Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

¿Dónde estoy?¿quién soy?: Alemania 1963
¿Dónde estoy?¿quién soy?: Alemania 1963
¿Dónde estoy?¿quién soy?: Alemania 1963
Libro electrónico296 páginas4 horas

¿Dónde estoy?¿quién soy?: Alemania 1963

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Antonio, un jovencito sudamericano, aparece en la Alemania de la posguerra sin saber quién es y por qué está en este extraño país para él, en donde se enfrenta a innumerables barreras del idioma, las costumbres, incertidumbre y desesperanzas. Se apoya en su fe religiosa, sus amigos y su inquebrantable resolución por salir adelante.
En todos estos años de inclemente lucha encuentra su primer amor y experimenta el misterio que envuelve su interioridad, desencadenándose una serie de eventos únicos, pasando de lo inesperado a lo sensacional, en donde todo a su alrededor se ve gris y desconcertante.
Esta novela es algo diferente, inspirada en hechos reales. Es una motivación para los jóvenes que se preguntan cómo será su futuro. El autor transita por ciudades tan diferentes como Bogotá, Marbella o Berlín, y entrelaza el mundo empresarial en emocionantes escenas de enigma y éxitos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2019
ISBN9788418034909
¿Dónde estoy?¿quién soy?: Alemania 1963
Autor

Agustín Angarita

El autor es ciudadano alemán, nace y crece en Colombia. Es actualmente residente en México. Graduado en Derecho en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá y en Administración de Empresas en Boston - OPM XII - de la Universidad de Harvard. Ha ejercido la diplomacia como Cónsul Honorario de México en Cali. Senador JCI International y embajador de la organización americana ante la UE. Ha viajado extensamente por toda América, Europa y Asia acumulando historias y conociendo culturas diferentes para plasmar todo esto en sus escritos con profundo respeto por «el arte de escribir». Su espíritu social y alta sensibilidad hacia la problemática del hombre y sus necesidades, lo mismo que su profunda fe en Dios, le han permitido trasmitir magníficas experiencias en textos escritos.

Relacionado con ¿Dónde estoy?¿quién soy?

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para ¿Dónde estoy?¿quién soy?

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    ¿Dónde estoy?¿quién soy? - Agustín Angarita

    ¿Dónde estoy?¿quién soy?

    Alemania 1963

    Agustín Angarita

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Agustín Angarita, 2019

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788418036446

    ISBN eBook: 9788418034909

    A Lina y Andrés

    Capítulo I

    Enigma en el Atlántico

    El transatlántico de la Hapag cumple su segundo día de viaje de un soleado abril de 1.963, habiendo dejado atrás los sudamericanos puertos de Callao, Guayaquil, su paso por el Canal de Panamá y finalmente Barranquilla, antes de tomar rumbo hacia el Puerto de Hamburgo donde tendrá su destino final en Alemania. Toda marcha bien y la tripulación se regocija ante la ya pronta llegada a casa después de la larguísima jornada itinerante por todos estos puertos y países.

    Algunos tararean las canciones que tendrán oportunidad de disfrutar en las múltiples tabernas y bares de Sankt Pauli en especial la renombrada Reeperbahn, o la Hafenstrasse y muchas otras de nunca olvidar. Rudolf, llamado por sus amigos Rudi, Bernd y Dieter consumados marineros departen en la cafetería del inmenso buque después de la cena. Afuera el mar se menea con su parsimoniosa pero intimidante majestuosidad, en donde el misterio que cubre sus aguas con infinitas historias que vienen desde el comienzo del mundo hasta los días actuales de este viaje, al unísono del palpitar de una humanidad llena de voces lúgubres de los miles y miles de almas que perecieron en sus profundidades, especialmente en la guerra que acaba de pasar y de las que nunca se ha sabido ni se sabrá jamás. Ahí están una vez más navegando tranquila y pausadamente sin saber que lo más terrible aún podría suceder.

