Amantes y amigos
Por Marissa Hall
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Amantes y amigos - Marissa Hall
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Maureen Caudill
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amantes y amigos, n.º 955 - abril 2020
Título original: An Affair of Convenience
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-119-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
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Capítulo Uno
Mallory Reissen volvió a jugar con el vaso con agua que había junto a su plato. ¿Por qué había cedido a las exigencias de Mark y aceptado ese almuerzo el domingo?
No era por el restaurante. Solía disfrutar del bufé de La Grande Passion de forma habitual desde que tres años atrás se había trasladado a un complejo cercano de casas.
No era por el clima. Su pareja y ella estaban sentados en un pequeño rincón de la terraza del restaurante bajo el brillante sol de primavera de San Diego. En el otro extremo, concentrado en su propia conversación, estaba su atractivo vecino, Cliff Young y su novia actual.
Ni siquiera era por la compañía. Mark era un hombre guapo y entretenido… casi siempre.
Cuando no le soltaba discursos sobre sus hábitos laborales.
–Mallory, debes ver las cosas con perspectiva. Jamás llegas puntual a ninguna de nuestras citas. Y sin contar con que cancelas la mitad porque tu jefe quiere que hagas «algo extra» –el rostro de Mark se acaloró y adquirió una cualidad irritable y fea.
–Hoy llegué a tiempo, ¿no?
–Sí –espetó–. La primera vez. ¿Debería darte una medalla?
Dejó el tenedor y trató de soslayar la contracción del estómago. Dios, odiaba eso. ¿Cuántas veces había pasado por los mismos argumentos con otros acompañantes. ¿Cincuenta? ¿Cien?
–No –negó–. Un simple reconocimiento de que no siempre…
Él no le permitió terminar.
–¡El único motivo por el que hoy has sido puntual es porque te dije que lo nuestro se acabaría si no lo hacías!
–¡Shh! Estamos en un restaurante público –demasiado tarde. La vista de Mallory ya había sido capturada fugazmente por la de Cliff en la otra mesa. Su pareja estaba sentada con la espalda hacia la mesa de Mark y ella, y Cliff volvía a mirarlos.
–¿Crees que me importa? –continuó Mark sin bajar la voz–. Soy un buen partido. Prácticamente podría tener a cualquier mujer de San Diego, y tú te hallas demasiado ocupada pensando en tus cámaras y maquillaje para notarlo.
–Mark –suspiró y dijo con la máxima suavidad que pudo mostrar–, como presentadora de televisión, las cámaras y el maquillaje forman parte de mi trabajo. Es lo que hago –se llevó la servilleta de lino a los labios para ocultar una mueca. Ya había oído esa queja cien veces–. Conocías cuál era mi profesión antes de invitarme a salir la primera vez.
–Sí, pero no sabía que convertirías tu trabajo en una especie de obsesión.
Maldita sea. Los hombres siempre querían más de lo que ella podía ofrecer. ¿Es que ninguno entendía que una mujer en el negocio de las noticias televisadas tenía que trabajar el doble para conseguir respeto?
Para tener éxito, para convertirse en alguien que hasta sus padres reconocieran que lo había hecho bien, tenía que saltar del mercado local de noticias al nacional. Esa gran oportunidad flotaba justo detrás de la esquina. Lo sentía. Ya había recibido alguna insinuación de una de las cadenas. Nada importante, desde luego, pero, no obstante…
Sin embargo, para agarrar esa oportunidad cuando al fin se presentara, debía demostrar que era mejor que el resto de presentadores locales.
Tenía que ser la mejor.
Y eso siempre significaba estar lista para cubrir una noticia, donde y cuando sucediera. A menudo esa guardia de veinticuatro horas representaba citas rotas, impuntualidad y egos heridos siempre que intentaba mantener una relación con un hombre.
Ninguno entendía jamás lo importante que era para ella tener éxito. Ninguno llegaba a entender que cualquier relación personal, incluso la de amante, ocuparía siempre el segundo lugar tras su carrera. El único modo en que ella sabía avanzar era colocar el trabajo en lo más alto de su lista de prioridades.
Hasta el momento esas prioridades habían funcionado, a pesar de dejar a su espalda una larga serie de relaciones y amistades rotas y perdidas.
Frustrada, preocupada por decir algo que pudiera cortar las pocas hebras que mantenían la amistad con Mark, se levantó y consiguió sonreír.
–Voy a servirme un plato con fruta.
Se demoró en el expositor de frutas exóticas para evitar regresar a la discusión que Mark parecía decidido a reanudar. Cuando quiso tomar una fresa, las pinzas que sostenía temblaban tanto que estuvo a punto de tirarla.
