obra publicada 1999, el Premio Nacional de Poesía Sonora 2004, el Premio Binacional de Poesía Pellicer-Frost 1996, el Premio Binacional Excelencia Frontera 1998, el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2005, el Premio de Narrativa Histórica de la Fundación Pedro F. Pérez y Ramírez Peritus 2006 y el Premio en Artes 2009, por el Instituto Tecnológico de Mexicali.

    Gabriel Trujillo Muñoz

    Tan cerca de Hollywood

    Cine, televisión y video

    en Baja California

    Selección Anual para el Libro Universitario

    ¡Qué viento a ocho mil kilómetros!

    ¿No ves cómo vuela todo?...

    Sí le veo, sin sentirle.

    Está allí, en el mundo suyo,

    viento de cine, ese viento.

    Pedro Salinas

    Far West

    A MANERA DE PRÓLOGO

    Estos ensayos aquí reunidos son acercamientos a un tema por demás interesante y central con respecto a las manifestaciones artísticas y culturales de la frontera México-Estados Unidos en general, y de la relación de California con Baja California en particular. En buena medida, estos textos analizan lo que el cine y la televisión, como industrias del entretenimiento y medios de comunicación, como espectáculos públicos y filtros culturales, representan para los habitantes fronterizos de nuestra entidad.

    Y es que Baja California, como región que se encuentra cercana a Hollywood —una de las la mayores fábricas de sueños colectivos alrededor del mundo—, también forma parte de la historia del séptimo arte. De esta forma, hablar de cine en, sobre y desde Baja California, es explorar una veta impresionante sobre cómo la frontera, el desierto y las relaciones sociales han llevado a que Hollywood observe a sus vecinos: con filas o fobias, con alabanzas o vituperios, con respeto o prejuicios.

    Lo trascendente aquí es la estrecha vinculación entre el cine y la sociedad fronteriza bajacaliforniana: desde los artistas de Holly­wood que durante la ley seca hicieron de Tijuana, Ensenada o Mexicali sus sitios de diversión favoritos, hasta las películas que se filmaron sobre episodios históricos y acontecimientos contemporáneos, lo mismo que ficciones que abarcaban tanto historias de suspenso policiaco, comedias de enredos, aventuras de vaqueros y bandoleros, guerras en el Medio Oriente o monstruos de ciencia ficción.

    Baja California siempre ha estado más cerca de Hollywood que de los estudios Churubusco. Por eso he buscado exponer las películas que pintan tanto lo que somos como la ideología de los que las filmaron y produjeron. He utilizado materiales hemero­­-gráficos de difícil acceso, así como documentos poco conocidos provenientes de los archivos históricos de la entidad. A ellos he sumado las voces testimoniales de todos aquellos que han sido testigos del cine como arte e industria: los trabajadores de las salas cinematográficas, los directores de películas y videos, y los extras de producciones extranjeras, entre muchos otros que han edificado las imágenes de nuestra identidad fronteriza.

    Estos ensayos parten de distintos orígenes, pero todos nacieron para ubicar una época en especial o una relación entre nuestra socie­dad y esa actividad recreativa que es asistir al cine en la frontera norte de México. Todos tienen un propósito común: ampliar nuestro conocimiento sobre las artes visuales que aquí, en Baja California, han tenido casa y sustento, foro y trascendencia. Sin las películas y videos que han reflejado, con imaginación desatada o riguroso realismo, nuestra entidad, Baja California, no sería el mito que es hoy: las imágenes en movimiento que le han dado la vuelta al mundo; la saga de un sueño visual que nos define y nos involucra, que nos convierte en protagonistas y escenarios de su creación.

    Y lo mismo se puede decir de la televisión de nuestra entidad, la cual, a través de un ensayo realizado en colaboración con la comunicóloga Karla Mora Corrales, se puede apreciar que es muestra de creatividad y esfuerzo de varias generaciones de bajacalifornianos.

    Este libro no es compendio o monografía sobre el séptimo arte y la televisión en nuestra entidad. Es, en suma, una serie de ensayos dirigidos a un lector interesado en nuestra vida cultural; un conjunto de textos que toman las imágenes en movimiento como espejos comunitarios de una sociedad de frontera; aproximaciones distintas a un mismo paisaje visual; acercamientos a una realidad creativa y a un negocio campante; visiones conjuntas que buscan establecer el porqué nos fascina esta cultura cinemática como espectáculo y realización, como sueño colectivo e imaginación personal. Y más cuando en Baja California podemos parafrasear la famosa frase de don Porfirio Díaz: estamos tan lejos de los estudios Churubusco y tan cerca de Hollywood. Y de tal realidad surge una profunda relación entre nuestra entidad y la fábrica de los sueños, un vínculo que aquí presento en producciones y personajes, en estudios y salas de cine.

    Entonces, ¡que comience la función!

