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Deutschland, Deutschland über alles
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Libro electrónico373 páginas2 horas

Deutschland, Deutschland über alles

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Este libro es tan irreverente que cuando Kurt Tucholsky lo publicó en 1929, en colaboración con el fotógrafo John Heartfield, tuvo que exiliarse. Combinando las artes de la literatura y de la fotografía se compone, a través del humor y de la sátira, una de las obras más representativas del dadaísmo alemán. Tucholsky vislumbra la semilla de lo que acabará siendo el régimen nazi en unas instituciones que han perdido la confianza del pueblo y en una sociedad en la que imperan el militarismo y el nacionalismo. Deutschland, Deutschland über alles es una de las críticas más duras contra la realidad política de su época, pero es, ante todo, una carta de amor a Alemania.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 may 2024
ISBN9788412832310
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    Deutschland, Deutschland über alles - Kurt Tucholsky

    Illustration

    1918 A ORILLAS DEL RIN

    Se retiran: ¿Para qué salieron? ¿Para quién?

    Mineros, artesanos, instaladores de tuberías, comerciales, todos ellos disfrazados, regresan a casa —con un enemigo a las espaldas que en el fondo no ha sido ningún enemigo para ellos, sino tan solo socio en la guerra— con un enemigo por delante que tan solo conocen quienes poseen una conciencia de clase entre ellos. Todavía no saben lo que les espera en casa como agradecimiento de la patria: la inflación, esa bancarrota fraudulenta del Estado, el hambre, el paro... y 1,67 marcos semanales como pensión por heridas de guerra. ¿Para qué? ¿Para quién...? Para los banqueros de vuestras guerras; para los banqueros de vuestra paz.

    Illustration

    LA NACIÓN DE LOS MUCHACHOS OFICIALES

    Al pie de esta fotografía ponía:

    La asociación «Juventudes Marinas de la Patria» se ha propuesto ofrecer a la juventud alemana, de manera adicional a su educación escolar y sin tener en cuenta sus diferencias sociales y partidistas, una formación con perfeccionamiento físico e intelectual para fortalecerlos en la lucha por la vida y hacer de esta nueva generación unos hombres eficientes al servicio de la comunidad nacional.

    Todo eso puede verse con claridad en esta fotografía. En ella se nos muestra la formación con perfeccionamiento intelectual; el fortalecimiento; la eficiencia... todo eso está ahí, pues ¿cómo podría alcanzar tal cosa el pueblo alemán si no es colocando las manos en la costura del pantalón creada para tal efecto?

    Ahora bien, ¿qué hace esta nueva generación ahí arriba? También figura esto en el pie de la fotografía. Se prepara para marchar y visitar el observatorio de Potsdam. Y si se hubiera visto esta escena desde Marte, con esos antebrazos pegados al cuerpo, esos ojos sedientos de astronomía, el comandante al frente... entonces los marcianos habrían llamado a su especialista en asuntos de la Tierra, y este habría podido decir con toda razón: «Puede que haya seres vivos en la Tierra, pero personas... esas no son personas».

    LA NOCIVIDAD DE VESTIR DE PAISANO

    Erich Lindström, con apellido de soltero Ludendorff... Al fin y al cabo hay cosas más importantes en el mundo que un general usado. Sin embargo, ese ya no tiene éxito, razón por la cual conviene realizar una breve observación.

    ¿Por qué ya no tiene éxito?

    En realidad se dan todos los requisitos para gozar de la popularidad alemana, pues ese hombre no ha traído a su país más que desgracias, eso sí, con mucho bombo y platillo: fue general. Tuvo poder y existía la esperanza de que un día volvería a tenerlo; y también ha engordado hasta alcanzar esa medida de rechonchez que resulta necesaria en este país si quieres salir pintado en las jarras de cerveza de la fama. Y sin embargo, su falta de éxito no tiene nada que ver con esto. Voy a ser yo quien le revele el secreto de su fracaso.