Una mano cálida y masculina se cerró sobre la suya, afirmó las pinzas y la ayudó a depositar la fresa en el plato. Sobresaltada, miró por encima del hombro, lista para apartarse, pero se relajó al darse cuenta de que era Cliff.
–Gracias –tomó otra fresa, junto con un poco de crema batida, su debilidad, y otra vez su mano la ayudó.
Él le quitó las pinzas y trasladó dos o tres suculentas fresas a su plato.
–¿Son suficientes?
–Sí –más agradecida de lo que le gustaba reconocer, estudió el expositor de frutas, principalmente para evitar su mirada. No quería comer más… sabía que le costaría tragar la fruta que ya tenía en el plato.
–¿Problemas con tu cita? –musitó Cliff.
Fue a mentir, pero se detuvo. ¿Qué sentido tenía? Cliff debió escuchar casi toda su discusión con Mark. Además, en los tres años que llevaban viviendo en casas contiguas, había llegado a contar con él como un amigo esporádico pero muy real. Con él había compartido más conversaciones profundas que con nadie que pudiera mencionar.
Algo en Cliff inspiraba confianza. Supuso que se trataba de uno de los motivos por los que era un excelente abogado. Pero hacía tiempo que había aprendido a contener el ramalazo de atracción que de vez en cuando salía a la superficie y a concentrarse en desarrollar una amistad platónica con él.
Daba la impresión de que él hacía lo mismo, ya que jamás había revelado la menor intención de que buscaba algo más personal con ella.
–Sí –reconoció, apartando la mente de Cliff para retomar la conversación–. En este momento Mark no está muy contento conmigo.
–¿Por qué? ¿Lo has engañado? –planteó la pregunta con tanta delicadeza que ella tardó unos momentos en ofenderse.
–¡Desde luego que no! –se volvió para mirarlo de lleno–. Apenas dispongo de tiempo para una relación. ¿Cuándo encontraría los momentos para otra?
–Las mujeres engañan todo el tiempo –se encogió de hombros y se sirvió una rodaja jugosa de kiwi.
–Yo no –Mallory miró por encima del hombro. Desde ese ángulo podía ver la cara de su acompañante. Pensó que la reconocía como una actriz que en ese momento trabajaba en una producción en el Spreckel’s Theatre–. Si quieres mi opinión, tu amiga tampoco tiene expresión muy feliz.
Cliff hizo una mueca y se sirvió algunas frambuesas. Enarcó una ceja para saber si ella también quería algunas, y Mallory asintió de forma automática.
–Y no lo está. De hecho, creo que Suzanne y tu pareja podrían estar entonando la misma canción.
–No entiendo.
–¿Mike no…?
–Mark.
–Oh. Bueno, ¿Mark no se quejaba de que dedicas mucho tiempo a trabajar? ¿De que rompes las citas debido a tus compromisos laborales? ¿De que no pasas suficiente tiempo con él? ¿De que sacrificas tu vida social si tu presencia es requerida en el estudio?
Mallory se quedó boquiabierta. De inmediato la cerró otra vez.
–¿Cómo lo sabías?
Con un movimiento sutil indicó a su acompañante, que en ese instante movía los dedos sobre el mantel.
–Parece lo mismo que Suzanne critica en mí.
Sus ojos se ofrecieron comprensión mutua. Mallory sabía que Cliff era uno de los mejores abogados defensores de San Diego. Una vez, mientras tomaban café, le había confiado que pensaba llegar a ser el socio más joven de su bufete, el más prestigioso de la ciudad. Conocía bastante su agenda para saber que en él era típico trabajar de sesenta a ochenta horas semanales.
Lo mismo que sucedía con ella.
–Lo siento –susurró.
–Son cosas que pasan –miró en dirección a sus mesas–. Creo que los dos nos hemos retrasado demasiado.
Mallory se volvió y vio que Mark se bebía lo que quedaba de su cóctel de champán, se ponía de pie y se marchaba. Al pasar junto a la mesa de la fruta, la mirada centelleante que le lanzó tendría que haberla incinerado allí mismo, aunque no pronunció ni una palabra.
Siguiendo su estela apareció Suzanne. Se contoneó hasta llegar al lado de Cliff, le pasó unos dedos con uñas rojas por la mandíbula y le dio lo que tendría que haber sido una palmadita cortante.
–Ya nos veremos, Cliff –dijo–. La próxima vez que quieras que nos reunamos, llámame. Si esa noche no estoy ocupada… –su tono indicó que contar perchas en el armario sería preferible–… quizá podamos vernos.
Se marchó, atrayendo todas las miradas masculinas del local.
Mallory bajó la vista al plato lleno de fruta, luego miró las dos mesas vacías y después a Cliff.
–¿Qué te apuestas que nuestras respectivas parejas nos han dejado la cuenta?
Cliff sonrió, aliviado al percibir