    Gabriel Trujillo Muñoz

    Vistas cinematográficas en Baja California

    Baja California ha sido, en el transcurso del siglo

    xx

    , escenario de múltiples cambios sociales y políticos: del porfiriato a la revolución mexicana; de Distrito Norte a estado libre y soberano de Baja California; de minúsculas poblaciones fronterizas a ciudades hechas y derechas; de la ley seca al nacionalismo revolucionario y la reforma agraria; de la influencia estadounidense al establecimiento de vías de comunicación con el interior del país. En este periodo fue cuando llegó a esta región del país el invento de los hermanos Lumière, el cinematógrafo, y se estableció el gusto por el cine como la diversión por excelencia de los bajacalifornianos, mexicanos fronterizos que vivían en un medio social plenamente dedicado al trabajo en las principales poblaciones del Distrito Norte: Ensenada, el puerto de altura que fue su capital hasta 1915; Mexicali, población fronteriza dedicada al cultivo algodonero, que se convirtió en la capital de facto a partir de 1915; y Tijuana, otra población fronteriza que en esa época alcanzaría fama mundial por sus servicios turísticos.

    Los primeros datos de la presencia del cine se localizan en Ensenada, que era un puerto donde convergían a principios del siglo

    xx

    un gran número de extranjeros y nacionales provenientes de diversas regiones de México. Como zona colindante con los Estados Unidos de América, la aparición de aparatos para ver imágenes en movimiento fue un fenómeno que llegó de California junto con los canales de riego, el automóvil, el fonógrafo, la electricidad y los frigoríficos.

    La información con que contamos para tener una idea de cuándo y cómo el cine terminó por conquistar el gusto popular, proviene de los periódicos de la época y de los testimonios orales de los testigos de aquellos tiempos. La primera noticia localizada hasta ahora aparece en El Progresista, un semanario publicado en Ensenada por Carlos Ptacnik y Pedro N. Ulloa, un empresario y un poeta, respectivamente, que le abrió sus páginas a los acontecimientos sociales y culturales de la comunidad ensenadense de la última etapa del porfiriato.

    Junto con un gran surtido de obras literarias, piezas de música, cuerdas finas, cromos, códigos, tarjetas postales ilustradas e imágenes de santos en seda, El Progresista anunciaba, el 9 de agosto de 1903, que ya tenía en existencia en las oficinas de su imprenta, encuadernación y rayados, cinematógrafos de bolsillo, y los denominaba "como una verdadera novedad por lo curiosos y bonitos y como verdadero escándalo por su reducido precio de cuatro diferentes ejemplares por 25 centavos acabamos de recibir de Chicago una variada colección de cinematógrafos de bolsillo, entre los que recomendamos: El hombre del paraguas, El clown misterioso, Don Ferruco, Carrera de caballos, etc.".

    La historiadora Roselia Bonifaz (1999) reconoce que la vida en Ensenada era difícil, pero no carecía de amenidades. Durante la administración del coronel Celso Vega, la sociedad ensenadense tuvo su clímax en refinamiento y en frecuencia de eventos culturales, cívicos, artísticos y festivos.

    El Teatro Progreso fue el primer teatro de la ciudad; era de madera con fachada de adobe y servía para actividades escolares, gubernamentales y cívicas, espectáculos de teatro, bailes de gala, conciertos de música formal, sala de conferencias y, desde luego, para funciones de cine.

    En 1910 fue construido un nuevo teatro, y para conmemorar los cien años de la independencia de México, fue llamado Teatro Centenario. Estuvo ubicado en la esquina de las calles Ruiz y Siete, y pronto se convirtió en un imán para la población porteña. Como su nombre lo indica, este edificio tuvo los mismos usos que el anterior, pero en vez de funcionar bajo la autoridad del gobernador en turno, era propiedad del ayuntamiento ensenadense y lo administraba el cabildo. Esto tuvo hondas consecuencias posteriores, ya que hacia octubre de 1913, en plena dictadura huertista y con distintos grupos políticos peleando por el control de la entidad, el ensenadense Heriberto Villarino mandó una queja al despacho de Gobernación, donde manifestaba que el ayuntamiento de Ensenada estaba

    compuesto de extranjeros de dudosa nacionalidad y enemigos del actual gobierno, es por todos conceptos nocivo y contrario a los intereses generales y particulares del pueblo [...] es más señor ministro, una compañía de cinematógrafo, a quien tienen rentado el Teatro Centenario, de este lugar, ha dado vistas como ésta que dio la semana pasada, Mexican good for nothing, el Ayuntamiento hasta hoy, nada ha hecho por corregir ni castigar a esta empresa que es americana y se titula Sawday-Condit. (Bonifaz, 1999)

    Al respecto, Francisco Lisizin menciona que

    El Centenario fue muy famoso, en primer lugar, porque era el único; pero venían de México conjuntos que presentaban obras de teatro, canto, poesía. Todo el tiempo tenía gente y entre semana pues había el cine famoso, eran mudas las películas todavía. Había un piano y venía un pianista que era el que llevaba los episodios misteriosos o de acción, uuuy y...ta, ta, ta, ta... para alegrar la cosa o darle más énfasis a la película. Ahí estuvo mucho tiempo el profesor José Amable, lo teníamos de maestro de piano, chaparrito, blanco, blanco. Yo creo que ha de haber sido español, pero tocaba bien el piano. (Gómez & Magaña, 1999)

    Cuando había cine entre semana, según cuenta Aníbal Bernáldez, la chamacada armaba un gran escándalo pateando el piso y levantando un polvo muy desagradable, por lo que los adultos, especialmente las damas se salían de la función e iban a poner su queja a las autoridades correspondientes. Sin embargo, los domingos era otra cosa:

    Había también en el teatro Centenario unas funciones llamadas Domingos Culturales. Eran organizadas por los directores de las escuelas para recabar fondos de alguna manera, los gerentes prácticamente lo cedían, con la recomendación de que barrieran. Al cine yo iba muy a la larga; la galería y la luneta estaban separadas por un barandal que tenía una base como de metro y medio, muchos se brincaban para disfrutar de la luneta, a mí me tocó hacerlo también, volteaba uno para todas partes y brincaba.

