Formación de nación y educación
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Formación de nación y educación - Alejandro Álvarez Gallego
BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO
Los estudios de Historia de la Educación en América Latina experimentaron un importante impulso a partir de la década de los noventa, coincidiendo con la creación de una amplia red de investigadores en la materia que se ha mantenido activa desde entonces (véase Paedagogica Historica, 2000). Uno de los temas centrales de investigación en casi todos los países de la región ha sido el del origen de los sistemas escolares en el siglo XIX, en concordancia con el auge de los estudios acerca de la formación de los Estados nacionales, en los que la creación de una educación pública jugó un papel fundamental no solo como parte de la institucionalización de la nueva organización política, sino también como vehículo para la creación de imaginarios nacionales, la legitimación del poder y la formación de incipientes hábitos ciudadanos.
La insistencia en esos aspectos predominantemente políticos relacionados con el origen de los sistemas escolares ha dificultado la caracterización de algunas transformaciones importantes que se produjeron en los sistemas escolares latinoamericanos en el primer cuarto del siglo XX, al irrumpir la problemática social en el escenario de la vida de nuestros países. Las migraciones internas y el crecimiento urbano, la preocupación por la problemática indígena, el crecimiento de las clases medias urbanas y la ampliación del sufragio, las manifestaciones obreras en las ciudades y en los enclaves agrícolas y mineros, los primeros movimientos estudiantiles, la difusión del marxismo y el anarquismo, o la aparición de la radio como medio de comunicación social, son algunos de los fenómenos que caracterizan a una nueva época que ya Ortega y Gasset vislumbró en su Rebelión de las masas. La Revolución mexicana, la Revolución rusa y las distintas versiones del fascismo europeo fueron algunos de los movimientos que tuvieron amplia repercusión en América Latina en la época. La educación pública, pero también muchas otras estrategias de educación y difusión de la cultura en el ámbito extraescolar, empezaron entonces a pensarse por su funcionalidad para responder a las múltiples demandas de la llamada cuestión social
, convirtiéndose en vehículos para generar nuevos consensos en torno a una idea de nación que también sufrió transformaciones respecto a sus primeras formulaciones en el siglo XIX. Las teorías sobre la degeneración de la raza que circularon en muchos países en esta época sirvieron para justificar, desde distintas opciones políticas, la necesidad de intervenir sobre la población para mejorarla. No fueron, evidentemente, formulaciones nacionalistas unívocas, sino que, como lo ha mostrado Milton Luna para el caso del Ecuador, y como lo hace Alejandro Álvarez en esta obra para el caso colombiano, es preciso hablar de nacionalismos, a la medida de los distintos y contradictorios actores sociales y políticos […] que operaron en diferentes planos, dimensiones y tiempos, en la realidad política y educativa
(Luna, 2005: 445-469).
Dentro de ese amplio contexto que hemos definido de una forma muy general para América Latina en el primer cuarto del siglo XX, Colombia presenta algunas peculiaridades muy significativas, que ya han sido estudiadas por algunos historiadores de la educación colombianos como Javier Sáenz, Óscar Saldarriaga, Martha Cecilia Herrera o Humberto Quiceno, por citar solo algunos de los trabajos más clásicos sobre el periodo (véanse Sáenz, Saldarriaga y Ospina, 1997; Herrera, 1999; Quiceno, 1988). Las dificultades para la secularización del Estado y la sociedad colombianas a lo largo del siglo XIX, un fenómeno de larga duración que tuvo como consecuencia una tardía consolidación de su sistema educativo, es seguramente la clave más importante para entender la especificidad del caso colombiano. La Reforma Uribe de 1903, que vino al fin a dar una estructura estable al sistema escolar colombiano cuando ya muchos otros países latinoamericanos habían consolidado la escuela pública varias décadas antes, fue el producto de un largo proceso en el que no se pudo prescindir de la participación de la Iglesia y la religión, tanto en la política educativa como en la conformación del currículo escolar, mostrando la inviabilidad de cualquier opción que prescindiera del catolicismo como seña de identidad. Esta consolidación del sistema educativo coincidió en la primera mitad del siglo XX con un periodo de estabilidad política y coexistencia pacífica de los partidos tradicionales, el conservador y el liberal, que fue producto de la creación de mecanismos para el reparto de poder entre ambos partidos a raíz de la reforma electoral de 1905. En efecto, en contraste con una inestabilidad política muy superior a la de otros países en el siglo XIX, en la primera mitad del siglo XX Colombia fue uno de los países más pacíficos de América Latina, destacándose en la región como una democracia bipartidista bastante estable. La Gran Depresión de 1929 no tuvo como consecuencia, como sucedió en otros grandes países de la región, ninguna intervención militar (Mazzuca y Robinson, 2009: 285-321).