    —¿Qué vas a hacer cuando lleguemos a Hamburgo? —preguntó con voz curiosa Rudi a Dieter, quien enciende un cigarrillo, apaga su fósforo lentamente con su mano izquierda, inhala su espeso humo y dice:

    —esta vez voy a tener más tiempo que nunca, ya que tomaré unas vacaciones atrasadas, y serán 8 semanas de ocio, viajes y al final me dedicaré a buscar una vivienda que me satisfaga, que tenga jardines y que me permita establecer el cambio que necesitamos los que vivimos en este oficio, que a veces cansa y agota como ninguno otro. Se hace una pausa en la esquina del recinto y concentrados en sus pensamientos se miran sus rostros de fruncido ceño y es Dieter el más joven y beligerante de los tres quien tomando la palabra se anticipa a los demás y con ligereza de palabras exalta sus sueños y planes del jolgorio que presumiblemente le espera a su llegada al puerto

    Dieter con sus 30 años cumplidos, barba cortada a 1 milímetro y marcado acento de Bavaria al puro sur de Alemania, soltero y sin ninguna atadura sentimental, pues es de los que prefieren deleitarse apetitosamente de varios platos y no comprometerse con nadie; ese era su estilo y para esto amaba su profesión de marinero y disfrutaba de las chicas de los puertos sudamericanos; ese era su sueño y lo sabía degustar muy bien. Sabía del éxito que su figura y atractivos modales de marinero refinado provocaban en cualquier ambiente en que se encontrase, ya sea en los puertos alemanes, pero en especial en los puertos del sur del continente americano en los que siempre salía victorioso en las escaramuzas de los pequeños amoríos en los que solía con jactancia entrelazarse.

    —¿En dónde piensas comprar? —increpó Rudi al joven asumiendo el papel de consejero mayor.

    —En Hamburgo están construyendo unas casas tipo campestre en las afueras de la ciudad, muy lindas y con mucha facilidad de pagos a largo plazo, y ya sabes con el respaldo de la compañía no tendrías ningún problema de financiación. —insinuó Rudi.

    —No, no eso lo tengo ya muy definido, yo quiero tener algo que me sirva también a largo plazo y eso sería definitivamente en una de las montañas de Bavaria, allá en donde nací y en donde quiero pasar mis días de viejo.

    —Sí, hace sentido confirmó Rudi levantándose de la mesa y saliendo con cierta prisa del salón.

    —¿Voy por cerveza, quieres una? —le dijo Bernd a Dieter.

    —Sí, gracias, que sea una más y ya.

    —Si —contestó cortamente y regresó al minuto, deja las dos cervezas sobre la mesa; toma asiento y de inmediato Dieter pregunta a Bernd:

    —¿y tú, a todas estas que vas a hacer?

    —Yo solamente me tomaré esta semana para visitar a mis hijos y a la ex, no me queda más remedio, arreglar cuentas y dejar todo en orden, en fin, tú sabes cómo es esto. Bajó la cabeza y con actitud de resignación y cadente dejo en su voz concluyó su respuesta.

    —Ah sí, me lo imaginaba. Agregó con tono rápido y pausa seguida.

    —¿O sea que tus zarpas la semana después? Y a continuación agregó contundente:

    —¿Regresas a altamar con la misma ruta?

    —Si, exactamente no queda de otra, ya probé la ruta de Asia y la verdad me quedo con la de Sudamérica, creo que me adapto más, me siento un poco como en casa o por lo menos más cómodo, bien atendido, tú sabes, la gente es muy alegre, divertida y amable, sin tensiones y sin misterios, lo que no encuentro con los asiáticos, pero en fin eso va en gustos, a mí me encanta Sudamérica.

    Bernhard fue de los jóvenes soldados que fueron tomados prisioneros al final de la guerra. Era un auténtico berlinés desde siempre y para siempre, nació en Reinickendorf un barrio residencial al norte de la ciudad y creció prácticamente junto a lo que Hitler representaba, participo con la juventud alemana, canto todas sus canciones de los niños a jóvenes y sintió a la patria como ninguno otro, así que lloró con muy sentidas lágrimas cuando supo que el Führer se había suicidado. Había nacido en la capital alemana en 1928 es decir se acercaba a los 35 años y aunque aceptó todas las condiciones de la rendición alemana nunca aceptó a los aliados de ninguna manera; en la ocupación le correspondió el sector inglés a quienes siempre miró con desprecio y cierta arrogancia; aprendió inglés porque era imprescindible en aquellos días para la incorporación a la renaciente Alemania devastada. Padeció el hambre y el desconcierto de ver a su país otrora lleno de gloria y de éxito, ahora destruido y humillado completamente; su padre prisionero y después muerto por los rusos; su madre abandonada con 2 hijos aún pequeños, Bernhard era el mayor y en el 44 fue alistado en el ejército alemán cuando la seguridad del triunfo con el Führer estaba aún con ciertas esperanzas. Tenía 16 años, Hitler tenía que recurrir a todo, así que convocó a hombres muy mayores y a jovencitos menores de 18 años. Rudi se aleja de sitio a retornar a sus labores con especial aspecto de preocupación a lo que Bernd manifiesta:

    —¿Qué le pasa a Rudi que lo veo muy inquieto por estos días?

