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Tarzán y el filósofo desnudo
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Tarzán y el filósofo desnudo
Libro electrónico437 páginas6 horas

Tarzán y el filósofo desnudo

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El Filósofo Caleño, estudioso de Heidegger, sueña con el crimen de una mujer, que yace desnuda y muerta, y en el que al final aparece Tarzán. Contrariado, le pide a Faraón Angola, filósofo y detective, un Sherlock Holmes negro, que resuelva el caso onírico y le entrega, porque puede servir como un indicio o como una pista, un manuscrito: Tarzán y el filósofo desnudo. Faraón, como buen detective y buen amante, consigue a su Watson femenina, a Deifilia. La novela que nosotros leemos está hecha del manuscrito del Filósofo y de otro en el que los detectives consignan las historias inventadas, los sueños y las entrevistas con las que intentan resolver el caso. Como si nosotros fuéramos también detectives, vamos conociendo la vida del Filósofo Caleño, a su contradictoria amante Ofelia, a un escultor que mientras hace una obra come bananos, y a una serie de filósofos que se reúnen en la ciclovía para chismosear y, mientras lo hacen, van apareciendo sus frustraciones y sus crisis e incapacidades para amar, escribir y tener un buen sexo. ¿Qué relación existe, así las cosas, entre la filosofía y la selva, entre los filósofos colombianos y Tarzán, entre un crimen y la filosofía o entre un crimen y una mujer? ¿Qué hace Tarzán tomando en la universidad un seminario sobre Tarzán, dictado por los filósofos? ¿Aprende algo sobre sí mismo? ¿O tal vez tiene una revelación sobre sus maestros?
IdiomaEspañol
EditorialeLibros
Fecha de lanzamiento9 abr 2013
ISBN9789588732558
Tarzán y el filósofo desnudo

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    Tarzán y el filósofo desnudo - Rodrigo Parra Sandoval

    Caleño

    Prefacio

    Faraón Angola,

    detective de amor

    El asunto

    Esta es la historia de un sueño en el que sucede un crimen.

    Esta es la historia del hombre que sueña el crimen y de la manera dolorosa y despiadada como lo abandona su mujer. Es, consecuentemente, la historia de un amor contrariado.

    Esta es también la historia de un detective que intenta descubrir en la vigilia el crimen del sueño y de la inesperada forma como, contra todo pronóstico, consigue los favores de la bella Deifilia.

    Esta es, además, la historia de los profesores de una facultad de filosofía, de su íntima relación con Hegel, Heidegger, Kant y Spinoza y de la extraordinaria y decisiva participación de Tarzán, Jane y Chita en los hechos que se narran.

    Esta es la historia de la muy filosófica manera como todos los personajes hacen o desean hacer el amor con la mujer del prójimo, en especial si el prójimo es filósofo pero también si no lo es.

    Y ante todo esta es la historia de la ambición desmesurada e imposible del hombre que anhela ser al tiempo autor y lector de su propia obra. Oh Heidegger Heidegger, los peligros de ser intelectual en el trópico.

    Nosotros, los personajes

    La historia empieza con tres personajes. Luego seremos más. Nos multiplicaremos como clones provenientes de un único cuerpo. Pero es más aconsejable comenzar por nosotros. El primer personaje es Deifilia Falla o Moreno, según las circunstancias. Aunque prefiero llamarla meramente Deifilia, hija de Dios. El segundo personaje es Faraón Angola, filósofo y detective privado o, como él mismo se llama (imitando a Sherlock Holmes y a ciertos tecnócratas contemporáneos) detective consultor. El tercer personaje es el Filósofo Caleño, un hombre que se duerme con gran facilidad y por lo tanto sueña constantemente y en cualquier situación. La mitad de lo que aquí se cuenta son sus sueños extravagantes, paródicos hasta lo grotesco. La otra mitad parecen historias de la vigilia. Está también Tarzán, claro, pero de él hablaremos más tarde, insistentemente. Empecemos con la dama, por supuesto.

    Deifilia

    Es de mediana estatura y exhibe como si no se diera cuenta un pelo rubio y crespo como un matorral de trigo, tiene ojos grandes, uno café y otro verde, por lo que da la impresión de que uno habla con dos mujeres diferentes según la mire a un ojo o al otro (hacer el amor con dos mujeres al tiempo, oh Heidegger). Porta unas ancas estrechas y firmes, una nuca larga y blanca, unas pechugas orgullosas, una rabadilla regordeta, unas pantorrillas fuertes y un talón de Aquiles fascinante, unos pies de dedos juntos con esclava de plata, unas corvas tiernas y suavísimas y el nacimiento de sus nalgas es como el delta de una guitarra. Estudia cuarto semestre en la facultad de filosofía y para mi disfrute y mi tormento es mi alumna. Creo que no digo nada nuevo si afirmo que ando chifladamente enamorado de Deifilia.

