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Nación y nacionalización: Una perspectiva europea comparada
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Libro electrónico605 páginas9 horas

Nación y nacionalización: Una perspectiva europea comparada

Por AAVV

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El estudio de los procesos de nacionalización, esto es, de la difusión social de las identidades nacionales, es uno de los aspectos centrales para el campo de investigación dedicado al nacionalismo. Sin embargo, se trata de un ámbito que cuenta todavía con una relativa escasez de trabajos, especialmente cuando se aborda desde una perspectiva comparada. El presente volumen se dedica al estudio de los procesos de nacionalización en los marcos de los Estados-nación europeos. El caso español es objeto de especial atención, aunque desde una perspectiva comparada con los países de su entorno, lo que permite plantear dudas acerca de la supuesta excepcionalidad del proceso de nacionalización español. El volumen se compone de trece estudios escritos por historiadores procedentes de nueve universidades europeas y españolas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 may 2014
ISBN9788437093154
Nación y nacionalización: Una perspectiva europea comparada

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    Nación y nacionalización - AAVV

    INTRODUCCIÓN

    Ferran Archilés

    Marta García Carrión

    Ismael Saz

    En 1983 Ernest Gellner publicó su libro Naciones y nacionalismo, una obra en la que sintetizaba más de dos décadas dedicadas al estudio de la cuestión nacional, en lo que pasaría a convertirse en un clásico por derecho propio de este campo de estudio. En aquel mismo año, vio la luz el trabajo de Benedict Anderson Comunidades imaginadas, otra de las piedras miliares de la renovación de los estudios sobre nacionalismo. En realidad, los primeros años ochenta se convirtieron en uno de los periodos más fructíferos en la renovación de los trabajos de las identidades nacionales y especialmente en el marco de lo que ha venido a denominarse la teoría modernista en el estudio del nacionalismo. Aunque ya fuera evidente en aquel momento, lo sería con mucha mayor claridad a lo largo de las dos décadas posteriores; se trató casi de un giro copernicano (sin menospreciar trabajos previos como los de Hans Kohn, Karl W. Deutsch y Anthony Smith) en la forma de abordar el estudio de las cuestiones identitarias nacionales.

    Sin embargo, en la década de los setenta habían visto la luz dos trabajos: La nacionalización de las masas, de George L. Mosse, publicado en 1974, y al año siguiente Peasants into Frenchmen, de Eugen Weber. Estos trabajos, de cuya importancia no nos cabe hoy día ninguna duda, debieron haber sido en su momento tan importantes como lo fueron las innovaciones de la década posterior. En cierto sentido, así fue, pero habitualmente solo para las historiografías dedicadas al estudio de la historia de Alemania o de la historia francesa. Su influencia resultó, por tanto, totalmente inexistente, y además un tanto distorsionada. Tal vez pueda resultar significativo el hecho de que el trabajo de Mosse no se tradujo al español hasta 2001, mientras que, por su parte, la obra de Weber no lo ha sido nunca. Entre otros muchos méritos, los trabajos de Mosse y Weber situaron en el centro de sus investigaciones el problema de la nacionalización, esto es, de la difusión social de las identidades nacionales. Más allá del estudio del nacionalismo entendido como ideología (considerada más o menos coherente), elaborada por unas élites autoconscientes de intelectuales o políticos, puesto que esta había sido la caracterización más frecuente en el estudio del nacionalismo, los estudios dedicados a los procesos de nacionalización ampliaban el repertorio de problemas que merecían ser estudiados. Independientemente de los planteamientos teóricos que estaban en la base de los trabajos de Mosse y de Weber, que en ningún caso configuran forma alguna de paradigma ni pueden ser considerados como parte de un mismo marco teórico, ambos abrieron un horizonte hacia consideraciones más propias de una historia social de la construcción de identidades. Planteamientos que, sin embargo, han tardado en ser transitados y en algunos casos lo han sido solo de manera muy parcial. De hecho, ni Gellner ni Anderson, en los trabajos mencionados, parecieron haber acusado de manera explícita el impacto de las obras a las que nos referimos.

    En cierto sentido, los trabajos de Weber y Mosse pasaron a convertirse en una suerte de clásicos finalmente más citados que verdaderamente discutidos y desarrollados en muchas de sus implicaciones. Convertidos en monumentos, frecuentemente las tesis defendidas por sus autores han pasado a ser entendidas como paradigmas cerrados de interpretación de la historia de Francia y Alemania. Desde luego, hoy en día nos encontramos con un escenario historiográfico, pero no solo, mucho más matizado gracias a que se han ido acumulando investigaciones, estudios de caso, monografías, etc., sobre los procesos de nacionalización. Probablemente seguimos tan lejos de disponer de un paradigma (si es que tal cosa es deseable) sobre los procesos de nacionalización como lo estuvimos en la década de los años setenta. Sin embargo, contamos con un conjunto mucho más refinado de planteamientos teóricos, repertorios de temas que estudiar y perspectivas metodológicas. Abordar hoy en día el estudio de los procesos de nacionalización en el contexto europeo resulta, en definitiva, una tarea mucho más fácil, aunque no por ello menos sometida a las incertidumbres de todo aquello que aún ignoramos, ni menos apasionante.

    Nación y nacionalización. Una perspectiva europea comparada ha nacido del impulso más reciente del grupo de trabajo que, desde hace más de década y media, ha venido ocupándose del estudio de los procesos nacionales en el Departament d’Història Contemporània de la Universitat de València, contando con la participación de más de treinta especialistas procedentes de universidades españolas, europeas y americanas. Nuestro trabajo se ha desarrollado en el marco de sucesivos proyectos, financiados por el Ministerio de Educación y la Generalitat Valenciana, y actualmente en el proyecto De la dictadura nacionalista a la democracia de las autonomías: política, cultura, identidades colectivas (HAR2011-27392).

