La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada
Por Varios autores
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<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>
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La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en la Valencia ilustrada - Varios autores
LA REAL ACADEMIA
DE BELLAS ARTES DE SAN CARLOS EN LA VALENCIA ILUSTRADA
Romà de la Calle, ed.
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
© Del texto: Los autores, 2009
© De esta edición: Universitat de València, 2009
Coordinación editorial: Josep Cerdà (MuVIM) y Maite Simón (PUV)
Fotocomposición y maquetación: Textual IM
Corrección: Communico C.B.
Diseño y fotografía de cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Realización de ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-370-7207-4
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
A MODO DE PROEMIO MIRADAS HACIA EL CONTEXTO VALENCIANO DE LA ILUSTRACIÓN
ESCUELAS UNIVERSITARIAS Y PODER EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
LA REVOLUCIÓN DEL GUSTO EN LOS UMBRALES DE LA MODERNIDAD
SABIOS, CIENTÍFICOS Y TÉCNICOS EN LA ILUSTRACIÓN VALENCIANA
DESDE LA PERIFERIA. MUJERES DE LA ILUSTRACIÓN EN PROVINCE
LA FILOSOFÍA EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
ILUSTRACIÓN Y EDUCACIÓN EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
LA ENSEÑANZA DEL ARTE DEL GRABADO EN LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN CARLOS DE VALENCIA
IDEARIO ILUSTRADO Y ACADÉMICO VALENCIANO EN LA RENOVACIÓN DE LA CATEDRAL DE SEGORBE
EL ARTE SUNTUARIO EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII. LOS CARRUAJES DE GALA
LA PINTURA EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
LA MÚSICA Y EL PENSAMIENTO EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
EL SABER ENCICLOPÉDICO: LA BIBLIOTECA DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN CARLOS
A MODO DE PROEMIO MIRADAS HACIA EL CONTEXTO VALENCIANO DE LA ILUSTRACIÓN
El presente Congreso –1768. El contexto ilustrado valenciano. El nacimiento de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos–, centrado en el estudio contextualizador de una fecha emblemática, ha sido posible gracias a la colaboración de dos entidades directamente vinculadas a la ilustración: una como sujeto y protagonista de la historia que específicamente ahora nos ocupa, la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, y la otra como centro de investigación dedicado precisamente al estudio de ese concreto período histórico, el MuVIM, que –como «museo de las ideas»– partiendo cronológicamente desde el XVIII se proyecta sobre las diversas «modernidades» que han abierto los caminos hacia el desarrollo del presente.
El Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad se inauguraba en el verano del año 2001, aunque posteriormente ha reformulado su programa museográfico y ha ampliado sus objetivos. Por su parte, la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos era reconocida y fundada, como tal, por el monarca Carlos III, en el invierno de 1768. Casi dos siglos y medio separan, pues, las fechas del nacimiento de ambas entidades.
En este devenir, nos vamos aproximando, por tanto, a la futura celebración, en el marco de la Ilustración valenciana, del 250 aniversario de aquel deseado acontecimiento y, como preparación de tal efemérides, la Junta de Gobierno de la Real Academia de Bellas Artes acordó, ya en la primavera del 2006, iniciar una serie de intervenciones escalonadas que periódicamente, a lo largo de años sucesivos, debían abordar el estudio de la época, analizar su situación sociocultural, así como historiar los acumulados esfuerzos y dificultades superados, que hicieron posible, como resultado, la fundación de la Real Academia de San Carlos, fruto de la constante reivindicación colectiva del mundo artístico valenciano del momento.[1]
En ese sentido, se pensó que un primer paso, en esa línea de cuestiones enlazadas, podría consistir en la convocatoria de un congreso –como actividad fundamental de la Real Academia de Bellas Artes, en el curso académico siguiente, en concreto programado para la primavera del año 2007– que se esforzara en trazar un mapa aproximado del contexto ilustrado valenciano, manteniendo como eje de todas las referencias cronológicas precisamente aquel año coyuntural de 1768.
