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El rock en el cine mexicano: De leimotiv a soundatrack
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El rock en el cine mexicano: De leimotiv a soundatrack
Libro electrónico159 páginas2 horas

El rock en el cine mexicano: De leimotiv a soundatrack

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Información de este libro electrónico

La relevancia que a lo largo de la historia ha tenido el rock en el cine, ha dado pauta para considerarlo un elemento clave de la narrativa cinematográfica en el sonido, la música, el guion, el montaje y la imagen en sí; es decir, el rock ha configurado una estética fílmica. En tal sentido, este libro se propone realizar un análisis sobre el rol qu
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 abr 2020
ISBN9786076076330
El rock en el cine mexicano: De leimotiv a soundatrack

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    me pareció un buen escrito aunque se pudo sacar mas contenido con el tema, creo que para leerlo y que te atrape totalmente es importante ver las 2 películas de las cuales se desmenuza mas a fondo el libro

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El rock en el cine mexicano - Karla Paulina Sánchez Barajas

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

Azul, azul, una música lenta y azul

Hey, hey, mamá, el rocanrol no morirá jamás, está escrito en el cielo y en el más allá

Ves o no ves ¿cómo ves?

Amores pasión, amores perros

Conclusiones

Bibliografía

Legales

Universidad Autónoma de Baja California

Karla Paulina Sánchez Barajas

El rock en el cine mexicano

De leitmotiv a soundtrack

Prólogo de

Juan Alberto Apodaca Peraza

Selección Anual para el Libro Universitario

Agradecimientos

Este libro lo quiero dedicar a mis padres, Rosa María y Francisco Javier, porque ellos me compraron mi primera batería cuando yo era una adolescente, y desde ese momento la música, y principalmente el rock, se convirtieron en parte fundamental y profunda de mi vida.

A mi esposo Zigbar Rafael y a mis hermosas hijas Maya Odyssea y Zigbar Nikole va dedicado también este libro. Porque espero que la música siempre nos reconforte.

Mis más sinceros agradecimientos empiezan con esta anécdota.

Era el año 2003 cuando me acerqué a quien después se convertiría en una amiga y maestra apreciadísima: Annemarie Meier. En aquel momento yo terminaba la licenciatura en ciencias de la comunicación en el

iteso

de Guadalajara, y Annemarie era maestra de dicha institución. Esa era la primera vez que platicaba con ella, y supongo que al ver mi entusiasmo por escribir una tesis que tuviera que ver con el cine mexicano, y tomando en cuenta mi melomanía y mi vocación frustrada por dedicarme profesionalmente a la música, fue que decidimos que trabajaríamos juntas en un texto que hablara sobre la forma en que el rock ha interpelado la cinematografía nacional.

Así iniciamos este proyecto juntas, y durante más de dos años recibí sus valiosos comentarios, asesorías, apoyo y palabras de aliento. Y esa charla en su cubículo del

iteso

en aquel 2003 marcaría el inicio de nuestra amistad, una que aprecio muchísimo. Aprovecho entonces para agradecerte mi querida Annemarie tu amistad, que compartas conmigo tu experiencia, tu sabiduría. Gracias por escucharme siempre y aconsejarme.

Debido a que en ese entonces era sumamente difícil acceder a las obras cinematográficas que me permitieron trazar el mapa, el recorrido sobre la incursión del rock en el cine de nuestro país, fue que acudí —guiada por Annemarie— al Dr. Juan Carlos Vargas, quien en aquellos años era el director del Centro de Investigaciones y Estudios Cinematográficos (

ciec

) de la UdeG, y quien amablemente me ayudó a obtener diversos materiales. Recuerdo que yo le llevaba videocasetes

vhs

en blanco y él me grababa ahí las películas que le solicitaba. Mi más sincero agradecimiento, Dr. Vargas.

Agradezco a mi amigo y colega Juan Alberto Apodaca el tiempo invertido en la lectura de este libro. Gracias por la honestidad de tus palabras y por hacerme el honor de prologar el libro.

