De eso que llaman antropología mexicana
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De eso que llaman antropología mexicana - Arturo Warman
PRÓLOGO
JOSÉ CARLOS MELESIO NOLASCO
Éste es un libro polémico, novedoso y actual. El libro De eso que llaman antropología mexicana salió publicado una sola vez en 1970, sin volver a publicarse de manera, digamos, formal. En la Escuela Nacional de Antropología e Historia se reproducía el libro de manera artesanal, mostrando con esto su importancia en la formación de nuevos antropólogos; es una obra imprescindible no sólo en la antropología sino también en todas las áreas de las ciencias sociales.
El libro aborda principalmente el papel del indio en las sociedades americanas, especialmente en México. Durante la formación de las naciones en América, el indio era un obstáculo para los proyectos criollos. Así fue durante el siglo XIX mexicano; en esa época, especialmente desde el triunfo liberal en la segunda mitad del siglo, podemos apreciar cómo los levantamientos indígenas (mayas, seris, yaquis y un gran etcétera) se volvieron verdaderamente deporte nacional. La integración de los indígenas a la nación siempre fue bastante traumática, con gran resistencia de ese sector de la población, pues su integración
siempre era desde una posición de subordinación, con despojos de su territorio y su patrimonio material, especialmente de sus recursos naturales, y explotación, con el pretexto de su atraso y de ser un obstáculo para el progreso nacional
; la idea era civilizarlos, modernizarlos
.
El indio y la nación son históricamente incompatibles, al menos en la historia de la formación de las naciones en América Latina. La nación es un concepto criollo, en donde muy marginalmente, por folclore o mitos fundacionales de las naciones, se incluye al indio invariablemente como un obstáculo al progreso nacional
, como un problema. Gran parte de esta historia en toda América se reduce a lo que llamo la política Custer, es decir, el mejor indio es el indio muerto.
La Revolución mexicana hizo que la participación del indio en la historia nacional se volviera relevante, especialmente por el zapatismo, de tal manera que la importancia del indio en la sociedad nacional además de innegable se volvió trascendente.
En el gobierno cardenista, el indio fue tomado en cuenta de manera diferente; se le devolvió y reconoció su patrimonio territorial (el reparto agrario) y se le dio un enfoque diferente e interesante; el problema educativo se ve como un problema de integración.
Es curioso ver cómo en la mayor parte de los países americanos las cuestiones indígenas eran asuntos de seguridad nacional, los trataba el ejército o los departamentos encargados de la seguridad nacional. En México, a partir de Cárdenas, los departamentos encargados de la problemática indígena eran los de tenencia de la tierra, educación y salubridad, pero no las secretarías de la Defensa ni de Gobernación.
Hay que reconocer que tal política no deja de tener un cierto tinte racial; el cambio es importante, pues diseña políticas para la mexicanización del indio o indigenismo; de esta manera, nace una nueva política, que precisamente es uno de los temas más importantes abordados por este libro: el indigenismo.
El pensamiento articulado de los grandes antropólogos autores de este libro estudia de una manera novedosa y, por supuesto, polémica este asunto. Esta obra es un reflejo de la situación intelectual, política y social de la época en que se publica. Tiene como antecedente toda la discusión académica y política derivada a partir de la Revolución cubana y la crítica del pensamiento social en América Latina: la teoría de la dependencia, la teoría del colonialismo interno, la teoría de la marginalidad, la teoría del imperialismo, entre otras.
La influencia del pensamiento antropológico es muy importante, como nos muestra Arturo Warman en su ensayo; Guillermo Bonfil nos ilustra el camino del diseño de la política del indigenismo; Margarita Nolasco realiza la crítica de esta política y aporta opciones para abordarla de manera diferente; Mercedes Olivera nos propone nuevos enfoques de acceso al problema, nuevas formas de investigación y, por último, Enrique Valencia habla de la formación de nuevos especialistas en el ramo.
Los resultados de esta crítica pueden verse a mediano plazo: el respeto y el derecho a una cultura propia, ya no como obstáculo a la formación de la nación, sino como un enriquecimiento práctico de la misma; el patrimonio cultural como un elemento integrador, unirnos con las diferencias y, de hecho, promover las diferencias.
En esta obra se discute un tema muy actual: la situación y la posición del indio en la sociedad nacional, en este caso México, aunque es pertinente para casi todo el mundo.