Fue así como la expresión «Congreso sobre 1768» quedó consagrada, desde entonces, como fórmula cotidiana, en los comunicados periódicos de la Real Academia, que iban informando cíclicamente a todos sus miembros de su paulatina gestación. Se encargó que coordinara tal iniciativa al profesor Romà de la Calle, a la sazón vicepresidente de la Real Academia, quien, en su momento, había propuesto precisamente aquella idea, que tuvo tan positiva acogida y aceptación.
De hecho, no deja realmente el azar de ejercer sus influencias. Exactamente se daba el caso de que la Dirección del MuVIM era desempeñada por el mismo profesor Romà de la Calle, y hallándose vigente la firma de un convenio entre la Real Academia de San Carlos y la Diputación de Valencia, entidad de la que depende el MuVIM, para el desarrollo de actividades en torno al ámbito de la Ilustración, fue muy sencilla la conclusión de que tal congreso cuadraba –por sus contenidos y orientaciones– exactamente en ambas entidades valencianas. Pertenecían también ambas, en simultaneidad de incorporación, al Foro de Ciudades y Entidades de la Ilustración, interesando asimismo efectivamente tanto a la Academia como al Museo la ratificación institucional de esa posible colaboración. Tal cosa no tardó efectivamente en llevarse a cabo, y se aprobó, tanto en el programa museográfico del MuVIM para el año 2007 como en los proyectos de la Real Academia para dicho año, la celebración conjunta del Congreso.
El paso siguiente consistió en conseguir igualmente el respaldo y propiciar la participación, por parte de las dos universidades públicas valencianas, en tal proyecto. En realidad, a ninguna de las dos entidades académicas les faltaban, como veremos, justificaciones y motivos históricos para colaborar en el desarrollo del Congreso en torno al XVIII.
Recuérdese que la Universitat de València-Estudi General, en su singular emplazamiento originario en la sede de la calle de La Nave de la ciudad de Valencia, fue lo que dio precisamente cobijo a la Real Academia y a su actividad docente, desde su fundación en 1768 hasta su traslado al Centro del Convento de El Carmen, ya en el siglo XIX. Compartir espacio e historia son siempre, como es claro, palabras mayores que rememorar intelectual y afectivamente en cualquier coyuntura. Amicis denique hora...
Por su parte, la Universidad Politécnica de Valencia cuenta como centro propio con la actual Facultad de Bellas Artes de San Carlos, cuyos orígenes e historia –hasta el reconocimiento de su autonomía y desgajamiento de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos y su posterior vinculación estatal, ya en pleno siglo XX, primero como Escuela Oficial de Bellas Artes y luego como Facultad– han sido lógicamente inseparables, manteniendo siempre, a decir verdad, sólidos lazos e intercambios frecuentes.
Se comprenderá, pues, que no fue nada difícil al profesor Romà de la Calle asegurar, desde un principio, tales respaldos al proyecto, por parte de ambas universidades, por un lado, al ser él mismo catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universitat de València, y, por otro, al contar desde hace años con el otorgamiento de la Medalla de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica, precisamente por sus intensas y plurales colaboraciones con dicho centro, durante prolongados años.
De ahí que ambas instituciones universitarias respaldaran con créditos de libre disposición –concedidos a los alumnos asistentes y participantes en el evento– la celebración del Congreso. Igualmente, las dos entidades estuvieron representadas, de manera paralela, en los actos inaugurales de su convocatoria y en el desarrollo de las jornadas.
Por otro lado, en la medida en que la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana es uno de los apoyos básicos de la Real Academia –a la vez que ésta es su primera entidad consultiva y tiene depositados sus numerosos fondos patrimoniales artísticos y bibliográficos en el Museo de Bellas Artes, del cual la misma Academia fue su origen histórico y durante numerosos años también dependió totalmente de ella su dirección–, se solicitó asimismo su colaboración en el Congreso. Concretamente en lo que se refiere a la posterior edición de las actas. Colaboración que fue ratificada, en su momento, por la Secretaría Autonómica de Cultura, asistiendo igualmente a la inauguración y a la clausura una representación oficial de la Conselleria.