Quiero también agradecer a cada una de las personas involucradas del Departamento de Editorial de la

uabc

por ayudarme durante el proceso, principalmente a la Mtra. Laura Figueroa Lizárraga, por su comprensión, paciencia y apoyo, así como a Luis Enrique Medina Gómez y Paulina de la Cueva.

Prólogo

El rock en el cine mexicano. De leitmotiv a soundtrack, segundo libro de Karla Paulina Sánchez, tiene varias virtudes. Una de ellas es que traza un mapa amplio sobre la historia del rock en nuestro cine. Si bien es cierto que no se trata de un trabajo pormenorizado —pues no es el objetivo del libro—, sí abre líneas importantes para entretejer una historia cultural de la presencia del rock en el cine en México. De aquí la importancia de la identificación por parte de la autora, de cuatro etapas o momentos esenciales: años sesenta (cine ilusorio enganchado con la idea de modernidad y progreso que muestra una marcada diferencia de clases, propaga valores morales conservadores y relaciona directamente al rock con la disidencia juvenil), años setenta (el rock se convierte en parte del argumento del cine, como se muestra en La verdadera vocación de Magdalena, de Jaime Humberto Hermosillo, la cual recupera el episodio histórico del Festival de Rock y Ruedas Avándaro), años ochenta (surge un cine en diversos formatos que busca darle voz a subculturas juveniles ubicadas principalmente en el centro del país, siendo la etapa más prolífica de acuerdo con la autora), y años noventa y principio de los dosmiles (aparecen los rockumentales, y en el cine de ficción, el rock hace las veces de soundtrack, con fines comerciales en algunos casos, mediante una propuesta estética claramente posmoderna).

Sánchez pone en operación la propuesta de análisis formal de Jesús García Jiménez (1996), quien asegura que la presencia del signo musical en el cine deviene en tres razones: como motivo, como historia y como síntoma cultural. Para comprobar el funcionamiento del signo musical en el cine, la autora profundiza en el análisis de dos casos de estudio: ¿Cómo ves? (Paul Leduc, 1985) y Amores perros (Alejandro González Inárritu, 2000). Dicho análisis del sonido se inscribe en una incipiente tradición en México, de estudios que incorporan métodos de análisis formal cinematográfico como parte fundamental de su propuesta metodológica. Además, el libro incluye dos entrevistas: la primera con Sarah Minter (Nadie es inocente, 1987), pionera del cine experimental en México; y la segunda, con el músico José Elorza, creador del soundtrack de Ciudad de ciegos (Alberto Cortés, 1990).

Más allá de las virtudes antes mencionadas, y como todo buen trabajo inscrito en la sinuosa pradera de los estudios culturales, esta publicación hace aportaciones importantes a varios campos de estudio: a la historia del cine mexicano, a la historia del rock en México, a los estudios sobre juventudes y al análisis cinematográfico. Karla Paulina abre líneas de trabajo en todos ellos. En este sentido va la importancia fundamental del libro, pues invita a su lector (especializado o no) a pensar al rock en el cine mexicano desde diversas perspectivas, tanto culturales y sociales, como políticas y estéticas.

Juan Alberto Apodaca Peraza

Introducción

En México, los estudios sobre las culturas juveniles emergen durante la década de los ochenta. En esa época surgen en la ciudad de México y Ciudad Nezahuacóyotl (Neza), los llamados chavos banda, que son grupos de jóvenes pertenecientes a sectores marginales de la población, ubicados en las periferias y que se reunían en torno a su gusto por el rocanrol. Esto se traducía en su forma de vestir, peinados, prácticas sociales y de consumo, interacciones y espacios de reunión. Al respecto, el artista mexicano Carlos Amorales presentó en 2011 un proyecto de investigación artística sobre el tema y al respecto, comentó:

Cuando aparecieron a principios de los 80, los chavos banda fueron la primera subcultura que me tocó presenciar de cerca. Fueron como los punks mexicanos, pero completamente lumpen. En Europa y Estados Unidos el punk comenzó lumpen, pero de alguna manera perversa influyó en el mundo de la moda y se volvió parte de la cultura de masas. En México, en cambio, los chavos banda jamás se comercializaron. Fueron una subcultura muy pura, con su propio nihilismo, su propio No hay futuro. (Anaya, 2012, 22 de mayo).

