VIVIR BAJO TIERRA
A mediados de enero de 1945, la batalla de las Ardenas podía darse por perdida para las armas germanas. Durante la misma, la Wehrmacht había malgastado unos medios ahora imprescindibles para frenar a un Ejército Rojo que se acercaba al Oder, última gran barrera fluvial antes de llegar a Berlín. Casi todos comprendieron, si no lo habían hecho antes, que la suerte estaba echada. Incluso el propio Führer, en un brote de nihilista lucidez, se sinceró ante su enlace con la Luftwaffe, el coronel Nicolaus von Below: “Sé que la guerra está perdida, pero no capitularemos. Nunca. Podremos hundirnos, pero el mundo se hundirá con nosotros”.
Sin esperar al término de la batalla, Adolf Hitler abandonó su puesto de mando en Bad Nauheim, desde donde había seguido la fallida ofensiva, para trasladarse en su tren especial a la capital del Reich, que alcanzó el 16 de enero. Durante el trayecto, las cortinas de su vagón estuvieron cerradas. No quería ver el montón de ruinas en que se habían convertido las ciudades alemanas.
Berlín y el Führerbunker
Muy castigada por los bombardeos aliados, la ciudad del Spree había sido decla rada “fortaleza”, y aunque sobre el papel se habían trazado varios perímetros defensivos, en la práctica poco se había hecho. En el fondo, se temía que cualquier medida radical desatara el pánico. Incluso se prohibió, para no dañar la moral, que los trenes de refugiados procedentes del Este se detuvieran en sus estaciones.
En Berlín, el líder nazi reemprendió su rutina habitual, que discurría en torno al denominado “Informe del Führer”, en el que los altos mandos militares detallaban diariamente la situación bélica. Esas reuniones solían durar horas y alargarse hasta la madrugada. Durante las mismas, Hitler solía marcar con lápices de colores los ejes de unas operaciones que resultaban cada vez más irrealizables.
En un principio, se siguieron utilizando las dependencias de la Nueva Cancillería, que, sorprendentemente, estaban relativamente intactas, así como las de la Vieja, donde el Führer tenía sus habitaciones.
Para evitar incendios, se habían
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