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Conversaciones en voz baja: Ensayos de aproximación literaria
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Conversaciones en voz baja: Ensayos de aproximación literaria
Libro electrónico241 páginas3 horas

Conversaciones en voz baja: Ensayos de aproximación literaria

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Este libro reúne un conjunto de ensayos que, desde distintas vertientes del análisis literario, incursionan en obras de diversos géneros y autores para sentar algunas tesis en torno a los mismos mediante un trabajo de argumentación propio y diálogo constante con cada uno de los textos y los postulados y los principios operatorios de las tendencias de análisis. Es también una propuesta de mirar, en otros sentidos, obras que han recibido revisiones críticas desde otras vertientes. 
Lo novedoso tiene que ver con el ángulo de aproximación, como el de la hibridación y pérdida de la "pureza" de los géneros frente al tema de la selva, o el poner de presente la forma en que la literatura incorpora en sus dramas humanos preocupaciones de carácter sociológico o antropológico.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UIS
Fecha de lanzamiento29 jul 2022
ISBN9789585188389
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    Conversaciones en voz baja - Betuel Bonilla

    Portada

    Betuel Bonilla Rojas

    Universidad Industrial de Santander

    Bucaramanga, 2022

    Página legal

    Conversaciones en voz baja. Ensayos de aproximación literaria

    Betuel Bonilla Rojas

    © Universidad Industrial de Santander

    Reservados todos los derechos

    ISBN: 978-958-5188-38-9

    Primera edición, julio de 2022

    Diseño, diagramación e impresión:

    División de Publicaciones UIS

    Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria

    Bucaramanga, Colombia

    Tel.: (607) 6344000, ext. 1602

    ediciones@uis.edu.co

    Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio,

    sin autorización escrita de la UIS

    Impreso en Colombia

    Palabras preliminares

    Luego de leer Lógica formal, lógica dialéctica, el libro de Henri Lefebvre, entendí que, en materia disciplinar, nada puede ser dicho en voz alta, que cada línea que escribamos, cada proposición que planteemos, caminan derecho al error, que toda idea, por noble que parezca, tiende a la provisionalidad o al equívoco. Este es, grosso modo, el sentido que anima el presente libro.

    Es probable, incluso, que en este grupo de ensayos se encuentre en uno alguna línea que desvirtúe otra, escrita páginas adelante o atrás del mismo libro. También, se podrán encontrar tonos que van del irónico al airado y casi tajante, de textos por completo libres, escritos al fragor de alguna idea que batallaba en mi interior, al mesurado y más demostrativo propio del discurso académico.

    Y ocurre así porque, en primer lugar, no fueron pensados a manera de conjunto, con pretensión de unidad, como si se preparara un libro de antemano. Fueron saliendo de a poco, escritos a la marcha de ciertas urgencias, preocupaciones, obsesiones y curiosidades, a lo largo de veinte años de indagaciones literarias. En segundo lugar, porque cada libro que se lee, cada evento literario al que se asiste, cada conversación con amigos igual de interesados, van alimentando el crisol de ideas que se amalgaman en nuestra mente.

    Por ejemplo, entre el ensayo dedicado a la obra de José Eustasio Rivera y el escrito para conversar sobre la cortedad de los géneros cuando de ubicar ciertas obras se trata, en especial de libros sobre la selva amazónica, median alrededor de quince años. Esto, es evidente, se aprecia en cada línea, en cada giro, en cada juicio, en cada énfasis.

    Para reconocer algunos créditos, que es lo más justo, resulta conveniente enumerar el momento y la circunstancia que propiciaron la escritura de cada uno.

    Un primer grupo, el de textos a los que llamo panorámicos, fue escrito para responder a ciertas misiones especiales. El ensayo de aproximación a la obra de Carrasquilla fue escrito por solicitud del Banco de la República para una charla que pretendía acompañar la presentación de una nueva edición que recogió sus principales textos. El de José Eustasio Rivera se escribió por solicitud de la Fundación Tierra de Promisión, en el Huila, para intentar convencer al Congreso de la República de elevar a internacional el premio de novela que lleva el nombre del autor de La vorágine, premio creado por ley de la República. El dedicado a parte de la obra de Benhur Sánchez Suárez surgió de un interés personal por determinar el valor de su obra y demostrar la permanencia de este autor en el panorama literario nacional.