    Una vez más, los esfuerzos de nuestro grupo de investigación han pretendido convertirse en una plataforma de diálogo con especialistas de otros proyectos de investigación dedicados al estudio de los procesos de construcción nacional tanto en España como en el resto de Europa. Junto con diversos artículos en revistas nacionales e internacionales, los dos volúmenes más recientemente publicados son Ismael Saz y Ferran Archilés (eds.): Estudios sobre nacionalismo y nación en la España contemporánea (Zaragoza, PUZ, 2011), e Ismael Saz y Ferran Archilés (eds.): La nación de los españoles (Valencia, PUV, 2012). Si bien el eje central de los trabajos desarrollados por nuestro grupo de investigación se ha dedicado al caso español, la perspectiva comparada, especialmente con el contexto europeo, ha sido una constante. Por ello consideramos que había llegado el momento de editar un volumen que contara con la participación directa de algunos de los mejores especialistas europeos en el estudio de los procesos de construcción nacional, lo que pudiera permitir, como resultado paralelo, una consideración más compleja del caso español.

    En la base de este libro está el Congreso Internacional «Procesos de nacionalización en la Europa contemporánea», celebrado en Valencia en abril de 2012, y organizado y financiado por el Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (MuVIM) y el proyecto de investigación citado. En este congreso se dieron cita catorce especialistas procedentes de ocho universidades de cinco países europeos. En el presente libro se recogen no tanto las actas de aquel encuentro, como las contribuciones derivadas de aquella puesta en común, verdadero brainstorming dedicado al estudio de los procesos de nacionalización. Los textos que componen Nación y nacionalización. Una perspectiva europea comparada son, por tanto, el resultado de una explícita voluntad de trabajar desde una perspectiva de historia comparada, considerando el marco europeo (al menos de Europa occidental) como un ámbito natural para la historia comparada. Máxime teniendo en cuenta que, por paradójico que pueda resultar expresarlo así, pocos ámbitos de estudio puede haber para una perspectiva de estudio transnacional como el de los fenómenos de la nación, el nacionalismo y los procesos de nacionalización. En este sentido, una parte importante del libro está compuesta por trabajos dedicados al estudio de los procesos de nacionalización en la España contemporánea basados en esta perspectiva comparada y transnacional.

    Ciertamente, el estudio de los procesos de nacionalización en España ha sido uno de los temas clave para el estudio de la nación y el nacionalismo en el ámbito español. No han faltado, por tanto, referentes desde los que partir. Pero, sin duda, a pesar de la exuberancia del debate, son todavía muchos los aspectos que nos faltan por conocer. Aportar un mejor conocimiento del caso español es, por tanto, también uno de los objetivos del presente volumen.

    Ello no significa que, ni por lo que respecta al caso español o a otros casos europeos (italiano, francés o portugués), ni por lo que respecta a una perspectiva teórica unificada, el presente volumen intente ser una obra ni exhaustiva ni concluyente. Una de las conclusiones que pudieron extraerse de las sesiones de debate acaecidas durante el citado congreso y que en gran medida está presente en la mayoría, si no en la práctica totalidad, de los textos de este libro es el hecho de que no existe una definición única ni del concepto de nacionalización ni de la manera como debe abordarse su estudio. Pero ello no significa, antes al contrario, que debamos resignarnos a una suerte de cacofonía de voces y definiciones. Porque es en el seno de esta diversidad conceptual donde se hallan algunos de los desafíos y también, por qué no, logros ya alcanzados a la hora de profundizar en los procesos de nacionalización en el marco europeo. Así, por ejemplo, el modelo de «nacionalización de las masas» planteado por George L. Mosse parece presentarse a nuestros ojos no tanto como un modelo exportable para el estudio de los procesos de difusión de las identidades nacionales a otros casos más allá del alemán, sino al estudio (puesto que así fue concebido por Mosse, y dejando ahora al margen el debate sobre las singularidades de la historia alemana) de la construcción de una cultura nacionalista que pudo sentar las bases para el ascenso del nazismo. En otro sentido, la monumental obra de Eugen Weber nos ha iluminado e ilumina sobre el papel del Estado en su contribución a los procesos de construcción nacional, pero marginó todas aquellas formas de nacionalización que procedían de los ámbitos más allá del Estado, ámbitos que procedieron de la sociedad civil (de las culturas políticas a las prácticas de sociabilidad y toda suerte de nacionalismo «banal» a la manera expresada por Michael Billig). En Nación y nacionalización se aborda un amplio abanico de problemas referidos al estudio de los procesos de nacionalización en la Europa y la España contemporáneas que tratan de combinar el estudio de aquellos aspectos directamente vinculados a la acción del Estado con los mecanismos que se encuentran más allá de la acción institucional de los poderes públicos. En este sentido, en los diversos trabajos encontramos un amplio repertorio de temas y perspectivas: contribuciones sobre el rol de los intelectuales, y específicamente del discurso histórico y los historiadores; el papel jugado por las culturas políticas (fascistas, reaccionarias o izquierdistas) y los mitos y símbolos promovidos por el nacionalismo; la función ejercida por aspectos frecuentemente obviados como son la dimensión regional o el imperialismo; el papel desempeñado por los espectáculos de masas, como son el cine y el fútbol; y, en definitiva, procurando incorporar perspectivas de historia «desde abajo» y de género que iluminan dimensiones habitualmente opacas en la comprensión de los procesos de nacionalización.

    Ciertamente, en el presente volumen son muchas las perspectivas que seguramente no se han podido abordar, y diversos los casos de la Europa occidental que no están presentes. Ello se debe no tanto a una falta de voluntad por nuestra parte para incorporarlos, como a las dificultades de financiación que entraña todo encuentro internacional, especialmente en la muy difícil coyuntura económica en que nos encontramos. En este sentido, queremos agradecer muy especialmente el apoyo prestado por el MuVIM, que cofinanció el congreso mencionado. Porque lo cierto es que si difícil es la coyuntura económica española, más todavía lo es la situación valenciana. A ello hay que añadir, además (y tal vez no haya un lugar más pertinente para referirse a ello que la introducción de un libro dedicado a la construcción de los procesos identitarios nacionales), las dificultades que entraña, para espacios periféricos a los centros de poder económico e intelectual, el poder desarrollar muchas de sus actividades. Ese es el caso de Valencia, donde la práctica total ausencia de instituciones públicas o privadas dedicadas al fomento de actividades en el campo de las ciencias sociales y las humanidades convierte en todavía más compleja la organización de encuentros, publicación de trabajos, etc. Por otra parte, el carácter periférico permite tal vez una mirada, si no más crítica, al menos con mayor perspectiva en lo que respecta al conjunto español. Algo cada vez más necesario a la luz del proceso aparente de recentralización de la vida económica y cultural al que parecen abocarnos los tiempos que corren.

