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Memoria del hispanismo: Miradas sobre la cultura española
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Libro electrónico283 páginas4 horas

Memoria del hispanismo: Miradas sobre la cultura española

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Ante lo que parece el final del hispanismo o de una importante etapa del mismo, este libro no pretende hacer balance de la actividad de los hispanistas, ni valorar o criticar sus aportaciones –aunque es claro su papel en la elaboración de nuestra imagen, del mismo modo que fue importante la presencia de los exiliados españoles en países como México y Reino Unido, por la difusión que hicieron de la cultura española y porque dinamizaron la vida intelectual de los lugares donde vivieron y trabajaron–, sino dejar testimonio de un periodo y un modo de hacer. Quienes escriben aquí, conscientes del momento de cambio, se preguntan quién es el hispanista y en qué consiste serlo.
La mirada del otro nos identifica y aporta elementos de identidad; pero no es menos importante que esa mirada suele ser comparativa y que, por tanto, el resultado de la actividad hispanística sirve, o puede servir, para la historiografía española tanto como para la del lugar de procedencia del estudioso.
El libro es, también, una suerte de homenaje a figuras que, como Antonio Rodríguez-Moñino, Américo Castro, José Fernández Montesinos, Vicente Llorens o José Manuel Blecua, alentaron el estudio de nuestra cultura dentro y fuera de España.
IdiomaEspañol
EditorialSiglo XXI
Fecha de lanzamiento27 ene 2015
ISBN9788432316388
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    Memoria del hispanismo - Joaquín Álvarez Barrientos

    Siglo XXI

    Joaquín Álvarez Barrientos (ed.)

    Memoria de hispanismo

    Miradas sobre la cultura española

    Autores del volumen: Edward Baker - Carlos Blanco Aguinaga - Alfonso Botti - Jean Canavaggio - Margit Frenk M.ª Cruz García de Enterría Martínez-Carande - Nigel Glendinning - Clara E. Lida Hans-Joachim Lope - Antonio Morales Moya Joseph Pérez - Álvaro Ruiz de la Peña Solar - Russell P. Sebold

    Ante lo que parece el final del hispanismo o de una importante etapa del mismo, este libro no pretende hacer balance de la actividad de los hispanistas, ni valorar o criticar sus aportaciones –aunque es claro su papel en la elaboración de nuestra imagen, del mismo modo que fue importante la presencia de los exiliados españoles en países como México y Reino Unido, por la difusión que hicieron de la cultura española y porque dinamizaron la vida intelectual de los lugares donde vivieron y trabajaron–, sino dejar testimonio de un periodo y un modo de hacer. Quienes escriben aquí, conscientes del momento de cambio, se preguntan quién es el hispanista y en qué consiste serlo.

    La mirada del otro nos identifica y aporta elementos de identidad; pero no es menos importante que esa mirada suele ser comparativa y que, por tanto, el resultado de la actividad hispanística sirve, o puede servir, para la historiografía española tanto como para la del lugar de procedencia del estudioso.

    El libro es, también, una suerte de homenaje a figuras que, como Antonio Rodríguez-Moñino, Américo Castro, José Fernández Montesinos, Vicente Llorens o José Manuel Blecua, alentaron el estudio de nuestra cultura dentro y fuera de España.

    Joaquín Álvarez Barrientos es Investigador Científico del CSIC. Centra su labor de investigación en asuntos relacionados con la literatura y la historia cultural de los siglos xviii y xix. Profesor invitado en universidades españolas y extranjeras, ha participado, como comisario o en consejos científicos, en varias exposiciones.

    Es autor o coeditor, entre otras publicaciones, de La novela del siglo xviii (1991); Costumbrismo andaluz (1998); Sistema de adornos del Palacio Real de Madrid (2002); Se hicieron literatos para ser políticos (2004), Ilustración y Neoclasicismo en las letras españolas (2005), Los hombres de letras en la España del siglo xviii (2006); Teatro y música en España: los géneros breves en la segunda mitad el siglo xviii (2008); La Guerra de la Independencia en la cultura española (2008), Miguel de Cervantes, «monumento nacional» (2009). Es «Premio Leandro Fernández de Moratín» de estudios teatrales.