    —Increpó Bernd.

    —Sí, lo que pasa es que tiene problemas con el Capitán y como se acerca la finalización del viaje teme que le van a dar un mal reporte y eso es para su carrera un grave problema.

    —Ah que cosa, y sobre todo con este capitán que es tan inflexible, —contestó Bernd.

    —Por lo menos si sale bien librado que escoja otra ruta, no le queda más.

    —Sí, eso mismo le he estado diciendo, a lo mejor adiós, Sudamérica.

    —Sí, eso sería una calamidad para él, pues le encanta toda la magia del mundo sudamericano, incluso ya tiene una bella peruana en la mira que esta vez por fin está decidido a formalizar su relación, lo tiene pensando y como es tan organizado me ha dicho que si le acepta sus proposiciones la traería a Alemania para ingresarla en uno de esos Institutos creados por los «amis¹» para inmersión total con el idioma; él piensa que como es una chica joven, podría reeducarla dentro del sistema y mentalidad alemana para hacer de ella su esposa y madre de sus hijos, pero por favor no le comentes nada, no quiero pasar por indiscreto— No, claro que no, tú sabes el aprecio que yo le tengo. Bernd fue el típico reflejo de la ideologización en que los niños orgullosamente uniformados de esa época y habiendo nacido en medio de las banderas con la esvástica, los grandes desfiles, los discursos del Führer además del ejemplo de sus padres, consideraban a su Líder como un dios moderno con todos sus atributos; les dio esperanza cuando ya no había ninguna, les dio trabajo cuando este escaseaba y sobre todo les dio otra vez su valor propio, como en las antiguas épocas de la gloria germana, —vencedores en tantas batallas, haciendo tambalear al mismo imperio romano—; les dio también una identidad de la que podrían sentirse muy orgullosos. Hitler logró superar la miseria de los alemanes después de la derrota de la primera guerra mundial lo que hizo de él, lograr alcanzar la fama de ídolo de las masas que rápidamente alcanzó a casi la totalidad de la población alemana.

    Aquí se gestaba un espectro paralelo en el que consciente o inconsciente, el pueblo alemán tan deprimido por aquellos días no le importaba la maldad hitleriana; o si la entendía, entonces no quería digerirla. De pronto de oídas asimilan que Hitler elimina a la oposición y eso se entendía que era bueno, sin entrar a mirar el método. Entonces aparece la noche de los cuchillos largos en donde Hitler descaradamente asesina al jefe de la SA Ernst Roehm y todo un grupo de leales copartidarios buscando el solo pretexto de la homosexualidad. Hasta ahí, todo aparentaba estar bien; pues si el Führer lo dice, además de estar prohibido el homosexualismo en la ley alemana (que solo se derogó años después), pues que viva esa medida. Que dizque en las grandes ciudades se realizó la noche los cristales rotos, en donde se destruyen salvajemente los cristales de todas las tiendas y negocios de propietarios judíos; —esto debe estar bien, pues Hitler dijo que los judíos eran la causa de todos los males concernientes a la pobreza alemana—.

    Así que era fácil de entender a un colectivo guiado por un líder tan ambicioso y sin ningún escrúpulo, además de que supo magistralmente hipnotizar con su oratoria a las masas sedientas de trabajo, progreso y fe en sus destinos. —«Es ese mal que está ahí corriendo muy paralelo en mi subconsciente y en conjunto con la satisfacción de mis necesidades, y que mejor no lo capto pues no quiero ni debo apartarme de la magia y el fulgor de lo que se vive ahora, y que Dios no lo permita,» que jamás volvamos a los días amargos» que se vivieron antes de que nuestro Führer llegase para salvar a nuestra amada patria, la gran Alemania.

