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Marcel Bataillon: hispanismo y compromiso político: Cartas, cuadernos y textos encontrados (1914-1967)
Marcel Bataillon: hispanismo y compromiso político: Cartas, cuadernos y textos encontrados (1914-1967)
Marcel Bataillon: hispanismo y compromiso político: Cartas, cuadernos y textos encontrados (1914-1967)
Libro electrónico406 páginas5 horas

Marcel Bataillon: hispanismo y compromiso político: Cartas, cuadernos y textos encontrados (1914-1967)

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Ensayo biográfico sobre Marcel Bataillon que, con base en diarios, papeles, notas, cartas y fotos inéditos, arroja luz sobre una vertiente hasta hoy poco conocida por sus lectores y sus estudiosos: la de su compromiso intelectual con diversas causas sociales y políticas, y su militancia en algunas organizaciones de carácter antifascista y pacifista, vertiente que —se demuestra en este ensayo— fue paralela a su trayectoria como investigador y filólogo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2014
ISBN9786071621528
Marcel Bataillon: hispanismo y compromiso político: Cartas, cuadernos y textos encontrados (1914-1967)

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    Marcel Bataillon - Claude Bataillon

    méthode).

    LA GUERRA DE 1914

    Y EL DESCUBRIMIENTO DE ESPAÑA

    UNA PLEURITIS con manchas en el pulmón envía a Marcel a Madrid durante el otoño de 1915, en lugar de ser normalmente incorporado al ejército como oficial aprendiz de infantería, donde quizás hubiese muerto, como sucedió con muchos de sus compañeros de promoción de la Escuela Normal Superior.¹ El consejo de revisión aplazó su incorporación en 1915. Así, se le brinda tiempo para concluir su diploma de Estudios Superiores (llamado hasta hace poco maestría) sobre los humanistas helenizantes de España. Para ese entonces, Bataillon conoce muy bien el griego, aunque aún no habla ni una palabra de español.

    Al mismo tiempo le fue encomendada una misión para-diplomática y cultural de la que no habló jamás. Aparentemente, el Comité de Propaganda Aliada de España fue creado en 1915, por iniciativa de la embajada francesa, según consta en un comunicado del agregado militar francés en Madrid.² En este periodo de unanimidad patriótica francesa contra los imperios centrales autoritarios e ilegítimos, Marcel tenía ganas de participar en el esfuerzo bélico de los aliados. Recordemos que acababa de cumplir 20 años. Más allá de su educación familiar, más republicana que patriota, no había tenido tiempo de interesarse en la política, inmerso como estaba en el estudio de las humanidades clásicas. Hasta ese entonces, jamás salió de Francia y no conocía el mar.

    Marcel dejó junto a sus documentos profesionales,³ el borrador de su informe de misión y un diario de viaje, a la vez universitario, cultural, turístico y… político. Ofrecemos aquí lo más destacado de sus notas.

    DIARIO DE VIAJE DE MARCEL BATAILLON EN ESPAÑA A LOS 20 AÑOS (18 DE DICIEMBRE DE 1915-JUNIO DE 1916)

    Sábado, 18 de diciembre de 1915

    En la casa de Morel-Fatio, en la calle Jussieu número 15, un verdadero estudio, tapizado de libros. En la pared, el retrato de un académico, probablemente él mismo. Sobre la chimenea, dos fotografías de P. Paris. Helo aquí. Mirada amable detrás de los lentes con montura de carey. Rostro expresivo. Bigotes y pelo de un rubio intenso que comienza a blanquear. Debe correr sangre suiza por sus venas. Morel-Fatio habla lisa y llanamente, me indica las principales fuentes impresas y las bibliotecas donde podré encontrar documentos inéditos. Me señala a distancia la enorme biografía del cardenal Cisneros. Me pone bajo los ojos un curioso libro del jesuita M. de la Cerda. En otro momento, dice, tuvo la intención de preparar una crestomatía de autores españoles que escribieran en latín. Según él, la única ciudad de España donde yo podría encontrar algo interesante este invierno era Sevilla, con su Biblioteca Colombina. Además, agrega, el profesor Hazañas podría ser de ayuda.

