Geografía De Lo Invisible Dibujo Del Joven Rebelde: Otra Otra Narrativa Breve, Cuentos Y Crónicas
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Contamos con un nuevo y brillante narrador... un narrador integral
que sabe convivir con idntica destreza en el temor, el desasosiego,
la resignacin y la melancola y que no vacila en poner su sello
personal a lo narrado con nfasis particular en la sensualidad y el
erotismo...
Denzil Romero
Escritor Venezolano
Premio Casa de las Americas
Hay algo ensoado en los textos de Luis Alberto Miranda. Por vas
del sueo, el teje y desteje las lunas de su propio maleficio - el asco
proverbial, joyciano, de la historia y de la vida-, mientras ampla, con
estimable fortuna, el horizonte ficcional donde radica su juego...su
juego pertinaz: la vocacin de narrar.
Julio Pino Miyar
Crtico y novelista
cubano
Los irresueltos problemas filosficos o aporas griegas continan
llenando las pginas de los pensadores como Luis A. Miranda, en
sus frragos joycianos no falta la disquisicin filosfica y los atisbos
poticos.
Jos O. lvarez , Ph.D.
Doctorado en literatura, FIU.
Para Luis Alberto, escribir, es alcanzar un goce pagano... En sus
textos el juego entre Eros y Thanatos marca la tensin del relato.
Adriana Herrera T.
Periodista cultural
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Geografía De Lo Invisible Dibujo Del Joven Rebelde - Xlibris US
Geografía de lo invisible Dibujo del joven rebelde otra narrativa breve
Cuentos y crónicas
Copyright © 2014 por Luis Alberto Miranda.
Luis Alberto Miranda
2ª. Edición
Junio 2014
Geografía de lo Invisible / Dibujo del joven rebelde
Diseño y Diagramación del libro y la Portada:
Luis A. Miranda
Casa Cultura Hispanoamericana.
Fort Lauderdale, Florida. U.S.A.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Fecha de revisión: 26/06/2014
Xlibris LLC
1-888-795-4274
www.Xlibris.com
610023
Contenido.
CRÍTICA LITERARIA
Una interpretación de los textos de Luis Miranda:
Los Cuentos de Luis Miranda: Un Repaso a la Cuentística Colombiana de Todos los Tiempos
Para Luis Alberto, escribir es un goce pagano
Los Luisemass: el homo gramático de estirpe joyciana.
Geografía de lo Invisible
La Niña y el Hombre de la Chimenea
Richard y Annette
Monólogo del Convite
El Sofómano Sofaldado por el Soldado
El Soñador y el Ángel
¡Ay Renata! Renata de mi Primer te Quiero
El Superior Pervertido
María Nela y el Arte
NOSOTROS LOS DE ENTONCES…
Nosotros los de Entonces
Levántate Lázaro: ¡Argemiro es un Traidor!
Margarita, está linda…
Yo no he visto a Linda…
Una Procesión Para Tu Muerte
Juliana: Qué Mala Eres…
El Retorno de Innana
Han Pasado Días Extraños…
En el Umbral de la Locura
El Cumpleaños de Manolo
La Negación
Desde la Oscuridad…
Lealtad
El Día Señalado
DIBUJO DEL JOVEN REBELDE…
Recuerdo de Beatriz en el Siglo XXI
La Noche Angelina
Silvia
Dibujo del joven rebelde
Las Almohadas (Variaciones 1 sobre la física clásica y la cuántica)
CRÓNICAS
Aventura en la nieve
A la memoria de mis padres
Carlos A. y Maria Ofe.
A Ivonne Carolina, Luis Jr, Martha Ivonne,
Verónika, Ned, Victoria, Monika, Catalina y Luis Alexander
Crítica Literaria
Una interpretación de los textos de Luis Miranda:
el juego de su escritura
Análisis crítico por Julio Pino Miyar,
Poeta, novelista y ensayista cubano.
El escritor Luis Alberto Miranda, radicado en Fort Lauderdale, Florida, es descendiente del general Francisco de Miranda, el llamado Precursor
, en la primera mitad del siglo XIX, de la Independencia de América del Sur. Una ilustre figura a la que la memoria histórica y el imaginario latinoamericano han conferido un lugar un tanto ambiguo -anfibológico- en el discurso de la tradición secular.
