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Las diecinueve enaguas
Las diecinueve enaguas
Las diecinueve enaguas
Libro electrónico226 páginas3 horas

Las diecinueve enaguas

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El niño que protagoniza esta novela se entromete cuanto quiere en el insensato mundo de los adultos. Vive en un caserón del Patio de Las Brujas, una de las peores calles de la resbalosa y espectral Bogotá del último cuarto del siglo diecinueve. Su familia guarda secretos que ni él mismo, a pesar de su mentalidad retorcida e ingeniosa, llegará a sospechar y que se desatarán con la llegada de un enajenado tío. Las vidas de estos dos personajes, atravesadas por la influencia de la madre, se tocan hasta confundirse en una alternancia bien dosificada entre el sujeto y su doble. Vivirán entre sombras y, quizá sin quererlo, se llevarán a sí mismos, ya la ciudad entera, hasta el extremo del delirio.

Las diecinueve enaguas se teje en una trama audaz y ambiciosa. Y sale muy bien librada de su juego literario. Sus personajes incitan y seducen. Sus palabras no pueden estar mejor escogidas y sopesadas. Es una interpretación burlona y sin concesiones de la Colombia ultramontana de la Regeneración y, sobre todo de las conductas sociales que generó su régimen conservador. La mirada histórica de Mackenzie da vida a una Bogotá en claroscuro y ensimismada, sórdida y enamoradiza que, a pesar del paso del tiempo, parece no ser tan diferente a la ciudad de hoy en día.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2016
ISBN9789587754711
Las diecinueve enaguas

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    Las diecinueve enaguas - César Mackenzie

    © César Mackenzie, 2015

    © Universidad Nacional de Colombia

    © Facultad de Artes. Sede Bogotá

    Colección "Punto Aparte"

    ISBN digital: 978-958-775-471-1

    Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia

    Mackenzie, César, 1983-

    Las diecinueve enaguas / César Mackenzie ; prólogo Jorge Franco. - Bogotá : Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá). Facultad de Artes, 2015

    183 páginas. - (Punto aparte. Opera prima. Narrativa)

    Magister en Escrituras Creativas

    ISBN digital: 978-958-775-471-1

    1. Novela colombiana - Siglo XXI 2. Literatura colombiana - Siglo XXI 3.Novela histórica - Bogotá - Colombia - Siglo XIX I. Franco, Jorge, prologuista II. Título III. Serie

    CDD-21 863.865 / 2015

    Rector: Ignacio Mantilla Prada

    Vicerrector Sede Bogotá: Diego Hernández Losada

    Decano Facultad de Artes: Carlos Naranjo Quiceno

    Director Centro de Divulgación y Medios: Alfonso Espinosa Parada

    Director Maestría en Escrituras Creativas: Efraín Bahamón Peña

    Diseño de identidad: Camilo Páez Diagramación: Marisol Vallejo

    Corrección de estilo: Martha Ortiz Fonseca

    www.facartes.unal.edu.co/fa

    unal.edu.co

    www.editorial.unal.edu.co

    La Facultad de Artes no se responsabiliza por las ideas emitidas por los autores.

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente, ni entregada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sin el permiso previo del autor.

    Para Ana y para Pedro

    En su texto Una historia de la lectura, Alberto Manguel retoma una situación que vivió el antropólogo Claude Lévi Strauss en las selvas de Brasil con los aborígenes Nambikwara. Los indígenas al verlo escribir, tomaron su lápiz y papel de manera intempestiva, lo llenaron de garabatos, produciendo líneas que imitaban sus letras y luego le pidieron que les leyera lo que acababan de escribir. Los nambikwara esperaban que sus garabatos fuesen perceptibles para el etnólogo como los que escribía él mismo. La anécdota nos sirve para ilustrar muy bien aquella misteriosa pulsión creativa que anida en los seres humanos y que nos aguijonea constantemente para sacar y expresar lo que llevamos dentro. Bien sea desde el universo de las imágenes, los jeroglíficos o la escritura, la naturaleza del ser humano parece dueña de una vocación comunicacional desde el origen de los tiempos. La palabra inaugura mundos, pero también recrea y reinventa, de ahí su carácter permanentemente fundacional.

    Así como el infante que raya las paredes de su cuarto con un crayón en un intento por expresar su naciente visión del mundo y entorno de vida, el novel escritor, una vez descubre las posibilidades creativas y narrativas de su oficio, se reconoce así mismo como el lazarillo de su propia aventura y se adentra con más temores que certezas, en un viaje maravilloso, pero al mismo tiempo azaroso, del cual ya nunca querrá escapar.