    Para terminar, los coordinadores de este volumen queremos agradecer su ayuda, como se ha señalado, al MuVIM y especialmente a Vicent Flor, que actuó como coordinador técnico del congreso mencionado, por las facilidades que puso a nuestra disposición, así como al resto del equipo técnico del Museu y a los traductores de las sesiones. Asimismo, queremos agradecer a Publicacions de la Universitat de València, que se ha encargado de la edición del libro con su habitual profesionalidad. Finalmente, queremos mostrar nuestro agradecimiento a Mónica Granell, que ha realizado la traducción de tres de los capítulos que conforman este libro.

    València, abril de 2012

    FRANCIA: JACOBINISMOY PETITES PATRIES

    Anne-Marie Thiesse

    CNRS/ENS-Paris

    «La República Francesa es una e indivisible». Esta definición se inscribió en la primera Constitución francesa de 1793, y sigue vigente hoy en día. Francia se ha caracterizado frecuentemente por su tradición jacobinista, que enfatiza la uniformidad administrativa, jurídica y política del territorio nacional, algo que implicaría, en consecuencia, una uniformidad cultural. La centralización del Estado ha sido una dinámica a largo plazo, puesta en marcha bajo el Ancien Regime y reafirmada constantemente durante la época nacional. Sin embargo, a pesar de que la construcción del Estado está claramente marcada por la centralización y la posición dominante de París sobre el resto de Francia, este proceso de construcción de la nación ha sido mucho más complejo. La historiografía francesa presenta, por lo general, la construcción nacional de Francia como algo determinado por la unificación, concebida más o menos como uniformización, y se entiende como parte de la excepcionalidad francesa. Sin embargo, varios estudios recientes muestran que las referencias a las culturas e identidades regionales han desempeñado un papel importante en el proceso de nacionalización, al igual que en otros países europeos.¹ El regionalismo, tanto en el campo político como en el cultural, ha sido desatendido por los historiadores franceses, incluso negado, ya que la nacionalización y la regionalización han sido planteadas principalmente como polos antagónicos. Desde esta perspectiva, la nacionalización se ha asociado con la noción de progreso económico, social y político, y el regionalismo se ha considerado un residuo arcaico, una resistencia a la modernidad, una fortaleza monárquica y católica de antirrepublicanismo.²

    Comprender el proceso de «nacionalización regionalista», incluso en el caso francés, nos obliga a considerar el hecho de que los procesos de nacionalización y regionalización están entrelazados. Las culturas regionales modernas, como las culturas nacionales, se basan en innovaciones y en «invención de tradiciones». En el caso francés, la formación de culturas regionales modernas, iniciada a principios del siglo XIX, se intensificó de forma continuada en la segunda mitad del siglo XIX. Y así, en lugar de mirar hacia atrás y cerrarse sobre sí misma, podría utilizarse como un paso decisivo para fomentar un sentimiento patriótico en la población.

    Aunque pocas veces se menciona en los estudios académicos sobre el periodo, la Tercera República fue el momento culminante para el regionalismo cultural (especialmente para la pintura, la literatura, la arquitectura, el diseño) y los movimientos que demandaban una mayor autonomía regional y la descentralización del Estado.³ Esta República se instauró en 1870, después de la derrota del Segundo Imperio por una coalición de estados alemanes. Sus inicios estuvieron marcados por los acontecimientos revolucionarios de la Comuna de París y por los intentos de restablecer un régimen monárquico. Sin embargo, esta Tercera República duró setenta años, y se derrumbó después de otra derrota nuevamente a manos de las tropas alemanas en junio de 1940. De hecho, un aspecto crucial del periodo fue la nacionalización de las clases populares, es decir, su plena integración en el Estado-nación. El historiador estadounidense Eugen Weber describió esta evolución mediante la fórmula «de campesinos a franceses». De esta forma, hacía hincapié en el hecho de que la integración de la población rural en el espacio nacional era todavía relativamente escasa a principios de la Tercera República. Esta hipótesis de Weber fue muy criticada en su momento por los historiadores franceses, pero la cuestión planteada por las élites políticas y culturales francesas durante las primeras décadas de la Tercera República tenía que ver no solo con la integración de la Francia campesina, sino sobre todo con la integración de los trabajadores industriales en los mecanismos nacionales. La clase trabajadora urbana fue percibida claramente como peligrosa, atraída por la ideología internacionalista o anarquista. En cambio, desde la Revolución de 1848, el campesinado francés fue percibido, más bien, como conservador, y conocido como un mundo de paz, sabiduría y gran autenticidad. Por eso, la promoción de las culturas regionales fue, sobre todo, una promoción del campesinado, presentado como la auténtica Francia popular. Se consideró que las culturas regionales estaban dedicadas a la naturaleza, la vida rural, los agricultores y el trabajo artesanal. Por el contrario, el mundo industrial se presentó como algo ajeno y degradante para los seres humanos.