    Faraón Angola

    Con el nombre que tengo que es mi orgullo y distinción, aunque suena algo particular y llamativo, me doy cuenta perfectamente de que cualquiera se imagina por el hecho mismo del nombre que soy negro. Un filósofo negro dirán, sí, un profesor de filosofía negro dirán, sí. Y no solamente eso sino además detective, un detective negro.

    ¿Cómo llegué a semejante situación?

    Habrá que hacer un poco de autobiografía. No hay que asustarse. No voy a contar la historia de mis padres comenzando por mis tatarabuelos como acostumbran los blancos. Si hay un defecto que no tenemos los negros es ser narcisos. ¿Cómo imaginar a un negro mirándose en un lago con cisnes y todo eso? Otros defectos sí, en abundancia, pero narciso no. Por lo tanto comenzaré esta autobiografía por mí mismo, por algunas de las más notables características de mi personalidad. Ha de saberse que soy alto (metro noventa) y bien formado, buenos deltoides, bien desarrollados tensores, ancas estructuradas, piernas largas y dialécticas, ágiles, afro abundante y cardado en la cabeza dolicocéfala, nariz platirrina pero funcional, desarrollado olfato de sabueso. Extraordinariamente dotado para el amor. Pero hasta allí la descripción de mis cualidades físicas. No hay que despertar envidias entre los colegas. Soy, por supuesto, filósofo graduado de la Universidad del Valle, lo que consta en mi diploma debidamente diligenciado. Soy, igualmente, autor de varios artículos sobre la vida de San Agustín. Me encantan los santos y los filósofos que saben cómo tratar a una amante. Los castos me cargan. También tengo un diploma de Detective conferido por las Modern Schools Inc. de Miami, Florida, donde cursé con la modalidad de educación desescolarizada materias como prevención de asesinatos, seguimientos, secuestros, vigilancias y custodias, dactiloscopia, localización de huellas, balística, la hipnosis y el investigador, sicometría, la imaginación y el detectivismo. En todas estas materias saqué excelentes calificaciones aunque debo confesar que no me han resultado nada útiles en mi trabajo, tal vez con la excepción de la última asignatura mencionada.

    La situación amorosa

    Parece innecesario decir que mis requerimientos amorosos a Deifilia no han tenido el menor éxito. Porque además de mí todos los profesores de la facultad están enamorados de ella (o por lo menos pretenden enamorarla), todos los estudiantes de la facultad están perdidamente chiflados por ella (sin contar cuatro o cinco de sus compañeras) y tengo la impresión de que por lo menos la mitad de los estudiantes de toda la universidad está botando la baba por Deifilia. O en todo caso esto es lo que perciben mis hipersensibles radares de negro celoso.

    Desde que la conocí he llevado a cabo actos heroicos para mostrarle mi amor, como picarle el ojo en clase, invitarla a tomar un café, sugerirle una noche de rumba, ofrecerle comidas en restaurantes populares que ella desconoce (por su desafortunado origen burgués), ponerle notas muy bajas o muy altas para esperar su reacción, enviarle flores, llamarla a medianoche para decirle con voz ronca te amo adivina quién soy, le he enviado cartas de amor con indicios escondidos para que me identifique, me tiré al suelo como un epiléptico cuando ella pasaba a mi lado pero siguió como si nada. Escribí grafitis imbéciles en las paredes de su casa (Blanca: Filmemos una película en blanco y negro. Tu negro), entré un día caminando con las manos a clase (todos rieron cuando se me cayeron los condones que llevaba en los bolsillos, menos ella que ni me miró). Oh Heidegger, debo ser hazmerreír de todos. Y ella nada, soy transparente, no me detalla, no me da ni el saludo y yo estoy enfermo de amor, solamente pienso en ella, sueño con ella, cuando me despierto ella es la primera imagen que se enciende en mi mente como un cine tridimensional que me cobija con su sensualidad, lloro por ella, río por ella, muero por sus pechugas, vivo por su rabadilla, suspiro por sus talones rosados, oh Heidegger. ¿Qué voy a hacer? Es un amor imposible: Me veo como un ceniciento ante una princesa, pero por más que dejo zapatos en los sitios por donde ella pasa (estoy a punto de quebrarme, oh Heidegger, de tanto perder zapatos) no se digna recogerlos.