    Era todo un sistema trabajando para unos objetivos en donde la propaganda elevada a Ministerio se encargaba de todo lo que pudiese doblegar las mentes de las masas para llenar el ego del insaciable de Hitler; que si bien es cierto conducían al mejoramiento de Alemania, lo que no se sabía en ese entonces era «a qué precio».

    ¡Si! era como pasear por un camino cubierto de rosas, en donde toda la propaganda te anima con voces airadas de lado y lado de la vía a que sigas y sigas sin advertirle al pasante que a pocos metros el camino se abrirá y todos se caerán al abismo; ¡muy tarde!, demasiado tarde para reflexionar o siquiera para detenerse. La fe era tan grande que, aunque ya algunos avezados militares lo advirtieron casi a tiempo, no tuvieron el valor de denunciarlo a cuatro voces. Solo pocos atentados que por desgracia fallaron, sirvieron para glorificar aún más la imagen de Hitler. El resto, gran parte del pueblo alemán conservó la esperanza hasta casi a semanas antes del descalabro final que concluye con la muerte por suicidio de Hitler y la capitulación incondicional alemana.

    En el puente, el capitán del barco Günter Mueller deja su cabina para un momento de pausa y sus ojos de intenso azul, se pierden en el infinito de las calmas aguas del Atlántico profundo, y sus pensamientos se van con las olas del mar hacia aquellos momentos de gloria, los discursos de Hitler, las grandes marchas, las arengas de Göbbels y las interminables levantadas de copas para brindar por «nuestro Führer Hitler» —respira entonces intenso y nostálgico.

    Retrocede con su mente en el tiempo de la guerra, aspira llenando tenuemente sus pulmones de aire y se traslada a los campos de batalla,

    —«todo era perfecto, lo único que nos falló y que no dependía de nosotros fue el maldito combustible, toda la acción inicial debía concentrarse en los pozos petroleros, Crimea, por ejemplo, ¡sí! todos los problemas de nuestro ejército y flota marina llegaban al mismo punto, ¡combustible! Muy distinto hubiese sido el final de la guerra, si nuestros estrategas hubiesen planeado esto desde el comienzo».

    A él no le interesaba el asunto de los judíos, ni las atrocidades de los campos de concentración, eso era parte de la guerra —Y si una guerra no sufriera sus muertos, pues no sería guerra, —murmuró indignado.

    Si había alguien por aquellos días que nunca cambió de opinión respecto a la política de Hitler, era el capitán Mueller. Nunca tuvo la oportunidad de vinculación alguna con el poder, llámese partido Nazi, o alguna de sus divisiones, pero si algo le hubiesen ofrecido, sin duda lo habría tomado y hubiese llevado las banderas, los escudos y todo lo que hubiese sido posible llevar.

    Ya en la posguerra, en público el capitán Müller jamás exteriorizó ninguna simpatía por los Nacional Socialistas, ya que no le convenía desde ningún punto de vista, pero en privado entre amigos y camaradas de trabajo, si lo manifestaba a sus anchas y obviamente, nadie le criticaba mucho menos siendo él, el jefe a bordo, solo había uno que no se podía contener y que aún antes de terminar la guerra ya se expresaba también en privado en contra de Hitler, ese recio hombre curtido por el sol de marinero era Rudolf, alto de figura atlética y aspecto respetable, pelo blanco a la altura de sus orejas, se imponía con el misterio de su personalidad; conocido además por expresar sus conceptos cuando decía por ejemplo —Ni me hables de ese falso profeta, que nos sumió en la más grande infamia que alguien en el planeta nos hubiese podido hacer.

    —Otras veces manifestaba también—: No quiero más guerras, ni quiero más «guías fenomenales», que nos conduzcan a la perdición como nos acaba de pasar en nuestro país.

    Esta posición de Rudolf era para el capitán Müller más que una declaración de guerra, así que lo cogió entre ojos, le llamaba la atención por cualquier mínima cosa que no fuera perfecta y no veía la hora de que cometiera un error para aplicarle las reglas en categoría máxima.

    Al día siguiente volvieron a reunirse los 3 grandes amigos para compartir la cena y la consabida plática de siempre, esta vez quien tomaba la vocería era Rudi comentando los momentos de su participación como simple grumete de la recién formada marina alemana, antes la Marina Imperial Alemana — Reich Marine — que aunque era del pueblo alemán, ellos la percibían como si fuera propiedad del Kaiser Wilhelm II; pues bien, dijo Rudi a secas y con un aire de solemne gravedad en su pausada voz : —para mí lo más terrible de la guerra la pase en el Bismarck; —hace un pausa mirando hacia el piso y con cara de dramaturgo continúa: —era como ir del cielo pasando por el purgatorio hasta caer en el infierno.