    Dos instituciones fueron las encargadas de desarrollar un fuerte sentimiento nacional: el reclutamiento militar y la escuela primaria. Las leyes de Jules Ferry (1881-1882), nombrado después ministro de Instrucción Pública, establecieron un sistema de educación pública. Asistir a la escuela se convirtió en algo obligatorio para todos los niños de 6 a 12 años. Las escuelas públicas eran seculares y gratuitas. Los nuevos curricula incluían formación en literatura, historia y geografía de Francia, así como educación cívica. Los maestros, los libros de texto y los mapas escolares hacían que los niños se enfrentaran constantemente a las representaciones de la nación. Uno de los libros de texto más famosos de la época estaba concebido como un recorrido circular alrededor de Francia. Leyendo esta novela escolar de septiembre a junio, los alumnos seguían los pasos de dos huérfanos alsacianos que escapaban de la ocupación alemana de su ciudad natal para encontrar parientes en su patria. El título del libro era el Tour de la France par deux enfants. Devoir et patrie⁴ (el Tour de Francia de ciclismo fue creado en 1903). Después de esta peregrinación patriótica, los escolares tenían que adquirir no solo un conocimiento de la nación, de sus paisajes y recursos, de los héroes de la historia, sino también una «educación sentimental», aprendiendo a alabar, admirar, adorar y amar a su patria. Se les enseñaba que la diversidad de Francia era una gran fuente de orgullo nacional. Francia se caracterizaba por su extraordinaria diversidad de paisajes, climas y recursos. El tópico de «la unidad rica en su diversidad» se formuló en muchos países europeos durante este periodo (y se convirtió en el lema de la Unión Europea en el año 2000); pero una interpretación típicamente francesa de esta expresión se había forjado en la segunda mitad del siglo XIX y presentaba a Francia como contenedora de una excepcional diversidad de paisajes, climas y producción agrícola. Se decía que era una combinación perfecta entre el norte y el sur, es decir, una síntesis de todo el continente, el único país verdaderamente universal, líder natural de Europa. Esta concepción de Francia, afirmada a menudo en el discurso académico de la época, era por supuesto una forma de compensar el declive relativo del poder francés en el continente (esta concepción de Francia todavía se enseña en la escuela, por lo general, en tercer curso de enseñanza secundaria, en clase de geografía).

    Pero había otra manera de enseñar este sentimiento patriótico, que se basaba en un principio pedagógico: la idea de patria (patrie) era un concepto demasiado abstracto, demasiado distante de las percepciones de los niños para que pudiera ser realmente apreciado y entendido. Sería, entonces, más eficaz empezar la enseñanza en el mundo que los niños realmente conocían: su origen común, familiar, el espacio que los rodeaba; conocer este espacio más pequeño y aprender por qué era digno de ser amado, y luego, gradualmente, ampliar el conocimiento y el amor a la patria, que parecía ser el modelo más eficaz de educación patriótica. La noción de petite patrie, ‘patria chica’, fue utilizada intensamente en los discursos patrióticos y pedagógicos durante la Tercera República.⁵ El término es una clara adaptación de la palabra alemana Heimat, como expresa en este texto el destacado filólogo Michel Bréal:

    Me gustaría que la enseñanza de la geografía tomara realmente como punto de partida el lugar donde viven los niños. [...] Cuando los niños conozcan lo que llaman «patria chica», en la otra orilla del Rin, habrá llegado el momento de mostrarles la gran Patria. [...] Me gustaría que, principalmente, hubiera hechos y datos que pusieran de manifiesto cómo cada parte de Francia contribuye a la grandeza y a la prosperidad de todo el país.

    La llamada petite patrie, como la Heimat alemana, podría ser una zona más o menos extensa: la ciudad, el départament o incluso la región. El significado subjetivo, que lo asociaba con la familia, las raíces, el amor, las emociones o los cuidados, era decisivo.

    Entonces se podría decir: «El amor de la petite patrie es la base del amor a la gran Patria». Esta frase se expuso repetidamente en el discurso pedagógico durante décadas, como en esta cita tomada del prólogo a un libro de historia escrito por uno de los historiadores republicanos más famosos de finales del siglo XIX:

    Francia es una e indivisible, pero se compone de diferentes partes, cada una de las cuales tiene su espacio como unidad. Somos franceses, pero también somos de Bretaña, Normandía, Picardía, Flandes, Lorena, Borgoña, Provenza, Languedoc o Gascuña. Todos nosotros tenemos una patria chica de la que amamos los paisajes familiares, los trajes, las costumbres, el acento y de la que nos sentimos orgullosos. No hay nada más legítimo que amar esta patria chica, nada es más natural, nada es más apropiado para fortalecer el amor por Francia, nuestra patria común.

    Hay que destacar que, en la promoción de las culturas regionales, estas eran consideradas desde una simple perspectiva patrimonial. La enseñanza regionalista no significaba mantener vivas las culturas populares realmente existentes. Era, más bien, una promoción del folclore tal como había sido creado por los eruditos desde principios del siglo XIX. Es decir, era más una cultura de exposición, de espectáculo, alabada como herencia y utilizada para actos festivos, colecciones de museos y estudios etnográficos. Este punto de vista patrimonial se expresó claramente en las cuestiones lingüísticas. El francés era el único idioma que se enseñaba en la escuela en el territorio estatal, a pesar de la fuerte diversidad lingüística de Francia y la codificación de las lenguas subnacionales durante el siglo XIX (principalmente el bretón y la lengua de oc). Los dialectos del francés y otras lenguas (bretón, occitano, vasco o flamenco) fueron tratados como lenguas inferiores y corruptas, y fueron prohibidos en las escuelas, a pesar de que muchos maestros podían entenderlos y hablarlos. A veces, estos profesores eran miembros de asociaciones que promovían dichos dialectos en la poesía y la narrativa. Las autoridades estatales prohibirían repetidamente la enseñanza de otras lenguas que no fueran el «francés nacional». No obstante, se animó a los maestros para que hicieran estudios locales, desde la historia, la geografía, el folclore y las ciencias naturales. En la época se escribieron numerosas monografías sobre las aldeas, y no solo lo hicieron los maestros de las escuelas, sino también los sacerdotes, porque el clero católico, en un contexto de intensa competencia entre la República y la Iglesia, también se dedicó con fuerza al ámbito de los estudios locales.

    Durante la Tercera República se publicaron numerosos libros escolares de carácter regional. Sus autores eran profesores, directores de écoles normales (escuelas de formación del profesorado) e inspectores escolares. Había algunas series transregionales pero no un modelo nacional. Los textos que se presentaban en estos libros se extraían de publicaciones académicas, publicaciones de las sociedades eruditas, observaciones de viaje y textos literarios. (Algunos maestros de este periodo publicaron novelas regionales o poesía).