    La Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia se creó con el fin de acompañar y fortalecer a estos jóvenes escritores en su travesía creativa hacia la consolidación de una ópera prima. Un trabajo permanente de apoyo hacia la cualificación de procesos estéticos, de indagación, investigación y autocrítica, para posibilitar que cada una de las vocaciones allí reunidas, encuentren el sendero adecuado hacia la consagración definitiva del desarrollo de la práctica literaria en Colombia.

    Tal vez los nambikwara, inconscientemente descubrieron, al igual que todo aquel que haya sentido alguna vez el deseo irresistible de escribir, que la escritura es un saludable juego de imitación y representación, un desafío en donde quien escribe asume el riesgo de comportar una mirada propia sobre su mundo y el de los demás. Cada autor enfrenta sus propios fantasmas y a lo largo de su vida se hará preguntas que considerará esenciales. Sólo ante la hoja en blanco, el escritor se mueve sigiloso mientras cavila sobre sus posibles respuestas. Los aciertos y desaciertos, los descubrimientos y oscuros vericuetos que atraviesa durante su proceso de formación, serán la materia prima que a la postre consolidarán aquello que algunos denominan la voz propia; una voz que revitaliza la mirada y la sensibilidad de nuestro tiempo, una voz que nos acerca de nuevo al asombro de las cosas, tal cual como si acabaran de ser reinventadas y como si nunca antes alguien hubiera reparado en su presencia, en su infinito sentido para la vida.

    Escribir es una aventura, un viaje, la mayoría de las veces doloroso, pero al mismo tiempo acompañado de gratificantes sorpresas. Una de ellas, la que surge cuando, tras horas y horas de ardua escritura, el autor observa cómo sus palabras, antes soñadas y pensadas, alzan vuelo y se acoplan en un firmamento de papel como un ave solitaria que remonta el río del tiempo y se instala más allá de la memoria, la imaginación o la misma muerte. Habitar el mundo de la creación literaria a través de la escritura nos permite explicar, hacer comprensible aquello que es incomprensible.

    En este punto creo conveniente evocar una bella y lúcida reflexión del cineasta ruso Andrei Tarkovski, (Esculpir el Tiempo, 1993), quien enfrentado al inmenso laberinto de posibilidades que ofrece el acto creador declaró:

    la creación artística, después de todo no está sujeta a leyes absolutas y válidas para todos los tiempos, y puesto que está ligada al fin más general de tener un dominio sobre el mundo, tiene un número infinito de facetas (aquellas que vincula al hombre con sus actividades vitales), y así también, y puesto que el camino del conocimiento es interminable, ningún paso que acerque al hombre a un entendimiento completo del significado de su existencia es lo suficientemente pequeño como para no ser tomado en cuenta.

    Hoy, a través de la poesía, la narrativa y el drama, las palabras de Tarkovski reclaman vigencia. Nuevamente la palabra y su fuerza creadora para la vida nos convoca. Presentamos con orgullo una nueva entrega, una muestra breve, pero significativa del trabajo realizado por nuestros estudiantes de la tercera cohorte. Historias donde la creatividad, la originalidad y el talento, se mezclan para hablarnos de vivencias personales, la vida urbana y cotidiana, situaciones fantásticas. Sus autores, exploran con vehemente terquedad los pasillos de la imaginación, a la vez que proponen una visión refrescante y renovadora que ratifica las múltiples posibilidades del lenguaje y el mundo secreto de las palabras. Al igual que el héroe clásico, los autores que aquí presentamos enfrentan el reto de continuar su gesta, nuevas ventanas, nuevos horizontes de sentido que habrán de enfrentar, pues el viaje acaba de empezar.

    Efraín Bahamón P.

    Coordinador Maestría en Escrituras Creativas

    Universidad Nacional de Colombia

    Las diecinueve enaguas de César Mackenzie

    Por Jorge Franco

    Desde la primera lectura que le hice a Las diecinueve enaguas, que en ese entonces, y como todo proyecto literario, tenía otro nombre, percibí algo inquietante en la historia, algo que me hizo querer leer más. En principio, el elemento de atracción no fue la historia misma, ni el lenguaje, ni los personajes. Eso llegaría un poco más adelante. Era una niebla densa, una penumbra, algo indefinible y misterioso en esos primeros párrafos que invitaban a curiosear, a indagar qué habría detrás, qué vendría después. Más aún, en esas primeras páginas ya se podía saborear algo perverso, una fuerza oculta que parecía buscar una salida para revelar algo que no se podía contar, que no se podía decir. Había sobre todo, y por eso me gustó, una propuesta lúdica para el lector, un reto a caminar por ese laberinto que tiene toda historia bien contada, con la poca o mucha ayuda que el autor quiera dar; aunque, ya lo advertí, en este caso la luz que guiaba al lector era difusa, caprichosa, engañosa, impertinente como la luz del fuego, quimérica como la de un amanecer, sin embargo con la luminosidad suficiente para seguir y no retroceder.