No existe en nuestras naciones una separación diáfana entre leyenda e historiografía. Por el contrario, casi siempre el gran imaginario continental termina poniéndole cerco a la razón cultural, resignificando los contenidos de la historia y el papel que en ella jugaron las grandes personalidades. La historia individual del Generalísimo es altamente ilustrativa de esta mixtura entre leyenda y fundamentos históricos. Por medio de la historia se trasciende a ese sueño humano de las grandes empresas colectivas -aquellas que desde la Independencia aún abrazan el corazón de América-, aunque por medio de la sexualidad el hombre opone a la claridad histórica su intransferible vocación de animal nocturno, donde la historia misma -devenida en leyenda- se confunde o se deshace. Y la vida del Precursor
supo unir, de un modo acaso indisoluble, como quien redacta para su tiempo un memorial magnífico, los temas básicos de la existencia: historia y sexualidad…
Por otra parte, sexualidad y escritura se complementan desde los primeros momentos de la cultura universal, en la justa medida en que la palabra escrita es una inscripción indeleble en la que se adosan los males y los bienes del cuerpo y del espíritu. Pero la escritura es, en su condición más original, el baluarte de nuestra memoria histórica. Gracias a su invención fue posible la historia y finiquitaron los tiempos inmemoriales. Sin embargo, la historia de la sexualidad es la memoria más antigua de la escritura y la que nos acompaña siempre en su perenne condición de latido.
Pero, ¿existe, en definitiva, un fundamento filogenético en Luis Alberto Miranda que explique el constante periclitar de la línea de su escritura entre la historia aviesa y una vocación de deseo que se construye siempre en espiral? No puedo saberlo. Lo que sí creo saber es que nuestras relaciones con el pasado -los grandes muertos de la tradición secular- pueden llegar a tener, en ocasiones, un significado trágico. Sin embargo, hay un lado hilarante, ambiguo, cotidiano en la literatura de Miranda que parece salvarlo de todos esos excesos. Lo que parece cumplirse en él es que la historia narrada asume, en ocasiones, un cariz marcadamente exegético, cual un memorial redactado como un parte de batalla, y que el goce sensual de las palabras recompone.
Todo verdadero escritor es un animal anfibológico que medra entre el sueño y la historia; entre el deseo, la vocación de juego y su escritura. Luis Miranda tiene el hábito literario de engendrar significados, de ser un escritor culto en polisemias. Por eso, si partimos del criterio de que el arte es el arte de eludir los énfasis, el autor de Geografía de lo Invisible y otra Narrativa Breve… convierte el énfasis en parte de una muy singular polivalencia narrativa. Y una vez construido ese espacio en el que la escritura revela su vocación de deseo, todo adquiere sentido, cada trama incorpora sus múltiples significados, y lo diverso entonces se cristaliza entre las márgenes del texto.
Hay relatos que son como un acto progresivo de la memoria lúcida que va desgajando metódicamente el objeto del recuerdo hasta dejarlo expuesto a la mirada del lector, sin embargo, hay otros en los que las usuales relaciones de la memoria con la realidad se encuentran bastante particularizadas, pues ahí el recuerdo ha quedado reticulado mediante la exégesis y la ironía. Y si bien es cierto que el escritor tiende a hacer constante gala de los ceremoniales de la escritura, cuando se aproxima a esos curiosos personajes que afloran en sus textos no ignora que sólo lo evocado puede convertirse en sustancia dramática del deseo. Veamos, por un instante, una cita que parece reflejar este curioso juego simbólico que se despliega, cual memoria evanescente, sobre una realidad apenas insinuada:
Ella sabía que había sido amante de un pintor del siglo XIX especializado en envolver la figura humana de manera irreverente con colores y formas contradictorias, con trazos incompletos de ropajes apenas anunciados por el pincel. A veces la había dibujado con lápices de colores sobre telas remendadas con yeso (…)
Es como si la realidad se nos presentara como el breve apunte a lápiz de un artista, o como la huella que deja en nuestra retina una visión adrede inconclusa: telas remendadas con yeso; incompletos ropajes…
Haciendo con esto elíptica alusión a una capa de realidad mucho más profunda que quizás se halla debajo del yeso, oculta, cual un palimpsesto, y donde subyace una forma desconocida; una historia aún no contada. Pienso además que una cita, como la antes transcrita, pone en evidencia la existencia de un arte concomitante a la literatura, y que el narrador convierte en porción del tejido formal de su obra: La pintura.