    Concluye enviándome con Cirot, de Burdeos, quien podrá, dice, recomendarme con los agustinos de la biblioteca de El Escorial.

    Marcel Bataillon, que jamás salió de Francia, conoce del país apenas su Borgoña natal, el Jura de donde proviene su familia y el París de su juventud, primero como interno del liceo Louis le Grand, luego durante algunos meses en la Escuela Normal Superior. Describe entonces en detalle su viaje en tren a Burdeos y el descubrimiento de la ciudad.

    Burdeos, 21 de diciembre [1915], por la noche

    Sin duda es una gran ciudad. Más comparable a París que a Dijon. Esta mañana, en tranvía a la estación. Hotel Carnot. Luego el paseo St. Jean hasta una deslucida construcción de ladrillo que confundí con la Facultad de Ciencias y que sólo es un anexo (¿Geología o Zoología? El acento bordelés me cuesta un poco). Me envían al paseo Pasteur. Plaza de Aquitania, un bonito mercado de flores. Muérdago de bolas blancas, acebo de bolas rojas, narcisos y mimosas; muchas plantas verdes. Una puerta monumental algo fea. El estilo lo permite. La Facultad de Ciencias y la de Letras al final del paseo Pasteur. Una masa imponente sin belleza. Sobre la lista de los cursos, un espacio en blanco frente al apellido Bréhier. Ruyssen se ocupa de la polémica entre Platón y los sofistas. Sauvageau comienza su curso en una hora, está en su laboratorio. Tiene un aire inteligente. Cabello gris peinado hacia atrás, bata blanca hasta el cuello. Divertido, no severo, pide novedades de la Facultad de Ciencias de Dijon. Me da una carta para el sr. Paris, me indica cuál es la oficina de reclutamiento donde trabaja Cirot; está a dos pasos. El cabo Cirot tiene gruesos bigotes rubios. Muy amable en cuanto escuchó el nombre de Morel-Fatio. Me recomienda a Amador de los Ríos. Considera que debo concentrarme en el helenismo. Me bastó escuchar pocas frases para comprender que está celoso de París. Al igual que Morel-Fatio, me recomienda Sevilla, que cumple con las recomendaciones prácticas de Sauvageau […]

    Cerca de allí, en la calle Vital Carles. Inspección académica. Encantador hotel con jardín que, sin duda, es la Academia. Otra vez la animación y las bellas tiendas del paseo de L’Intendence.

    Plaza Gambetta. Parque bonito, con palmeras. Paseo de Albert. Plaza Magenta entre dos monumentos con columnas, horriblemente densos. Sobre todo uno (quizás el Palacio de Justicia) que tiene, vaya a saber por qué, tres pequeños frontones triangulares. Paseo Burguet. Plaza Ste. Eulalie, vieja iglesia baja. Otro campanario más de piedra saliente. Regreso al río. Tranvía desde el puente hasta Quinconces. Más monumentos. La aduana. La Bolsa de Valores rodeando una plaza. Quinconces. La explanada se extiende desde las columnas rostrales hasta el monumento a los girondinos. A los costados, haciéndose frente, las colosales estatuas de Montesquieu y Montaigne, al menos no tan horrendas como las de la Grande Cour de Versalles. Desde el monumento a los girondinos, se ven alzarse las columnas rostrales (la mujer del cisne y la mujer del pato) entre una bruma amarilla, donde aparecen los mástiles. La plaza de la Comédie y el paseo de L’Intendence están cerca. Alamedas de Tourny, gran plaza rectangular con casas del siglo XVIII. Tiendas departamentales y grandes hoteles (calle Gobineau). Paseo del Jardín Público, que debe dar una sombra deliciosa en verano. El jardín, con sus rejas doradas, sus pastos verdes y sus lagos recuerda al parque Monceau; desde las terrazas de los edificios del siglo XVIII es posible verlo un poco. Oficina colonial y marítima. Las palmeras desentonan en el día gris. Sobre el césped, cipreses, secuoias, hermosos árboles de hojas brillantes que deben ser magnolias grandifloras gigantes. Invernaderos. Un edificio similar a los de la oficina colonial, donde los nombres de quienes donaron los herbarios tapizan el mármol. Más allá, el jardín botánico.