De hecho, con esta breve exposición de solicitaciones institucionales y colaboraciones se ha descrito en su totalidad el panorama que rodeó la preparación y la exitosa celebración del Congreso, constituido por una docena de ponencias. En su mayoría, los ponentes pertenecen a universidades valencianas (9 intervenciones), entre ellos cuatro profesores eméritos y cinco profesores en activo, además de un investigador del CSIC. Desde otro ángulo, vinculados directamente a la Real Academia de Bellas Artes, han sido cinco los ponentes que han intervenido. En general, pues, la extracción de los autores de las ponencias, que ahora se recogen en esta edición de actas, se define y encuadra en la interrelación existente entre los subconjuntos de profesores universitarios y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de miembros de la Real Academia de San Carlos. Algo perfectamente justificable.
La planificación de las áreas que estudiar, en esta primera aproximación al estudio del contexto ilustrado, del que surgió históricamente la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, en 1768, se efectuó diferenciando tres grandes ámbitos de trabajo e investigación, de manera que en su conjunto se pudiera facilitar una especie de general «estado de la cuestión».
Así, en un primer bloque de participaciones se quiso ofrecer una mirada acerca de una serie de dimensiones básicamente operativas y de fuerte incidencia en la época, como pueden serlo: a) la situación de poder en el siglo XVIII español y su influencia en el mundo académico valenciano (Prof. Antonio Mestre); b) la situación de la mujer en el marco de la Ilustración valenciana (Profa. Mónica Bolufer); c) la influencia de los conceptos de gusto y belleza en los umbrales de la modernidad (Prof. y académico Romà de la Calle) y d) el saber enciclopédico y el contexto de las bibliotecas valencianas, con una particular atención a la situación de la Biblioteca de la Real Academia de San Carlos (Prof. y académico, Salvador Aldana).
En un segundo bloque, se ofrecieron panoramas sectoriales referentes a dominios fundamentales, como el de la filosofía, la ciencia y la técnica o la educación en torno a los inicios de la segunda mitad del siglo XVIII valenciano: e) científicos y técnicos entre la Ilustración y el Romanticismo (Prof. José Luis Peset); f) la filosofía en la Valencia del XVIII (Prof. Salvador Feliu) y g) Ilustración y educación en el contexto valenciano del XVIII (Prof. León Esteban Mateo).
En el tercer apartado se englobaron cinco miradas a determinados apartados del quehacer artístico emergente entonces en el ámbito valenciano de la época: h) ideario ilustrado y académico en torno a 1768 (Prof. Joaquín Bérchez); i) la pintura valenciana del siglo XVIII (Profa. y académica Asunción Alejos); j) la enseñanza del grabado en la Real Academia de San Carlos (académica, Adela Espinós); k) el arte suntuario en la Valencia ilustrada (académica, Carmen Rodrigo) y l) música y pensamiento en torno a la segunda mitad del siglo XVIII valenciano (Prof. Rodrigo Madrid).
Asimismo, como clausura del Congreso y complemento a la última ponencia, dedicada al hecho musical en el contexto ilustrado valenciano, se ofreció un concierto titulado «Flores y ornatos en la música dieciochesca», por la Capilla Saetabis, dirigida por el profesor Rodrigo Madrid e integrada por Pilar Moral (soprano), Miriam Toboso (violoncello) y el mismo Rodrigo Madrid (clave), y se interpretaron obras de Pere Rabassa (1683-1767), Joaquín García (1710-1779), José Pradas (1689-1757) y Vicente Martín y Soler (1754-1806).
Con esta docena de ponencias se cubre, como hemos indicado, la primera aproximación a un tema que –esperamos– todavía merecerá nuevos replanteamientos y profundas revisiones, en los próximos años, por parte de la Real Academia, al aproximarse la celebración del 250 aniversario de su fundación, en aquel año de 1768.
De hecho, ya se está preparando el borrador para el segundo de los congresos, de cara a una siguiente trienalidad, en el cual se atenderá, en un primer apartado, a las relaciones existentes entre la Real Academia y otras entidades de la época (tales como la Real Academia de San Fernando, la Universitat de València-Estudi General, la Real Sociedad Económica de Amigos del País o el Ayuntamiento de Valencia, así como las relaciones históricas con la Corona). En un segundo apartado se profundizará en las, a veces, complicadas relaciones entre la teoría y la práctica de las bellas artes, en el marco de la Real Academia (aproximándose, por esta vía, a cuestiones tales como la ingeniería, la carto- grafía, el levantamiento de planos y la navegación; las expediciones científicas, la botánica y el dibujo; el dibujo floral y el arte de la seda; la enseñanza de las artes aplicadas y la docencia de las bellas artes en la Real Academia).