    Illustration

    S. M. de paisano

    Illustration

    Probablemente sucede que uno, como hombre y como machito, albergue cierta predilección por el personal de cocina, sobre todo cuando llega la primavera, y mire entonces con estimulante apetito a las cocineras o a una simpática camarera con una cofia blanca, o a una criada con un delantalito juguetón, o incluso a una enfermera envuelta por entero en un blanco aséptico. Ahora bien, las cosas no siempre transcurren de una manera tan perfecta como para que el cortejo, el arrebatamiento amoroso y la culminación puedan despacharse en el mismo lugar en el que se realiza la actividad. Así pues, el ligón febril decide organizar una cita; la guapa, embutida en su disfraz provocador, acepta con rubor, pero entonces se abre la puerta, entra en la habitación la señora o el dueño de la casa o el médico de cabecera, ¡y zas! Ella se va. Y aparece por la noche «bien arreglada», vestida de domingo, recién bañada, con un traje de calle o un vestido de fiesta... Y una ligera decepción se apodera del hombre. ¿Es ella, la linda, la pequeña, la de las cintas, la del delantalito, la ataviada de blanco? Sí, es ella. Y a la vez ya no lo es. La vestimenta de paisano ha matado la tentación y el amor. La vestimenta de paisano mata. Él, Lindström, tiene esa sensación, pues en todas las fiestas, en las celebraciones del regimiento, en las ceremonias de izado de la bandera y en los desfiles, se embute en un uniforme de fantasía que ya no está disponible en absoluto en la actualidad, que ya no existe, que se ha convertido en un disfraz histórico para mascaradas. Pero es inútil. Él tiene la sensación de que le queda bien la ropa de paisano. Realmente no le queda bien. Yo lo vi de paisano por aquel entonces, cuando tartamudeaba ante la comisión de investigación. Tenía algo de maestro de escuela severo en un baño turco. La autoridad se había esfumado. Y es que el principio supremo para las empleadas del hogar y para los generales es este: lo que va con uniforme hay que amarlo con el uniforme. Sin duda alguna, la ropa de paisano resulta muy nociva. ¡Pobrecito general...!

    Illustration

    En este país, el número de los monumentos alemanes a guerreros comparado con el número de monumentos alemanes dedicados a Heine se halla en la misma proporción que el poder en relación con la inteligencia.

    Illustration

    EL PUEBLO

    «Al pueblo hay que conservarle la religión.» — «Mire usted... el pueblo lo percibe de otra manera, es...» — «El pueblo es precisamente...» Pero ¿quién habla así? Ciudadanos que se han vuelto megalómanos. Llamémoslos como queramos, llamémoslos por su nombre de verdad y digamos a quién nos referimos: a los trabajadores. Y no digamos a tontas y a locas que les falta «cultura». Lo que les falta es algo muy diferente.

    Para que yo pudiera escribir este libro ilustrado fue necesario: tener el estómago ahíto; tener un techo sobre mi cabeza; tener la calma y el tiempo necesario para mirar con atención las fotografías que me ha entregado la editorial; que mi padre me hubiera dado en la adolescencia tanto dinero como para aprender algo más que el abecedario y las tablas de multiplicar... Todo esto fue necesario. De vez en cuando, un proletario heroico consigue traspasar esas barreras y, a pesar del hambre, del frío y de una educación a medias, logra alcanzar trabajando de noche y con un tremendo esfuerzo de voluntad, lo que el hijo de un comerciante alcanza con mayor facilidad. Pero si se carece de estos requisitos, entonces tales exigencias son un descaro; entonces el desprecio es una desfachatez.

    Estas personas que hacen canastas de mimbre, ¿iban a leer acaso al místico francés Paul Claudel? ¿O a reflexionar sobre la inmortalidad en Lao-Tse? ¿Y vamos a reprocharles de verdad que no lo hagan? ¿Y vamos a impedirles eternamente que lo hagan alguna vez?

    Illustration

    El medio no lo es todo, además está la ascendencia y esa X quizás inexplicable que moldea al ser humano. Ahora bien, ¿por qué no se les consiente a los trabajadores estos tres puntos siguientes?:

    —Recibir el salario que verdaderamente les corresponde, un salario que no reciben hoy en día.