    Regreso a St. Jean por el paseo de Tourny, el paseo de Albert y el paseo de Aquitania. Se pasa frente al museo, una construcción muy noble, que con su triple fachada enmarca un bello jardín.

    22 de diciembre de 1915

    […]

    Antes de Bayona, el paisaje se vuelve más accidentado. Se ven los Pirineos, pero en medio de una niebla opaca. Nubes sobre las cimas. Comienzan a verse otras cosas además de pinos. Aulagas de flores amarillas. Pasturas. Bellas rocas blancas y negras. No se ve Bayona, pasamos al pie de las murallas.

    Entre La Négresse y St. Jean de Luz, primera aparición del mar. Un mar lúgubre orlado de espuma. Verdadera costa de plata; barcos en el horizonte. Llegando a Hendaya, a unos cientos de metros del mar. Magnífica bahía. Dos hermosas rocas rosas en la vanguardia, frente al promontorio.

    Madrid, 23 [diciembre de 1915]

    Hendaya. Aduana francesa. Mi guía es un agradable suizo de St. Gall (Arnold Hoerler), que es representante de las industrias de encaje de su país en los países de habla hispana. Va hasta Burgos y luego a Lisboa, donde embarcará hacia Buenos Aires. Larga reflexión del gendarme ante mi autorización de solicitud de pasaporte. No comprende lo de nuevo consejo de revisión a partir del 3 de diciembre. Está puesto de manera curiosa.

    Irún. Oficiales de aduana imponentes, completamente vestidos de verde, desde el pantalón hasta el morrión de tela impermeable con pompón de cobre. Policía con el casco cubierto de paño negro y adornos de plata. Un tipo con cara de aburrido. Corona sobre su gorra. Debe de ser el gran jefe de la aduana. Los gendarmes con su capa⁵ negra, sus polainas largas y su indescriptible sombrero de tela impermeable, un híbrido entre morrión y sombrero pequeño: la carabina es parte del uniforme. Boinas vascas. Almuerzo en la cantina de Irún.

    El tren para Madrid parte desde aquí. Coches-cama. Primera clase. Tercera completamente de madera, vagón nuevo (el único), la mejor calidad que haya por aquí. Salida junto a vascos vestidos de negro, con corbatas negras, con las cabezas cubiertas de boinas negras. Divertidos, hablan con rapidez y ríen mucho. Todos fuman sin parar (tabaco español, tipo Maryland, tan caro como en nuestro país). Bahía de Pasajes. San Sebastián. El tren sube. Un poco antes de Beasain puede verse a la izquierda un verdadero pico nevado. El tren sigue subiendo. Cae la noche. Tolosa. Vitoria. Cena en Miranda, en una fonda muy limpia cercana a la estación. Comida generosa por dos pesetas y cincuenta. Mi suizo es un buen guía, pero me deja en Burgos.

    En Valladolid suben un joven oficial, un civil también joven y amable, así como un viejo profesor. El oficial de azul celeste, dolmán negro de piel, morrión azul y plata (que guarda en una caja). Le presto Blanco y Negro [una revista], y al enterarse de que soy francés, chapurrea algunas palabras para decirme que sus antepasados también lo eran. Aparentemente, tengo un aire español. El profesor, que lo es de Fisiología (Facultad de Medicina, Dr. Luciano Clemente Guerra) comienza una conversación sobre mi enfermedad (¡mi bufanda!). Le enseño el libro de Vicente Gay, De Alemania. Respuesta: "¡Lo conozco, señor, es colega mío y un tonto! En la Universidad de Valladolid hay 60 profesores. Solamente dos germanófilos, uno de ellos, el señor Gay, un tonto. Nosotros estamos junto a nuestra raza latina."