    Esta referencia a la luz no es otra cosa que mi certeza reiterada de que ningún autor debe dejar solo a su lector. Y también una alusión a la imagen que permaneció, de principio a fin, durante toda la lectura de Las diecinueve enaguas, en la que cada situación, cada lugar y cada paisaje eran apenas alumbrados por las luces tenues de las velas, de los faroles, por los asomos del alba o por los últimos destellos de un atardecer. Incluso cuando algo parecía ocurrir a plena luz del día, quedaba la sensación de que una sombra compacta arropaba la acción. La luz, además, es la propia del lugar y de la época: Bogotá, a finales del siglo XIX. Tan real en la lectura como en esos tiempos cuando Bogotá era más gris que ahora, sólo un poco más pantanosa, pero con las mismas esquinas oscuras. Tan bien narrada por César Mackenzie que parece que hubiera ido y vuelto para contárnosla. Una Bogotá de seres que caminan entre las sombras, de hombres embozados y mujeres envueltas en mantones, de chismes, de rumores, de voces detrás de los portones, una ciudad pacata, solapada y pecadora; el escenario ideal para contar la historia de un infierno familiar que bien pudo suceder muchas veces, que bien puede seguir sucediendo.

    En este punto, en esa ciudad y bajo la misma luz, entran los personajes de Las diecinueve enaguas. Difíciles de querer pero imposibles de abandonar. Se siente la apremiante necesidad de conocerlos, de descifrarlos, de acompañarlos en su oprobioso comportamiento y hasta de compadecerlos en su fracaso. Las familias Torres y Vergara son la respuesta a una pregunta inquietante que ha surgido con frecuencia a lo largo de la historia de la humanidad: ¿qué pasaría si se levantaran las normas y la memoria perdiera el control de los instintos y volviéramos a ser ciento por ciento bestias? Hay noches en las que esta familia nos da la respuesta y el lector agradece, con excepciones, por supuesto, que exista el pudor. O que exista la literatura para gozar de la perversión extrema sin untarnos de sangre ni sudor. Si antes hacía mención al infierno familiar, más que recurrir a un lugar común, aludo a él para indicar que en esta historia nadie tiene salvación, ni siquiera Custodio, un héroe quijotesco, no menos sórdido que los demás y cuya única virtud tal vez sea la de querer encontrar la verdad, que no es otra que lo que encierra todo ser humano en las cuatro paredes de sus instintos. Algunos guardan más, otros menos; unos lo llaman pecado, otros, placer. La calificación del comportamiento de los personajes la hará cada lector; dentro de la historia ninguno parece tomarse el trabajo de juzgar a los demás más allá de las quejas cotidianas.

    Como uno de los primeros lectores que fui de este texto, celebro que Las diecinueve enaguas pueda llegar a muchos más lectores que entrarán en estas penumbrosas páginas guiados por la luz de su autor, César Mackenzie, diestro en el lenguaje literario, arriesgado en sus propuestas y en el estilo, insinuante, perturbador, inquieto en la búsqueda, un observador que levanta el tapete para mostrar con gracia y sin tapujos lo más fascinante y execrable de nuestra condición humana.