La apelación a los caracteres católicos de la nacionalidad colombiana condujo en esta época al tratamiento de las cuestiones sociales desde el catolicismo más fundamentalista hasta la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia. La ausencia de grandes contingentes de emigrantes europeos, como los que se afincaron en otros países como Argentina, Uruguay o Brasil, impidió que en Colombia se moderara el discurso católico y se instituyera una idea secularizada de la nación. Por su parte, el liberalismo colombiano pugnó por cimentar la nacionalidad en un conocimiento más profundo de los caracteres físicos y culturales del pueblo, así como en su historia, desde una perspectiva moderna ajena a la confesionalidad católica.
La pérdida de Panamá a principios del siglo es otro de los fenómenos que caracterizan de manera especial el caso colombiano, convirtiéndose en un ingrediente esencial en las definiciones de la nacionalidad que empezaron a ocupar espacio en el discurso de esta primera mitad del siglo XX. Si bien los conflictos de límites fueron en muchos países latinoamericanos temas de gran calado en la definición de los caracteres nacionales, el caso de Panamá remite a la presencia de los Estados Unidos en el continente, que ya había mostrado su importancia para el nacionalismo mexicano, y que no cesará de estar presente a partir de ahora en el espacio latinoamericano.
Por su parte el indigenismo, que fue tan esencial a la hora de plantearse la cuestión social en el México revolucionario y en los países andinos como Ecuador, Perú o Bolivia, no llegó a tener en Colombia un peso específico lo suficientemente importante para impregnar de manera profunda las nuevas versiones del nacionalismo del primer cuarto del siglo XX.
La repercusión que estas nuevas formulaciones del nacionalismo tuvieron para la escuela quedaría escasamente valorada si nos limitáramos a considerarlas como meras corrientes que pugnaron por impregnar ideológicamente el currículo escolar. El mérito del enfoque de Alejandro Álvarez en el libro que prologamos es el de ir más allá para observar cómo los intentos por generar una idea secularizada de la nacionalidad colombiana dieron lugar a la creación de nuevas disciplinas científicas que se instalaron en el currículo escolar. La geografía humana, la sociología, la arqueología y otras ciencias sociales adquirieron carta de naturaleza en el transcurso de esta primera mitad del siglo XX, instalándose de formas diversas en el currículo de las escuelas, de los colegios de enseñanza secundaria, en las instituciones que formaron a los docentes y en la universidad. A su vez, las modernas técnicas de recopilación de datos estadísticos, indispensables para el conocimiento de la realidad nacional que se deseaba aprehender en las nuevas versiones del nacionalismo, se convirtieron a partir de entonces también en importantes instrumentos para el gobierno del sistema escolar y de la población en general.
Este periodo —tan rico en formulaciones del nacionalismo colombiano, y tan peculiar por la supervivencia de esa especie de pacto que hizo posible una estabilidad inédita en otros países del continente— mostró sus limitaciones al estallar la violencia a finales de la década de los cuarenta. Ello coincidió con el cambio de las condiciones mundiales en la segunda posguerra mundial, y con la instalación de una visión más internacional de los problemas sociales, que quitó gran parte de su razón de ser a los nacionalismos. Otras ciencias sociales, como la economía, serían los instrumentos para el manejo de las nuevas realidades. La educación empezaría a pensarse no tanto como un factor para el gobierno de lo social, sino como una vía para la formación del capital humano. En el lugar de la cuestión social se instaló el discurso económico que priorizó la gran quimera del desarrollo y edificó los cimientos de la globalización en la cual ahora nos encontramos inmersos.
El nuevo paradigma de la globalización no ha conseguido, sin embargo, sofocar los nacionalismos latinoamericanos, tan arraigados tras dos siglos de vida independiente. Aunque los problemas del continente no pueden explicarse ni resolverse prescindiendo del entramado global, ciertas posturas nacionalistas siguen alimentando los imaginarios, impregnando los currículos escolares y oponiendo resistencias a las políticas de integración regional. Con ello no solo se persigue reforzar la identidad propia de los pueblos para poder sobrevivir en la aldea global o para defenderse frente a los intereses dominantes en el concierto internacional, sino que en muchos casos se trata de una nueva estrategia de gobierno que apela a los sentimientos nacionalistas más tradicionales como forma de movilización de las masas.
Gabriela Ossenbach
Catedrática Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), España
REFERENCIAS
Herrera, Martha Cecilia (1999). Modernización y Escuela Nueva en Colombia. Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional y Plaza y Janés.
Luna Tamayo, Milton (2005). Estado nacional, nacionalismos y textos escolares en el Ecuador del siglo XX
, en J. L. Guereña, G. Ossenbach y Mª del M. Del Pozo (dirs.), Manuales escolares en España, Portugal y América Latina (siglos XIX y XX). Madrid, UNED, pp. 445-469.