    Todos los que aman la libertad y la justicia están con Francia (Gay es una excepción… muy excepcional). Conoce al profesor Bataillon, un verdadero sabio. La partenogénesis está de moda aquí. ¡Experiencias maravillosas (huevos de trucha × esperma de cordero)! El barbarismo destructor se marchita: estudió en Lovaina y tuvo como maestro de Ciencias Biológicas al canónigo Carnoy. ¡Vándalos! Al acercamos a Ávila vuelve a ponerse su abrigo de piel, empuña su bastón con punta de plata y me desea una buena recuperación de mi salud. Mis saludos a su padre, un verdadero sabio. Regresa para decirme que en Ávila dirige un sanatorio bastante malo por culpa de las nevadas, y que probablemente nos quedemos varias horas en Ávila por culpa de la nieve de la Cañada. Cantaleta: Ávila, 10 minutos de parada, fonda. En realidad nos quedamos dos horas.

    Me quedo solo con el joven español sonriente, nos instalamos para dormir. No sé en qué estaciones suben un estudiante de la escuela militar y un español gordo y lampiño vestido de amarillo que habla francés. Para dormir hay que hacerse un ovillo sobre los asientos. Sueño inquieto, despertar incómodo. Nieve junto a las vías. Todo desaparece cuando comienza el descenso a Madrid.

    Llegada a Madrid. Estación horrible. Servicio lento y arcaico como en Irún. Hordas de sinvergüenzas que ofrecen llevar el equipaje por cantidades desorbitadas. El conserje del Instituto Francés me defiende. Negociamos a una peseta con cincuenta. Aprendo a decir ¡No, no, no, señor!

    En tranvía hasta la Puerta del Sol, luego la calle Marqués de la Ensenada. Los alrededores de la estación son sucios y, sin embargo, el Palacio Real está muy cerca. Inmenso jardín que parece abierto al público. Edificios engalanados para la fiesta de la reina María Cristina. Ministerio de Gobernación: especie de escudo de armas español sobre fondo rojo y amarillo. Cortinas rojas y amarillas con el monograma de la Casa Real en las fachadas de los comercios. No son banderas, cuelgan de ventanas y balcones como tapices. Ministerio de Guerra. Palacio de Aduanas (La Aduana es la Real Academia de Pintura). Después, un bello paseo rodeado de verde y de palmeras. El Instituto Francés está cerca, junto a un cine-teatro. Todo este barrio es nuevo.

    Instituto Francés. Distribución cómoda. Mucho espacio. Habitaciones de alumnos. Comedor. Biblioteca bastante bien nutrida de colecciones, de las que el sr. Paris ha ofrecido buena parte. Continúa en una galería que es el piso superior de una sala de conferencias. El cine está preparado para la noche. Calefacción central, pero hace frío en las habitaciones con suelo de losa. Además, la construcción parece frágil. Habitaciones bien habilitadas. Mobiliario de madera barnizada. Gran mesa de escritorio con sillón de madera. Un armario gigantesco. Un armario pequeño. Lavabos.

    P. Paris es muy amable, tiene un ligero acento meridional. Lleva con orgullo las desgracias y dificultades de la guerra. Me pide novedades de mi viaje, lo que me dijo Morel-Fatio. Me propone combinar Sevilla con Alicante, para mi periodo de aclimatación.