    El Filósofo Caleño

    El Filósofo Caleño es un excelso dormilón. Le gusta dormir para soñar a sus anchas. Soñar es su vicio favorito. Sueña porque le gusta soñar como a otros les gusta beber, acumular, aparentar o seducir. Sueña por placer no solamente donde todos sueñan sino en cualquier lugar, en el más inesperado espacio de la vigilia. Sueña cuando corrige las tareas de sus estudiantes (particularmente sobre Hegel), sueña mientras dicta clase (puede soñar y hablar de Heidegger al tiempo), sueña mientras se limpia las uñas (lo que no es muy notable como expresión de inteligencia), sueña mientras libera el estómago (difícil por la ambientación), pero lo que más le da placer es soñar cuando está soñando. Y cuando no está soñando, cuando tiene que hacer algo en el lado de la vigilia, le gusta pensar que sueña lo que hace. Y por encima de todo disfruta con maldad socarrona contar en la vigilia los sueños, organizando en su mente de filósofo el caos, hacer de sus sueños una historia de la ciudad imaginada por la perversa mente infantil de un profesor de filosofía.

    Hace más de un año el Filósofo Caleño fue abandonado por su esposa de toda la vida. Quemó en el patio de su casa sus libros de filosofía y se encerró en un sótano que hizo construir bajo su estudio. Unos piensan que está dedicado a escribir, otros que ha enloquecido y otros que el dolor lo ha convertido en un anacoreta. El hecho es que vive en el sótano de su casa, casa que hace poco fue testigo de los muy escandalosos almuerzos heideggerianos. Y, a veces, cuando necesita compañía, sale de su sótano y viene a contarme uno de sus sueños. Su piel se ha vuelto pálida, cerúlea, y sus ropas son un desastre. Su mente, sin embargo, a pesar de lo delirante que parezca, es cada día más lúcida y, por lo que pude intuir, más lúdica.

    Así pues esta historia tiene su origen en un sueño del Filósofo Caleño. El sueño primordial, el sueño original que desató el desbarajuste que aquí se cuenta. Y en este desbarajuste vino, de la manera más increíble, empaquetada como un regalo con moño y todo, la solución a mi desesperado deseo de conquistar el amor de la esquiva Deifilia.

    El sueño de rodillas

    para abajo

    El Filósofo Caleño, ex decano de la facultad de filosofía y letras vino a visitarme. Hablamos como paisanos de confianza y súbitamente me dijo: Tuve un sueño de rodillas para abajo, como si estuviera escondido debajo de la cama y solamente entraran en mi campo visual las piernas y los pies de los personajes del sueño. Vi una escena campestre pero académica al tiempo. Vi el cuerpo y las piernas de una mujer desnuda. Eran unas piernas bellas, largas y bien formadas. Vi también nueve pares de piernas masculinas que pertenecían indudablemente a los profesores de la facultad porque pude distinguir sus zapatos. Ya sabes, Faraón, los filósofos caminamos mirando al suelo para mostrar concentración en arduos asuntos, reflexión incansable e insondable, y de esta manera aprendemos a distinguir los zapatos que usa la gente. Eran ellos, nosotros mejor dicho, Faraón. Cada uno iba al lado de una mujer (había nueve pares de piernas femeninas, de todas las complexiones, regordetas, longilíneas, flacas y huesudas, lampiñas y peludas) a la que parecía amar intensamente. Podía adivinar besos y carantoñas románticas. Eran definitivamente amantes, no esposas o eran las esposas en la época en que eran amantes de sus filósofos. Había prisa en su caminar o si lo quieres más claro en su huir, porque todos huían al ver a la mujer desnuda. Estaba muerta la mujer desnuda. Muerta y ensangrentada.

    Tras su huida los filósofos y sus amantes dejaron un basurero: Platos de plástico con restos de empanadas de pipián y botellas de cerveza, libros que han consultado y que abandonaron en el apresuramiento. Cuando todos habían desaparecido del escenario del crimen pasaron ante mis ojos rodilleros las piernas de un hombre que parecía ir desnudo, descendiendo con suavidad en el piso, como columpiándose en un bejuco o como si pudiera volar. Con él iba un par de piernas de mona, de pies grandes. No sé por qué pensé en Tarzán. No estoy seguro pero creo que era él, con Chita, tal vez.