I. TODOS SANTOS Y TODOS DIFUNTOS.
CRÍTICA HISTÓRICA DE LA ANTROPOLOGÍA MEXICANA
ARTURO WARMAN
CASI UNA DEFINICIÓN
La antropología es muchas cosas; tiene, en consecuencia, muchas definiciones. También tiene muchos propósitos. Sirve lo mismo para un barrido que para un fregado, aunque se la utilice preferentemente para lo segundo.
Para los objetivos de este trabajo, entenderemos ampliamente a la antropología. Esto es, no sólo como la disciplina académica formada en el siglo XIX que ha ganado cierta respetabilidad creando un vocabulario esotérico, sino básicamente como una cierta manera de enfrentar el fenómeno humano, manera que se origina desde mucho tiempo atrás.
Esta manera peculiar puede precisarse por dos características y un tema: la sistematización y el propósito de conocer objetivamente que se aplican al campo específico de la cultura, entendida ésta como la herencia social de los grupos humanos.
CASI UNA CONTRADEFINICIÓN
La antropología así definida tiene algo de caníbal. Ha acumulado suficientes datos para poner en duda sus propios fundamentos. Está a un paso de negarse a sí misma.
Ha descubierto que sus conceptos primarios —sistema, conocimiento objetivo y cultura— no tienen un contenido universal aunque así lo pretendan. Por el contrario, y en su uso práctico, estas ideas tienen un contenido limitado y condicionado por una manera de ser particular. Son conceptos creados por una cultura y sometidos a los propósitos de ésta. La antropología es, a final de cuentas, una criatura de la civilización occidental.
Aunque se haya dedicado principalmente al estudio de pueblos que no pertenecen a ella, toda la tradición de conocimiento sistemático de la cultura que contribuye a la formación de nuestra disciplina científica está ligada a la llamada cultura occidental.
CASI UNA EXPLICACIÓN
La antropología no es una criatura arbitraria de la civilización occidental. Todo lo contrario: es una respuesta a necesidades concretas y precisas de esa civilización. El conocimiento de los otros pueblos nunca ha sido un lujo sino una necesidad.
La relación entre culturas distintas se plantea frecuentemente en términos de dominio, de conquista y subyugación. La presencia de esta relación es casi inevitable cuando una de las partes comprometidas pertenece a la tradición occidental. Esto no tiene que ver con el carácter psicológico de los blancos, sino con la dinámica de tipo económico que caracteriza a su cultura. Desde la Antigüedad clásica, pero sobre todo a partir del Renacimiento, la dinámica económica occidental se basa en la acumulación creciente, en la capitalización, que genera una espiral de crecimiento inevitable. Este crecimiento acaba por agotar los recursos internos y obliga a la búsqueda de recursos exteriores. También se recurre a los recursos exteriores sin haber agotado los propios, aprovechando para ello cualquier coyuntura que permita el incremento del ritmo de acumulación. La civilización occidental es expansionista por naturaleza derivada de la necesidad.
UN POCO DE INSISTENCIA
La antropología, o mejor, la tradición antropológica es una de las necesidades derivadas del carácter expansionista de Occidente. Se formó y consolidó en consecuencia con las ampliaciones imperiales europeas. Así, localizamos sus antecedentes más remotos en la Antigüedad clásica, cuando Grecia establecía su hegemonía sobre el Mediterráneo y Roma consolidaba su imperio; reconocemos que la formación de sus bases metodológicas y formas de acción se debe a los participantes en la fundación del primer imperio diurno, el de España; el establecimiento de la antropología como disciplina académica ocurre en la época victoriana, cuando el imperialismo europeo alcanza su mayor esplendor; hoy, la sede real de la antropología está en los Estados Unidos de Norteamérica.
La tradición antropológica es pues un auxiliar científico
de la expansión blanca. Contribuye a ésta con información sobre otras culturas, y cifra su acción en hacer más satisfactoria la relación de dominio, menos conflictiva y más redituable. Por ello sus conceptos, enfoques y propósitos se ubican en el marco de una cultura precisa aunque cambiante: la occidental.
ALGUNAS PRECAUCIONES
La relación entre antropología y expansión occidental es evidente y al parecer definitiva. Pero ésta es una relación global y generalizante. No implica ni puede implicar que todo el quehacer antropológico sirva mecánicamente al imperialismo, sino que toda la actividad del antropólogo se encuadra en un marco de servicio al que puede afiliarse o, por el contrario, combatir. Las obras concretas se sitúan entre estos polos ideales, pero nunca corresponderán íntegramente a ninguno.