    Diseño de portada

    RAG

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    Nota editorial:

    Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

    Nota a la edición digital:

    Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

    © los autores, 2011

    © Siglo XXI de España Editores, S. A., 2011

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.sigloxxieditores.com

    ISBN: 978-84-323-1638-8

    Mirar las miradas

    El origen de este libro está en una lejana conversación que mantuve con Russell P. Sebold, allá por los años noventa, en un viejo café ya desaparecido de la calle del Prado, cerca del Ateneo. Me habló, entre otras cosas, del Madrid que había conocido en sus primeros viajes a España y sentí la necesidad de que esa experiencia no se perdiera. Pero nada se pudo hacer entonces; pasó el tiempo y muchos años después, en 2007, volví a tener la misma sensación de que algo desaparecía mientras charlaba con Edward Baker y él recordaba su llegada a Madrid en 1961 y la impresión que le produjo la ciudad de que aún no había acabado la Guerra Civil, a pesar de los años transcurridos. Le propuse entonces que escribiera esos recuerdos y reflexiones, idea que rechazó de inmediato para mantener su pose de perezoso, aunque seguimos aún hablando de esa posibilidad y de unir su testimonio al de otros colegas hispanistas.

    La conversación derivó luego hacia nuevos asuntos, pero me quedé con la idea de organizar algo que pudiera responder a lo que habíamos hablado durante aquella comida. Por entonces preparaba La Guerra de la Independencia en la cultura española, que publicó Siglo XXI en 2008. De modo que aproveché la ocasión y le propuse esta nueva idea al que era su director entonces, Tim Chapman, que la aceptó, y ahora ve la luz en forma de libro.

    El hispanismo, su historiografía, su pasado, presente y futuro, es asunto que me ha interesado desde que tomé conciencia de algo tan obvio como la importancia que tenían muchos de los trabajos de profesores de fuera de España en la elaboración de las interpretaciones de nuestra historia. Fruto de ese interés, y de palpar cierta sensación de crisis, fue el monográfico que coordiné en marzo de 2001, en la revista Arbor, dedicado a estudiar los derroteros del hispanismo. Se tituló «El hispanismo que viene». Ya por entonces, pero sobre todo en los últimos años, había crecido la atención a este asunto, con la peculiaridad de que han sido los historiadores, y no los filólogos ni los historiadores de la literatura, los que se han dedicado a estudiar el fenómeno. Hasta no hace mucho, lo frecuente era aplicar el término «hispanista» a quienes se ocupaban de la literatura y la filología hispánica, no a los historiadores; lo cual, seguramente, tiene que ver con el canon de estudios antiguo y con el origen del fenómeno, centrado en los géneros valorados de la producción del Siglo de Oro, y con la idea de que ésa era la época que indiscutiblemente había que estudiar.

    Números de revistas, congresos, libros, dan muestra de esta creciente atención, que, a mi parecer, tiene también que ver con los momentos de duda y crisis de identidad nacional y con la preocupación por la imagen que ofrecemos fuera del territorio. Una preocupación que comparten los gobiernos del Estado. Pero este interés se relaciona, así mismo, con los cambios políticos de nuestro propio país, lo que lleva a hacer un balance del modo en que los otros, en este caso los hispanistas, han contribuido a interpretar nuestra historia, a dibujar nuestro retrato, y a preguntarnos sobre si nos identificamos con esas representaciones.