Finalmente, se arbitrará asimismo otro apartado para atender al estudio de las manifestaciones artísticas de la época y su contexto social y operativo (la escultura y sus relaciones con la arquitectura y la pintura; la literatura y las artes plásticas en torno a 1768; la ciudad y el urbanismo en el siglo XVIII; la pintura especializada: retrato, paisaje, bodegones, pintura floral; el arte y sus conexiones con la iglesia y la religión; influencias de la estética empirista y de la estética racional en torno a la segunda mitad del siglo XVIII valenciano; los grandes modelos artísticos internacionales, en música y artes plásticas).
Asimismo, como propuesta emanada del primer congreso, se ha propuesto y planificado la redacción de un Diccionario de Académicos de la Real Academia de San Carlos de Valencia, que recoja justamente estos dos siglos y medio de historia de la entidad, a partir del estudio biográfico de todos sus miembros. Tal investigación, sin duda prolija, debería estar realizada de cara a las celebraciones pertinentes que se están planificando históricamente. Y, con tal fin, deberán convocarse las correspondientes ayudas y becas, por parte de la entidad, buscando asimismo, para tal cometido, los debidos y necesarios respaldos institucionales.
Sirvan, pues, estas palabras de proemio para presentar brevemente las actas de este primer Congreso, para agradecer las importantes colaboraciones recibidas con vistas a su realización y para preanunciar, como hemos hecho, las actividades que ilusionadamente estamos planificando de cara a un futuro inmediato.
De forma muy especial queremos subrayar el relevante papel del MuVIM y de su equipo, en este loable empeño de colaboración con la Real Academia de Bellas Artes, así como la presencia de las universidades públicas valencianas en el proyecto, junto con el respaldo de la Conselleria de Cultura, a lo largo de nuestras iniciativas. A todos ellos nuestro sincero reconocimiento.
ROMÀ DE LA CALLE
Director del MuVIM
y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos
[1] Piénsese que el lema adoptado por la Real Academia de las Bellas Artes, desarrollada en el contexto ilustrado francés y que sirvió de modelo a la mayoría de las demás sedes académicas europeas, era Libertas artium restituta. Se trataba de devolver la libertad a las artes, frente al peso histórico de los gremios. Tal fue la meta fundadora que venía a coronar las aspiraciones históricas por convertir las artes plásticas en artes liberales, en «beaux arts», subrayando, como es bien sabido, sus fundamentos teóricos e históricos, sus bases matemáticas y filosóficas.
ESCUELAS UNIVERSITARIAS Y PODER EN LA VALENCIA DEL SIGLO XVIII
Antonio Mestre Sanchis
Universitat de València
A nadie extrañará que, a pesar de las circunstancias, mis palabras no se dirijan a esclarecer las corrientes artísticas –barroco o neoclasicismo– que dominaban en Valencia en los años de la fundación de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. Tampoco abordaré las relaciones entre ilustrados, como Mayans, y artistas como Vergara y Camarón. Plumas más autorizadas que la mía en estas materias podrán explicar con precisión y maestría los movimientos artísticos con sus mejores representantes que intervinieron en el origen de la docta institución. Mi propósito es más elemental y básico. ¿Por qué fue posible que la Real Academia de San Carlos fuera fundada en Valencia en 1768 y no antes? Intentaré esclarecer las razones que, a mi juicio, explican la fecha, y que son fundamentalmente dos. En primer lugar, la expulsión de los jesuitas en 1767. Y, en segundo lugar, el predominio que habían adquirido los ilustrados valencianos en la Corte de Carlos III. Quiero indicar, desde el primer momento, que ambos factores aparecen íntimamente unidos en el momento de la fundación.
EL EXTRAÑAMIENTO DE LOS JESUITAS
Conviene tener en cuenta para comprender el alcance y los límites de mi criterio dos circunstancias esenciales del momento. En principio, es evidente que el P. Confesor del monarca no era un simple administrador del sacramento de la penitencia al rey. Era pura y simplemente un ministro de cultura que abarcaba ámbitos eclesiásticos (relaciones con la Santa Sede o nombramientos de obispos e inquisidores), pero también aspectos estrictamente culturales, como universidades o censura de libros. Y no podemos olvidar que desde Felipe V a Fernando VI los confesores del monarca fueron jesuitas (Alcaraz, 1995).