    En estos libros de texto, la petite patrie, a menudo, era descrita como un valioso componente del maravilloso mosaico nacional, pero también podía ser presentada de otra manera notable. La petite patrie fue concebida, entonces, como la quintaesencia de la nación, como una miniatura de la gran nación.⁹ Por ejemplo:

    Casi todas las páginas de la historia de nuestro departamento ejemplifican la gran Historia de Francia.¹⁰

    Historia local: significa el estudio de la historia nacional basada en el conocimiento de hechos pasados que han dejado vestigios en la región, en la ciudad cercana.¹¹

    Entonces, lo fundamental para una petite patrie era que fuera descrita como un resumen de la gran nación, que es, a su vez, un resumen de segundo grado de Europa.

    Estos libros no solo proporcionaron un gran conocimiento de la petite patrie, sino también el discurso apropiado para alabarla. En el prólogo y en los textos, estos libros se dirigían a los niños y les decían que su petite patrie era maravillosa y que nunca debían abandonarla.¹² Durante la Tercera República, el llamado «éxodo rural» llevó a los campesinos franceses no a emigrar al extranjero, sino a abandonar sus aldeas para ir a las ciudades industriales francesas. Los libros de texto regionalistas dieron muy poco espacio al mundo urbano e industrial, presentado no como el presente y el futuro de Francia, sino más bien como un mundo ajeno, deshumanizante y horroroso.

    En realidad, estos reiterados llamamientos a los niños para que permanecieran en sus petite patrie, para que resistieran cualquier tentación de dejarla, podían entenderse como un llamamiento para que los futuros ciudadanos permanecieran en su espacio, es decir, su espacio social. Los numerosos discursos sobre la diversidad de las regiones, todos diferentes pero complementarios, fueron haciendo hincapié, probablemente, en una metáfora de la nación que reconocía las diferencias, pero las presentaba desde una perspectiva pacífica de complementariedad. Cada ciudadano sería valorado, entonces, por la permanencia en su lugar de nacimiento, donde se merecía tener una vida feliz y próspera. Libertad, igualdad y fraternidad, pero no movilidad. Esta concepción de la nación suena conservadora, pero hay que subrayar que los movimientos izquierdistas del periodo no consideraban la movilidad social como algo positivo. La creciente movilidad social de los individuos fue presentada generalmente como una traición a la clase social de origen. En las novelas de inclinación izquierdista, los escritores regionalistas describían la marcha de los campesinos a las ciudades industriales como una entrada en el «ejército del Capital».

    Esta característica del regionalismo como conciliador nacional se pudo observar con motivo de la Exposición Internacional de Artes y Técnicas de París en 1937. El Centro de Exposiciones francés se organizó bajo el signo del regionalismo.¹³ Esta estrategia de la exposición, decidida antes de las elecciones que llevaron a la formación del Gobierno del Frente Popular, fue aceptada por el gobierno de Leon Blum. Y, como pusieron de relieve los discursos oficiales, esta referencia al regionalismo debía mostrar la unión de todos los franceses en tiempos difíciles: «El patriotismo y el regionalismo no son contradictorios».¹⁴

    Tres años después, la Tercera República se derrumbó, en unos pocos días, tras la victoriosa invasión alemana. El Gobierno del mariscal Pétain hizo un uso fuerte y lleno de referencias al regionalismo en su propaganda en favor de la llamada Revolución Nacional.¹⁵ Las artes y las prácticas regionales fueron recomendadas encarecidamente. O, mejor dicho, esta propaganda exaltó las provincias y el provincialismo, términos que son más coherentes con la ideología monárquica de Charles Maurras y de Action Francaise. (Hablar de regiones y regionalismos sonaba mucho más republicano). Durante todo el periodo de ocupación de la Alemania nazi, el discurso nacionalista incitó a los franceses a volver a la tierra, a reafirmar a Francia como un país católico y rural. El uso de las petites patries era, en muchos aspectos, similar a los «Heimats secuestrados» de la Alemania nazi y la España franquista, estudiados por Xose-Manoel Núñez y Maiken Unmbach:

    La Alemania nazi y la España franquista muestran la fluidez de las identidades locales y regionales. Como discurso de la identidad, el regionalismo era compatible con los nacionalismos autoritarios y totalitarios, dirigidos por el Estado. Bajo el régimen de Franco y el de Hitler, un imaginario y una iconografía regionales o sub-nacionales, y en cierta medida incluso un discurso del pluralismo regional y etnográfico, se fusionaron con la construcción del Estado centralista y con un llamamiento muy emotivo a la nación como comunidad superior.¹⁶

    Como ocurrió en el caso de los «Heimats secuestrados» de la Alemania nazi y la Italia fascista,¹⁷ las petites patries en la Francia de Pétain formaron parte de una compleja mezcla de modernidad y arcaísmo.¹⁸ Pero hay que subrayar que la propaganda de la llamada «Revolución Nacional», que pretendía restaurar la «auténtica Francia», se basaba en la negación de la realidad, esto es, la ocupación alemana del territorio francés y la colaboración del régimen.

    La apropiación de las culturas locales y regionales por parte de la propaganda de un gobierno antirrepublicano, que supuso una política de colaboración con la Alemania nazi, es una de las razones de la asociación, muy común, entre regionalismo y antirrepublicanismo en la Francia de posguerra. El regionalismo aún se sigue considerando en Francia, en gran medida, un movimiento reaccionario que sería básicamente hostil a la democracia y que a menudo se denuncia como una amenaza contra la unidad nacional. Generalmente, los movimientos identitarios subnacionalistas de los años sesenta y setenta (Bretaña, Occitania) se presentaban a sí mismos como anticolonialistas y anticapitalistas; sus discursos estaban llenos de citas tomadas de Marx, Mao o Gramsci. Haciendo hincapié en su orientación izquierdista radical, querían mostrar sus diferencias con la ideología de Pétain. Pero no cambiaron la concepción convencional del regionalismo como una ideología antimodernista (antirrepublicana). El miedo a la desintegración del Estado-nación se ha intensificado en las últimas décadas, combinando el miedo a fuerzas externas (la globalización, la Unión Europea) y a los «enemigos internos» (comunidades identitarias formadas por grupos locales o de inmigrantes). Al igual que en muchos otros países europeos, en Francia, el nacionalismo de Estado ha cobrado fuerza en el pasado reciente, y el viejo discurso jacobino se ha reactivado con intensidad. Una de la primeras y más sorprendentes manifestaciones de esta tensión se refería a la cuestión de la lengua. La Constitución francesa proclama que «el francés es la lengua de la República». Esta declaración apareció por primera vez en 1992, no en 1792 o en 1892, y posibilitó el rechazo de Francia a la ratificación de Francia de la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias. Además prohíbe cualquier reconocimiento de las lenguas de los inmigrantes. A veces, los debates sobre la muy controvertida noción del multiculturalismo mezclan argumentos en contra de la diversidad regional y la cultura de los inmigrantes, entendidas ambas como fuerzas antimodernistas y antirrepublicanas.