    Allí termina el sueño. Ahora tengo preguntas para ti, detective Angola. ¿Quién era la mujer muerta? ¿Quién la mató? ¿Cuáles fueron los motivos o móviles del asesinato? ¿La mató una persona o fueron varios los asesinos? ¿Puede prevenirse un asesinato visto con antelación en un sueño? ¿Qué hacían todos los filósofos reunidos en un lugar campestre, casi selvático (había un calor húmedo y había ruidos de animales salvajes) con sus libros, su comida urbana y sus amantes? Ese es tu trabajo, descubrir y responder estas preguntas. Envía tu currículum de detective (el de filósofo no me interesa, ya lo sabes) y una propuesta escrita de la investigación. Hablaba con autoridad, como si todavía fuera decano.

    El Filósofo Caleño guardó silencio un rato y luego se levantó y dijo: A propósito, te he traído este manuscrito. Lo he estado escribiendo en el sótano. Pienso que debe haber conexiones entre el sueño que te he contado y lo que se narra aquí. Puede darte pistas para tu trabajo. Léelo cuidadosamente y dame tus impresiones. Úsalo como mejor te parezca. Creo que eres el mejor lector, ya sabes, el lector ideal de historias es un detective.

    Se despidió sumariamente y tiró sobre mi escritorio el manuscrito. Cuando se hubo ido miré el título: Tarzán y el filósofo desnudo. Extraño título para un filósofo formado en Alemania. Me quedé perplejo pensando en su propuesta. ¿Debía tomarla en serio? ¿O era simplemente la broma de un chalado?

    La idea

    Estuve dando vueltas por mi apartamento toda la noche, reflexionando en el caso y en las palabras del Filósofo Caleño, caminé y di vueltas como un faraón enjaulado. Medité los caminos de la investigación del extraño sueño de rodillas para abajo. ¿Un detective que investiga un sueño? Vaya, nunca me enseñaron eso en las Modern Schools Inc. ¿Cómo se reúnen indicios, pruebas, cómo se interroga a alguien por el sueño de otro? ¿Dejan los personajes de un sueño huellas digitales? ¿Cómo se sigue a alguien que viaja por el sueño de otro? ¿Se puede hipnotizar un personaje soñado? ¿Cómo le aplico un test sicométrico o una prueba en el detector de mentiras a un filósofo soñado? ¿Y Tarzán? ¿Qué hago con Tarzán? ¿Qué se propone en realidad el Filósofo Caleño al encargarme esta consultoría?

    Hacia el amanecer, aunque no había encontrado respuesta a mi pregunta, se me ocurrió la idea más inteligente que he tenido en mi vida: Me dije, necesito un ayudante, sí, un Watson, una ayudante llamada Deifilia. A ella le seducirá este surrealista desafío. No lo podrá resistir. Y no podía resistir yo el tiempo que faltaba para el amanecer y el larguísimo trecho que había entre el amanecer y la hora en que podría hablar con Deifilia. Sí, esta es una propuesta que ella no podrá rehusar. Le diré que renuncio a mi puesto de profesor y me dedico a este caso y luego por entero al detectivismo. Lo que siempre he deseado y no he tenido el valor de hacer. Sí, eso haré, eso haré. Y a la mañana siguiente salí para la facultad como un negro delirante que ha cambiado el rumbo de su vida. Un sueño ha cambiado el rumbo de mi vida. Qué oso si Deifilia me mira con sus ojos de dos colores, sonríe compasiva y me dice que soy un pobre negro deschavetado.

    Minibiografía de un nombre

    Mencioné al principio la excéntrica naturaleza de mi nombre. Puede resultar ilustrativo contar ahora su historia debido a que los nombres de personas y cosas tienen, al final, mucho que ver con lo que ellas son en esencia. Cuando nací, cuenta mi madre, mi padre de la pura felicidad se metió una borrachera de tres días con sus noches correspondientes. Era su manera de celebrarlo. Regresó en medio de una resaca monumental y tenía en la mano el papel del registro civil. Mi nombre era Faraón y con el apellido paterno Faraón Angola. Hay mucho de sonoro en ese nombre, mucho de pretencioso y también mucho de cierto y honesto, he descubierto con el tiempo. El hecho es que mi madre protestó fervientemente. Con ese nombre lo van a torturar en la escuela. Todos se reirán de un negro que se llame Faraón. No le faltaba razón. He sufrido mucho con ese nombre. Es como andar con un traje de luces encendido a toda hora. Lo peor era siempre la primera vez. El profesor llamaba lista y yo siempre era el primero. Angola Faraón. Todos me miraban y había fiesta y silbidos. Amé a mi madre por haber comprendido lo que iba a sufrir.