Investigadores como José Manuel Valenzuela, Rossana Reguillo, Alfredo Nateras, Maritza Urteaga y Carlos Feixa fueron pioneros en el estudio sobre los jóvenes en México y buscaron deconstruir los discursos homogéneos y estigmatizantes en torno a estos actores sociales. Dichos discursos operaban décadas atrás a través de las industrias culturales y los medios de comunicación más populares como la televisión y la prensa; esto se debió, en gran medida, al desprestigio que sufrían músicos y escuchas de rock (la mayoría, jóvenes) después de 1971, año en que se llevó a cabo el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro: "[…] una realidad que definió a nuestro rock. Como una pachequísima Constantinopla, su caída, orquestada desde la política y ejecutada por los medios, da inicio al oscurantismo del rock hecho en nuestro país" (Salcedo, 2014: 14).

El contexto en el que se presentan estos fenómenos sociales vinculados con los jóvenes y el rock —considerado expresión contracultural—, está marcado por los excesos del autoritarismo, la crisis económica, la explosión demográfica y las migraciones, entre otros problemas. Es por ello que jóvenes de diversas procedencias con gustos, intereses, aficiones y prácticas distintos a los establecidos por los patrones culturales, encuentran adscripciones identitarias comunes, por ejemplo, el gusto por el rocanrol.

Analizar desde una perspectiva sociocultural el ámbito de las prácticas juveniles hace visibles las relaciones entre estructuras y sujetos, entre control y formas de participación, entre los momentos objetivo y subjetivo de la cultura. Intentar comprender los modos en que cristalizan las representaciones, los valores, las normas y los estilos que animan a los colectivos juveniles es una apuesta que busca romper con ciertos esteticismos y con esa mirada epidemiológica que ha pesado sobre las narrativas construidas alrededor y sobre los jóvenes.

Los jóvenes se han autodotado de formas organizativas que actúan hacia el exterior —en sus relaciones con los otros— como formas de protección y seguridad ante un orden que los excluye y que, hacia el interior, han venido operando como espacios de pertenencia y adscripción identitaria, a partir de los cuales es posible generar un sentido en común sobre un mundo incierto. (Reguillo, 2000: 14).

Si bien prevalecieron los discursos estigmatizantes en torno a la condición juvenil, hubo algunos casos en ámbitos de la cultura donde se representó a los jóvenes rockeros en su dimensión identitaria a través de sus prácticas, interacciones, contexto social, así como de la manera en que dotaron de sentido a sus espacios. Para Lauro Zavala, algunas obras cinematográficas que caben dentro del llamado cine de autor, "sostiene el principio de que el director de la película es el autor total. Desarrollada a partir de los ensayos y entrevistas publicadas en los años cincuenta y sesenta en la revista Cahiers du Cinéma (Francia) en relación con Alfred Hitchcock, Billy Wilder y otros" (Zavala, 2010: 29). Así, el cine de autor se define por la constante estilística y discursiva que habitan los universos representados por el cineasta a lo largo de su obra cinematográfica. Por ejemplo, la obra de Jim Jarmusch ha destacado por representar personajes que viven fuera de la norma y porque la música tiene un rol trascendente tanto estética como narrativamente.

El presente ensayo pretende dar cuenta de la manera en que el cine mexicano representó a los jóvenes que se identificaban porque compartían el gusto por el rocanrol. Trataré de responder a la pregunta ¿qué papel jugaron el rock y los jóvenes rockeros en la cinematografía nacional? Para ello, tomaré en cuenta, por un lado, la relevancia de la música como uno de los elementos del discurso cinematográfico cuando cumple una función narrativa y estética, al formar parte de la banda sonora y ser esencial en el diseño sonoro. Por otro lado, consideraré que el rock en el país posee una historia que lo sitúa como uno de los movimientos culturales más significativos, entre otras razones, por abanderar a los jóvenes. De acuerdo con Maritza Urteaga (2002), este género sirvió como elemento de identificación juvenil, lo que a su vez requirió prácticas ritualizadas para recordar su origen y dar lugar a representaciones de la colectividad de los grupos sociales que lo adoptaron como manera de expresión

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