    Esta y otras experiencias eran compartidas por muchos niños y adolescentes ensenadenses de esa época. Arturo Acevedo rememora que

    Había un cine viejo, el Centenario, y tenía los cimientos muy altos, tenía las que les dicen claraboyas, para el aire, entonces nosotros las quebrábamos y nos metíamos por el piso, salíamos abajo del foro. Había un piano y una puerta, y por allí entrábamos y nos sentábamos a ver la película. A veces nos sacaban, pero otras no, y cuando prendían las luces ya estaban como treinta de la palomilla sentados enfrente. Cuando nos llamaba la atención algún policía o un señor ya mayor, ¡cuidadito!, los padres de uno les daban inclusive facultades para que nos dieran azotes. Lo primero que hacía el policía que nos agarraba era preguntar: ¿De quién eres hijo? Y nos llevaban a la casa. (Gómez & Magaña, 1999)

    La difusión de los cines se daba a través de los periódicos de la época, pero en poblaciones como las del Distrito Norte de la Baja California de principios del siglo

    xx

    , el espectáculo cinematográfico se daba a conocer por medio de folletos o volantes. Así, en uno de los muchos volantes que rescatara Celso Aguirre y que circularon en Ensenada, entonces capital del Distrito Norte, se informaba al público:

    Teatro Centenario. Girar función cinematográfica para hoy y mañana a las ocho y media en punto. Programa:

    1 El sacrificio de los Indios

    2 Un corazón criminal

    3 Cuando él murió

    4 El héroe de ella

    Amenizará la fiesta la música que dirije el profesor Lombardo

    Entrada, general 25 centavos

    Ensenada, B. Cfa., Agosto 14 de 1912.

    Ensenada era, en contraposición de las ciudades fronterizas de Mexicali y Tijuana, una sociedad porfiriana, con clases bien delimitadas y donde las actividades sociales, con la excepción del carnaval, eran gestionadas y promovidas por las clases pudientes del puerto —empresarios, políticos, militares, administradores de compañías extranjeras—, dejando fuera de sus bailes y saraos a la población mayoritaria; pero en el cine, como el espectáculo democrático por excelencia que era, tales divisiones de clase eran imposibles de mantener por mucho tiempo, de ahí que el Teatro Centenario fuera una corte de los milagros donde toda la sociedad ensenadense se daba cita. Y aunque Luis Goldbaum dijera que había pulgas y chinches y cucarachas a granel, nadie quedaba excluido de acudir a toda clase de funciones, incluyendo las de postín: Una vez estábamos en una función de gala, recuerda Gold­baum, cuando llegó doña Hortensia Salazar con sus pieles, ¡y siéntase! Resulta que se habían desclavado las hileras y se fue para atrás y doña Hortensia me cayó aquí, en la panza, y yo la tenía que empujar toda la línea, ¡eran como quince!, y todos unas carcajadas (Gómez & Magaña, 1999).

    El Teatro Centenario era el escenario para toda clase de presentaciones artísticas y culturales, incluyendo conferencias, graduaciones escolares, bailes de salón, mítines políticos, obras teatrales, recitales musicales y funciones cinematográficas. Muchas de estas presentaciones, organizadas por las distinguidas damas y los estimables caballeros de Ensenada, tenían como fin apoyar causas sociales que habían captado el interés de la población. Según el periódico La Vanguardia del 18 de noviembre de 1917, el día 7 se efectuó una función de cine organizada por la Asociación de Damas Católicas de este puerto a beneficio de la viuda y niños del señor Luis G. Merodio, quien falleció el mes pasado. Produjo la función $55.80 que se entregaron inmediatamente a la Sra. Vda. de Merodio a fin de aliviar su aflictiva situación. Esto indica que el cine ya era, para estas fechas, un espectáculo masivo y un negocio floreciente.

    En este periodo, Ensenada tuvo una población que osciló entre 2 000 y 5 000 habitantes. Pero en 1915, y bajo el control político del coronel Esteban Cantú, cambió la capital del Distrito Norte de la Baja California a la fronteriza población de Mexicali. Esto trajo como consecuencia que la vida social y cultural se acelerara ya no en Ensenada como en Tijuana y Mexicali, que empezaron a consolidarse como los nuevos polos urbanos de desarrollo. De esta manera, al igual que El Progresista sirvió para apuntalar las obras sociales y culturales del gobierno del coronel Celso Vega en Ensenada, La vanguardia hizo lo mismo para el régimen de Cantú en Mexicali.