    Sin embargo, el imaginario nacional de la Francia contemporánea está fuertemente marcado por la representación de las petites patries. La Francia contemporánea no está representada en la publicidad política como un país moderno, urbano e industrial o postindustrial, sino más bien como un nación rural «eterna» compuesta por pequeños pueblos (cf. el célebre cartel «La Force tranquille» que promocionaba a Francois Mitterand como candidato de la unión de las fuerzas de la izquierda en las elecciones presidenciales de 1981 o, más recientemente, el cartel de promoción de François Hollande como candidato socialista en 2012, ilustrado con un paisaje rural).¹⁹

    Las petites patries son también amplia e intensamente utilizadas para promover productos agrícolas franceses. En particular, este es el caso de la producción vitivinícola, donde el etiquetado de las botellas hace mucho hincapié en la íntima conexión entre la tierra de cultivo única de la región y los beneficios que esto produce en cuanto a calidad y excelencia. La creación de las llamadas appellations controlées (‘denominaciones de origen controladas’) en 1930, vinculadas al paisaje y al folclore regional, tenían como objeto proteger las exportaciones francesas en un mercado internacional altamente competitivo.²⁰ El turismo, que también es un sector económico de gran importancia en Francia, fomenta una valorización constante de las peculiaridades locales. La desaparición de las identificaciones de clase también ha incrementado la necesidad de otras identificaciones. Dado que la identidad local había sido asociada con la percepción de las comunidades trans-sociales, firmemente arraigadas y pacíficas, no podemos sorprendernos de que, en la actualidad, con frecuencia, sea considerada como un recurso para la recuperación de la cohesión social. El fomento de la memoria local puede ser representado, incluso, como una terapia social capaz de superar los conflictos y volver a crear sentimientos de pertenencia común (en numerosas instalaciones industriales antiguas se han llevado a cabo operaciones que recuperan la memoria de la actividad desaparecida, con el objetivo de volver a crear una identidad y un espacio preferente).

    A pesar del relato principal, que sigue presentando a Francia como el resultado de un largo camino hacia el centralismo y la uniformidad cultural, considerados la auténtica esencia de Francia (o de la República francesa), el regionalismo ha sido un factor decisivo en el proceso de construcción de la nación y debe ser examinado con urgencia en el contexto transnacional de la modernidad política y cultural.

    Traducción de Mónica Granell Toledo

    1. Véanse C. Bertho: «L’invention de la Bretagne», en Actes de la recherche en sciences sociales, vol. 35, noviembre de 1980; íd. «L’Identité», pp. 45-62 (); F. Guillet: Naissance de la Normandie. Genèse et épanouissement d’une image régionale en France, 1750-1850, Caen, Annales de Normandie-Fédération des sociétés historiques et archéologiques de Normandie, 2000; íd.: «Naissance de la Normandie (1750-1850)», Terrain, 33; íd. «Authentique?», septiembre de 1999 (); Th. Gasnier: «Le local: Une et indivisible», en P. Nora (ed.): Les Lieux de mémoire, vol. 3, t. II, París, Traditions, 1992, pp. 463-525; S. Gerson: The Pride of Place, Local Memories and Political Culture in Nineteenth-Century France, Ithaca-Londres, Cornell University Press, 2003; Ph. Martel: Les Félibres et leur temps. Renaissance d’oc et opinion (1850-1914), Burdeos, Presses Universitaires de Bordeaux, 2010; O. Parsis-Barubé: La province antiquaire. L’invention de l’histoire locale en France (1800-1870), París, CTHS, 2011; íd. «Régionalismes», Ethnologie Française, 3, 1988, pp. 220-292.

    2. Véase, por ejemplo: «En el seno del movimiento descentralizador, el regionalismo propiamente dicho siempre ha ocupado un lugar aparte. ¿Es posible que pueda atribuirse a la nostalgia que no ha dejado de sentir la contra-revolución hacia la pretendida autonomía de las provincias? La cuestión es que el regionalismo tomó demasiado pronto un tono político y se convirtió, hasta el final de la Tercera República, en un tema favorito de la derecha. Los valores que trataban de promover eran naturalmente conservadores. Exaltaba, al mismo tiempo, la tradición y el folclore, los dialectos y los localismos, así como diversos aspectos del particularismo provincial. Vuelto en cierto modo hacia el pasado, solo podía ver una política limitada. Y no habría conocido ninguna aplicación práctica si las circunstancias trágicas de 1940 no le hubieran permitido figurar entre los objetivos de la revolución nacional. [...] Rompiendo con esta corriente tradicional, se afirma ahora lo esencial de la ‘revolución regional’, ya que la expansión económica ha trastocado la problemática habitual. El regionalismo institucional, que apenas miraba hacia el pasado, dio paso a un regionalismo funcional orientado hacia el futuro». J.-L. Quermonne: «Vers un régionalisme fonctionnel?», Revue française de science politique, 4, 1963, pp. 849-876.

    3. E. Storm: The Culture of Regionalism: Art, Architecture and International Exhibitions in France, Germany and Spain, 1890-1939, Manchester, Manchester University Press, 2011; A.-M. Thiesse: Ecrire la France, le mouvement littéraire régionaliste de la Belle Epoque à la Libération, París, PUF, 1991; íd.: «L’invention du régionalisme à la Belle Époque», Le Mouvement social, 160, julio-septiembre de 1992, pp. 11-32; íd.: «Jean Charles-Brun et les origines régionalistes du musée des Arts et Traditions populaires», en D.-M. Boëll, J. Christophe y R. Meyran (eds.): Du folklore à l’ethnologie, 1936-1945, París, Editions de la Maison des Sciences de l’Homme, 2009.