Pocos títulos guardan una relación tan estrecha con su contenido como Geografía de lo Invisible… el cual señala hacia los espacios en blanco de una narrativa, lo esencialmente omitido de una escritura. ¿Qué es lo omitido? ¿El alegre vodevil donde se exhiben las carnaciones más insólitas en una Bogotá de ficción? ¿Lo no dicho en el texto, pero que habita borgesianamente en sus intersticios? ¿Su inusual vocación de juego?
Para abundar en lo que digo, Luis Miranda nos da en el singular cuento del Sofómano…, su versión erótica del palimpsesto, como si le propusiera al lector un hilarante y heterónimo diccionario del deseo: Debajo de la falda; Alzar las faldas; Levantar cualquier cosa para descubrir otra.
No obstante, el autor parece construir su literatura como un ejercicio fabulatorio. Y digo fábula en su acepción más original: como fue entendida desde los tiempos clásicos de Esopo, o del francés La Fontaine; una parábola moral. Se hace realmente paradójica esta disposición moralizante, pero es que el discurso narrativo posee dos niveles de significación, el primero, esencialmente expositivo, suele estructurar el relato como una historia convenientemente dotada de una solución predeterminada; mientras el segundo, se desliza en silencio, en su inalterable condición de latencia, por debajo del discurso narrativo; es lo inesperado
que pudiera encontrarse debajo de una falda y viene a configurar el lado insólito, reticente, oscuro de una literatura. Para eso elabora no sólo nuevas palabras, sino nuevos significados para palabras que no existen más, que se agrupan como preciados y hedonistas objetos, en el círculo joyciano del deseo.
Si la literatura en James Joyce es el resultado de una previa cosmovisión cultural que convierte a sus protagonistas en piezas involuntarias de un mecanismo abstracto y universal, las fábulas de Miranda, aunque nos remiten al orden inmediato de los acontecimientos, padecen de la misma alergia ante la historia y el decursar indiferenciado de los días, y se proponen, como respuesta, una curiosa voluntad de desciframiento ante el orden esencialmente difuso de la vida:
(…) sentí que podía empezar a descifrar el jeroglífico de lo que la realidad circundante quiere comunicarme, sentí que podía escuchar los mensajes secretos del lado oscuro de la luna, lo elemental de las plantas, el comerciante que vuela entre la arenilla de la playa, la sombra algodonosa de las nubes…
Estimo que en la petición de tratar de acercarnos a estas narraciones como si fueran un sólo corpus -un sólo texto- es decir, partiendo de su condición más radical de simple escritura, pudiera sustentarse la perentoria singularidad de una interpretación como esta. Miranda construye con sus palabras una visión específica del mundo y un modo en particular de entender la literatura… la narrativa para él es ese lugar común donde transcurre todo, y donde, incluso, eros y conocimiento suelen aparecer como entidades contrapuestas. -Aunque esto último lo afirmo no sólo por lo leído en sus textos, sino por lo que de él conozco, pero creo ver gravitar inobjetablemente sobre el horizonte especulativo de su literatura.
Historia y sexualidad son, en resumen, entidades permeables que se retroalimentan mutuamente y nutren así nuestro gran imaginario cultural. La escritura, entre tanto, reinscribe, en el cuerpo húmedo y poroso de su más íntima ejecución, los más antiguos y fecundos nexos de la historia y la sexualidad; del deseo y la ensoñación cultural. Hay algo ensoñado en los textos de Luis Miranda. Por vías del sueño él teje y desteje las lunas de su propio maleficio -el asco proverbial, joyciano, de la historia y de la vida-, mientras amplía, con estimable fortuna, el horizonte ficcional donde radica su juego… su juego pertinaz: La vocación de narrar.