La segunda circunstancia está ligada a las escuelas teológicas del siglo XVIII. En una monarquía absoluta no existían partidos políticos, pero sí grupos de presión organizados por personas que participaban de idénticos criterios ideológicos y buscaban el poder para los partidarios de su escuela y grupo. Según expresé en otras circunstancias:
Los problemas de escuelas, o de grupos unidos en torno a una teoría teológica, no son grupos estrictamente intelectuales. Tienen una repercusión académica-universitaria innegable pero, además, una trascendencia político-social insospechada. Como hoy, claro. Porque, en el fondo, los «cuatro o cinco» a que alude Mayans son regidores de la ciudad que colocan en las cátedras a «maestros de su facción» (Mestre, 2003b: 430).
Las dos grandes escuelas eran la tomista (dirigida teóricamente por los dominicos) y la antitomista (dominada por los jesuitas). La importancia consistía en el hecho de que el estudiante, al ingresar en la Universidad, se adscribía a una escuela, con profesores de una ideología definida. Como consecuencia, quedaba incorporado a un grupo de presión, con amigos que lo favorecían y émulos que le eran opuestos (Albiñana, 1988; Guillot, 1999). Por supuesto, había transferencias que, en algunos casos, rozaban lo que hoy llamaríamos transfuguismo, y que dependían de la mayor o menor fidelidad a los principios o a las personas que representaban al grupo. Me explico con casos concretos entre nuestros ilustrados.
Hoy sabemos (creo haberlo demostrado hasta la evidencia) que Gregorio Mayans formaba parte de una familia austracista, firmemente vinculada al archiduque Carlos, pretendiente a la corona de España en la Guerra de Sucesión. La familia siguió al archiduque a Barcelona, después de la batalla de Almansa, y en la ciudad condal estudió Gramática (nuestro actual bachillerato) en el Colegio de Cordelles de la ciudad condal, dirigido por los jesuitas (Mestre, 1970 y 1999). En consecuencia, al ingresar en nuestro Estudi General, se inscribió en la escuela antitomista. Pero sus buenas relaciones con los PP. de la Compañía se fueron enfriando por razones pedagógicas (don Gregorio defendió los Estatutos de la Universidad frente a las pretensiones de los jesuitas de controlar las escuelas de Gramática) e ideológicas, hasta celebrar la expulsión decretada por Carlos III. Eso sí, nunca fue aceptado por los tomistas, que siempre lo consideraron un antiguo antitomista, aunque el erudito fuera ajeno a cualquier escuela y hubiera manifestado muchas veces y públicamente sus divergencias con los jesuitas.
Por su parte, Pérez Bayer se inscribió en la escuela tomista y siempre se mantuvo en la órbita de la escuela. No obstante, con su proverbial habilidad, supo aprovechar el favor de jesuitas y colegiales para promocionarse en su carrera eclesiástica, académica y política, como después veremos. Pero siempre fue hombre de escuela, y lo demostró favoreciendo a los tomistas.
No quiero insinuar, por supuesto, que los padres de la Compañía se opusieran con anterioridad al desarrollo cultural o a la creación de la Real Academia de San Carlos. Entre otras razones porque a los jesuitas se debió la fundación de instituciones de ambiciosos proyectos culturales. Así, la Real Biblioteca fue creada por los confesores, siempre jesuitas, y dirigida en sus primeras décadas de funcionamiento por los PP. Confesores de Felipe V, los jesuitas franceses Pedro Robinet y Guillermo Daubenton. Y entre los fundadores de la Real Academia de la Lengua había dos jesuitas, los PP. Casani y Carrasco.
Dado que el confesor del monarca era escogido por el equipo de Gobierno, se deduce que los aspectos culturales de su gestión estuvieron siempre de acuerdo con los criterios político-culturales deseados por los gobernantes. Conviene, por tanto, aludir a la evolución que desde el confesionario regio siguieron los jesuitas respecto a la política cultural del Gobierno.
