Aquel viaje se desarrolló en el marco de las buenas relaciones que mantenía entonces la Alemania nazi con un amplio segmento del Gobierno franquista –principalmente la Falange y el Ministerio de Exteriores, a través de Ramón Serrano Suñer–, en vistas de allanar el camino para el encuentro que tendría lugar poco después en Hendaya entre Adolf Hitler y su homólogo español, Francisco Franco, con la intención de que España entrara en la guerra del lado de las potencias del Eje. El régimen franquista sabía de sobra que a esas alturas el Reichsführer era uno de los personajes más importantes de Alemania tras Hitler, y la visita era un importante acicate para la política franquista.
Aunque en principio Himmler vino a la Península a preparar el terreno para la próxima reunión en Hendaya y para cerrar una estrecha colaboración entre la Gestapo alemana y la Dirección General de Seguridad española (DGS), lo cierto es que el líder nazi parece que albergaba también una intencionalidad secreta, vinculada a su instituto de investigación y a su pasión exacerbada por la arqueología. Varias paradas en España, entre ellas al parecer en Castiltierra (Segovia) y en la abadía de Montserrat (Barcelona), parecían responder a un interés más místico que político, aunque no debemos olvidar que ambas vertientes, en el mago negro, iban indisolublemente ligadas.
Quien formalizaría la invitación al Reichsführer sería José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, entonces director general de la Seguridad del Estado. Sin embargo, sería Serraño Suñer uno de los mayores beneficiados con aquella visita, nombrado apenas unos días antes de la llegada de la comitiva nacionalsocialista Ministro de Asuntos Exteriores.
En noviembre de 1939, y como gesto de la colaboración mutua entre el Gobierno franquista y el alemán, Himmler fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas en reconocimiento a su lucha «contra los enemigos de España» durante la Guerra Civil. Su viaje a nuestro país, apenas un año después, era por tanto más que esperado por las autoridades franquistas. Pocos días antes de su llegada, el director general de Prensa, Enrique Giménez-Arnau, dio una serie de consignas a periódicos como, o para que brindasen en sus páginas una calurosa acogida a tan ilustre personaje –ver recuadro–.