    —Realizar su trabajo en unas condiciones higiénicas, y no de esa manera, apiñados los ocho en un cuartito.

    —Tener la oportunidad de tomar parte en los verdaderos bienes de la humanidad y no admirarlos una sola vez en la vida en las vitrinas durante una visita dominical al museo...

    ¿Por qué no se les consiente eso? Supuestamente porque no hay tanto pastel para todo el mundo, lo cual es una mentira, ya que los capitalistas solo operan con unas ganancias que están varios millares de veces por encima de los del trabajador. Sin embargo, no va a venir nadie a contarnos que hasta el empresario más ladino y con clase gana lo que gana, es decir, gana tanto como quinientos de sus trabajadores. Quinientas personas... que en verdad son como mínimo otras setecientas más que viven de las ganancias de aquellas quinientas personas, eso por lo menos. Y todo eso es lo que engulle un solo individuo. Y es así, dice este, porque arriesga mucho (el trabajador arriesga su salud), porque pone la cabeza para inventar objetos magníficos... No obstante, solo hace en su terreno lo que el trabajador hace en el suyo, y existen ideas más imaginativas y más profundas que las de un especulador bursátil, ya lo podéis creer.

    Ahí están sentadas esas personas haciendo canastillas de mimbre. ¿Es que el trabajo tiene que ser por fuerza una maldición...?

    JUECES ALEMANES DE 1940

    Aquí estamos, en la hermandad estudiantil,

    y ataviados con estas chorradas de cuero

    y todo este textil

    parecemos cerdos degollados y hueros.

    Luchamos con el sable y a brazo partido,

    nos damos de hostias, sablazos y latigazos;

    ¡nos masacramos por el honor perdido!

    ¡Al duelo con el sable!

    ¡Ya!

    ¿El espíritu alemán? Aquí lo tienen.

    ¡Qué bien se clavan nuestras dagas!

    A cualquiera le hacemos picadillo las napias,

    hasta que en la sopa salpica su rojez.

    Somos la flor y nata de los arios

    y despreciamos con frialdad y empaque

    a los embrutecidos proletarios.

    ¡Al duelo con el sable!

    ¡Por el juramento!

    ¡Ya!

    Dentro de veintitantos años,

    con las caras rajadas

    y de dignidad y talares ataviados

    os impartiremos justicia en las salas.

    En las horas de consulta y en los despachos

    os mostraremos entonces...

    que tenéis que humillaros y callaros.

    ¡Al duelo con el sable!

    ¡Por el juramento!

    ¡Listos!

    ¡Ya!

    Hombres y mujeres, ¿cuánto tiempo hace ya?

    ¿Desde cuándo contempláis todo esto?

    Si hoy se hostian entre ellos,

    ¡mañana os apalearán a vosotros!

    Sois el pueblo y la masa

    desde el río Adigio hasta el Rin:

    ¿queréis que sean esos la clase dominante,

    queréis que sean esos nuestros dirigentes...?

    ¡Listos!

    IllustrationIllustration

    LAS TRES COPAS

    Miren ustedes... por copas como esas se han cometido en Alemania todo tipo de tropelías. No se imaginan ustedes lo que los hombres y las mujeres hacen y dejan de hacer solo por poder beber de esas copas.

    Resulta curiosa la sonoridad que la palabra champán sigue teniendo en nuestro país. Como si fuera algo especial. Como si el champán fuera la personificación de la buena vida. Eso debe proceder sin duda de las novelas y, por supuesto, de las películas en las que los caballeros de alcurnia, se dan una vidorra con «champán y mujeres», ¡caray! Ahora bien, ¿es realmente tan sensacional?