Hay, sin duda, una primera etapa de predominio francés, protagonizado por los PP. Daubenton y Robinet. Era la herencia de Luis XIV, que variaba de acuerdo con los intereses del gobierno español del momento. Es preciso, además, tener en cuenta el carácter del protagonista que, desde el confesionario del monarca, podía intervenir con mayor o menor intensidad en asuntos culturales. De hecho, estos dos jesuitas franceses fueron enérgicos e intervencionistas. Robinet colaboró con el equipo de Gobierno de la princesa de los Ursinos y de Macanaz en la actitud regalista de Felipe V y después de la ruptura de relaciones con Roma en 1709. Ahora bien, con la llegada de Isabel de Farnesio, la caída de la princesa de los Ursinos y el proceso inquisitorial de Macanaz, la presencia de Robinet en el confesionario del monarca se hizo insostenible y fue reemplazado por Daubenton, que volvía a repetir en el cargo de dirigir la conciencia de Felipe V (Martín Gaite, 1970; Pérez Villanueva, 1982: 1233-1244; Mestre, 1985: 283-301). Autoritario e intervencionista, Daubenton dejó su huella en asuntos culturales y no siempre de manera acertada. En 1718 el Santo Oficio, bajo su indicación e informe previo, prohibió unas páginas que había escrito Juan de Ferreras, bibliotecario mayor del rey, contrarias a la tradición de la Virgen del Pilar por carecer de argumento histórico (Alcaraz, 1995: 407). Y en cuanto a los ilustrados valencianos se refiere, está la negativa a que Manuel Martí, el deán de Alicante, ocupara la plaza de bibliotecario mayor del rey.
He aquí las palabras del mismo protagonista en carta a Mayans:
No tengo por necesario, ni aún conducente, el que se haga mención de quien fue la causa de que no se me diera lo que yo nunca apetecí, ni podía admitir; por lo contrario de aquellos aires a mi temperamento. Pero diréselo a Vm. por si no lo sabe, porque en Madrid es público. Fue el P. Daubenton. Él me buscó, él tomó informes, y él hizo hacer la pesquisa de mi vida, y en ésta le dijeron los de su hábito que no hiciera tal, porque era enemigo jurado de su sotana. Pero esto a qué viene, ni debe tocarse, porque no conviene, y porque no viene al caso. Y así sobre esto he de deber a Vm. que ne verbum quidem. Ni hay para qué tocar si la elección que se hizo fue buena o mala. Fue de su pandilla, y eso basta, siendo la primera máxima de su política: qui pro nobis non est, contra nos est (Mayans, 1973: 306).
No deja de constituir una curiosidad el hecho de que el elegido fuera Juan de Ferreras, de quien el P. Confesor, como hemos visto, suprimió las páginas dedicadas a la tradición de la Virgen del Pilar. Otra actuación de Daubenton tuvo duraderas consecuencias en la práctica docente valenciana. Con su favor y apoyo se fraguó la Concordia entre el Ayuntamiento de Valencia y los PP. de la Compañía. En 1720 se devolvía a la ciudad el Patronato del Estudi General, pero en contrapartida, los jesuitas ejercerían el magisterio de Gramática en las escuelas que construiría la ciudad. Era una exclusiva que vulneraba los Estatutos del Estudi General, y que produjo apasionadas polémicas y la ruptura de amistades como la de Mayans con los PP. de la Compañía. Por lo demás, es conocida la leyenda-historia de la traición de que Daubenton comunicó al Gobierno francés la noticia anticipada del deseo de Felipe V de renunciar al trono a favor de su hijo Luis I (Alcaraz, 1995: 42).
Con la muerte del P. Daubenton en 1723 ocuparon el confesionario regio dos jesuitas menos enérgicos y, quizá debido a las circunstancias, menos intervencionistas en aspectos culturales. Alcaraz Gómez, que ha estudiado la actividad de los jesuitas confesores de los primeros borbones, escribe con claridad:
A ello contribuyeron varios factores: el carácter del confesor de turno –enérgicos como Daubenton, Robinet, Fèvre y Rávago; acomodaticio y negligente en el caso de Clarke; poco relevante en Bermúdez, y apenas perceptible en el padre Marín, confesor de Luis I (1995: 48).