    Como ciudad fronteriza, Mexicali tuvo dos opciones para ver cine: las salas de cine al otro lado en el valle Imperial, en California, y las funciones cinematográficas que se presentaban en recintos como la escuela Cuauhtémoc (de 1918 en adelante) y en otros edificios públicos. De las salas al otro lado de la línea internacional destacan de 1908 a 1922 los teatros Majestic y Emert, ambos ubicados en la calle principal de Caléxico, California, es decir, a sólo veinte metros de la aduana fronteriza, que en aquella época se podía cruzar sin mostrar ningún documento; además del Teatro México, en Brawley, que aseguraba a los mexicalenses que fuimos los primeros en abrir en Brawley un teatro en forma para la colonia mexicana y seguimos siendo los primeros por la calidad de nuestros espectáculos de cine y variedades. Estos teatros tenían como principal clientela a la población mexicana, y su costo por función oscilaba entre 50 centavos y un dólar cincuenta centavos.

    En junio de 1918, La vanguardia anunciaba que

    el señor N. Oliver Emert, gerente de estos populares centros de diversiones de Caléxico, acaba de regresar de Los Ángeles, donde firmó varios contratos con las mejores casas productoras de películas. Trae el señor Emert verdaderas novedades, las que, de seguro, serán del agrado de sus constantes y numerosos abonados. Busque todos los días el anuncio de las nuevas películas en los pizarrones y carteles que se ponen en las puertas de estos teatros y no deje de ir a verlas, pues estamos seguros de que quedará grandemente satisfecho.

    En cuanto a las funciones cinematográficas que se presentaban en Mexicali, casi siempre eran de beneficiencia, para paliar algún desastre o calamidad, y tenían la anuencia de las autoridades, especialmente de las esposas de los políticos de turno. Estos espectáculos se llevaban a cabo en la escuela Cuauhtémoc primero y, a partir de 1922, en el propio palacio de gobierno.

    Otras funciones cinematográficas eran las que se realizaban en el Teatro México, fundado por el empresario chihuahuense Enrique Terrazas, en 1916, y que estaba ubicado en la calle Azueta, entre las avenidas Porfirio Díaz (hoy Francisco I. Madero) y Cristóbal Colón, y abarcaba media manzana.

    El Teatro México de Mexicali surgió durante el gobierno del coronel Esteban Cantú. Tal como lo señala Armando I. Lelevier en La Voz de la Frontera del 23 de octubre de 1964: al edificar el teatro se construyó también un local que cobijó la cantina posiblemente más antigua, pues no se tiene memoria de otra más añeja y que llevó el nombre de Old German Bar. Aquí es necesario considerar que desde 1919 a 1933, la ley seca establecida en la unión americana, y que prohibía el consumo, venta y producción de bebidas alcohólicas, condujo a cientos de miles de estadounidenses a cruzar a México para beber toda clase de licores en las decenas de bares, casinos, cantinas y burdeles establecidos en nuestro país, motivo por el cual estos lugares permanecían abiertos las 24 horas del día, y en muchas ocasiones el personal que atendía tales establecimientos era mayoritaria­mente estadounidense.

    El teatro México, lo mismo que El Tecolote (The Owl Theatre), presentaban, además de sus conocidas variedades de música y danza, filmes nuevos todos los días para un público que podía leer los letreros en inglés de las películas mudas. Estas salas contaban, asimismo, con palcos privados para familias completas. A veces, como había ocurrido en Ensenada en 1913, se proyectaban cintas que hacían alusión a México y a los mexicanos en forma despectiva o burlesca, ocasionando que las autoridades tomaran cartas en el asunto, pero el concepto reinante era el de dejar hacer, dejar pasar, esto es: si proporcionaba diversión a los turistas extranjeros, no importaba mucho. Pero esta situación cambió a partir de la llegada, en 1923, del general Abelardo L. Rodríguez al gobierno del Distrito Norte de la Baja California. Aunque desde 1920 los revolucionarios mexicanos del ala sonorense controlaron esta zona del país, sólo con la llegada de Rodríguez el nacionalismo mexicano pareció reflejarse en las políticas gubernamentales del Distrito Norte.

    Mientras que el Teatro México tuvo una clientela numerosa, principalmente formada por los habitantes del valle Imperial que acudían a mitigar su sed, como lo precisara Lelevier, también pasaban por su escenario operetas y zarzuelas con las compañías itinerantes que visitaban esta población fronteriza, incluyendo bailables, recitales, declamaciones y presentaciones musicales, sin olvidar las películas cortas del cine mudo de entonces y buscando captarse las simpatías de todos los públicos, tanto mexicanos como foráneos. Ya entonces había una competencia entre los cines de ambos lados de la línea internacional, como lo cuenta la nota de La Vanguardia:

    Este importante centro de reuniones de Mexicali abre de nuevo sus puertas al público el día 15 de diciembre, regenteado por una nueva empresa, de la que es gerente el Sr. Lic. Antonio Horcasitas.

    Los nuevos empresarios del Teatro México tienen el propósito de cubrir sus programas de invierno con películas de las mejores marcas europeas y americanas y con variedades y comedia. Ya se hacen arreglos para traer la compañía dramática de Virginia Fábregas, que ha hecho una temporada de mucho éxito en San Antonio, Texas.