    Dejando a un lado el hecho de que un verdadero conocedor de vinos dejará cualquier champán por un buen vino añejo del Rin o por un borgoña de 1911, siempre se da el caso de que las personas no son dueñas del champán, sino este de ellas. Los encumbra. Se creen entonces que son mejores: a las mujeres de la pequeña burguesía les brillan de pronto los ojos con un aire picarón y por lo visto son capaces de todo... Y todos hemos vivido lo que sucede cuando a los funcionarios socialdemócratas se les permite acercarse en exceso al champán. Cambian de chaqueta, zozobran y se ahogan en él. Y eso que no son bebedores; el asunto no sería en ese caso ni la mitad de malo; pero es mucho peor: dejan que se apodere de ellos, como Gustav Kuntze, que ahora bebe champán de verdad, del que a menudo lee tantos relatos... Y es que tiene un sabor tremendo ese fluido, ¿no es verdad? ¡Salud!

    Illustration

    Tal vez tenga que ser muy sabia una persona para no sucumbir a él. O bien —y este es un remedio aún más eficaz—, uno tiene que haber pasado por la experiencia del champán. Quien en la adolescencia pudo beber champán y luego se convirtió en un hombre sensato, el chisme ese ya no lo enloquece entonces, ni tampoco nada de todo eso que se relaciona con él según cuenta la tradición. Lo conoce, sonríe y sigue su camino.

    Y es que hay tanto aburrimiento en esas copas... El jaleo no es ningún placer, es una superstición. Además, esa bebida no ennoblece al hombre; la palabra «enoteca» es una de las palabras alemanas más detestables que existen. En nuestro país, la elegancia suele parecerse en muchos aspectos a esas enotecas de las tabernas: encimadas con artificio y precios elevados, cercadas para la gente corriente y moliente por una barrera; sin esa valla se les acabaría el chollo. Ni siquiera podemos decir que la «burguesía se pega la gran vida», eso es tan solo un eslogan. Por supuesto que la burguesía va lloriqueando por ahí al tiempo que lleva una vida regalada, pero no se pega la gran vida. Se limita tan solo a montar saraos, se pavonea, pero no sabe disfrutar de la vida; tal vez de su vida sí, pero no de la vida. Solo hay que ver cómo se divierten:

    Hoteles abarrotados de gente donde la comida se prepara con negligencia pero que llega a la mesa con una presentación de una finura refinada; la cocina alemana es un deleite para los ojos, pero eso solo, nada más. Esos vinos mezclados, azucarados y adulterados, a unos precios elevados sin sentido —«¡Alemanes, bebed vino alemán!»— y todo esto embellecido con el brillo de las lamparillas rojas de la enoteca, donde la gente se cree en serio que es algo más refinada porque no tiene delante ningún vaso de cerveza. Semejantes sandeces se dan principalmente en aquellas provincias alemanas en las que no hay y se vende vino a granel. Los países vitivinícolas son por naturaleza más democráticos, más sensatos, más sencillos; allí donde el hombre de la calle puede tomarse su cuartita de vino para desayunar, el vino no ensalza entonces a nadie con tanta facilidad a una clase social superior.

    Ahora bien, por estas tres copas muchos se han convertido en traidores de su causa.

    IllustrationIllustration

    LA ESCUELA DE LA PRISIÓN

    Cuando un negro se cae, lo hace de nalgas. Cuando un europeo se cae, lo hace en la religión.

    A la religión hay que conservarle el pueblo, y cuando los ejecutores de la ley agarran al infractor de la ley, entonces este tiene que entrar en el redil, y ahí ya no hay Dios que lo asista... habría dicho yo casi. A estas mujeres presas que por miseria, por herencia y por las amarguras sociales han quebrantado una ley sobre cuya aprobación nadie les ha consultado nada, les enseñan, por ejemplo, que aún hay una instancia en el cielo a la que pueden dirigir todo tipo de peticiones, incluso oralmente —aunque sin garantías—. Seguro que eso las consuela un montón. Amén.

    SOY UN ASESINO

    —A mí, Ignaz Wrobel, me encanta engañar al cobrador del autobús, y así viajo gratis. Soy irascible; ya he hecho jirones dos veces mi albornoz para castigarlo; he cortado corbatas con las tijeras; he arrojado una copa al suelo. No puedo ver sangre. Sí, puedo ver

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