Mazzuca, S. y J. A. Robinson (2009). Political Conflict and Power Sharing in the Origins of Modern Colombia
, Hispanic American Historical Review, Vol. 89, No. 2, pp. 285-321.
Paedagogica Historica (2000). Research into the History of Education in Latin America: balance of the current situation
, en Paedagogica Historica, Vol. XXXVI, No. 3, Gante.
Quiceno, Humberto (1988). Pedagogía católica y Escuela Activa en Colombia, 1900-1935. Bogotá, Foro Nacional por Colombia.
Sáenz, J., O. Saldarriaga y A. Ospina (1997). Mirar la infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946, Vols. 1 y 2. Medellín, Colciencias, Foro Nacional por Colombia, Ediciones Uniandes y Editorial Universidad de Antioquia.
INTRODUCCIÓN
En este libro se presenta un mapa que permite distinguir y ubicar los principios y los procesos que caracterizaron las diferentes versiones del nacionalismo de la primera mitad del siglo XX en Colombia. A través del recorrido que haremos se podrá ver cómo nacionalismo y educación fueron dos asuntos íntimamente relacionados. La importancia de este trabajo consiste en la diferenciación de sus tendencias y en la ubicación de sus protagonistas con los matices que suelen obviarse. La mirada latinoamericana y mundial de estos procesos también es un aporte significativo que debe estimular los estudios comparados, tan escasos en nuestro medio.
Es un trabajo descriptivo, pero no carente de unas apuestas conceptuales y de una mirada particular de la historia. Aunque se ha aceptado que el nacionalismo tuvo un componente educativo importante, en este trabajo se quiere plantear que más que un componente, la educación estuvo en el centro del proyecto nacionalista. Por eso se afirma que el nacionalismo fue un proyecto político pedagógico. Para la historia de la educación y la pedagogía este planteamiento también es novedoso, pues por lo general se cree que la escuela, la pedagogía y los maestros han tenido características similares desde su aparición en la modernidad. La forma nacionalista de la escuela la transformó, así como se ha transformado actualmente en su forma globalizada. Es fundamental identificar esta peculiar manera de existencia porque en ella se establecen unas modalidades muy particulares de relacionarse con el saber, con las disciplinas, con la infancia, con el Estado y, en general, con la política. Durante este periodo, por ejemplo, surgieron en su seno las ciencias sociales,¹ se hizo viable la idea del arte nacional, se interiorizó el mapa de Colombia, y el debate sobre las políticas educativas tuvo en el horizonte la idea de nación con la que se debería responder a los movimientos geopolíticos del mapamundi mundial (desde la primera hasta la segunda guerra mundial). La pedagogía tuvo en su matriz constitutiva, durante este período, un referente nacionalista, y a su vez la nación fue pensada a través de una estrategia educativa.
Lo que sucedió después con la pedagogía, su extrañamiento, su desdibujamiento como saber, su tecnologización y su dispersión en múltiples dispositivos educativos, estuvo relacionado con la manera como la política se desnacionalizó. Los fenómenos propios de la mundialización de la educación, la globalización y el advenimiento de la era del imperio y la multitud, al decir de Hardt y Negri (2002, 2004) y Virno (2003), afectaron la naturaleza del saber (Lyotard, 1987), así la pedagogía como saber sobre la enseñanza se transformó. Con este nuevo modo de ser del conocimiento pedagógico, la escuela y el maestro han tenido que enfrentar otros retos.
En este libro nos ocupamos en particular de mostrar la manera como al nacionalismo le fue consustancial una estrategia educativa, independientemente de su matiz ideológico. De este planteamiento se desprende una tesis² —que será abordada en otro trabajo— relacionada con la manera como la pedagogía se convirtió en el saber alrededor del cual se produciría el conocimiento sobre lo social que habría de justificar una u otra de las tendencias nacionalistas acá esbozadas. Así, la nacionalización del pasado, del territorio y del pueblo, fue fundamentalmente un proceso pedagógico que se dio en medio de disputas ideológicas, luchas sociales, acciones gubernamentales, formas de subjetivación, y constitución de disciplinas y profesiones muy particulares. La escuela y las instituciones formadoras de maestros ocuparon un lugar privilegiado en esta historia. En una hipótesis que se sustentará en otra publicación, planteamos que las ciencias sociales en Colombia habrían tenido allí su nacimiento. Cuando comenzó el proceso de desnacionalización del poder, las ciencias sociales ocuparon otro lugar, y cambió por completo su naturaleza; los sujetos de enunciación fueron otros, la institucionalidad que las legitimaba cambió, sus objetos y sus conceptos se modificaron.
A continuación mostraremos, en