    Otro grupo, el de ensayos de orden más académico, fue presentado como requisito de distintos cursos en la maestría de Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira: el dedicado a la producción ensayística de Germán Espinosa; el que rastrea los motivos en la pieza dramatúrgica La siempreviva, de Miguel Torres; el que indaga por los rasgos posmodernos de Esperando a Godot, de Beckett; el que encuentra poco interesante la inmersión en un cuento de Santiago Gamboa; y el que establece una aproximación entre la antropología y la literatura en los cuentos de Julio Cortázar y Arturo Arango.

    Un tercer grupo es el de los escritos para resolver crisis puntuales de mis ideas, ensayos de corte más personal. El del cuento latinoamericano y el del cuento como un círculo constituyen una especie de poéticas propias sobre el género breve, sobre todo, a partir de la obsesión que dicho género me ha demandado en los últimos veinte años, en los que impartí talleres en distintas partes de Colombia y un par de países, intentando hallar algunas fisuras en lo planteado sobre el cuento hasta la fecha. También porque, como escritor de cuentos, considero que las poéticas de género constituyen una base importante para apoyar el trabajo de creación.

    El dedicado al canon, tal vez el más enfático, surgió de la impotencia y la rabia ante el agobio de constatar que, desde Guaviare hasta Chocó, y desde La Guajira hasta Nariño, los indicadores de gusto por la lectura son igual de bajos y se apoyan en el mismo diagnóstico: en todos estos lugares se lee los mismos libros, de la misma manera, y la respuesta es el nulo gusto por la lectura de texto literario.

    Por último, el más reciente, el destinado a la selva, una especie de mezcla entre todos los tonos enunciados, se escribió en el 2020 por solicitud de un encuentro de escritores dedicado a la selva en el Guaviare. Invitado a emitir una opinión sobre tres libros de la selva colombiana, me fui adentrando en el tema de tal manera que, a la fecha, no termino de indagar y adquirir todo lo que sobre el particular se cruza por mi camino.

    En todos los casos, en un intento por respetar la mejor tradición del ensayo, he procurado deslizar alguna tesis muy personal y sustentarla con los respectivos argumentos propios y ajenos de apoyo. He intentado, siempre, ir a contrapelo, hallar algún intersticio bibliográfico y disciplinar que me permita olfatear lo no dicho y allí asentar la palabra. Es a lo máximo que se aspira cuando se escribe ensayo: sumar una pequeña idea al repertorio de grandes ideas que pueblan el territorio de la opinión literaria.

    El autor

    De géneros, autores y obras

    Las múltiples derrotas de Tomás Carrasquilla

    Un escritor es un ser querido, es un amigo, un compañero, un maestro, un revelador, un consuelo, un alma que se comunica con todas las almas.

    Tomás Carrasquilla

    ¿Por qué he de ser el menos en este centro de arte y ciencia? ¿Seré yo, por desgracia, la ficha más triste de tantas loterías? No tal: que voy a opinar también; a echar mi cachito de conferencia; a usar del sacrosanto derecho de meterme en arquitrabes, que con tanta sabiduría consagraron nuestros licurgos (Carrasquilla, 1906, p. 473).

    De esta forma inicia Tomás Carrasquilla sus recordadas Homilías, texto en el cual el maestro, preso de una iracundia y en abierto debate con su amigo Max Grillo, decide plantear con mayor riesgo sus postulados teóricos sobre la escritura y el arte en general. Y es que, poco más o menos como se sentía Carrasquilla, se debe sentir un comentarista al intentar penetrar en la obra de quien es señalado, en Colombia y algunas otras regiones de América Latina y del mundo, como uno de los talentos narrativos más sobresalientes de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

    De esta forma, situado en la línea de muchos críticos, hay que sugerir la tesis inicial de que Carrasquilla, con los oídos puestos en la oralidad, y los ojos y la razón, en la escritura, procedió en sus escritos a domeñar a sus lectores usando viejos recursos de la oralidad, del encantamiento a través de la simple palabra. Así, como quien no quiere contar la cosa, determina un hilo conductor para cada una de sus novelas, sus pequeñas crónicas y sus cuentos, y los va desglosando, incurriendo, casi siempre, en sabrosas y reiteradas digresiones en las cuales aparece quizás toda la gracia y el salero de su prosa.