    que yo también tendría mi muerte ui sí que la tendría i ríase la burra de cómo sería cuando mi muerte fuera que si no me acababa ella en la alberca no me pusiera mui feliz me iban a matar en la guerra de más adelante ya yo estaba bueno para ella escribirme en la malicia en la milicia padre cosa de tiempo         echaba yo ojo a ver si no estaba porai la patojita dando vueltas por la casa pero nada i yo seguía en el puro patio tragándome los pecados que madre me decía me castigaba me obligaba a echarme ese poema de don pombo padre         yo echándomelo pasito para no ir a despertar a nadie          echándomelo completico bien de memoria que hasta dormido me lo echo perdón padre lo recitaba         Patria! Madre viuda         dígame sumercé si la poesía puede ser un castigo i madre detrás de mí dele que dele como si hubiera nacido sólo para cantaletiarme echando por toda la casa su peste de agua de la banda que de tanto olerla ya le cojí tirria          al otro día i ayer todavía seguía con la misma cara arrugada de rabia padre i que lo mío no es estar porai detrás del jopo de mis mayores fisgoneando esculcando agarrando la preguntadera i póngale que encima como que al ratico o al otro día iba a llegar el tío custodio de parís se le petaquiaron el viaje al tío aunque siempre lleva allá un tiempito años dicen que se fue a estudiar el arte de hacer libros i tipos padre porque dígame sumercé si lo mejor no es poder pegar camino a parís tuvo que regresarse por lo de papábuelito          i que si no me quedaba calladito que nunca más iríamos a chapinero a veraniar que nada de pantalones cortos i que nada de una gatica que mihabía prometido porque yo siento mucha pasión por los michinitos que digan miau miau curruñao para yo darles su lechita me zarandiaba para abajo en el agua que nada de ser majaderos yo i mi hermano zoilo que eso era tentar a lucifer que mejor me pusiera dizque a recitar dizque a echarme las lecciones de historia patria que sumercesito nos enseña o a poemiar que me iba a regalar a cualquier que quisiera la carne del niño más enfermo del mundo padre          madre me obliga siempre a echarme de chorro poesías unas mui feas i tristes como esas de don pombo o otras elegantes que ni me sé completas padre pero yo se lo cuento no para que me eche a las llamas tía silveria dice que debo venirme para acá todos los días porque dejar de hacerlo es ayudar a nuestro propio enemigo el patas a que nos friegue aunque a veces yo digo no sea i me pase lo que al roble que dio su madera para hacer el hacha del leñador porque fue al primerito que talaron          yo el año entrante voi a cumplir uno dos tres cuatro cinco seis siete ocho como muchos años es que ya pronto me voi a ser grande          eso le da envidia a zoilo como es toditico patichueco pues sumercé ya sabe la poca urbanidad que practica i madre que le diera al poema ese          Patria! Madre viuda que consternada i muda ni osas llorar tus penas ni quejarte          ai padre yo puedo echárselo todito escuche         Oh Patria! En vez de Madre tumba nuestra debiéramos llamarte          a veces me enredo al echarlo cómo me achicopalo          madre sale con un palo para descolgar telarañas a picarme por toda la casa que me lo eche perdón padre que lo recite i entonces yo me lo echo como si la poesía fuese un castigo padre un castigo que dice la verdad                 abriendo los brazos abriendo la trompita Ya en ti no se divisa la flor de una sonrisa o es de estranjera tierra el sonreído          cómo así padre que la flor diuna sonrisa cómo así si lo que yo tengo en la boca son muelas i pedacitos de bienmesabe Clamores de dolor rasgan el viento i no hallan un oído padre i no hallan un oído         sí escucha le pregunto          madre sabe que a mí me dan miedo decir esas palabras miedo cuando me las recuerdo por las noches con ese silencio i a la vez ese ruidaje raro ganas de ponerme a llorar padre pero me aguanto hasta que ya no más entonces me pongo madre entra en el cuarto cuando nadie la oye i como todavía no me he pegado ojo me zarandea ai padre i yo que lloro i que lloro i me da como una dos tres cuatro cinco o como muchas palmadas ah cosa linda que si yo soi una mujercita que parezco una pura nena por andar berriando que qué belleza la hija que parió que mañana me va a comprar diademas de terciopelo en el almacén de erre gómez en donde sólo venden cacharros para mujeres i manfloritas como dice tía silveria i también dice que de pisaverdes i eunucos está repleta bogotá ai padre yo ni siquiera sé qué es eso de eunucos pero pisaverde se mihace una palabra linda para decírsela a papálindo en trance de oración como dice el padre vicente que casi siempre está como en trance i cuando reza escupe i escupe         que las cintas de terciopelo me cantaletiaba madre i también que vestiditos de recreo i que muñequitas de porcelana que qué nombre la iba a poner yo a mi muñeca que qué ropita quería la nena para su muñequita padre i así no se puede dígame sumercé         anoche fue eso i como anoche al comiencito llovió pues yo ahí sí más lloré i madre me alzó i así ya tarde me sumirjió en la alberca de agua helada i de la patojita nada de que la veía yo porai         al agua patos me decía al agua patos que ahí me quedara i que calladito i que esto i lo otro i yo llore que llore i como que más se enfurecía madre eso fue un pecado que ella cometió cierto padre le pregunto          dígame algo         sí me está oyendo le pregunto padre          i zoilo sí roncando i papá i tía nicolasa que de lo tarde seguritico ya no estaba escribiendo su diario alguito sé porque somos buenos compinches perdón padre compinche es una palabra mui mala          i tía silveria i hasta la patojita dormidas imagínese sumercé la patojita que nunca tiene debilidad por el sueño          ai padre qué muérgana es la patojita sobre todo cuando se ríe         se quedó ya sin muelas pero yo la quiero harto porque es vieja pero no boba como son todos los viejos que también son mentecatos i huelen a chichí         pues la patojita no ella ha sido buena conmigo será porque ha vivido siempre con mamábuelita es feo

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