    El régimen de la casa: completa libertad. Está el antiguo normalista Valois, viejo ateniense, y otro egresado de la Sorbona: Lantier. Pagamos un poco de dinero a la esposa del conserje y también los alimentos que encargamos, según nuestros deseos, para cada comida. Hoy Valois y Lantier salieron de excursión. Estoy solo. Horas de comida en Madrid: 9:30, 1:30, 8:30. Mientras esté solo, serán a la 1:00 y a las 8:00.

    Madrid, 25 de diciembre [1915]

    [Enumeración de calles y monumentos vistos durante el primer contacto con Madrid…]

    La Plaza Mayor. Admirable. Alrededor escaparates repletos de dulces: turrones blancos, rosas, amarillos, etcétera, almendras de Alcalá. Muchos soldados. Algunos con uniformes casi alemanes, con cascos puntiagudos, capotes grises y bocamangas rojas. Dolmanes amarillos con brandeburgos y morriones negros. La mayoría lleva capota azul con cinturón blanco y bocamangas rojas (burletes rojos a modo de hombreras). Señoras que llevan tres o cuatro pollos vivos. Manadas de pavos guiados por viejos campesinos de rostros rasurados y cubiertos de arrugas, con una manta cuadriculada alrededor del cuello: es su bufanda.

    Cerca de ahí, en la plaza Santa Cruz, escaparates de navidad: nacimientos. Se venden casas de cartón o el mesón: en algunos se ve al mal anfitrión echando a la Virgen y a san José. Gran realismo de la Virgen embarazada y multitud de personajes. Pastores y pastoras que cantan y tocan el tamboril. Los magos montados en sus camellos. Finalmente, el niño Jesús sobre la paja. Todos esos personajes están pintados de rosa, rojo, azul, verde, violeta, amarillo, y no miden más de 10 centímetros. También se vende la carpintería de José con su mesa de trabajo.

    De regreso en la Plaza Mayor, una mujer que lee el futuro da de comer granos de mijo a unos pequeños pájaros color amarillo grisáceo. Siempre utilizando los granos de mijo, les hace sacar papeles de una cajita. Una orquesta de zambombas y tamboriles pasa seguida de una multitud. La zambomba es un tambor con la piel atravesada por un carrizo. Al frotarlo vibra. Es una música capaz de hacer bailar a un muerto […]

    28 de diciembre [1915]

    Ayer y hoy presencié el cambio de guardia en el Palacio Real, a las 11 de la mañana. Una compañía de infantería, con música y una bandera, llega por la calle del Arenal y en la Plaza de Armas se une a un destacamento de caballería y a otro de artillería (dos cañones). La guardia saliente está formada en el patio del Palacio, sobre el costado izquierdo. La infantería al fondo, luego la caballería. La artillería está cerca de la entrada. A las 11, la guardia entrante ingresa en el patio. La infantería: a la cabeza, el oficial a caballo seguido de un clarín. La música tiene un aire de canción de cuna y alterna con el sonido explosivo de tambores y trompetas. La bandera (ayer era la del Inmemorial, muy remendada. Hoy, del regimiento número 31 de Asturias). Los soldados llevan el arma al hombro. Capotas azules, pantalones rojos con una banda azul. Caponas rojas. Morriones grises, con la parte inferior en gabardina negra. Equipamientos en cuero amarillo. Detrás, la caballería, una veintena de hombres con dolmanes azules engalanados de oro y brandeburgos de oro. Ushanka negra y roja. El trompeta, de no más de 14 años, firme sobre su montura, con el instrumento sobre el muslo: lleva un dolmán rojo y ushanka azul. Ayer los caballos eran todos blancos, hoy son píos. Las monturas van cubiertas de rojo. Al final, la artillería: uniformes azules, equipamientos blancos. Los oficiales llevan un gran abrigo azul oscuro que cae sobre la grupa del caballo (¡parecen príncipes herederos!).