    Pero un día, cuando ya era profesor en la universidad, cuando sufrí el enamoramiento tenebroso que me tiene investigando el crimen cometido en un sueño, recordé las palabras de mi padre en defensa de su idea: Con ese nombre tendrá que ser valiente, ese nombre será algún día su estandarte, su grito rebelde. Y pensé que tenía razón. Sonaba bien: Faraón Angola, detective de amor. Lo tomé con gozo y supe finalmente que se había convertido en parte de mi personalidad y de mi caché. No cualquiera es un detective negro, especializado en asuntos de amor y tiene la fortuna de llamarse Faraón. Mi padre indudablemente tenía razón. Ahora he recuperado el amor a mi padre. Me he reconciliado con ese negro juguetón y borracho que un día pensó que yo podría tener un destino a la altura de un faraón.

    Tanto pensar desde pequeño en que la vida de un hombre puede ser afectada por un simple nombre, en las peleas de mis padres por el bendito nombre, en la faraonada de mi vida, hizo nacer mi vocación de filósofo. El nombre me hizo filósofo como les debió pasar a Aristóteles y a Heidegger. ¿Qué más puede hacer uno en la vida si se llama Aristóteles? De esta manera se hizo filósofo el hijo de un negro trabajador de los muelles de Buenaventura y después cortero de caña en un ingenio azucarero del Valle. De igual manera el nombre me ayudó, por una simple razón de eufonía, a hacerme detective.

    Pablo Wolff, mi amigo sociólogo y vástago de los alemanes del Valle, me invitó a ser socio de su firma de detectives. Me dijo: Especialicémonos en asuntos de amor. Claro, habíamos pasado noches enteras ante el tema. Nos apasiona ese tema huidizo. Yo solamente reí ante semejante posibilidad. ¿Un filósofo detective? Pero en mi risa había una claudicación. Y otra noche, cuando ya lo tenía seco con mi cantinela de que estaba enamorado de una rubia llamada Deifilia que no me daba pelota me dijo: El detectivismo está más cerca del amor que la filosofía o la sociología. Y me mostró el diseño de la tarjeta de presentación:

    Pablo Wolff y Faraón Angola

    Detectives Consultores

    Asuntos de amor

    Una de esas tarjetas le mostré a Deifilia la mañana en que fui a hacerle la propuesta. ¿Cómo podría negarse? De manera que mi nombre me llevó también hacia Deifilia. El nombre que me había hecho sufrir marcó también mi camino hacia la felicidad, hacia el delirio con esa hembra increíble. Cuando Deifilia dijo sí, y sus ojos de diferentes colores brillaron como los de dos gatos en la noche, fui inmediatamente con ella a redactar mi carta de renuncia como profesor de la facultad de filosofía. Sentí una emoción tan fuerte, algo tan definitivo, como si me hubieran conectado a un cable de alta tensión. Y cuando estuve solo grité con todas mis fuerzas como Tarzán, el amo de la selva.

    La Lectura y el Amor

    Una vez terminada la entrega de los papeles de la renuncia a mi empleo de profesor de filosofía y después de almorzar ascéticamente una hamburguesa con un milk shake de chocolate, Deifilia se fue para su casa a traer ropas, asuntos de belleza y el computador portátil. Yo salí hacia el supermercado a comprar víveres como si se aproximara una hambruna y a la licorera a comprar vinos. Solamente encontré dos tipos de vinos cuyos nombres, sin embargo, me parecieron premonitorios: Casillero del Diablo y Leche de la Mujer Amada. Compré varias cajas, claro está.

    En el camino le había ido contando a Deifilia los lineamientos generales del caso: El sueño original, la existencia de un manuscrito que debíamos leer con detenimiento y el juego planteado con mal disimulada picardía por el Filósofo Caleño. De jugar se trata, le dije apretándole el brazo y picándole el ojo con un guiño de complicidad, no de trabajar.

    Al anochecer estábamos sentados en mi sofá chéster de cuero café brindando con la primera botella de Casillero del Diablo. Deifilia empezó a leer la obra misteriosa del Filósofo Caleño. Se quitó los zapatos, se dio un masaje en los pies y se sentó cómodamente en posición de loto.