    La antigua situación de desequilibrio, de asimetría por causas políticas, que impedía determinados estudios, ha desaparecido, lo que hace inevitable la revisión de lo ya hecho, ante la sensación de que una etapa se ha acabado y otra comienza. Los términos puestos en circulación por Jean-François Botrel –«Hispanismo de sustitución, hispanismo de cooperación»– pueden servir para articular la realidad escénica en que nos movíamos hace más de diez años[1], aunque ese hispanismo de cooperación seguramente periclita ya también y nos dirigimos hacia otro tipo, no sólo de estudios, sino de modo de entender los trabajos. No sé si los jóvenes extranjeros que se dedican a los estudios hispánicos se consideran y denominan a sí mismos hispanistas, o si la categoría es ya, más bien, la de simple historiador, de la literatura, de la economía, de la cultura española. Quizá, en un futuro inmediato, el estudio de las cosas de España sea tan «normalizado» como cualquier otro.

    Por otro lado, cabe pensar así mismo que estos balances del hispanismo implican un final –al menos un final del hispanismo tal y como lo hemos conocido–, dada la nueva etapa política que permite abordar cualquier asunto y época desde cualquier enfoque, algo vedado a los investigadores españoles del siglo xx. ¿Nos encontramos, pues, al final del hispanismo? ¿Hay nuevos modelos de hispanismo y nuevas formas de ser hispanista? Y no me refiero sólo a los cambios de paradigmas y cánones que en los últimos años se han producido como consecuencia de la actividad investigadora. En algunos países no parece haber relevo generacional y, de forma muy extendida, la fascinación que España producía –fruto en parte del Romanticismo, de los viajeros y de la Guerra Civil– también ha tocado a su fin. Es posible que siga habiendo hispanismo, pero será otro hispanismo, porque tal vez ya no se nos ve tan raros, atrasados y extravagantes como en otros tiempos.

    En todo caso, inquirir por el hispanismo, por sus formas, vigencia, aportaciones, futuro, etc., manifiesta, seguramente, la necesidad, reiterada una y otra vez, de preguntarse por la naturaleza de lo español e incluso por el modo de ser español.

    Por eso, además de por lo señalado al comienzo, me parecía interesante recuperar algunas de las memorias, algunos recuerdos de los hispanistas de esa época que ya se acaba, los cuales, en no pocos casos, han ofrecido lecturas e interpretaciones de nuestro pasado cultural que han tenido eco en la sociedad.

    Este libro no pretende hacer balance de la actividad de los hispanistas, ni valorar o criticar sus aportaciones, aunque es claro su papel en la elaboración de nuestra imagen, del mismo modo que fue importante la presencia de los exiliados españoles en países como México y Reino Unido, tanto por la difusión que hicieron de la cultura española, como porque dinamizaron la vida intelectual de los lugares donde vivieron y trabajaron, como destacan Margit Frenk, Clara E. Lida y Nigel Glendinning. La mirada del otro nos identifica y aporta elementos de identidad, pero no es menos importante que esa mirada, como señala Alfonso Botti, sea una mirada comparativa y que, por tanto, el resultado de la actividad hispanística sirva o pueda servir para la historiografía española tanto como para la del lugar de procedencia del estudioso. Ahora bien, si es verdad que las miradas de dentro y de fuera se mezclan y establecen diálogos, no es menos cierto que, cuando esto sucede, ya no se habla de España, sino de los discursos sobre España. Igualmente oportuno es el debate sobre quién es hispanista y en qué consiste serlo. No está muy desarrollado, pero en las páginas que siguen casi todos los intervinientes se lo preguntan. En unos casos porque han trabajado en España y la definición del diccionario de la Academia Española explicaba en anteriores ediciones que hispanistas eran los no españoles que se ocupaban de las cosas de España; en otros, porque son hispanoamericanos o españoles exiliados que vivieron en América: ¿son también hispanistas? Hay quien se considera hispanista, a cambio de que el concepto incluya al mundo hispanoamericano, como Carlos Blanco Aguinaga. Algo que también reclama Joseph Pérez.

