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El Libro Azul
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Libro electrónico206 páginas3 horas

El Libro Azul

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El libro azul nos narra la historia de Pedro, quien, tras despertar de un ensueo en medio de la oscuridad del bosque, se percata de que el nico recuerdo que posee en su memoria es el de un hombre que lo persigue para asesinarlo. Huyendo de su perseguidor, Pedro, desesperado y posesionado por el miedo, logra alojarse en una casa habitada por una familia de calabazas parlantes, quienes lo albergan para proteger su vida. Mientras el seor calabaza abandona su morada en busca de comida para saciar el hambre de su husped, los otros miembros de la familia calabaza le leern a Pedro algunos relatos del libro azul, un texto fundamental para quienes desean comprender lo que es inherente a la existencia. Poco a poco, ante la demora del seor calabaza, el hambre y el odio de Pedro ir agudizando su relacin con las calabazas, al mismo tiempo que su pasado comenzar a confluir con su presente y con lo narrado en el libro azul.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 sept 2014
ISBN9781463388232
El Libro Azul
Autor

Guillermo Callejas

Guillermo Callejas (Ciudad de México, 1982). Estudió Filosofía y la Maestría en Metafísica y Ontología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor de Filosofía Antigua a nivel licenciatura y de Ética y Estética a nivel bachillerato. Ha publicado algunos artículos sobre cosmología aristotélica, física epicúrea y temas relacionados con la enseñanza de la filosofía. Actualmente realiza estudios de maestría sobre la enseñanza de la filosofía a nivel medio superior. Aficionado a la mitología griega y prehispánica, la literatura antigua y los relatos orales. El libro azul es su primera incursión literaria.

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    El Libro Azul - Guillermo Callejas

    Copyright © 2014 por Guillermo Callejas.

    Corrección de estilo: Juan Alberto Bolaños Burgos

    (bebopbeto@hotmail.com).

    Diseño de portada: Oscar Robles González

    (osroblespintor@hotmail.com).

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014912114

    ISBN:          Tapa Blanda                   978-1-4633-8824-9

                        Libro Electrónico           978-1-4633-8823-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 12/09/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    451925

    Contents

    Prólogo

    I

    II

    III

    IV

    V

    Prólogo

    La imaginación aliada con la inteligencia para mover la pluma que describe lo que una mirada certera vislumbra en los recovecos del corazón humano es lo que toma forma en las páginas de El libro azul. La imaginación de Guillermo Callejas urde una trama inteligente para atrapar al amante de los mitos y conducirlo desde la fascinación fabulística hasta las honduras de las hipótesis metafísicas, al tiempo que con su inteligencia perfila imágenes audaces que deslumbran las sospechas de los hombres asiduos al arte de los silogismos hasta hacerlos andar grácilmente en el pabellón de las fábulas. Imaginación inteligente que se recrea en inteligencia imaginada, novela que es fábula que es cuento que es mito que orilla al lector a situarse en el extremo de la posibilidad hermenéutica: cuando la literatura es un todo con sus partes perfectamente ordenadas, un ser vivo que crece en el entramado ingenioso del mito, la sentencia moral, la fábula, el drama y la lírica que aquí se llama El libro azul.

    Confiar en la literatura como un ejercicio original de la inteligencia imaginativa va mucho más allá del apocado horizonte de las vanguardias literarias. Callejas Buasi apuesta lo mismo por revivir al mito de duro arraigo platónico, que al cuento caudaloso de estilo Grimm, para entramar una novela que penetra en la dura pasión humana de la angustia, pero sin recurrir ya a los vicios vigesémicos de la modernidad gastada. Resuena en su novela el crujir del desplome celeste y el abatimiento interior del hombre obcecado, la desesperación humana frente al destino y el espacio infinito como sino inhumano, el fin de todo pero por fin en su doble acepción. Mito y cuento como esqueleto de la novela que al pensar la angustia puede desprenderse del asidero del existencialismo para andar por fin los primeros pasos por el camino de la imaginación tras lustros de atrofiamiento. Volver a confiar en la literatura confiando nuevamente en la inteligencia y la imaginación.