    Y a medida que leía su voz iba pasando del timbre de un saxo tenor al de un saxo bajo y cuando se acomodaba en el sofá yo podía admirar su rabadilla dramática y sus pechugas líricas y se me llenaba el alma del deseo del bel canto. Y mientras leía empezaba a mirarme a veces con el ojo castaño y estaba llorando y a veces con el ojo verde y estaba riendo. Y mientras leía cambiaba frecuentemente de posición y se agarraba los brazos y cuando la noche iba en mitad de camino yo dije: La mejor manera de leer con comodidad y a plenitud es en la cama.

    Y a medida que leía íbamos descubriendo que los semestres del libro se dividían tal vez en semanas (el tiempo académico es tan elástico que cada semestre tenía entre diez y catorce semanas) y al terminar cada semana Deifilia me besaba o yo besaba a Deifilia según la naturaleza de cada semana: Si el capitulito había sido triste, hondo, lírico o dramático ella me besaba y si había sido humoroso, irónico o satírico yo la besaba. Y a medida que leíamos los besos se iban prolongando más y se iban convirtiendo en una cornucopia de desmayos y lánguidas miradas, antes de pasar al capitulito siguiente, como una antesala de la lectura.

    Y cuando leyendo llegábamos a cambio de semestre brindábamos nuevamente con Leche de la Mujer Amada (también brindábamos al cambiar de libro y de capitulito) y nos despojábamos de una prenda dentro de la cama. La regla establecida postulaba que la parte descubierta del cuerpo podía ser únicamente mirada y besada (de ninguna manera tocada) antes del final de cada libro. Así, de libro en libro, pude observar la blanca rabadilla y besar sin tocar los senos que hervían, el vientre, los muslos cubiertos de pelusa dorada y el talón de Aquiles y el nacimiento de las nalgas y la zona del riñón y su columna vertebral y saborear la salada miel de su sonrisa vertical.

    Y hacia el amanecer, cuando terminamos la lectura del prefacio de Tarzán y el filósofo desnudo nosotros estábamos completamente ídem, habíamos reído y llorado y besado y nuestros cuerpos y nuestras mentes ardían y Deifilia tiró hacia el cielo raso con un grito de victoria el voluminoso manuscrito y se abalanzó sobre mí y sentí que me arrebataba la anhelada delicia del descubrimiento. Las hojas del manuscrito que habían caído sobre la espalda de Deifilia chirriaban rítmicamente hasta que el indiscreto manuscrito terminó metiéndose de cuerpo entero entre las sábanas. De allí lo sacamos al día siguiente bastante maltrecho, como imitación y práctica de un sueño que leeremos en él, empapado en los jugos del amor.

    Así pues, mi ilustre ex decano, este proyecto detectivesco nos convierte a Deifilia y a mí en lectores-investigadores. Hemos leído con sumo placer y en un estado de ánimo por demás creativo tu manuscrito y, a partir de esa triunfal lectura y del sueño original que me referiste y que dio origen a esta aventura, proponemos organizar la presentación del informe de las siguiente manera. El informe será presentado (pensando en lo que constituye la esencia del proyecto: El amor del Filosofo Caleño por Deifilia) en diez semestres, un prólogo y un semestre de tesis, como homenaje a lo que Ofelia hace mientras vive con el Filósofo: Estudia una carrera universitaria. Cada semestre esta dividido en dos partes: El libro del escritor (que corresponde a tu escrito Tarzán y el Filosofo desnudo) y el libro del lector (que corresponde a lo que Deifilia y Faraón Angola, servidor, comentamos, investigamos, criticamos, añadimos y trastocamos sobre el libro del escritor). Se trata de tener un libro leído, es decir completo. Pensamos Deifilia y yo que esta es tu verdadera demanda. Investigar las circunstancias del crimen cometido en el sueño original es solo una manera de leer tu Tarzán, una disculpa, un anzuelo para nuestro interés. Pero de todas maneras ahí está el crimen de la mujer desnuda y ensangrentada que habrá que esclarecer si se puede.

    Y ahora pasemos al primer semestre, libro del escritor, del manuscrito titulado Tarzán y el filósofo desnudo, Amada Deifilia de rosados talones e indecisa mirada de dos colores.

    Oye, oye ¿ese que pasó por la luz de la ventana no era Tarfilfar?

    Primer semestre

    "Pero antes debo hablar de mis padres,

    porque todo filósofo que se respete tiene padres".

    El Filósofo Caleño

    Libro del escritor:

    El Filósofo Caleño

    y las mujeres

    ¿Quién lee el primer aparte del Libro del escritor?