    De otro lado, sin dar la impresión de querer hacerlo a voluntad, experimenta tal emoción en sus escritos, tal capacidad de penetración en el alma humana, que es inevitable que estos se tiñan de una socarronería adolorida, de una felicidad y una ferocidad en las cuales se ponen a rechinar los dientes porque se presume que nunca será definitiva la dicha. Sus personajes, niños, niñas, jóvenes, jovencitas, mujeres u hombres mayores, enfrentan el mundo con una entereza en la cual, al otro lado, y luego de épicas o inanes batallas, espera la derrota. Esta emoción es otro de sus grandes aciertos, pues de allí surge la energía creadora suficiente para levantar, entre el agreste camino antioqueño, en especial el de su pueblo natal, Santodomingo, algunos de los personajes más queridos en nuestra literatura. El propio Carrasquilla (1906) sabe de la importancia de la emoción en el instante de la creación:

    Es que para producir la obra estética no bastan las argucias del intelecto, ni los recursos de la fantasía y de la forma: es indispensable un elemento emocional verdadero y personal; una sinceridad absoluta en las impresiones que se pretenda manifestar (p. 484).

    Más adelante, agrega:

    Un poeta es un actor cantante que representa en unas páginas su propio drama. Es un compositor que vierte en el pentagrama de una cuartilla la armonía que oye dentro de sí. Desde que tenga corazón, cante y represente y componga lo que se le antoje. En el sentido ideológico y en el sentimental, puede fingir a su albedrío: para eso es la fantasía. En el sentido emocional, no tiene riesgo. No lo intente: el corazón no se puede engañar, porque es la conciencia (p. 500).

    Un tercer aspecto en el cual hay que salir en defensa de Carrasquilla es en lo que concierne a su inclusión en este o aquel movimiento. Desde luego que la necesidad académica de periodizar la literatura para poderla asir con mayor precisión es cuando menos aceptable, pero no lo es la taxonomización que se adelanta al análisis literario. El procedimiento, si es que existe, debe ser al contrario. De esta forma, los más, han querido hacer de él una especie de escritor costumbrista a las malas, como si sus caracteres fueran posibles solo dentro de eso que Luis Eduardo Nieto Arteta consideró la geografía del prohombre antioqueño. Claro, de costumbrista hay mucho en él, pero este costumbrismo lejos está del inventario del acontecer pintoresco, de ser un espejo narcisista del amanecer y el anochecer de la comarca. Por el contrario, y en esto nos echa una enorme mano el lenguaje tan rico y variado de sus criaturas, el arraigo a ciertas costumbres, a cierta manera de asumir el mundo, es la manera en que el ser antioqueño de la época ―eso en algo toca a Carrasquilla― asume su condición de ser humano, de habitante de un solo espacio del globo. Ahora, lo que hay en él de costumbrista es una marca de estilo, una consciencia que viaja con paso firme hacia una meta definida: «Mi ideal es muy claro, Maximiliano: obra nacional con información moderna; artistas de la casa y para la casa. Yo sueño con un 20 de julio literario. ¿Cómo no? Independencia absoluta de todo país extraño… y que vengan pacificadores» (1906, p. 533).

    El simple aspecto del lenguaje regional, mencionado en primera instancia como una de sus mayores virtudes, ha sido seguido por críticos y analistas. Kurt Levy (1958), en su libro Vida y obras de Tomás Carrasquilla, afirma:

    Su lenguaje muestra la fascinadora fusión de lo literario y lo popular. Puede producir, con la mayor facilidad, todo el registro de teclas lingüísticas para una deslumbradora descripción de los fenómenos naturales o psicológicos […], mostrando su soberana maestría en el manejo del tesoro tan celosamente guardado por augustos académicos. También puede, con igual facilidad, reproducir el lenguaje del hombre común y escuchar los latidos de su corazón, mientras observa sus labios […] Las inevitables consecuencias de tan exacta reproducción del lenguaje hablado son, naturalmente, la falta de sintaxis y el frecuente descuido de las normas gramaticales (p. 210).