    En mi opinión, hispanismo e hispanista son términos y conceptos que han cambiado en poco tiempo. De tener una reducida significación han pasado a denominar a cualquiera que estudie asuntos hispánicos, en gran parte porque en 1962 se fundó en Oxford la Asociación Internacional de Hispanistas, y a ella pertenecen desde entonces no pocos españoles que viven y trabajan en España. Lo mismo sucede con el Portal del hispanismo del Instituto Cervantes. Si, por otra parte, acudimos a los diccionarios para aclarar un poco la cuestión de quién es y quién no es hispanista, encontramos que el Diccionario de Autoridades define hispanismo en 1734 como el «modo de hablar particular y privativo de la lengua española», que es significado repetido hasta hoy. La nueva acepción que interesa aquí aparece en 1936: «Afición al estudio de la lengua y la literatura españolas y de las cosas de España».

    Alfred Morel-Fatio, como indica Antonio Niño, había acuñado el término hispaniste en 1879[2], y Rafael Altamira, que en 1898 habló de «Hispanólogos e hispanófilos», en 1902 dedica al «hispanista» Arturo Farinelli su Psicología del pueblo español.

    Ahora bien, la nacionalidad del interesado en las cosas de España no debería preocupar a los que se preguntan si son o no hispanistas, porque no interesó en principio a la Academia, que, cuando incorpora la palabra al diccionario, en 1914 la define como «persona versada en la lengua y literatura españolas» sin más –y la lengua y la literatura implican en seguida a la historia, la política, las costumbres, etcétera. Este significado, que no restringía orígenes ni nacionalidades, continuó hasta que en 1956 se añadió la siguiente cláusula: «Se da comúnmente este nombre a los que no son españoles», para hacerla desaparecer treinta años después en la edición de 1984, donde se define hispanista como «la persona que profesa el estudio de las lenguas, literaturas o cultura hispánicas, o está versada en él».

    Los matices, ampliaciones y restricciones, de la definición se explican bien contextualizando los momentos en que se producen los cambios. Es obvio, por otro lado, que las limitaciones de sentido revelan cierto grado de problema e incomodidad, por parte de quienes vigilan la actividad cultural, respecto de aquellos incontrolados que pueden producir interpretaciones «alternativas», lo cual, a su vez, muestra la Historia española como un espacio ideológico.

    El interés exclusivista que parece haber existido durante algún tiempo y la necesidad de controlar los discursos entre los políticos y lexicógrafos españoles, no está en las definiciones de otros diccionarios, como por ejemplo en las que dan el Webster y The American Heritage Dictionary of the English Language, cuya primera edición es de 1969, que definen hispanist como «a specialist in the study of the languages, literatures, or cultures of Spain, Portugal, or Latin America», ampliando así el campo, como muchos hispanistas requerían.

    En todo caso, y al margen cuestiones terminológicas, lo cierto es que debemos a la producción extranacional significativas aportaciones, tanto como propuestas de método que han abierto o enriquecido líneas de trabajo e interpretación. Pero también hay sombras en el hispanismo, o, al menos, éste las ha producido, pues en algunas épocas y casos esas producciones han sido el germen de la desconfianza y de la sensación de padecer una forma de colonialismo, como si hubiera que apropiarse la cultura española mediante interpretaciones y explicaciones, de las que eran incapaces los nativos, que significaban el control del objeto de estudio. De esta forma, los trabajos de los hispanistas entraban en pugna, como si lo que se estuviera dirimiendo fuera el poder y el control, la preeminencia del hispanismo de una nación sobre otro. Pero, una vez más, lo que se manifestaba era que la historia y el pasado español continuaban siendo un territorio ideológico y de enfrentamiento. Y, en este sentido, cuántas veces se ha preferido una obviedad de alguien con nombre extranjero a una novedad de alguien con apellido español.

    Debo agradecer su disposición a los autores que participan en este libro. La limitación de espacio era un problema añadido a la hora de seleccionar, y ha habido problemas de diferente orden, empezando por los relativos a la salud. Podrían haber sido otros y distintas las anécdotas, pero similares, seguramente, el sentido y el contenido. Como suele decirse, no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Algunos de los que faltan no se encontraban en condiciones de colaborar; alguno falleció; otros declinaron la invitación por timidez o por estar muy ocupados.