De hecho, los dos confesores españoles (Bermúdez y Marín) se vieron inmersos en las intrigas políticas que acompañaron el breve reinado de Luis I y el retorno al trono de su padre Felipe V, con la decisiva intervención de Isabel de Farnesio. De ahí que apenas conozcamos actividad alguna de ambos confesores en relación con los ilustrados valencianos.
En 1727 accedió al confesionario regio el P. Guillermo Clarke, jesuita irlandés, calificado por Alcaraz como «acomodaticio y negligente». Y Clarke sí tuvo que ver con los ilustrados valencianos por su larga y compleja relación con Mayans. En otras ocasiones he explicado la gran paradoja que, siendo don Gregorio un heredero de familia austracista, llegara a bibliotecario de Felipe V, y precisamente por el favor de los austracistas: del cardenal Cienfuegos, exiliado en Roma, y del embajador de la República de Génova (José Octavio Bustanzo). De hecho, el P. Clarke firmaba el nombramiento de Mayans como bibliotecario real el 6 de octubre de 1733. Pero una cosa era el nombramiento y otra muy distinta las posibilidades de acción de que don Gregorio disfrutó. Porque el intento del erudito de ganar la voluntad del secretario de Estado José Patiño, verdadero dueño del poder político, por medio de una conocida Carta pública con un ambicioso proyecto de reformas culturales, constituyó un fracaso.
Patiño conocía personalmente la vinculación de la familia Mayans con el archiduque, puesto que era intendente en Cataluña durante la Guerra de Sucesión. Rechazó los planes del erudito y se opuso a que se le concediera la plaza de cronista de Indias e incluso la Secretaría de Estado para redactar cartas latinas, que le había prometido el P. Clarke. El P. Confesor, según su carácter, se acomodó al criterio del poder político y abandonó al joven bibliotecario real, que dejó la corte en 1739. Su intento de influir en la política cultural del Gobierno borbónico no encontró la acogida favorable (Mestre, 1999 y 2003). En cambio, el P. Clarke sí apoyó los intereses de la Compañía en el asunto de las escuelas de Gramática, contrarias a los Estatutos del Estudi General.
A la muerte del P. Clarke, dos jesuitas de fuerte carácter e intervencionistas ocuparon el confesionario regio; mientras vivió Felipe V, el francés Jaime Antonio Fèvre, y en la primera etapa del reinado de Fernando VI, el cántabro Francisco de Rávago. Hay, dentro de las diferencias en su actividad, un punto común: su interés por aumentar el regalismo de la monarquía española en sus polémicas con Roma. Fèvre dirigió la política eclesiástica del secretario de Estado, Villarias, y, en las polémicas con el nuncio y con el mismo papa Benedicto XIV, se valió de los conocimientos históricos y jurídicos de Mayans. Claro que, muerto Felipe V y cambiado el equipo de gobierno, don Gregorio quedó sin premio y su actividad ignorada. La gestión de Rávago, que estaba apoyado por Carvajal y Ensenada, utilizó un instrumento cultural, creando una Comisión de Archivos, dirigido por el también jesuita Andrés Marcos Burriel.
Aspectos curiosos en estas polémicas. Mayans no quiso, escarmentado por el fracaso anterior, participar en la Comisión, aunque, una vez firmado el Concordato de 1753, colaboró en la redacción de las Observaciones, encargadas por el marqués de la Ensenada, y quedó de nuevo sin premio y éstas inéditas (Mestre, 1968 y 1999). En contraste, Pérez Bayer participó en la Comisión y, como premio, recibió por gracia del Gobierno (es decir, del P. Confesor Rávago) un canonicato en la catedral de Barcelona y una beca para ampliar estudios en Roma.
LA CONQUISTA DE LA CORTE POR LOS VALENCIANOS
La exposición anterior demuestra la gran influencia cultural de los jesuitas, en gran parte debida, menester es decirlo, a los favores de los borbones por medio de sus diferentes gobiernos. Por eso, resulta tan sorprendente el decreto de extrañamiento, sin duda el acto más despótico del reinado de Carlos III.