Este trabajo trata de tendencias generales y no de obras específicas, por lo que le está permitido el maniqueísmo. Se procura analizar corrientes y no a gente; luego los nombres incluidos son pocos y sirven sólo como ejemplos.
RUMBO AL GRANO
Hechas las consideraciones anteriores, resulta obvio que el pensamiento antropológico en México sólo puede analizarse a partir de la Conquista. Esto no implica que los antiguos mexicanos no reflexionaran sobre el hombre y su cultura; seguramente lo hacían, pero sobre bases distintas de las que reconocemos por antropología. Definitivamente, los antiguos mexicanos vivían en el error. La iluminación de la ciencia les llegó de fuera, junto con las causas de una de las catástrofes demográficas más severas de la historia humana.
LOS PADRES FUNDADORES
Los evangelizadores que iniciaron la tradición antropológica en México eran gente ilustrada, humanistas de primer orden y, sobre todo, bienintencionados. Eran los mejores exponentes de la tradición occidental del siglo XVI.
Su obra antropológica no tiene paralelo en la historia por su magnitud y calidad. El cuidado metodológico es una de sus cualidades sobresalientes y alcanzó su mayor depuración en la obra de Sahagún, que supera los más estrictos requisitos de la escuela boasiana, oficialmente fundadora —por ser anglosajona— de las bases metodológicas de la antropología. Su sistematización fue brillante, como pueden ilustrarlo las numerosas gramáticas de las lenguas nativas o, mejor, el primer intento de investigación regional a través de encuesta, ordenado por Felipe II, y que se conoce como las relaciones geográficas
. Su intención de conocer objetivamente es también evidente y se traduce en interpretaciones teóricas tan brillantes como las de José de Acosta, que utiliza magistralmente el método comparativo. Esta obra, en su conjunto, constituye un magnífico testimonio sobre las culturas prehispánicas y su destrucción.
LOS DESNATIVIZADOS
A la obra de los evangelizadores y humanistas del siglo XVI contribuyen de una manera vital los indígenas. Básicamente lo hacen como informantes, pero en muchos casos su colaboración va más allá. Sirven como traductores y anotadores de la información y hasta cooperan en la encuesta dirigida a los más ancianos, como lo hicieron los colaboradores de Sahagún. Otras veces ellos mismos se convierten en autores, como es el caso de Tezozómoc e Ixtlilxóchitl, que escriben la historia de su gente para consumo occidental. Lo hacen excepcionalmente bien, pero para hacerlo han tenido que formarse en las tradiciones académicas, como también han tenido que aceptar los valores y propósitos que Occidente practica hacia los nativos. Son los primeros integrados
, incorporados por la puerta grande a la cultura señalada para sacar al mundo de su error.
LOS PADRES SERVIDORES
La obra antropológica del siglo XVI deriva de la empresa de conquista y con ella está comprometida. Es una obra resultante de la acción, de la praxis podríamos decir. Los autores antropológicos están, como conjunto, dedicados a la tarea de servir de intermediarios entre conquistadores y nativos. En ellos recae mayormente la tarea de desarraigar al indígena de su cultura anterior, de cristianizarlo, esto es, de occidentalizarlo, incorporándolo como estrato inferior al sistema colonial.
LAS IDEOLOGÍAS
La Conquista no fue una fuerza monolítica. En ella participaron diversos sectores sociales y grupos de presión, cada uno con su propia motivación y objetivo. La Corona, los encomenderos, los colonos y la Iglesia, entre otros, buscaron establecer bases distintas para el sistema.
En este marco surgió el juego ideológico en la tradición antropológica. La discusión se centró en la calidad del indio y en su posición. Se dudó de su humanidad y racionalidad. Hubo quien alegara su inferioridad y procurara su servidumbre. Para otros, el indio era igual, si no mejor, que el europeo, y dirigieron su labor a la realización, con los nativos, de los ideales del cristianismo. La mayoría de los pensadores antropológicos del siglo XVI se pronunciaron por la igualdad potencial del indio y por su inferioridad real. El indio sería igual cuando dejara de ser indio, cuando se blanqueara culturalmente; mientras esto no sucediera había que protegerlo, siempre y cuando él mismo pagara su protección. El proteccionismo se convirtió en política oficial de la Corona, cuando menos como intención, y se dio al indio el tratamiento legal reservado a los menores y a los desvalidos. Así, la igualdad se concibió como monopolio de los blancos, directores natos del orden social. Los