    Los textos ofrecen ejemplos de trayectorias individuales, pero parecidas en muchos casos; casos de colaboración y ayuda, de creación de redes; y manifiestan, aún, gran amor al trabajo y a su materia de estudio. Proporcionan una imagen de la España de los años cincuenta y sesenta que ahora sólo conocemos por las películas de entonces. No cuesta nada imaginarlos caminando por la Gran Vía, Atocha, el Paseo del Prado o la Puerta del Sol, mientras Tony Leblanc, Laura Valenzuela, José Luis López Vázquez, Pepe Isbert, Antonio Ozores o Emma Penella ruedan alguna escena de El pisito (1958), Los tramposos (1959) o Lola, espejo oscuro (1965), por ejemplo. Y tampoco es difícil suponer a algunos de ellos en las manifestaciones universitarias de los sesenta, ni en las tertulias de las figuras de aquellos años.

    Por otro lado, de varios de estos textos emerge repetido un grupo de nombres que funciona como foco que irradia su personalidad, o como imán, ya para los profesores extranjeros que se acercaban, ya para los que, estando fuera, querían iniciarse en las cosas de España: Antonio Rodríguez-Moñino, Américo Castro, José Fernández Montesinos, Vicente Llorens, José Manuel Blecua, Enrique Tierno Galván. Una red de nombres, dentro y fuera del país, que formó una estructura más allá de lo nacional y empujó el interés por las cosas de España, hasta dar un giro, al ampliarlo, al hispanismo que se conocía por entonces, centrado, sobre todo en Francia e Inglaterra, en el Siglo de Oro y en la Edad Media. Los siglos xviii, xix y xx conocieron el interés de nuevas figuras, llevados por nuevas interpretaciones políticas e ideológicas.

    Los ensayos que figuran a continuación se pueden dividir en dos grandes grupos. Los que priman lo personal y autobiográfico, y desde ahí hacen su reflexión sobre la materia a la que se dedicaron y el lugar del hispanismo, así como acerca de la vida, la política, las costumbres españolas que conocieron y conocen ahora; y los que directamente se preguntan por la condición y carácter del hispanismo. Pero prácticamente todos, de un modo u otro, se interrogan por el futuro de esta actividad. En algún caso, visto como posible disciplina; en otros, vinculado a la imagen e idea de España como nación, para hacer evidente la crisis de identidad referida al comienzo de estas paginas. Es el caso de Joseph Pérez y Antonio Morales Moya. Algunos, como Álvaro Ruiz de la Peña, M.a Cruz García de Enterría, Hans-Joachim Lope y Jean Canavaggio, aprovechan para poner de manifiesto el estado y evolución del hispanismo en el momento en que deciden (o deciden las circunstancias) dedicarse a estudiar la literatura española y su cultura. Se puede pensar que hay tantos hispanismos como hispanistas, pero de los testimonios se desprende que hubo un canon que ahora está en cambio y revisión, a lo que contribuyeron, entre otras, las figuras que componen este libro, y que hasta no hace mucho esa noción de hispanista tenía unos referentes bastante claros, que empezaron a cambiar, seguramente primero en Norteamérica, por el influjo de las nuevas últimas (o penúltimas) corrientes teóricas: los estudios de género, culturales, etc. También se confirma la importancia que los exiliados tuvieron en el desarrollo del hispanismo, sobre todo en el continente americano, y cómo les somos deudores de la difusión de lo español por aquellas tierras, así como de favorecer la curiosidad por la cultura española. En no pocos casos, esos estímulos iban dirigidos a recuperar del olvido partes de nuestra historia entonces silenciadas, no sólo por razones políticas, sino también por lo que se ha llamado «hispanismo oficial o integrado».

    Los ensayos que se editan dialogan entre sí. No sólo por las perspectivas individuales y las ideologías que están detrás de cada caso, sino porque los autores representan la variedad de la época, o, al menos, cierta variedad. Unos son españoles; otros, no. Unos se quedaron en España; otros, no. Por otra parte, faltan representantes del hispanismo oriental y africano, pero éstos comenzaron más tarde, y hay poca presencia femenina, no tanto porque en la época hubiera menos mujeres dedicadas a estudiar lo español, como sucedía, cuanto por cierto pudor que ha retraído su colaboración.