No hay duda de que la influencia cultural de la Compañía era grande y así lo reconocían amigos y enemigos. Burriel, al recibir el encargo de dirigir la Comisión de Archivos, redactó un ambicioso proyecto, que tituló «Apuntamientos de algunas ideas para fomentar las letras» (Echánove, 1967). En él confesaba sin rubor y con sincera convicción que sin los jesuitas no se podía llevar a cabo ninguna reforma cultural seria en España.
Influencia confesada, asimismo, por sus émulos manteístas. Cerdá y Rico escribía a Mayans el 7 de abril de 1767, apenas expulsados los jesuitas:
Ahora es la ocasión más a propósito para que levanten la cabeza las letras, pues se ha quitado el mayor estorbo... Ninguna ocasión mejor que ésta para reformarse los estudios en España (Mayans, 1998).
Más explícito todavía fue Mayans en carta al ministro Roda:
Aquí la juventud está animosa para llenar el vacío que han dejado los de la Compañía que, aunque estava vanamente ocupado, por fin era grande, i toda la habilidad consiste en que los maestros que pueden aver suplan con la facilidad del método y solidez de la enseñanza lo que les falta saber (5-V-1767, Mayans, 2000: 225).
Queda claro el deseo de los manteístas de llenar, con el favor del Gobierno, el vacío cultural dejado por los jesuitas. También en el caso concreto que nos ocupa. Era la hora de los tomistas. Era la hora de Pérez Bayer.
Los trabajos de Enrique Giménez (1990; 2006) han demostrado que, durante las primeras décadas posteriores a la Guerra de Sucesión, los gobiernos de Madrid siempre miraron a los valencianos como rebeldes y peligrosos. Ese concepto se extendía a los hombres de letras. Hubo una excepción: Jorge Juan. Como guardia marina realizó trabajos al servicio del Estado: viaje a América para medir un grado del meridiano terrestre, espía industrial o tareas diplomáticas (A. Alberola, 2006). Otros intelectuales, cuya actividad quedaba dentro de nuestros límites territoriales (Tosca, Corachán o Miñana), no sufrieron discriminación alguna. Pero cuando nuestros hombres de letras se acercaron a la Corte y al centro del poder, fueron rechazados sin contemplaciones. Así, el deán Martí, que vio impedido su acceso a bibliotecario mayor del monarca, por considerársele austracista y enemigo de los jesuitas. Y a Gregorio Mayans, que fue nombrado bibliotecario del rey por el favor de los austracistas (¡extraña paradoja!), no se le permitió desarrollar actividad cultural alguna (Mestre, 1999).
Sin embargo, a mediados de siglo, la actitud de los gobernantes respecto a nuestros hombres de letras cambió. En el verano de 1751, el catedrático de medicina jubilado, Antonio García y Cervera («García el Gran»), fue llamado a la Corte para atender a la reina Bárbara de Braganza. Y todos los testimonios manifiestan la buena acogida recibida: «Su santa sinceridad y su habilidad le han granjeado en Palacio el aplauso» decía Asensio Sales a Mayans el 6 de octubre de 1751 (Peset, 1975: 325, 8). Blas Jover, Fiscal de la Cámara del Consejo de Castilla, escribía el 28 de agosto de 1751:
El Dr. García está muy bien admitido en esta corte, y saliendo todos los días la Reina nuestra Señora me parece que con su conocido alivio no dejará de conseguir sus ventajas y la de su universidad.
Poco pudo gozar el Dr. García de su éxito, pues, dada su avanzada edad, murió pronto. Pero, como pronosticaba Jover, su faena favoreció al Estudi General, y su discípulo Andrés Piquer fue llamado a la Corte. El mismo Jover confirma esa conexión y las razones de la llamada de Piquer a Madrid:
Es cierto que nuestro Dr. García está bien admitido en toda la Corte, lo cual no es poco, a vista de tanto malignante médico como hay en ella, y que la Reina nuestra Señora se esparce más que lo hacía y con menos aprehensión; con lo cual le estamos muy agradecidos y porque haga venir acá a nuestro Piquer, con lo cual no dudo que la escuela valentina sea más atendida (V. Peset 1975: 327, 20).
Piquer llegó a Madrid el 10 de septiembre de 1751 y, según Jover, gracias al gran concepto que había alcanzado el Dr. García