    Me parece que te corresponde, Deifilia, luce un poco dramático este aparte. Cosa que le sucede con frecuencia a mi ex decano, lo de sobredramatizar digo. No sería de extrañar que escriba como es, es decir como un ente. Adelante hermosa. ¿Una copa de Leche de la Mujer Amada para animar la garganta? Tu untuosa voz de mezzosoprano es miel para mis papilas, brota de tu boca espesa y lenta como una muchacha que se despereza al despertar. Adelante.

    El Filósofo Caleño:

    Sueños, inquilinos y mujeres

    Hace siete años, cuando conocí a Manuel Gorospe, ya era yo un veterano profesor de filosofía en la universidad y dedicaba mi vida a la erudita tarea de entender y enseñar a Heidegger porque esa manera de mirar al hombre como una cebolla a la que se le van separando sucesivas capas de interpretación me ha fascinado siempre. Hace siete años no sabía, claro está, que ambas cosas, conocer a Gorospe y enseñar a Heidegger, me iban a conducir a esta lamentable situación de filósofo sentado en mi estudio en completo estado de desnudez o vestido de académico en las salas de los hoteles o disfrazado de incógnito en los cines porno.

    No es mucho lo que sé con certeza sobre Manuel Gorospe pero las parcelas de información que poseo me han llevado a suspender por unos días mi trabajo sobre la historia de la filosofía colombiana y a pensar en un inquilino. Es difícil justificar semejante pérdida de tiempo en un ente irrelevante para la filosofía, porque eso es Manuel Gorospe: Un irrelevante inquilino en mi casa, aunque he descubierto con asombro que desde que llegó una tarde hace siete años empecé a soñar con ese salvaje desnudo que grita en las selvas del África.

    Los sueños empezaron mucho antes de que conociera a Manuel Gorospe y también antes de que cometiera el irreparable error de estudiar filosofía. Siempre han estado allí los sueños: Desde mi infancia sueño de una manera multitudinaria hasta el punto de que muchas veces no distingo si recuerdo lo soñado o lo vivido en la vigilia: Mis sueños se repiten como variaciones de sí mismos, como olas dentro de una ola, como muñecas rusas. Mis sueños se han convertido, al tiempo que ha ido desapareciendo el asma, en el privilegiado espacio de la ironía sobre mí mismo. Mis sueños han estado allí desde siempre pero desde que conocí a Manuel Gorospe comenzaron a convertirse en una despiadada pesadilla que me saca sangre todas las noches. Porque sueño con grandes y pequeños filósofos, con burocratizados profesores de filosofía, con personajes cotidianos de mi filosófica vida y hasta con anteojos filosóficos. Sí, debo decirlo de una vez aunque corra el riesgo de dar una impresión equivocada: Sueño obsesivamente con mujeres. Todas las mujeres atractivas que conozco vienen a mi lecho en un carnaval de lascivia que me deja el cuerpo dulcemente extenuado. Sueño con todas pero particularmente con mis alumnas. Y no se crea que esto es siempre un placer. Tal vez como compensación de esta voluptuosidad sufro las terribles pesadillas pedagógicas. eSin embargo, el sueño más astuto, el más doloroso, el que con más fino humor se ríe de mí, el más filosófico de mis sueños, es el meloso sueño con Tarzán, el rey de la selva. Este deseo desproporcionado para mis posibilidades produce lo absurdo, lo trágico y lo cómico de mi vida. Pero, al tiempo, es esa tensión la que le da sabor.

    Es así como puedo armar esta historia, como un rompecabezas de sueños, anécdotas de la vigilia y reflexiones, porque es así como pienso, de afuera hacia adentro como quien se come una alcachofa o un palmito como diría Santa Teresa, como quien intenta describir una multitud por acumulación y no por síntesis. Ya lo había dicho el poeta portugués: Solo me conozco como sinfonía. Sí, pero ¿qué sentido tiene poner en una misma historia a un filosofo que se amarra desnudo a una silla para obligarse a escribir, a un héroe de historietas que presume de ser el rey de la selva y al escandaloso estallido de un poco de pólvora en una pistola de duelos? Y sin embargo por ese camino de mis pertinaces incoherencias discurre el hilo de esta narración: Todo fluye hacia Manuel Gorospe y, claro está, hacia Ofelia. Pero sobre todo hacia los sueños porque he de decir que sueño varios tipos de sueños: Sueños comunes y corrientes, microsueños (casi fotogramas de sueños), pesadillas pedagógicas (sueños del mundo de la educación) y epigrafitelas o sueños relacionados con la vida de Tarzán. Narro tres ejemplos para comenzar:

    Heidegger bebe zumo de naranjas

    en el Parque de los Novios

    En el Parque de los Novios hay un carrito con frutas y las naranjas espejean con el sol del mediodía. Tomo un zumo de naranja para calmar la sed y recuerdo que mi madre no decía jugo sino zumo. Jugo es una palabra que refiere a una función alimenticia. Zumo tiene implicaciones placenteras, es sabor, me hace pensar en algo que se exprime, que da lo mejor de sí, vida líquida, seno, caricia, boca que se deslíe y se convierte en intimidad. Bebo el zumo de las naranjas y pienso en el lugar llamado Alí Babá al que iba con mi madre y en que las naranjas tienen algo que purifica y que enciende el deseo, que energiza, que protege y cobija. Pero todo es imaginación, ecos que vienen del pasado. Es solo un momento que llega y se va como vino: Con una palabra, con el sabor de una fruta. En cambio la ciudad es otra vez la derrota, el engarrotamiento de la mano ante la página, Ofelia, Heidegger y el escultor karateca, el omnipresente Tarzán. Siento que este juego entre lo primitivo y la más alta elevación del espíritu es una buena síntesis de mi vida. ¿Pero qué tiene que ver un zumo de naranja con Heidegger? Muy sencillo: Anoche soñé que Heidegger se paraba ante el carrito de los jugos, bebía un vaso grande y mientras tanto empezaba a preguntarse cuál era el ser de su ser ahí en ese mundo cálido y húmedo del trópico. ¿Quién puede resistir en estas circunstancias la tentación de pasar al día siguiente por el Parque de los Novios y beber un vaso de zumo de naranjas? De pronto, de pronto ese es el secreto para convertirse en un Heidegger del trópico.

    Pesadilla pedagógica: Hegel baila salsa

    en El abuelo pachanguero

    Fania All Stars enciende el ritmo como un río en ebullición y Celia Cruz canta lo de siempre y ya al amanecer todos bailan: Hombres y mujeres de pieles morenas, negras, de ojos cafés y axilas sudadas que marcan las camisas de grandes flores con sucesivas capas de iridiscencias. El hombre rechoncho y alto, de cara redonda y ojos azules, zapato blanco y negro y pantalón blanco también de bota angosta, camisa azul con palmeras cargadas de cocos, baila con habilidad de nativo, con requiebros y sangre en ebullición, como el río. Su pareja es una enorme negra con músculos de caucho y un alborotado afro que ha estado toda la noche besándolo en los intermedios como si chupara un enorme melón rebosante de almíbares nórdicos. El hombre que baila tan guapachosamente con la negra que suda a raudales es nada menos que Georg Wilhelm Friedrich Hegel. En ese momento Hegel abandona la pachanga, se toma un aguardiente y se pone a mirar el río que brilla astillado por la luz lunar. Todos callan porque es obvio que el filósofo acaba de concebir la gran idea del espíritu absoluto. Los salseros dejan de bailar y se ponen a contemplar desde primera fila el éxtasis de un filósofo en la noche tropical. Y luego se dice en los mentideros académicos que no hay una filosofía colombiana. Por lo menos eso es lo que anda diciendo Tarfilfar.

    Tú lees los siguientes apartes, Farita, porque llegan el humor y la ironía y la maledicencia, tus oscuros dominios, demonio, como la sombra de un negro en la noche.

    Epigrafitela:

    Los sueños de Tarzán

    Tarzán estaba de visita donde los pigmeos (Tarzán apreciaba mucho a los pigmeos porque eran buenos tipos y porque lo hacían sentir más grande) y en un descuido (por beber demasiada chicha) lo picó una mosca tse-tsé. Como es sabido la mosca tse-tsé es la mosca del sueño. Tarzán durmió durante dos meses seguidos. Pero ahí empezaron sus problemas porque soñó todo el tiempo con unos personajes extrañísimos que en vez de pescar, sembrar, cazar o hacer cestas de mimbre se dedicaban a reflexionar sobre los pigmeos que pescan, siembran, cazan o tejen redes para pescar. Siempre terminaban criticándolos mucho y afirmando con palabras epistemológicas muy sonoras que los pigmeos no sabían lo que hacían. Esos personajes, que se hacían llamar filósofos y echaban largos discursos mientras caminaban, se

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