    Los residentes mexicanos de Caléxico y Mexicali deben fijarse en que los empresarios del Teatro México están en condiciones de ofrecerles programas más de su agrado que los teatros de Caléxico, donde no son tan escrupulosos para aceptar las películas antimexicanas que han dado en circular de un tiempo a la fecha en el sur de los Estados Unidos. Además, el Teatro México cobra precios más bajos que los cines americanos.

    La competencia entre El Tecolote y el Teatro México es posible observarla en las páginas de la prensa de aquellos tiempos. En La Vanguardia del 18 de noviembre de 1917 aparecen anuncios, página completa frente a página completa, donde El Tecolote pregona su programa estelar con la Gran orquesta de nueve profesores dirigida por Archie Mathews [...] Selectos números de variedades, con estrellas de los famosos circuitos Pantages y Orpheum. Seis películas nuevas todos los días. Palcos privados para familias. Entrada gratis. Mientras que el Teatro México anunciaba: Muy pronto debut de nuevos artistas. ¡Gran novedad! No deje de pasar la velada en el Teatro México. Venga a pasar un rato agradable con las chispeantes películas y con las hermosas cintas de arte, que a diario se exhiben en este teatro. ¡Son de las mejores marcas! 15 y 30 c.. Y en otro recuadro añadía que el Teatro México de mexicali es una Empresa de cine y variedades, con Espectáculo diario. Vistas con títulos en español, de las mejores casas de Europa y Estados Unidos.

    El Teatro Iris, dirigido por Rafael Corella, mejor conocido por el Corellón, al estar situado en la zona turística de Mexicali, se llenaba con toda clase de espectadores que permanecían en el recinto para ver algunas películas cortas antes de pasar, ya en la noche y con deslumbrantes letreros de neón, a diversiones menos pudibundas. Delia Corella, la hija de don Rafael, recuerda que el teatro siempre estaba lleno de chinos. Yo subía las escaleras muy asustada, ya que arriba, en el segundo piso, en una especie de terraza, estaban las oficinas y desde ahí veía a los chinos en montón, con sus sombreros tradicionales, hablando en chino cantonés o mandarín y gesticulando a más no poder (Trujillo, 1999). Lo cierto es que Rafael Corella acabó convirtiéndose en una figura pública para la comunidad bajacaliforniana. En 1948, el poeta Francisco Bernal le escribió un soneto que lo describía de cuerpo entero:

    Braquicéfalo, grueso de cintura,

    presta en la faz rechoncha la sonrisa,

    en su boca malcriada se desliza

    de una anticuada pipa la figura.

    La política fue prueba muy dura

    cuando en ella luchando se dio prisa;

    pero al ver que no medra de esta guisa,

    cambiar la ruta de su acción procura.

    Hoy todo obstáculo que encuentra vence

    este gordo y simpático guaymense

    que en el Iris ejerce sus funciones.

    Y a pesar de su trampa y de su léxico,

    en Mexicali tiene y en Caléxico,

    verdaderos amigos a montones.

    David Valenzuela, uno de los primeros trabajadores de salas de cine en Mexicali, decía que antes, en los primeros cines, no había refrigeración en las salas y a la gente no le importaba. Se aguantaban las inclemencias del verano o del invierno. El público de entonces eran fanáticos de corazón. Hacías colas por horas. El cine era su vida. El cine era nuestra vida y formábamos una gran familia, una gran unión. Sin quejas ni rezongos. Y en ese mundo pionero del cinematógrafo, Rafael Corella fue, según Jesús Eguía, otro testigo de aquellos años, el padre de todo esto, el que cambió la función de los teatros en salas de cine. Por ejemplo, Corella anunciaba en la edición de diciembre de 1935 de la revista Minerva, que la empresa de los teatros Iris para el invierno y Chapultepec para el verano le desea a ud. Feliz año nuevo, lo que indicaba que la apertura de las salas estaba supeditada al clima extremoso del desértico valle de Mexicali. Y no sólo fue dueño de estas primeras salas, pues en palabras de Eguía, produjo cine, películas con todo el apoyo del general Abelardo L. Rodríguez. El Corellón era un hombre de trato brusco, malhablado, alto y grueso. Un figura inconfundible y con un temperamento que estallaba por cualquier cosa. De chamacos le temíamos, pero ya en su Cine Iris o en el Rex, era un degustador de películas. Eran su parte amable, su lado bueno.

    Para Pedro F. Pérez y Ramírez, primer cronista oficial de Mexicali, Rafael Corella fue el precursor de los productores del cine mexicano en el norte del país. En su libro Hombres, hechos y cosas, Pérez y Ramírez (1991) reconocía (aunque inexactamente) a Corella como un hombre todo vigor, todo dinamismo, todo entusiasmo, todo voluntad que dio

    a nuestra ciudad, a nuestro Mexicali, capital del hoy estado de Baja California, la indisputable gloria de ser la cuna de la primera película mexicana y consecuentemente también de nuestra industria cinematográfica; una película de amplio espíritu nacional, sin descender a la patriotería ni a la mediocridad y pobreza que andando el tiempo debían de alentar interminables churros, restando dignidad y propósitos al séptimo arte [...] Y esa película fue Raza de bronce, argumentada por el periodista Alfonso Tovar y dirigida y realizada por Guillermo Calles, el recordado Indio de los comienzos de nuestra cinematografía.