    Se avanza a ritmo de desfile (los caballos van con el paso español). La guardia entrante se coloca simétricamente opuesta a la guardia saliente. Las banderas se inclinan. Saludo a las banderas: ¡portar armas! Los jinetes alzan sus sables. Los oficiales de las guardias saliente y entrante se colocan en la línea central del patio. Los dos oficiales de infantería frente a la puerta del Palacio. Los de caballería detrás de ellos y al final los de artillería. Parte de los soldados de la guardia entrante patrulla a paso acompasado alrededor del patio. Durante ese tiempo suena la música de la guardia entrante (ayer tocó después la guardia saliente). Salida de la guardia saliente: avanzan a ritmo de desfile. Misma música. Mismo orden. Cada día se reúne un millar de personas (como mínimo) para verlos.

    29 de diciembre [1915]

    Esta mañana, Real Academia de Bellas Artes. Un pequeño museo (cuatro salas) donde se encuentran verdaderas maravillas, aunque muy mal presentadas. Una de las salas carece totalmente de luz. Filas de bustos ridículos que tapan los cuadros. La joya del lugar es, quizá, la santa Magdalena de Murillo. Hermosos Goyas: La Tirana, y sobre todo Godoy, tendido, engalanado de oro, de aspecto insolente y vulgar. Los monjes de Zurbarán, blancos cartujos, más embrutecidos que trágicos. Su visión de san Benito es muy bella: sobre todo el Cristo y la Virgen. ¡Pero esos corazones de los que surgen rayos de luz! Los Ribera (Visión de san Antonio, Pietá, Ecce homo) son impresionantes. Pereda: san Jerónimo, de sombras negras y claros lívidos. Sueño de vida: el dormilón no piensa en nada, pero los bienes de este mundo se muestran en un revoltijo. Murillo: san Diego de Alcalá arrodillado entre los mendigos. Admirable. Maravilloso rostro el de san Juan Bautista del Dominico. Los cabellos y la barba leonados. Párpados y labios azules. Cuello ensangrentado. El brillo sombrío del plato de cobre. Los Morales se contorsionan hasta lo grotesco. Sin embargo, el rostro de la Virgen en la Pietá está cargado de dolor. Los Rubens no consiguen entusiasmarme. En cambio, el monje arrodillado entre el Cristo y la Virgen es bello, grande y robusto (rostros del Cristo y de la Virgen).

    Jueves, 30 [diciembre de 1915]

    El Prado es pequeño en comparación con el Louvre. Uno no se pierde en él, pero la densidad de obras maestras es mayor. Sin contar los Velázquez, Murillo, Ribera y Goya, aquí se encuentran conjuntos magníficos: Tiziano y Tintoretto, Rubens y Van Dyck. Daría todos los Rubens del Prado, y también los del Louvre, por la Pietá: nunca antes me emocionó tanto un cuadro. Y los dos Van Dyck: el Prendimiento de Cristo y La Coronación de espinas… El primero, sobre todo, es de una potencia trágica increíble.

    Los primitivos están bien representados. No hablo de los españoles, que me dejan indiferente, sino los de la escuela de Van Eyck, Van der Weiden, Petrus Christus, el maestro de Flémalle…

    Las salas de retratos están literalmente repletas de obras maestras.

    Los Goya (rey, reina, familia real, Bailén), los de El Greco (Doménikos Theotokópoulos Epoiesis), Rubens (María de Médicis), Van Dyck (Condesa de Oxford, Van Dyck y el conde de Bristol). El cardenal de Rafael es una maravilla (cf. su retrato de mujer del Louvre). Coello y Pantoja de la Cruz me desilusionaron. Pero descubro a Carreño, el nada indigno sucesor de Velázquez como pintor de la corte española. Volver a visitar todo.

    Primero de enero de 1916

    Esta mañana, recepción de la colonia francesa. Bello salón. Tapicería de los gobelinos. Encima de la chimenea, un gran retrato de Richelieu (quizás una copia de Philippe de Champaigne), retratos de embajadores (Conde de Tessi). Sobre la chimenea, fotografías dedicadas del rey y la reina de España.