    —El cielo —explico Rudi, —era lograr ser enlistado para poder abordar el Bismarck, una inmensa nave dotada de los más modernos y perfectos equipos que el Führer y sus sabios pudiesen formar; todo era impecable, de una sólida estructura que solo los mejores de los nuestros podrían lograr. La sensación que se sentía al caminar por sus pasillos, los cientos de compartimentos, el armamento, los gigantescos cañones, daban la innegable sensación de que con este barco nadie, óiganlo bien, nadie nos podría vencer. ¡El Bismarck era inmenso» «El Bismarck era invencible»

    Otra pausa y esta vez con voz altiva y airada dice: —no era necesario que se nos dijese: — ¡saca pecho y mira al frente!, porque esto salía automáticamente de la emoción de actuar y participar de esta magna obra tan increíble.

    Continuó Rudi, con cierta emoción y nostalgia a su vez,

    —después vinieron muchas batallas en las que siempre salíamos invictos, hundimos muchas naves enemigas inclusive buques mercantes como este, que llevaban provisiones para los ingleses, hasta que se nos llegó el día marcado con la bandera negra de la muerte,

    —¿Qué pasó? ¿Cómo fue?

    —Le interrumpió Dieter.

    —nos llegó la gran batalla, que aunque nos apoyábamos en la seguridad de la victoria, todo cambio de repente cuando comenzaron las detonaciones estruendosas de cuatro naves inglesas que nos habían acorralado, con sus cañonazos de tal intensidad que nunca nos llegamos ni siquiera a imaginar; lo máximo que habíamos sentido era el enorme ruido de las balas de los cañones saliendo, pero eso era un ruidito comparado con lo que se sentía cuando tú te encuentras en lo más profundo del buque lidiando con las máquinas, encerrado en medio de esa gigantesca mole de acero sin poder hacer nada! Solo pensando en el momento en que esto pararía, diciendo repetidamente:

    —¡Ya basta, ya! ¡Ya no más!, para poder respirar tranquilos, esperando que la artillería nuestra pudiese alcanzar al enemigo y lograr el final feliz como siempre había sucedido. Pero no fue así —continuó Rudi, haciendo breves pausas en medio de su relato acompañado de una voz profunda y llena de acongojada tristeza—.

    »La muerte es inevitable en estos casos de la mar, ahí no tienes la posibilidad de salir corriendo, ni siquiera de ser cobarde o de desertar, ahí te hundes inclementemente, si no es que mueres por la explosión, que, aunque siendo terrible es más deseable que morir por ahogamiento. Uno cuenta las interminables escaleras, los pisos y los cientos de pasillos que hay que recorrer para llegar a cubierta, en este caso a proa ya que sabíamos que el buque se hundiría por popa; se oyen gritos desgarradores, suplicantes, gimiendo con él ¡todos vamos a morir! Y tú tenías que ignorarlos y seguir adelante. Pues, ¡ese punto llego! Eran tantas y seguidas las explosiones que nuestro razonamiento tenía que aceptar que la muerte estaba ahí presente como en la fila, a la espera de que una puerta se abriera y alguien con pesada voz en alto replicara: ¡el siguiente! El miedo es algo indescriptible, y después sigue el pánico y las imágenes de los recuentos de la vida pasa demasiado rápida para deleitarse viendo los recuerdos de los días de encuentro con los padres en la infancia, y la pregunta ineludible: ¡por qué! Señor, si soy tan joven y no he hecho más que servir fielmente a mi Patria, ¿Por qué? Pero seguido a esto venía la reflexión, «si Hitler no nos hubiera llevado a esto; si no se hubiera desatado como un loco, sin escuchar a sus generales que en tono reprimido le insinuaban la rendición cuando aún se hubiesen salvado millones de víctimas» —Los ojos de Rudi se le humedecen y con pausas que paralizan la respiración de Bernd y Dieter en un ambiente completamente lúgubre y silencioso continua el relato: — ya había llegado el momento, no había que dudarlo un minuto más, el buque se hundía, las sirenas de las alarmas no cesaban y la orden era evacuar, impregnados por el shock ante una realidad que había que aceptar y sin un segundo que perder, se recorrían y recorría pasillos y corredores pensando en cada instante que ya sería el final, sabía que la muerte estaba ahí metida con nosotros a bordo, era horroroso; esta podría venir como resultado de la explosión siendo aplastados por las partes metálicas que destruyen todo lo que se ve alrededor, o por falta de oxígeno en donde uno ve claramente que nadie, nadie, lo puede salvar. En mi caso logre finalmente subir a cubierta justo antes de que el buque se hundiese del todo y que la presión del vacío me llevase consigo hasta el fondo del mar.