    El arrojo empresarial de Rafael Corella se vio acompañado del apoyo prestado por el gobierno del general Abelardo L. Rodríguez, quien puso a su disposición las tropas del Distrito Norte de la Baja California para las escenas de batallas campales. El cine ya era, para entonces, una industria local que atraía a los residentes fronterizos y causaba la atención de las multitudes de ambos lados de la línea internacional. No se olvide que Corella era tanto empresario de salas de cine como productor y director de documentales que mostraban las bellezas turísticas y los avances sociales del gobierno rodriguista. Antes que Raza de bronce, Corella había estrenado en sus cines de Mexicali y de Guaymas las cintas propagandísticas A través de Sonora (1925) y Baja California (1926). En cierta medida, don Rafael buscaba hacer del cine un negocio redondo, un producto comercial para el público norteño que acudía a sus salas de cine y podía, con sus películas, mirar su propio entorno, saludar a sus vecinos, reconocerse en esos rostros, en esas calles, en esas poblaciones que eran suyas por derecho de migración y trabajo.

    Sin embargo, la vida fronteriza, por más que uniera a sus residentes por el esfuerzo constante y no por el lugar de procedencia, no pudo permanecer al margen de los conflictos étnicos de su momento, como ocurrió en abril de 1924, cuando un grupo de familias mexicalenses protestaron públicamente ante las autoridades municipales, contra el Casino Chino, un conocido bar de la localidad que estaba situado frente al Teatro Iris, otro teatro construido a principios de los años veinte en el barrio chino de la ciudad, llamado ya entonces la Chinesca, pues los quejosos, con un dejo de discriminación racial, afirmaban ser asiduos espectadores y amantes del séptimo arte, tal como lo relata Pedro F. Pérez y Ramírez (1991), sesenta años más tarde:

    Al comenzar el año de 1924 había en Mexicali el Cine Iris, regenteado por uno de los pioneros de ese espectáculo en nuestra ciudad: Rafael Corella. Quedaban por ahí algunas ruinas y sólo recuerdos de otros: El Teatro Edén, el Teatro México y Cine Salón, que era una gradería a cielo abierto, como solían burlar un tanto los rigores del verano los aficionados a aquel llamado cine mudo.

    Estos últimos se ubicaban un tanto al margen de la zona roja, no así el primero construido en el corazón mismo de esa zona de tolerancia, como también se llamaba; rodeado de cantinas, cabarets y otros centros de vicio, entre ellos la casa de juego conocida como Casino Chino a unos cuantos metros al poniente.

    Sin embargo, hubo un momento que seguramente rebasó la tolerancia de las todavía pocas familias mexicalenses, pues en la población mexicana superaban los hombres solos, y éstos dirigeron atento ocurso al presidente municipal, señor Ramón A. Pesqueira, en los siguientes términos:

    … Con la pena que nos produce ver el notable incremento que ha tomado en esta ciudad el comercio chino, invadiendo hasta los centros culturales de nuestra población. Venimos con todo respeto y comedimento a elevar nuestra justa protesta por la próxima apertura de un establecimiento de cantina, regenteada por asiáticos, precisamente en el pórtico del Teatro Iris, adonde, por ser el único centro de diversiones, concurrimos frecuentemente con nuestras familias, que se verán obligadas a privarse de un espectáculo moral, por el hecho de tener que sufrir las impertinencias inherentes a un establecimiento de cantina. No creemos que nuestra protesta sea desatendida porque ella encierra el justo clamor e indignación que lanza la sociedad mexicana que a diario concurre al Teatro Iris, y desde el momento que la inspira la moral, confiamos en que el ilustre cuerpo edilicio ordene desde luego que no se verifique la apertura de la cantina a que nos veníamos refiriendo….

    El ocurso de referencia fue fechado el martes 29 de abril de 1924, y terminó así: Es la gracia que solicitamos. Sin embargo, no se atendió a los firmantes, la cantina fue la que llevó el nombre de Salón Verde y operó por algunos años, pared de por medio de la sala de espectáculos.

    Aunque los paterfamilias pedían la intervención del gobierno para que tal cantina no se abriera, las autoridades municipales no hicieron caso de la protesta. Sin embargo, el gobierno de Abelardo L. Rodríguez se dio cuenta de que cine y bebida eran dos espectáculos incompatibles, y para el 4 de septiembre de 1927, el gobierno del Distrito Norte inauguró el teatro Municipal en el centro de la incipiente ciudad, como una fórmula de separar tales diversiones. El propio Rodríguez (1928) señala que

    la ciudad de Mexicali había venido careciendo de un buen teatro. Cierto es que existen dos teatros de concreto que ofrecen regulares comodidades, pero estos centros de diversión no llenaban la necesidad pernotada, debido a que estaban ubicados en el centro de la sección donde se hallan las residencias y comercios de individuos de nacionalidad china, nuestras diferentes clases sociales encontraban ciertos escrúpulos para concurrir a ellos. Por tales razones, y a iniciativa de este gobierno, que financió la obra con cargo al ayuntamiento de Mexicali, se construyó un teatro en el lugar más céntrico de la ciudad. El edificio es de estuco, cuya apariencia es de concreto o mampostería. Su estilo es de la época colonial, llamado misión; tiene capacidad para 996 personas; está dotado de un buen servicio de alumbrado, tiene un decorado hermoso y está provisto de cómodos asientos.