    Volver a confiar en la imaginación después del desencanto de la inteligencia que caracteriza a nuestros tiempos obliga a Callejas Buasi a reelaborar los mitos y los cuentos para buscar nuevamente un lector que pueda recrearse en los dificultosos temas del corazón humano sin la procacidad que caracteriza al tratamiento contemporáneo de los mismos y sin el desaire obsceno de la inteligencia que se encuentra en los textos infantiles contemporáneos. Si Ovidio podía hablar del misterioso Eros en un mito encantador y guardando en las letras el secreto del decoro, si la curiosidad de los pequeños Hänsel y Gretel podía ser narrada sin empalagar la imaginación y apelando al juicio moral que va unido al estético, si se podía hacer literatura sin la necesidad de rebajarse a los devaneos procaces o los tartamudeos bufos de las ligerezas literarias que nos abruman, el autor de El libro azul asume el reto de apelar a la imaginación inteligente y escribir una novela para el lector clásico, tanto el que lo es como el que quiere llegar a serlo. Si los mitógrafos grecorromanos nos enseñaron a ver que en el mundo todo está lleno de dioses y si los grandes cuentistas europeos nos enseñaron a ver lo humano en sus límites, Guillermo Callejas Buasi nos muestra nuestros límites y nos enseña a ver todo lo que hemos perdido.

    La conciencia nostálgica es la última fórmula de recuperación humana, dijo algún filósofo, y Callejas Buasi suscribe la frase con su novela. El libro azul, el color teñido de nostalgia, en un ejercicio inédito de la imaginación nos muestra la vida angustiosa, plagada de miedo y rociada de nostalgia, de los hombres que han perdido el cielo, mas no sólo como entidad trascendente de alguna creencia religiosa, sino el cielo mismo, ese que todos pueden aún señalar con el dedo. ¿Hay nostalgia mayor que la de aquel que ha perdido el cielo? En un giro magistral, el autor nos muestra que sí: la pérdida del cielo interior. Sin embargo, contrario a ciertas literaturas, Callejas Buasi no nos abisma en la pérdida, sino que nos enfrenta, en un genial juego de espejos, a El libro azul, como si en la obra misma en que nos quiere enseñar a leer los mitos y los cuentos nos enseñase cómo leernos en los mitos y los cuentos orillándonos al ejercicio de leernos mientras nos leemos: ¡intelectos que se piensan a sí mismos!

    Conjugando pensamiento e imagen, haciendo imágenes de los pensamientos y pensamientos de las imágenes, Callejas Buasi nos enfrenta al desmoronamiento interior al tiempo que nos orienta en la edificación interna, pues su juego continuo entre imaginación y pensamiento no puede dejar de apuntar a la región humana en que se teje la vida: los ensueños. La nostalgia se cubre de ensueños y los ensueños nos permiten volver a levantarnos. ¿Y cómo se leen los ensueños? El autor contesta: cual mito y cuento. Mas, finalmente observador, añade: mito y cuento se articulan en novela. A la articulación Callejas la ha llamado El libro azul y en el libro se llama El libro azul. ¿Acaso es un sueño dentro de un sueño? Lo es, así como la imagen siempre lo es dentro de otra imagen y el pensamiento dentro de otro pensamiento. Mito y cuento se articulan en la novela porque novela es un todo, y como tal es imagen de esa totalidad llamada mundo que observamos atentos con la inteligencia. Mito y cuento forman la novela que inteligencia imaginativa de Guillermo Callejas Buasi nos presenta ahora.

    A pesar de todo lo dicho, sería un error dejar al lector con la impresión de que Guillermo Callejas asumió un demiúrgico papel de creador de espejos y llenó su texto de autorreferencias y autoimplicaciones, pues no es su estilo. Como en alguna imagen platónica que ya se ha vuelto mitológica, Callejas Buasi entiende que el texto es un todo que debe tener correctamente articuladas sus partes, y que por ello, cuando las partes son imágenes, las imágenes se articulan en función del todo. ¿Cómo describir el abatimiento humano ante la destrucción del cielo sino con la descripción del abatimiento interno? La angustia, incómodo motor del abatimiento, sólo puede ser descrita por una imagen que nos recuerde la opresiva acechanza del miedo, y por ello los mitos y los cuentos que conforman la descripción de la angustia que aquí se llama El libro azul deben encontrar correspondencia, deben ceñir tanto al lector como a los personajes para mostrar, entre respiros y sofocos, la enseñanza central de nuestro autor. Mal haría el prologuista de apuntar fácilmente la enseñanza, y peor haría dejando todo en suspenso sin ofrecer señal alguna. La señal, por fortuna, la da Guillermo Callejas Buasi, quien con un tino incomparable describe al motor del abatimiento como pelea silenciosa, descarne sin tregua entre el uno y el todo, donde cada quien sólo es cada uno, reviviendo a voz callada ese canto sin son de liras que desde la antigüedad resuena advirtiendo: glorias humanas, las más encumbradas bajo el cielo, se deslíen y fenecen en la tierra, si las atacan nuestros velos negros y el ritmo temeroso de nuestros danzantes pasos

    Luis Octavio García Mondragón

    (lgmjpgr@hotmail.com)

    I

    Despertó y todo se circunscribió en profundo silencio.

