El extranjero subrayado
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El extranjero subrayado - Rodrigo Parra Sandoval
extranjero
Un buen surtido
de opiniones
Cuando los periodistas y los guardianes se marchan, después del alboroto inicial creado por el descubrimiento de los hechos y por su llegada a la cárcel, el hombre cierra los ojos y se sienta en la cama desnuda de la celda.
No habla, no responde.
Permanece sentado, metido en sí mismo.
Los reclusos se preguntan cómo serán sus ojos porque han escuchado que le dicen El hombre de los ojos de hielo
. Le han dado también otros nombres que ahora no vienen al caso.
Tampoco cambia de posición.
Ni recibe alimento durante dos días.
Se mece levemente y, de vez en cuando, respira con fuerza.
Ha decidido no pensar.
No pensar en lo que ha sucedido.
En los hechos, como dicen los periodistas en los noticieros.
Debe concentrar todas sus fuerzas en no pensar.
Lo que ha sucedido no sucedió. Los hechos no existen, son mero delirio.
Él, en todo caso, no tuvo nada qué ver.
O tal vez solo se trata de un mal sueño.
Debe poner la mente en blanco, borrar el tablero.
Ya despertará. No hay de qué preocuparse.
Los guardianes y los abogados se inquietan por el estado casi catatónico del hombre. Hablan de una depresión florecida que lo puede llevar a cometer una locura. Suicidarse, por ejemplo. Sobre todo suicidarse. Dicen que sería un mal precedente para la institución y un punto negativo para sus carreras. Especialmente si se tiene en cuenta la notoriedad del preso y la escandalosa gravedad de los hechos.
Se ponen nerviosos.
Comienzan a tener malos pensamientos,
ideas nada convenientes para el futuro del hombre en la cárcel.
Sin previo aviso, el hombre recobra la movilidad.
Primero abre los ojos. Después mira ansioso en redondo, como una cámara que panea. Se levanta de la cama y camina lentamente, se detiene en las cuatro esquinas de la celda. Respira profundamente hasta llenar los pulmones, retiene el aire, exhala. Huele. Abre y cierra las ventanas de la nariz como un sabueso. Cuando se ha hecho mentalmente una composición de lugar de los olores, ácidos, dulzones, secos, polvorientos, habla.
Se dice todavía a sí mismo, sin dirigirse a un interlocutor que pueda responderle: Primero hay que oler el aire que uno va a respirar ya sea durante unos días o durante varios años. En mi caso posiblemente muchos años. Uno debe saber cómo es el aire al amanecer, cuando los reclusos regresan de la ducha, cuando almuerzan en silencio, cuando la resolana de la tarde golpea directamente en los barrotes de las ventanas, cuando todos respiran temor o venganza en sus sueños. Solo en el momento en que se consigue distinguir la halitosis de los diferentes momentos del día y de la noche se está listo para abrir los ojos y mirar.
La halitosis como una forma de conocer el mundo.
Se acuesta sobre la desnuda cama de cemento. Cruza los brazos bajo la cabeza y aprieta los codos contra la cara.
No pensar.
Claro que es imposible dejar de pensar. Cualquiera lo sabe. La cabeza está hecha para dar vueltas, salta de aquí para allá, no para nunca. Es como una licuadora, revuelve imágenes, historias, recuerdos, deseos, temores, rencores, todo, inclusive revuelve la ira con todo lo demás. Es imposible parar. Ni siquiera de noche. Siempre el batido de historias y emociones dando vueltas. Eso es la cabeza: Una licuadora donde se revuelve lo que uno es, lo que mi profesor de Historia Patria llamaba identidad. Entre más vueltas da la licuadora más espuma se produce. La identidad es la espuma del ser, podría decirse. ¿Verdad? Somos espuma. Me gusta esa frase, mi profesor de Historia Patria la repetía por lo menos una vez en cada clase. Somos espuma de lo que verdaderamente queremos ser. Espuma de nuestros deseos insatisfechos. Espuma de nuestros sueños.
Espuma, en general, de la vida que quisiéramos vivir.
Recordar sí, se dice, puedo permitirme recordar. Anécdotas, historias de mi vida, opiniones, porque tengo un buen surtido de opiniones.
¿Qué puede sorprenderme después de lo que me ha sucedido? A veces lo sorprenden a uno los demás, las cosas que son capaces de hacer, increíbles, sobre todo cuando uno los conoce y piensa que los tiene medidos. Pero lo más sorprendente es cuando uno se sorprende a uno mismo. Sí, eso viene a ser lo más