    En una entidad de pioneros dedicados a la agricultura y al turismo, las pocas salas de cine había funcionado no sólo para proyectar películas, sino como espacios para conciertos, ceremonias cívicas y educativas, presentaciones teatrales o de vodevil, salones para baile y lugares de reunión de los partidos políticos en turno. Según Roberto Ramírez (1999), las campañas electorales municipales de 1925 tuvieron como centro de mítines y protestas de candidatos los distintos cines de Mexicali:

    El domingo primero de noviembre de 1925 —a un mes y siete días de las elecciones—, el mitin del Partido Liberal Democrático fue como de costumbre, en la Chinesca; en el Teatro Iris, propiedad de don Rafael Corella Corellón, ubicado entonces en la Av. Reforma. Mientras que los partidos opositores —en aquellos años había ocho partidos—, lo hacían en el Cine Salón, ubicado en Av. Melgar y Ferrocarril (hoy López Meteos), entre cuyos candidatos para regidores figuraban don Felipe Hernández; Pedro Bernal y Otto Moller. (Este ciudadano Otto Moller, siendo presidente municipal de Mexicali, el 13 de mayo de 1922 casó al señor Rodolfo Valentino con Natasha Rambova, ambos estrellas de Hollywood, precisamente en su casa ubicada por la avenida Lerdo, en el centro de esta ciudad). Luego, en el Cine Edén, sobre la Av. Madero, entre Av. Azueta y la Melgar, se reunía el Partido Agrarista del Distrito Norte, en donde el ex coronel villista Francisco Rivas, animaba los mítines con su cáustica oratoria. Ahí mismo asistía el fundador de este partido, el también ex coronel villista Marcelino Magaña Mejía, originario de los Altos de Jalisco, y uno de los más aguerridos precursores del movimiento agrario en la región, fundador de la Colonia Magaña, que ahora forma parte de Sonora. El Cine Iris, era el mejorcito de la ciudad. Cabían poco más de un centenar de hombres —antes, las mujeres no votaban—, hallándose acomodados en el presídium los candidatos postulados por el

    pld

    , encabezados por los señores Guillermo Z. Lugo y don José María Caloca, presidente y secretario respectivamente.

    Más tarde, ya siendo Baja California estado libre y soberano, los cines fueron los sitios escogidos por el gobernador del estado y los presidentes municipales para sus tomas de protesta o para rendir sus informes anuales de cara a la clase política. A partir de los años cincuenta, en cines como el Curto, el Bujazán, el Reforma o el Variedades, estas ceremonias tuvieron su mayor lucimiento. Los empresarios de las salas de cine, mientras tanto, buscaron producir el producto —los filmes— que proyectaban, así como asociarse entre ellos. De esta manera, Rafael Corella se hizo socio de Miguel Bujazán, un empresario mexicano de origen libanés, quien como don Rafael, había empezado desde abajo: Corella, como peón en la construcción de carreteras y obras de riego en el valle de Mexicali; y Bujazán, como mesero en las cantinas de Tijuana. Juntos tuvieron los teatros Iris y Chapultepec —este último, un recinto al aire libre y que sólo abría a partir de las siete de la noche—, además de otras salas posteriormente construidas, como fueron los cines Rex y Lux, en Mexicali. El propio Miguel Bujazán, que había llegado a Tijuana en 1903, fundó en esta población fronteriza primero la Sala Concordia, en los años veinte, y luego, en 1932, el cine-salón Zaragoza, que se convertiría en el emblema del séptimo arte en esta ciudad y en esa época. Bujazán fue incluso socio del general Abelardo L. Rodríguez en la producción de películas a fines de los años treinta, entre las que estaba la de Juan soldado (1938). En Ensenada, don Miguel fue propietario del Teatro Centenario, con lo que su cadena de salas cinematográficas fue la contraparte a las salas que tenía entonces Adolfo Curto en Tijuana: el cine Ideal y, más tarde, el Gran Cinema. En Mexicali y Ensenada, don Adolfo contaba con los cines Maya.

    Tijuana, desde antes de la ley seca de 1919, ya era la ciudad turística por excelencia. En 1915, como lo precisa Víctor Soto Ferrel (1997), cuando el coronel Esteban Cantú se hizo cargo del gobierno del Distrito Norte de la Baja California, el comercio tijuanense aprovechó el gran flujo turístico de la San Diego-Panama Exposition para promover su propia Feria Típica Mexicana, y fue entonces cuando apareció el primer publicista profesional de Tijuana, cuyo propósito fundamental era convertir a esta población en la ciudad más visitada del mundo y hacerla punto de reunión de la exigente comunidad hollywoodense:

    James Wood Coffroth, mejor conocido como Sunny Jim. Sunny viene de San Francisco precedido de una bien ganada fama de promotor de peleas de box en el mundo, mismas que ha revolucionado vistiendo con batas de seda a los gladiadores y de tuxedos a los réferis. Su fortuna se ha incrementado con la producción de películas de boxeo, deporte que también se ha prohibido en California.