    Ignoraba el tiempo que su cuerpo y su alma habían permanecido, alejados, de la realidad; ignoraba el lugar donde yacía, ignoraba su ser. Lo cierto es que la experiencia del ensueño había sido suficiente para vaciar su cabeza de recuerdos. No había nada, no lograba iluminarse con la luz de algún resquicio de memoria que le permitiese encontrar en sus adentros al menos una somera referencia de lo ocurrido. Parecía como si cada trozo fértil de su memoria hubiese sido palpado, súbitamente, por fantasmas del olvido; como si alguien hubiese hundido en agua su identidad hasta disolverla en la existencia, llevándose consigo hasta la última gota de vida, paz y sosiego. Pero no toda la humedad le fue absorbida, pues al abrir los ojos sabía que respiraba, que sentía, que veía; la percepción, junto con la certeza de que después de un ensueño había despertado, era lo único que recordaba.

    A causa del olvido y la desventura, se dejó arrastrar por la angustia. Medroso, miró alrededor suyo: arbustos silvestres, majanos enmohecidos, árboles menoscabados por la humedad y roedores que en las sombras se ocultaban de los instintos de otras alimañas; objetos que, en ese momento, sólo le infundieron miedo. Escuchó el canto de las aves embebidas en la oscuridad, el crujir de las ramas goteantes que en su caída se empastaban con el lodo, el nebuloso paisaje cuyo ambiente le hizo punzar el corazón envuelto en desasosiego, emanándole sudor frío de la piel. En ese estado comenzó su andar por el bosque, intentando redescubrir aquel extraño lugar abarcante y oscureciente, pero la ansiedad por no encontrar la razón sobre qué era todo eso que le rodeaba lo perturbó y se procuró la garganta con estragos para sobrellevar el miedo.

    Aun lo ignoraba, pero era evidente que se encontraba en un bosque extraño, oculto bajo una capa espesa de dorondones que impedía la clarividencia de las cosas. Era raro pero, dentro de la exasperación que le colmaba, lo atacó un presentimiento, cuya presencia lo iluminó por un instante, a sabiendas de que había recordado haber perdido la memoria. Y entonces reconoció difusamente el bosque y la perturbación, el sudor y la angustia, el recelo, la aprensión. Asombrado por haber rememorado este cúmulo de imágenes y emociones oscuras, guardó reposo bajo las faldas de un árbol, respirando bocanadas de aire frío e inquiriendo sobre la naturaleza de esta ristra de recuerdos imprecisos, a fin de comprender las circunstancias en las que el destino lo había colocado. Tal vez la calma y la reflexión podrían legarle mayores recuerdos y anhelos; tal vez volvería a encauzar su ser y, así, evitar la caída.

    Súbitamente, un ardor en la cabeza comenzó a manifestársele, lo que lo hizo percatarse de que cerca de su frente llevaba una herida que, a pesar de estar levemente cicatrizada, había comenzado a ser, por alguna extraña razón, sangrante y dolorosa. Porque el instinto y el impulso le brotaron, intentó secar el dolor de su llaga escurriente presionando la abertura con las yemas de sus dedos mientras permanecía, aún, sobre el tronco naciente de un árbol. Pero el intento fue inútil, pues la desesperación pronto se posesionó de sus entrañas y, entregado a las ansias, arrancó de sí el pellejo cicatrizado que cubría su herida y pasó la palma de su mano sobre su rostro en cuanto sintió el líquido abundante sobre su sien: su mano estaba ensangrentada. Se sorprendió. No sólo lo amedrentó el intenso color púrpura de la sangre, el cual le manifestó la gravedad del asunto, sino también la estampa misma de su piel rociada por ésta, la cual le hizo recordar otro cúmulo de imágenes que le inundaron el alma de un pánico terrible; tiró de su mano el exceso de líquido y huyó.

    Y recordó que había sido víctima de una persecución; una persecución dilatada y dolorosa. Por alguna razón, ajena aún a su memoria, un hombre deseaba matarle. No sabía cuál era el motivo de la injuria, pero recordó el odio emanado del cuerpo del sujeto; recordó que lo perseguía para cascarle el cuerpo con su hacha hasta matarlo. Este conjunto de cosas, este complejo de dolor mezclado con miedo era lo que su mente poco a poco comenzaba a recordar.