    Queden estos trabajos como un paso más hacia la Historia del hispanismo, relato que aún espera ser contado.

    Joaquín Álvarez Barrientos

    CSIC (Madrid)

    [1] «Las miradas del hispanismo francés sobre la España contemporánea», en Ismael Saz (ed.), España: la mirada del otro. Ayer 31 (1998), pp. 59-82.

    [2] Véase su excelente libro, Cultura y diplomacia. Los hispanistas franceses y España, 1875-1931, Madrid, CSIC/Casa de Velázquez, 1988, p. 3.

    I. Comment peut-on être hispaniste? Etapas de un juego de rol

    Hans-Joachim Lope

    Rien ne se fait sans un peu d’enthousiasme.

    (Voltaire)

    Nací en abril de 1939. Mi padre está enterrado en alguna parte de Rusia. Vagamente me acuerdo de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y de mi ciudad natal en llamas. A principios de 1945 fuimos liberados por los aliados occidentales. Y nunca olvidaré al G. I. que, desde su tanque, le lanzó el primer chicle de su vida al arrancapinos andrajo­so que yo era, mientras le miraba con curiosidad ante un decorado kafkia­no de ruinas. De re­pente, to­do cam­bió: Benny Goodman y Glenn Miller en vez de Erika y Heidi, Heido, Heida, pero tam­bién la Gue­rra Fría, la división alemana, el silencio de los pa­dres sobre el pa­sa­do inmedia­to y la experiencia de un adolescente que tuvo que consta­tar lo poco atractivo que era ser identifica­do como alemán más allá de las fronteras. En el mundo en que vi­víamos se ha­bía acordado que la ino­cencia an­ti­fas­cista residía en la República Democrática Alemana, y que Beet­­­ho­ven había sido austríaco y Hitler ale­mán... Sin embargo, las ideas pan­eu­ro­peas también gana­ban te­rreno y per­mitían a sus adep­tos jun­tarse y bus­car contactos más allá de las fronteras estatales y ge­neracionales. Yo he podi­do cre­cer, vivir y estudiar en una Ale­ma­nia que no ha co­no­cido la guerra des­de hace aho­ra más de sesenta años.

    ¿España? A mediados de los años cincuenta, al iniciarse la primera ola de inmigración de obreros extranjeros a la República Federal, un joven cura español se dirigió a nuestra parro­quia (reformada) pidiendo ayuda pa­ra sus compatriotas en lo que concernía al pape­leo admi­nis­trativo, la busca de alojamiento y los problemas de comunicación en general. Es­te joven nos impre­sio­nó, no sólo por su falta absoluta de prejuicios, sino también por su repertorio ina­go­table de chis­tes sobre Franco y su Ré­gi­men. El calvinista renano que era y sigo sien­do se dio cuen­­ta de que, manifiestamente, hubo otras patrias difíciles en Eu­ro­pa, aparte de Ale­ma­nia, y que algo estaba cambiando en el mun­do católico –una es­pe­ran­za que se corroboraría poco después con la llegada del papa Juan XXIII. La con­se­cuen­cia era cla­ra: ni Es­pa­ña ni Portugal debían quedarse apar­­ta­dos de la Europa nue­va. Que­ría apren­der español. Pero el español no se enseñaba en el liceo que frecuen­ta­ba. «¿Qué quie­res hacer con el español? Nadie lo habla» –ésta era la tesis algo atre­vi­da de uno de mis pro­feso­res de ins­tituto. Pues bien: inglés, fran­cés, latín. Y el castellano por ini­ciativa pro­pia. Sería una nue­va generación de hispanistas la que introduciría y an­claría fir­me­men­te el español en el sistema escolar de la República Federal.

    Mi primer viaje a España, en 1958, me condujo a la

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