    Coffroth fue elegido presidente del Lower California Jockey Club que, con Baron Long y otros empresarios, espera ansioso la inau­guración, por Esteban Cantú, del hipódromo de Tijuana el día 1º de enero de 1916. En la ceremonia, junto al gobernador, están el sheriff de Los Ángeles, la estrella de beisbol Frank Chance, el flamante productor cinematográfico Mack Sennet y un actor de la Keystone, Edie Foy. Diez mil personas vinieron a Tijuana, pero las lluvias que suelen aparecer periódicamente por estas épocas echaron a perder la temporada; los daños fueron considerables, pero el hipódromo, al volver la calma, reabrirá el 15 de abril. Esta vez junto a Esteban Cantú estará el primer héroe del western, Bronco Billy, actor en el Asalto y robo de un tren y en más de seis películas con referencias mexicanas. El elegante pelirrojo Sunny Jim, destellando de emoción sus ojos azules, declara entonces que Tijuana llegaría a ser una de las ciudades más grandes del mundo por la fama de sus carreras de caballos. A pesar de las críticas de la prensa californiana y de la iglesia metodista, e incluso de la propuesta de cerrar la línea internacional a las seis de la tarde, en esa temporada visitaron el hipódromo Charles Chaplin, quien viene celebrando sus 27 años de edad en compañía de Mabel Normand, Jack Pickford y Barry Olfield, y cuatro compañías cinematográficas que filmaron las carreras.

    Pasada la crisis de la primera guerra mundial, el movimiento moralista se reaviva, alcanzando su clímax con la prohibición de la venta de licores en Estados Unidos. Como la guerra ha beneficiado a California, las corrientes de turistas a Tijuana se incrementan: 65 mil personas y 12 654 automóviles entraron el 4 de julio de 1920. Se afirma que La Ballena tiene la barra más grande del mundo. La fama de Tijuana llega a Nueva York. Todo Hollywood frecuenta el hipódromo, el Sunset Inn y el casino Monte Carlo. Con las mejores orquestas bailan Gloria Swanson, Harold Lloyd, Buster Keaton, Norma y Constante Talmadge, entre otras celebridades del cine que dejaron a los meseros generosas propinas.

    En 1925, don Miguel Calette refiere haber conocido en su mítico Blue Fox a Tom Mix, quien era ya una leyenda viva. Había sido combatiente en Cuba y en la guerra de los bóxers en China, y se decía que había sido villista. Tijuana alejaba a Tom de Hollywood; a su cariño por esta ciudad se debe el edificio de la logia masónica que está en la avenida Revolución. De esos años hay varias películas sobre desafortunados apostadores de caballos; lo más notable, la presencia de Lon Chaney, el inolvidable intérprete de El fantasma de la ópera, que viene a grabar aquí unas escenas de Tell it to the marines, también sobre apuestas en el hipódromo.

    En las poblaciones recién fundadas de Baja California, las salas de cine aparecían en el centro de las mismas, en los primeros cuadros de cada ciudad, pero pronto comenzaron a instalarse en los barrios más poblados, donde atrajeron a los vecinos como los principales lugares de diversión para grandes y chicos. Eso fue lo que sucedió en el barrio más antiguo de Mexicali, en Pueblo Nuevo, donde el primer cine, según lo cuenta Manuel Merino al historiador Adalberto Walther Meade, fue el de Macario, un cine que estaba enfrente de la Cruz Roja; era al aire libre. Se llamaba así porque tal era el nombre de su dueño. Allí, Manuel Merino pudo ver, en los años veinte del siglo xx,

    muchas películas de un indio (el indio Calles, famoso actor mexicano del cine mudo estadounidense), que filmaron en Cerro Prieto. En una escena se andaban ahogando unas personas en los volcanes de lodo que hay ahí. Este cine estuvo en Pueblo Nuevo a partir de 1924 o 1925 y se situaba en la Quinta y Durango. Lo rodeaba un cerro de lámina y tenía gradas para que se sentara la gente. Cobraban 5 centavos o 10. Duró unos dos o tres años. Eran amenas las películas aunque sin diálogos, pero se imaginaba uno lo que decían. Tenía bancas en la parte de abajo y gradas arriba. La película que filmaron en Cerro Prieto se llamaba Raza del bronce (1927) y fue la que vimos en el cine. No recuerdo quiénes eran los artistas. Me acuerdo que en esa película apareció como actor don Saúl Sarabia, que vivía ahí por Quinta y Colima. Apareció ahí como diciendo un discurso parado arriba de un barril, pero no hablaba, todo era música en la película. (Walther, 2000)

    Si los locos años veinte fueron una época de negocios sin par para las poblaciones fronterizas, también hay que contemplar a esta década como el periodo final del cine mudo. El mexicalense Francisco Dueñas aseguraba que las películas habladas, como estaban en inglés, eran traducidas por una persona que se paraba a un lado de la pantalla. El primer cine que tuvo Mexicali [...] era una sala que también servía de teatro. Había poco público, ya que la mayoría de la gente no entendía el inglés y se enredaba con el traductor (Trujillo, 2009). Pero pronto los grandes estudios de Hollywood consolidaron una buena distribución de copias de sus

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