    Acto seguido, Levy (1958) se dedica a rastrear la forma en que Carrasquilla hace uso de esa virtud por él referida. También Baldomero Sanín Cano (1977), en una breve nota, que titula a secas Tomás Carrasquilla, afirma lo siguiente:

    Desde sus primeros trabajos hizo patentes en narraciones cortas su afecto a los humildes, su admirable poder en la descripción de las costumbres y ambientes de las clases desfavorecidas y su profundo conocimiento del lenguaje usado en esos medios. Ya desde entonces se podía augurar que con él tendría la región un estilista de gracia y fuerza superiores (p. 438).

    Baldomero Sanín Cano (1977) apunta en su breve nota a dos de los aspectos ya señalados y abre otra perspectiva de análisis en donde hay aún un terreno inexplorado, el de Carrasquilla como una especie de condolido testigo de los sufrimientos de una clase o de una etnia específicas, lo cual lo adelantaría a los escritores tan usuales en aquellas décadas en las que la literatura se convirtió en vehículo oficial para la toma de conciencia. Carrasquilla asume en este tipo de obras una abierta vocación de partido, de la cual se podrían poner en evidencia muchas marcas textuales, especialmente en sus novelas Frutos de mi tierra y La Marquesa de Yolombó.

    Sin las pretensiones maniqueas presentes en cierto tipo de narradores costumbristas y realistas, la obra de Carrasquilla abunda más bien en personajes luchadores, idealistas, empecinados que defienden un propósito a ultranza, bien sea de índole lúdico, político, religioso, de amor por algo por conseguir o de creencia metafísica. Escasean, aunque los hay, personajes situados en una sola cara del ser humano. Tal vez el farsante Fernando de Orellana de La Marquesa de Yolombó, al que no se le conoce un solo gesto que implique sinceridad, ni una sola emoción verdadera, o la entrometida Quiterita de El padre Casafús, quien hasta el final y pese al cambio de rumbo de su aliado Efrén intenta dañar la imagen del santo cura acusándolo de rojo y liberal. En el medio, variopintos personajes que se mueven entre comportamientos que van desde los más absolutos caprichos a posiciones equivocadas que nunca dejan de ser transitorias. La mayoría, y esto es lo que se merece destacar, están del lado del ideal humano de alcanzar un mejor fin en cualquier actividad que emprendan. En todos está, noble o irrisoria, la fidelidad a una idea primaria.

    En Simón el mago, aquel cuento de reminiscencias que sirvió a Carrasquilla para ingresar a El Casino Literario, el selecto grupo de literatos de Medellín, en 1890, un jovencito se da a la empresa de aplicar las ideas que la criada Frutos ha puesto en su cabeza. Con el tono de auto-burla, constante cada vez que los personajes hablan en primera persona en las obras de Carrasquilla, el jovencito Simón da cuenta de lo importante que resultaba la tradición oral para ellos. Frutos, que es casi como su madre, pero negra, le ha metido la idea de que se puede llegar a volar, como las brujas. Él, junto a su amigo Pepe, intenta alcanzar altura, pero sufre las consecuencias de tan desproporcionada empresa. Al final, se concluye con una frase que puede ser aplicada a cada uno de los personajes de Carrasquilla empeñados en diligencias de largo aliento: «―Sí, mi amiguito, todo el que quiere volar, como usted… ¡chupa!» (2008, p. 49).

    También a esa tradición de sueños frustrados y herencia picaresca pertenece el cuento San Antoñito, escrito en 1899. Acá, son la pobre Aguedita Paz y las hermanas Doña Pancha y Fulgencita ―todas beatas consumadas―, en momentos distintos, las que sucumben en la empresa de hacer de Damiancito Rada un santo. En esa enmienda han metido todos sus sueños: «En quien vino a cifrar la buena señora un cariño tierno a la vez que extravagante» (2008, p. 62). Con el olor de santidad perdido para siempre entre los cálidos brazos de la criada Candelaria, la empresa de las mujeres beatas ―la instrucción divina de Damiancito― se deshace por los actos innobles de esta especie de tartufo moderno, como lo ha bautizado Kurt Levy (1958).

    En el cuento El ánima sola, escrito en 1898 y al que Carrasquilla puso el subtítulo de Traducción libre del pueblo, en una clara alusión al influjo de lo oral en su escritura, se ve el descalabro de una empresa noble que iba muy bien hasta que las lenguas maledicentes se encargaron de insertarle un catastrófico pero. Un caballero noble español ha puesto su vida al servicio de un hijo que tarda en llegar pero que, una vez presente, se anuncia como

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