    4. G. Bruno (Madame Augustine Fouillée): Le Tour de la France par deux enfants. Devoir et patrie, París, Belin, 1877. Se vendieron siete millones de copias antes de 1914.

    5. Véanse P. Boutan, M. Philippe y R. Georges (eds.): Enseigner la Région, París, L’Harmattan, 2001; Les «petites patries» dans la France républicaine, Cahiers Jean-Jaurès, núm. 152, abril-junio de 1999; J.-F. Chanet: L’Ecole républicaine et les petites patries, París, Aubier, 1996; A.-M. Thiesse: Ils apprenaient la France, l’exaltation des régions dans le discours patriotique, París, Editions de la Maison des Sciences de l’Homme, 1997.

    6. «Je voudrais que l’enseignement géographique prît pour point de départ le lieu même que l’enfant habite. [...] Quand les enfants connaîtront ce qu’au-delà du Rhin on nomme la patrie étroite, le moment sera venu de leur montrer la grande patrie. [...] j’y voudrais surtout des faits et des renseignements qui fissent voir de quelle façon chaque partie de la France contribue à la grandeur et à la prospérité de l’ensemble» (M. Bréal: Quelques mots sur l’Instruction publique, París, Hachette, 1872, p. 88). Michel Jules Alfred Bréal (26 de marzo de 1832-1915), filólogo francés, nació en Landau. A menudo se le identifica como uno de los fundadores de la semántica moderna. Entró en la École Normale Supérieure en 1852. En 1857 se trasladó a Berlín, donde estudió sánscrito con Franz Bopp y Weber. En 1864 fue nombrado profesor de gramática comparada en el Collège de France.

    7. Ch.-V. Langlois: «Introducción» a la Historia de Bretaña, manual complementario para los cinco departamentos bretones de la historia de Francia del Sr. Ernest Lavisse, 1891.

    8. F. Ploux: Une mémoire de papier. Les historiens de village et le culte des petites patries rurales (1830-1930), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2011.

    9. Para estudios concernientes a otros países europeos, véanse C. Applegate: «A Europe of Regions: Reflections on the Historiography of Sub-national Places in Modern Times», American Historical Rewiew, 104, 1999, pp. 1157-1183, e íd.: A Nation of Provincials. The German Idea of Heimat, Berkeley, University of California Press, 1990; F. Archilés y M. Martí: «La construcció de la regió com a mecanisme nacionalitzador i la tesi de la dèbil nacionalització espanyola», Afers, 48, 2004, pp. 265-308; A. Confino: The Nation as a Local Metaphor, Württemberg, Imperial Germany and National Memory, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1997; X.-M. Seixas: «The Region as the Essence of the Fatherland: Regionalist Variants of Spanish Nationalism (1840-1936)», European History Quaterly, 31, 2001, pp. 483-518.

    10. C. Fabre, antiguo director de la École Normale d’Instituteurs de la Haute-Loire, vicepresidente de la Société des Etudes Locales, La Haute-Loire, précis d’histoire et bibliographie historique, Le Puy-en-Velay, Imprimerie La Haute-Loire, Publications de la Société des Etudes Locales, Section de la Haute-Loire, 1925.

    11. M. Pieuchard, inspector de educación primaria en Saint-Quentin, «Prólogo» a Gens et choses d’autrefois. L’Aisne, Documents d’histoire locale pour servir à l’illustration de l’Histoire de France, Laon, Inspection Académique, Imprimerie du Guetteur de l’Aisne, s. f.

    12. A.-M. Thiesse: «La description paysagère: une initiation civique, amoureuse et esthétique dans les manuels scolaires régionaux de la Troisième République», Pratiques, revue de linguistique, littérature, didactique, «Histoire de la description scolaire», núms. 109-110, junio de 2001, pp. 55-66.

    13. Sh. Peer: France on Display: Peasants, Provincials, and Folklore in the 1937 Paris World’s Fair, Nueva York, State University of New York, 1998.

    14. Le Régionalisme à l’Exposition Internationale Paris 1937, Folleto oficial, París, Imprimerie Chaix, 1937, p. 16.

    15. Ch. Faure: Le Projet culturel de Vichy. Folklore et révolution nationale, 1940-1944, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 1989.

    16. X.-M. Núñez Seixas y M. Unmbach: «Hijacked Heimats: national appropriations of local and regional identities in Germany and Spain, 1930-1945», European Review of History-Revue européenne d’histoire, 15-3, junio de 2008, pp. 295-316.

    17. S. Cavazza: Piccole patrie: Feste popolari tra regione e nazione durante il fascismo, Bolonia, il Mulino, 1997.

    18. A.-M. Thiesse: «Régionalisme et ambiguïtés vichystes. La revue Terre Natale», La Revue des revues. Revue internationale d’histoire et de bibliographie, 24, 1997, pp. 121-129.

    19. «La postura es la de un presidente anclado en la realidad de un paisaje francés, un paisaje francés por excelencia, que podría ser proporcionado por muchos de nuestros departamentos. En este caso, se trata de un paisaje de la Corrèze, precisó Manuel Valls, director de la campaña»; .

    20. G. Laferté: La Bourgogne et ses vins: image d’origine contrôlée, París, Belin, 2006.

    PATRIA, NACIÓN, NACIONALIZACIóN: EL CASO PORTUGUÉS EN EL SIGLO XIX

    Sérgio Campos Matos

    Universidade de Lisboa

    Portugal es frecuentemente tratado como uno de los Estados-nación más «homogéneos» y antiguos de Europa: desde un punto de vista religioso y lingüístico, dotado de un espacio territorial de fronteras definidas de forma temprana (tratado de Alcanices, 1297), sin conflictos étnicos y regionales significativos, y que, en contraste con otros casos, se caracterizaría por una fuerte identidad nacional. En esta visión histórica se acentúa una representación unitaria de la nación portuguesa. Sin embargo, es importante revisitar el lenguaje de la cultura histórica nacionalista del siglo XIX, en contextos históricos bien delimitados, teniendo en consideración los debates que entonces se producían. ¿Había sido tan unitario? ¿Cómo contribuyó a la construcción de una sociedad de ciudadanos y de un sentido de la unidad nacional? Ese lenguaje no fue producido fuera del campo social y político. La escuela, las fuerzas armadas, los sistemas electorales, las políticas de transportes y comunicaciones y las estrategias de memoria nacional fueron también relevantes en ese sentido. Sin embargo, el tema de la indiferencia y el alineamiento de los portugueses en relación con la res publica fue una constante en el discurso político, asociado al lugar común de la decadencia y de la ausencia de un espíritu de ciudadanía.

