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Variaciones lógicas de la memoria
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Libro electrónico80 páginas1 hora

Variaciones lógicas de la memoria

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Variaciones lógicas de la memoria, de Uriel Cassiani de Palenque, es un libro de cuentos cuyo narrador no se deja vencer por las tramas supuestas o reveladas, ya que realiza un contraste en el que estallan los estereotipos ficcionales. Estos cuentos confrontan ficciones, tramándolas de forma contradictoria o contraponiéndolas por congeladas. En un cuento, un personaje indolente y reparador de electrodomésticos, altera su entorno al dificultar el pronto arreglo del aparato central de la bodega de cuentos de la vida urbana, el televisor, el proveedor casero de ficciones de nuestro tiempo. En otros cuentos, Cassiani trama una apropiación de ficciones o una invasión de una en otra. En otros, la ficción engaña por serlo y, por la misma condición, revela (y vela) la observación de la muerte como nuestro necesario final. Los cuentos de Cassiani de Palenque son ficciones que, cuando se traman entre sí, crean extrañamiento y risa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 sept 2020
ISBN9789585144439
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    Variaciones lógicas de la memoria - Uriel Cassiani

    PRESENTACIÓN

    JUEGOS DE FICCIONES EN VARIACIONES LÓGICAS DE LA MEMORIA, DE URIEL CASSIANI DE PALENQUE

    I

    Todo cuento es ficción, pero toda ficción no es cuento.

    Variaciones lógicas de la memoria, de Uriel Cassiani de Palenque, es un libro que aclara la diferencia entre escribir cuentos y desentrañar ficciones. Cada que se nos presenta un cuento nuestros dispositivos comprensivos se preparan para la escritura de una historia que se desarrolla en pocas páginas, construye la resolución de su asunto de manera eficaz e, incluso, cuando no lo resuelve y lo deja en suspenso, como en Chejov, trata de liquidar la historia con un desenlace consecuente, ya lógico esperable, ya lógico sorpresivo.

    En cambio, cuando se nos presenta una ficción, la institución literaria no nos ha acostumbrado a nada claro que muestre la cotidianidad entre esta palabra y los cuentistas cuyos nombres son Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Oscar Wilde, Horacio Quiroga, Katherine Mansfield, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Roald Dahl, Raymond Carver, Carlos Arturo Truque, Julio Ramón Ribeyro, Cristina Peri Rossi, Alice Munro, Julio Paredes, Harold Kremer, etc. Todo esto debido a una insuficiente domesticación de la disciplina literaria con respecto a las ficciones que acoge, promueve y sanciona. Quizá solo con la excepción de Borges y su título Ficciones y, ya más en nuestros días, con la diferenciación de la literatura del yo, la cual, para enfatizar que toda palabra del yo no es verdad absoluta, apela a la llamada autoficción.

    No solemos llamar ficciones a los cuentos o a las novelas, porque quizá recuerdan el sentido corriente de ficciones en tanto fingimientos de la verdad, que recuerdan menos la seriedad estética de la literatura y más la caracterización de la literatura de ser pura y vana mentira. En cambio, Borges (2006) y Reyes (2007) tienen la virtud de haber pensado el trabajo de elaboración del arte literario como un hecho que, más allá de su construcción, finge inventar en la escena de la imaginación una realidad distinta, diversa, complementaria. Aunque es la principal trampa de la ficción, representarse distinta de la realidad, la oscilación ficción-distinta-de-la-realidad versus ficción-compenetrada-con-la-realidad ha obstaculizado que la institución literaria le dé carta de ciudadanía a un concepto que parece proyectar más la autonomía de la ficción como mundo independiente de mundo real y cotidiano que como instrumento interactuante entre distintas dimensiones de la misma realidad. La ficción suele construir su independencia simulando una especie de esfera especial —que no sabemos, por lo demás, dónde habita—, en la que el mundo de ficción se engolosina consigo mismo creando una frontera entre la ficción y el mundo de afuera. En el fondo, es esta frontera la gran creación que edifica con una ficción el literato, sea cuentista o novelista.

    Es verdad que la disputa entre arte y ficción, entre ficción en tanto obra estética y ficción como hecho en el mundo, ha tratado de encontrar en los últimos siglos una trinchera ante los mandatos sociales que determinan cómo deben ser las ficciones. Entonces la literatura se repliega y se valida menos por su relación con la realidad que por su potencia singular de ser un hecho consolidado en una obra con marcos y mundos propios. Es en ese contexto que Borges llamó a sus cuentos ficciones, para salirse de la fácil literatura que se dice realista porque, bajo convenciones eludidas por el argentino, simulaban una literatura relativa a una realidad estereotipada por determinadas ideologías políticas, sociales y religiosas, por ideologías relativas al posicionamiento del arte como instrumento de legitimación del poder o como promoción y propaganda de un tipo de disenso que busca el poder.

    Con Ficciones (2006), a inicios de los años cuarenta del siglo XX, Borges no se separó de ninguna realidad: se distanció de un pensamiento que, en nombre de la realidad, pretendía ficciones obedientes de ciertas representaciones, de ciertos personajes, de ciertas sicologías, por lo que buscó refugiarse en los reinos de Tlön para desde allí hablar de un Buenos Aires que se debate entre los ecos de la Segunda Guerra Mundial, el surgimiento del peronismo y la recepción de la filosofía en tanto variante para enfrentar el realismo psicológico y realista. Menos que hacer ficción para defender el mundo de las ficciones, aunque este es el fingimiento superficial borgeano, era el intento de romper la ficción del realismo y, por lo tanto, hacer del poder de la ficción un campo en el que las ficciones discuten y chocan entre sí como variables de la realidad y de la institución literaria. Las ficciones, menos que continuarse en un tobogán chocan en un universo en el cual giran entre sí, se enfrentan y estrellan, como un planeta que ha perdido el control ante la aparición de un cometa.

    No solemos llamar ficciones a los productos de la literatura, sean novela, sean cuento, porque esta palabra guarda un concepto que tan pronto defiende la autonomía literaria como tan pronto la estalla. Es como categorizar un hecho en un mundo explosivo. Para eludir este estallido, este llamado ambiguo de la ficción, la categoría cuento brinda estabilidad y aceptación inicial; la categoría cuento, igual de compleja y diversa, es más cómoda para la continuidad de la reflexión literaria ante hechos que, aunque cambian y se transforman, se consolidan en un texto concreto, en un libro definido con título y

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