Los Cuentos de Luis Miranda: Un Repaso a la Cuentística Colombiana de Todos los Tiempos
Palabras pronunciadas por Denzil Romero en la presentación
del libro de cuentos Nosotros los de Entonces del escritor
Luis A. Miranda en la Biblioteca Principal del Condado
Broward el día 14 de Noviembre de 1998.
A Martha, Ivonne Carolina y Luis A. Jr.
Luis Alberto Miranda es un periodista y escritor colombiano (Santafé de Bogotá,1949), descendiente del precursor Miranda por la vía del joven Leandro, quien vivió en la Nueva Granada bajo la protección del presidente Libertador Bolívar; residenciado él desde hace años en estos predios condales de la Florida. Aparte de sus múltiples notas y notículas de prensa, reportajes, crónicas y artículos de opinión dispersos en periódicos y revistas, nos había dado a leer su opúsculo poético Exilios, Soledades y Deseos –de intenso vuelo metafórico y bien sentida preocupación vital, y un par de libros de ensayos La Problemática latinoamericana y La Interpretación de los Sueños y una biografía del pintor Gustavo Duque bajo el título de Condenado al éxito.
Ahora para beneplácito nuestro, nos entrega una excerpta de catorce cuentos bajo el título genérico de Nosotros los de entonces, hermoso título sacado del Poema 20
de Pablo Neruda, para una formidable colección que esperamos lo comprometa definitivamente con el hecho creativo de ficción a fin de seguir enriqueciendo la trayectoria cuentística de su país de origen; desde los días del antioqueño don Tomás Carrasquilla (1858-1940) con su formidable relato Sentado a la diestra de Dios Padre (1897) y sus libros El Padre Casafús (1914) y de Tejas Arriba (1937) hasta hoy, magnificada por el puntal cimero del aracataquense Premio Nobel Gabriel García Márquez y sus imponderables Isabel viendo llover en Macondo, La siesta de los martes o En este pueblo no hay ladrones, entre otras joyas de antología, y la cual tradición se completa a riesgo de caer en el catálogo homérico de las naves o en el no menos exhaustivo de Hesíodo con la genealogía de los dioses; a riesgo de caer en el catálogo, digo, se completa con nombres tan meritorios como los del siempre recordado Jorge Zalamea con su imponderable El Gran Burundún Burundá ha muerto; y el del bogotano Hernando Téllez (1908-1966) autor de Sangre en los jardines, Tiempo de Verano, y Cenizas para el Tiempo, y el de la muy distinguida dama-escritora Elisa Mujica (1920), y los del eximio narrador y amigo don Pedro Gómez Valderrama (1923-1993), nunca suficientemente reconocido y estudiado, o el del también por mi grandemente estimado Manuel Mejía Vallejo (1920-1998); o los de Álvaro Cepeda Samudio (1929-1972), Eutiquio Leal (1928-1997), Gonzalo Arango (1931-1976), Plinio Apuleyo Mendoza (1932), Darío Ruiz Gómez (1936), Nicolás Suescún (1937), mi dilecto amigo Germán Espinoza (1938) y Arturo Alape; Héctor Sánchez (1940) y Jairo Mercado (1941); Fanny Buitrago, mi querida ‘Fanucha" (1946), autora de La otra gente y Bahía Sonora o el Oscar Collazos (1942) de El lento olvido de los sueños y No exactamente como una película de Luis Buñuel, David Sánchez Juliao y Luis Fayad (ambos nacidos en el año 1945); Policarpo Varón (1941), y Gustavo Álvarez Gardeázabal (1945); el jacarandoso Umberto Valverde (1947) de Bomba Camará y el malogrado Andrés Caicedo (1951-1977) de Viva la música; Marco T. Aguilera Garramuño (1949) y Germán Santamaría (1950), y la aquí presente Freda Mosquera, autora del libro Cuentos de Seda y de Sangre de marcada pasión femínea e impecable escritura; todos autores de una narrativa corta que se va perfilando de manera progresiva como una de las más pujantes en el ámbito de la lengua española. Una narrativa, la colombiana, que fue neo-clásica en sus principios; romántica, después; costumbrista a ratos; a ratos cargada de protesta y crítica social, hasta traspasar el lastre del cerco nacionalista y consagrarse en el plano internacional.