    Aquel hombre lo había perseguido; incluso, su caza parecía inminente, pues éste, con el talón de su hacha, había provocado la herida en su cabeza. Sin embargo, durante la persecución había caído en la hendidura de una cañada seca quedando a merced del cazador pero, cuando éste lo miró desde su desembocadura, sólo arrojó su hacha a un costado del camino y se fue. Y justo ahí, tras haber huido de la muerte, fue cuando comenzó su andar por los oscuros caminos del bosque, hasta que, finalmente, la fatiga lo condenó a perderse en el navazo encharcado de frío, agua y tierra; en medio de las sombras, perdiendo la conciencia hasta disolverse en un profundo ensueño que lo nubló del entorno subyacente.

    La reminiscencia del hecho por el cual había estado huyendo terminó por enloquecerlo. Seguramente, aquel hombre aún lo buscaba; por ello, debía marcharse hacia el poblado más cercano, buscar posada y sobrellevar la existencia. Así, arrancó la manga de su camisa, y, como si ésta fuese un paño, la colocó en su frente para aliviar su herida, mientras comenzaba a deambular por el bosque. Se sentía cansado y hambriento; a pesar de la humedad, su boca estaba reseca, y su lengua agrietada había adquirido un color blancuzco; cualquier intento de premura era inservible, no había fuerzas.

    Probablemente anochecía, pues en los alrededores de aquel lugar sólo se escuchaba el cantar de los grillos y el ronroneo de otros animales nocturnos, la voz y el aleteo de las lechuzas. Mientras tanto, los sapos cantantes de la niebla salpicaron de ruido el bosque, ruido que provocó aflicción en sus oídos. Conforme caminaba, el entorno se teñía negro y los dorondones se espesaban cada vez más, el camino por el que andaba era carcomido en extremo por la oscuridad. Él aún lo ignoraba, pero se adentraba en las profundidades del absurdo bosque.

    El frío penetró su cuerpo, inmovilizándolo parcialmente, pero esas sensaciones se alejaban cuando el recuerdo del miedo, de la angustia que le provocaba saberse víctima de la muerte, regresaba a su alma, y entonces prefería lo que fuese antes de enfrentarse con tal sufrimiento. Se preguntaba qué era lo que podía hacer para que la brutalidad de esos recuerdos se esfumara; no se respondía, sólo seguía caminando sin mirar a sus espaldas, sin querer saber lo oculto detrás de los arbustos, sólo andando y adentrándose cada vez más en el absurdo.

    Lo ignoraba, pero las Engonías ya se habían posesionado de su ser. No recordaba aquello, pero en el pasado, le bastó un instante para sublevarse al celo y a la rabia e inmolar, cobardemente, el brillo de los ojos de un hombre y una mujer. El homicidio provocó el despertar de las Engonías, seres malignos que, a causa del daño, lo acosarían hasta su propia muerte.

    Las Engonías nacieron el día de la desgracia; emanaron de los cuerpos mutilados y, desde aquel momento, subieron a su mente para nunca abandonarlo, sin otorgarle algún ungüento que le perfumara la cabeza y perturbando en todo momento los pensamientos del asesino. Desde entonces, las Engonías lo persiguen, causándole temor y angustia, ira y rencor; guiándolo hacia los senderos más sombríos, los valles más tenebrosos, alegrándose a costa de su locura y de su infelicidad. Estos seres ininteligibles se alimentaban de todos estos sentimientos para satisfacer su hambre. Sin duda, después de actuar con tal vileza, la llegada de las Engonías a su espíritu sería un castigo que le penaría durante el resto de su vida, pues nunca más lo dejarían en sosiego.

    Durante la persecución, el hombre del hacha, cegado por la furia, pensó en matarle, sin embargo, esos seres fueron los responsables de que aquello no ocurriera; impidieron su captura sublevando las pulsiones del perseguidor hasta que, hastiado por el deseo de vengar la muerte de los inocentes, arrojó su hacha sobre uno de los costados del camino, pues si mataba a aquel infeliz, en ese momento la deuda estaría saldada y el dolor que aún debía sufrir para solventar la injuria debía ser mayor. Gracias al embrujo, las Engonías lograron dispersar al asesino entre la niebla, llevándolo por otros caminos, prolongando su muerte y hundirlo en sus propios males. Castigarían su mente, se apoderarían de su conciencia y le causarían una terrible locura… Pero esto, él no lo sabía.

    ***

    Y siguió arrastrándose por el fangoso lugar, haciendo lo imposible por continuar su camino, sin descanso, sólo huyendo de la muerte. No podía dejar de pensar en el hombre del hacha y ese miedo lo mantenía en pie, pese a la fatiga que paralizaba su cuerpo. Pero pronto empezó a percatarse de que en ese lugar no era posible dilucidar el tiempo que había pasado desde el instante en que despertó, pues la

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