    Portugal también ha sido visto como un caso singular en la Europa de las naciones del siglo XIX. Eric Hobsbawm llegó a situarlo entre los «few enough genuinely homogeneous nation-states» europeos.¹ La ya referida unidad lingüística y religiosa, la ausencia de conflictos étnicos, la homogeneidad institucional y la ausencia de poderes regionales intermedios entre el estado central y los poderes locales, bien evidentes en los siglos XVII y XVIII,² parecen apuntar en el sentido de la singularidad portuguesa. Aceptando esta tesis, es importante subrayar, sin embargo, los siguientes aspectos:

    1) Nación-estado (o estado-nación) corresponde a un ideal de homogeneidad de las comunidades nacionales perseguido por los estados europeos ochocentistas, que implica una identificación entre tres conceptos: nación, estado y pueblo. El intento de concreción de este ideal ha dado unos resultados más o menos aproximados pero nunca conseguidos por completo: la construcción de una nación y de un estado modernos es un proceso complejo³ que siempre encuentra obstáculos naturales, de transportes y comunicaciones, además de obstáculos sociales más o menos evidentes.

    2) En el caso portugués, la profunda diversidad regional se evidencia en la acentuada diferencia entre el litoral y el interior y, sobre todo, entre el norte atlántico y el sur mediterráneo, ya sea desde el punto de vista climático o del relieve, ya desde el de la propiedad o ya desde el de los comportamientos religiosos y políticos.⁴ Esta diferencia norte/sur tiene raíces muy antiguas y fue señalada por geógrafos, historiadores y etnólogos desde finales del XIX: Basílio Teles, Alberto Sampaio, José Leite de Vasconcelos o, más recientemente, Orlando Ribeiro.⁵ También se ha destacado el carácter fragmentado del territorio, poco integrado, caracterizado por enraizados localismos.⁶

    3) Cabe destacar la presencia de una fuerte corriente crítica en relación con el centralismo de inspiración francesa, con argumentos naturalistas e históricos por parte de autores de formaciones ideológicas muy diversas –Alexandre Herculano, Henriques Nogueira, Manuel Emídio Garcia y ya en el siglo XX, en otro sentido, António Sardinha– que se movilizaron en defensa del poder local.⁷ Esta corriente se inspiraba en el pensamiento de Tocqueville, Vacherot o Proudhon y en los historiadores que habían revelado la dinámica autónoma de las ciudades medievales en sus combates contra la nobleza (Thierry, Guizot).⁸ Con estos argumentos se criticaba la política de eliminación (y concentración) de los concejos locales y el refuerzo de la tutela del poder central sobre ellos. Sin embargo, en Portugal, y en contraste con lo que sucedió en España, así como en Francia,⁹ y exceptuando el caso de las islas Azores, el provincialismo vendría ya en el siglo XX a reducirse a una cuestión de «mayor o menor grado de autonomía de los poderes locales, a algunos levantamientos populares contra las anexiones de concejos y parroquias, o a querellas entre poblaciones a propósito de las fronteras que dividían parroquias o municipios».¹⁰

    4) Cabe destacar que, sin embargo, hubo resistencias sociales a la construcción del Estado liberal y de la nación (teniendo en cuenta el final de la Guerra Civil entre liberales y partidarios del Antiguo Régimen político en 1834) a partir de 1832: resistencia a reformas políticas y administrativas emprendidas (caso de la legislación de 1832 que creó una nueva estructura administrativa centralizadora, de inspiración francesa); revueltas y guerrillas en diversas regiones, generalmente movimientos sociales de sentido antiliberal,¹¹ de oposición a los entierros en los cementerios vinculados a un proyecto higienista e secularizador (decretados en 1835 y 1845), de resistencia a la tributación y al reclutamiento militar obligatorio;¹² resistencia a la introducción del sistema métrico decimal –la uniformización de los pesos y medidas, desde 1852 y prolongándose en las décadas siguientes–;¹³ resistencia pasiva a la alfabetización y a la escolarización: aunque desde 1835 diversas medidas habían decretado la escolarización primaria obligatoria, incluyendo la aplicación de multas, la verdad es que esa obligatoriedad no se cumplió y la generalización de la asistencia a la escuela solo se cumpliría en la segunda mitad del siglo XX.

    Sin embargo, hay que reconocer que, por otro lado, hay otros factores que acentuaron a lo largo del tiempo un sentido unitario de la nación y del Estado:

    1. La estabilidad de una larga línea de frontera que, desde finales del siglo XIII se ha mantenido (con pequeñas alteraciones) en la definición del territorio nacional –o rectángulo, como se dice con frecuencia en Portugal.

    2. Una larga tradición de cronistas e historiadores que se remonta al siglo XIII, así como de tradiciones míticas inscritas en la memoria nacional: la identificación entre portugueses y lusitanos (desde finales del siglo xv); mitos fundacionales como el milagro de Ourique (forjado en los inicios de la expansión ultramarina, en 1415) y de las Cortes de Lamego (tradición inventada en el siglo XVII según la cual el primer monarca portugués habría reunido cortes en Lamego en 1143, donde habrían sido aprobadas las Leyes Fundamentales de la nación); asimismo, los mitos según los cuales el infante D. Henrique habría concebido en la primera mitad del siglo xv el proyecto para alcanzar la India y habría fundado la Escuela de Sagres, una escuela de marinos que supuestamente estaría en el origen de los descubrimientos marítimos –ambos asociados al tópico del carácter pionero de los portugueses en la expansión ultramarina.¹⁴

    3. El principio dinástico de legitimidad del poder, hasta 1911, asociado a la religión dominante, con la religión católica como «Religión del

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