Ahora nos topamos con este Luis Miranda, incansable amigo nuestro hace una década, dedicado de manera ininterrumpida al periodismo informativo y de opinión y a la promoción cultural y al enaltecimiento de las minorías hispánicas, ya no tan minorías, en este crisol mirífico de razas y tendencias culturales que es el mundo estadounidense de hoy. Los cuentos de Luis están pensados y escritos en términos de lenguaje, desde la palabra y la memoria, cargados de una cierta añoranza temporal y de una compleja variedad de preocupaciones ético-estéticas; y que bordean con igual galanura lo fantástico, el realismo de la cotidianidad inmediata, la crítica política y social, la penetración psicológica de los personajes y la perfección formal. Los cuentos de Luis Miranda están perfectamente bien escritos. Cuentos como Nosotros los de Entonces… Margarita, está linda…, Levántate Lázaro, Yo no he visto a Linda, Una procesión para tu Muerte, y todos los demás que conforman el libro, se le quedan a uno en el recuerdo, entre otras muchas razones, porque son raigalmente humanos, secuencias de una y la misma vida biografiada, autobiografiada o pseudoautobiografiada con deformada autenticidad donde personajes como Mambo Loco, Viejo Mincho, Maria Bonita, el compañero Argemiro, La Linda y la Margarita parecen estar anclados dentro de nuestra propia mismedad.
Sirva este buceo por el trasfondo de la cuentística colombiana para celebrar la aparición de un formidable nuevo narrador. Como decía el recordado poeta de mi país Víctor Chino
Valera Mora, ya fallecido: Cuando aparece un escritor o un poeta cabales tenemos que alegrarnos porque somos muy poquitos
. Por eso esta tarde, amigas y amigos, es tarde de alegría. Contamos con un nuevo y brillante narrador edito en el firmamento ficcional latinoamericano; un narrador integral que sabe convivir con idéntica destreza en el temor, el desasosiego, la resignación y la melancolía y que no vacila en poner su sello personal a lo narrado con énfasis particular en la sensualidad y el erotismo, la meditación sobre el tiempo y la muerte, el ejercicio imaginativo y la alegría vital, no importa si mediatizada en algunos momentos por una ola de airado pesimismo.
Por ese motivo, amigas y amigos, vale la pena que celebremos.
Muchas Gracias….
Denzil Romero
Para Luis Alberto, escribir es un goce pagano
Palabras pronunciadas por la periodista Adriana Herrera en
la presentación de la antología "Letras en la Diáspora: Cita
de Seis" durante la Feria Internacional del Libro de Miami
en Noviembre del año 2002.
Luis Miranda creció entre la atmósfera del mejor teatro bogotano, y fue entre sus hermanos, quien más gozó de niño, la atmósfera intelectual de los adultos de su casa. Se quedaba dormido –reclinado en las piernas de las tías, reconocidas actrices de la época –oyendo las conversaciones sobre los versos prohibidos de Jorge Gaitán Durán, las altas letras de Eduardo Zalamea, o las lecciones de Víctor Mallarino en la Escuela de Arte Dramático. Su padre, Carlos Alberto Miranda, lejano descendiente del prócer, tenía una maravillosa edición de El Quijote, y para él los negros caracteres de esas páginas formaban un continuo con aquellos que anunciaban La Casa de Bernarda Alba en el Teatro Colón.
El portero lo dejaba pasar siempre por la puerta de los actores, y Luis se acostumbró a ver cada obra detrás de bambalinas. A los ocho años había decidido que escribiría teatro, y tenía firmes impresiones políticas, pues su padre –que no había podido ir a verlo el día de su nacimiento, porque una marcha de liberales airados por el incendio de El Espectador, le impidió llegar a la Clínica – era un gaitanista furibundo que no desaprovechaba ocasión para contarle la historia de Colombia. No pocas noches durmió con sus tías en el teatro bajo los toques de queda impuestos por la dictadura de Rojas Pinilla.
Antes de que cambiara de voz, la influencia perversa
de Oscar Wilde –así la llama–, se aunó al ambiente sibarítico de la gente del