    Presentación al cónsul, al embajador, a varios secretarios de la embajada, al presidente de la Sociedad Francesa, un anciano muy cordial. Discurso del embajador. No comprometerá la situación diplomática. ¿Todos nuestros diplomáticos son así? Estupideces banales dichas sin gracia, sin pasión. Discurso difícil. Se repite. Se balancea y golpea con el pie la alfombra, como buscando hacer surgir la inspiración, pero no le llega. Realmente lamentable. Me voy por la tangente con la mayor rapidez posible.

    Los periodistas. Toda la prensa conservadora es hostil con nosotros, sobre todo hostil con Inglaterra. Es curioso cómo los temas alemanes terminan transponiéndose aquí. El Gott Strafe (castiga) England tiene mucho éxito. Hoy, para sufrimiento de sus lectores, La Tribuna, Diario Independiente de la noche, publica una encuesta a diversas personalidades sobre la cuestión de Gibraltar y Tánger. La respuesta del gran estadista aparece en primer lugar.⁶ Figuran otras más, entre ellas la de Antolín, arzobispo de Tarragona y brutalmente nacionalista. Todos concluyen en la necesidad de que España recupere Gibraltar y tome Tánger, tarde o temprano, pacíficamente o por las armas. En general, sin embargo, retrasan la acción a un futuro incierto: es necesario primero que España se convierta en una potencia mundial.

    Gran tema para el señor Gay: se llena la boca de una fraseología imperialista tomada de sus maestros alemanes. El Debate (católico) del 29 de diciembre informa sobre una conferencia que brindó en La Coruña sobre el imperialismo ibérico. Se trata de construir una federación con Portugal, pero el asunto central es la cuestión inglesa. Gott Strafe England, que se opone al resurgir español, que vigila celosamente el progreso de España, y hace del pobre Portugal el instrumento de su política antiibérica. La prensa informativa corea, aunque con discreción. Imperialismo, sed de dictadura, catolicismo. Todo se sostiene aquí, igual que en otras partes, incluso más; se gasta en los aliados tesoros de perfidia y se publican los radiogramas de Nauen y Norddeich.

    Se trata, en fin, de amordazar al liberalismo, de desarrollar la marina, el ejército permanente, de empujar a Maura hacia la dictadura: el gran estadista debe llevar a España hacia su glorioso destino. Es, en el fondo, una campaña contra el régimen parlamentario. ¿Qué no serían capaces de inventar para desacreditarlo? El excelente ABC tiene un corresponsal en Francia que estudia las líneas de la política en nuestro país: esto se resume en Maurras y los demócratas (que parecen discípulos de Sangnier). La conclusión es que el parlamentarismo está muerto, finiquitado.

    Jueves, 6 [enero de 1916]

    Trabajo en la biblioteca. La Nacional no está hecha para trabajar. Magnífico salón de lectura, quizá tenga 500 lugares. Pero el público es como el de las bibliotecas de barrio de París (Madrid no tiene bibliotecas de barrio, sólo cuenta con grandes bibliotecas, del estilo de la de Ste. Geneviève o la Mazarine). Hay una multitud de lectores que se renueva constantemente con paso ruidoso, y que viene a leer Blanco y Negro, folletines o hasta las guías de teléfono. ¡Y las formalidades! Contraseña en la entrada. Inscripción en el registro. En el despacho de libros, intercambio de la contraseña de cobre por una de hueso. Llamado por número para la entrega de libros. Al terminar, nuevo intercambio de contraseñas. Si queremos un libro más (sólo se prestan dos a la vez), ¡se necesita otra contraseña y empezar de nuevo! La biblioteca de la Real Academia de la Historia es infinitamente más práctica. Su peor defecto es que, sin importar el clima, es necesario trabajar con la lámpara encendida en pleno día. Pero el personal es eficiente y el público serio. Un joven cura. Media docena de ancianos que copian crónicas o manuscritos heráldicos magníficamente

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