    Minutos después, las lentas y suaves olas del mar para mí en ese momento, eran como un bello oasis en esta aventura: ¡estaba vivo!, la alegría me invadió, me sentí tremendamente eufórico, al derredor de mi vi un escaso grupo de oficiales y marineros como yo en las mismas circunstancias; y a poca distancia vimos como nuestro gran orgullo, el Bismarck se hundía para siempre.

    »Sabíamos que según las reglas del mar el enemigo, en esta ocasión los ingleses, tendrían que rescatarnos, en esos momentos, así que todo quedaba atrás; la victoria en la guerra, el orgullo y decepción por el buque perdido, ¡todo!, ahora el punto era: ¿cuándo nos van a rescatar? a sabiendas de que quedaríamos prisioneros y eso ya era lo de menos; la cuestión era lograr sobrevivir. De los 2.300 marineros que abordamos, solo logramos sobrevivir 114, ¿no les parece que es un milagro que yo esté vivo? Volví a hacerme otra vez la pregunta, esta vez cambiándola a ¿Por qué Dios?, ¿Por qué yo? ¿Si el 95% de los que íbamos a bordo, algunos de ellos entrañables amigos murieron?

    »Yo estoy viviendo una segunda vida, mi corazón, orgullo y hasta arrogancia de siempre, se me han transformado, ya no peleo por pequeñeces, ya no contra argumento, solo expreso mis pensamientos a secas, he aprendido a perdonar que es lo mínimo que podría hacer si Dios me ha perdonado la vida.

    »Mis días en prisión fueron un mínimo problema, se nos trató bien, yo diría que muy bien y eso ya nos daba un aliento, el problema se venía de vez en cuando con la depresión al enterarnos más tarde que la guerra estaba perdida, y que nuestro país, la gran Alemania estaba destruida. Los ingleses dizque para que estuviéramos informados nos mostraban noticieros mostrándonos todo. No lo podíamos creer, todo, todo perdido, pero estábamos vivos.

    Tras larga pausa y pensamientos de reflexión Dieter pregunta:

    —¿Y tú Bernd, como fue tu historia? —Bernd, con actitud segura se aligeró la garganta y dijo:

    —Pues yo no tengo mucho que contar, a mí me correspondió la Bundeswehr, el ejército y en realidad no me vi envuelto en mucho ya que cuando me hubiese tocado el turno, la guerra se estaba acabando, casi que no salí de Berlín, comencé en Pankow al norte de la ciudad, como a unos 5 kilómetros del Bunker de Hitler, y terminé ahí mismo, ya no había nada que hacer, pues después de meses de tensa espera finalmente llegaron los rusos; el nerviosismo era horrible, ya todo escaseaba, la tropa comenzaba a perder la moral, cuando tú ves que todo lo que había prometido Hitler no estaba resultando y que estábamos ante algo inconcebible como que nos cañonearan en el propio Berlín, significaba el pánico colectivo. Los sótanos de los edificios y los bunkers acondicionados para tal efecto se volvieron tema central de todos los días, ya no se podía pensar en algo distinto, la hora de la verdad había llegado.

    Aunque por un lado del Ministerio de Propaganda las noticias eran muy alentadoras, —continuó Bernd—, por otro lado, todo se iba complicando y hasta los abastecimientos mínimos dejaban de existir, entonces se comenzaba uno a preguntar —¡Da Stimmt irdgenwas nicht! — ¡aquí hay algo que no concuerda! —

    Los rusos cañonearon primero y esto era inconcebible, nunca se había visto, ni imaginado tal cosa, en especial porque nos daba mucha confianza que estábamos en el propio

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1