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Caminos a la autoficción: Ensayo sobre el significado cultural y estético de un nuevo género narrativo
Caminos a la autoficción: Ensayo sobre el significado cultural y estético de un nuevo género narrativo
Caminos a la autoficción: Ensayo sobre el significado cultural y estético de un nuevo género narrativo
Libro electrónico268 páginas4 horas

Caminos a la autoficción: Ensayo sobre el significado cultural y estético de un nuevo género narrativo

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Frente a los enfoques temáticos y de corte formal, este ensayo trae a primera plana un aspecto crucial para una teoría de la autoficción latinoamericana. Se trata del significado estético y cultural del nuevo género narrativo en América Latina, es decir, de su dimensión histórica que permite entenderlo como una manera distinta de interpretar y evaluar la realidad contemporánea y la tradición literaria. Aquí se parte de la premisa según la cual la autoficción, en sus expresiones genuinas, es uno de los caminos centrales de renovación en el mapa aún por trazar de la narrativa latinoamericana contemporánea.
Después de un estudio dedicado a la obra de Fernando Vallejo, en éste se explora el camino que lleva al surgimiento de un nuevo y desconcertante género narrativo: la autoficción, con sus particularidades propias de la contemporaneidad latinoamericana. Razón por la cual urge rescatarla del gran saco donde cabe todo bajo la etiqueta de las "escrituras del yo", que reúne de manera arbitraria la producción narrativa contemporanea en primera prsona y donde se pierde su particular y valioso mensaje.
A través de la lectura paralela de tres libros de excepción como sin remedio de Antonio Caballero, Los detectives alvajes de Roberto Bolaño y Respiración artificial de Ricardo Piglia, se enfocan aspectos esenciales que conducen al género: el pacto de lectura específico que propone, el nuevo lector que crea, la figura de autor que inventa y las estrategias narrativas que convierten en escritura este ambicioso y retador proyecto estético.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 ene 2022
ISBN9786078781935
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    Caminos a la autoficción - Diana Diaconu

    Simulacro de teoría o

    desfiguraciones de un género

    *

    Introito

    (con invocación de la musa)

    Sin duda, vivimos el momento de la autoficción. Atrás quedan congresos y simposios, mesas redondas, recopilaciones y antologías, antologías de antologías dedicadas, todas, a la minificción: glorias pasadas. Hoy en día, la atención de buena parte de la crítica está puesta en el monstruo bicéfalo rodeado de misterio. Su poderío se extiende como un tumor que amenaza con devorar ávidamente toda la literatura contemporánea; es más, en un incontrolable impulso transgenérico, amenaza nada más y nada menos que al arte contemporáneo.

    El nombre mágico de la nueva y disforme deidad: autoficción, resuena en todas partes. El oráculo vaticina que pronto ni en el rincón más remoto del planeta se podrá escribir tesis, artículo crítico, libro o reseña sobre la literatura contemporánea, sin rendirle tributo.

    Varias décadas hace que sobre el asunto corren ríos de tinta y saliva y, sin embargo, permanecemos como bajo un mal embrujo: mientras más se escribe, menos claro queda qué se entiende por autoficción. ¿Cuáles son sus señas de identidad? Como en una especie de nebulosa, una tras otra se van esfumando las pocas certezas que hubo en un comienzo sobre el género.

    De malentendido en malentendido:

    problemas de recepción

    Los numerosos eventos y publicaciones sobre la autoficción pueden crear la engañosa sensación de que el género está en el foco de reflexión de importantes teóricos del mundo entero y que, por tanto, la reflexión teórica sobre la autoficción se está desarrollando cada vez más. Los congresos se suceden vertiginosamente citando a especialistas de todo el mundo (occidental): en septiembre de 2002, en la Universidad de Saint-Étienne; en mayo de 2008, en la Universidad de Lausana; en febrero de 2009, en la Universidad de Bremen; en junio de 2012, en la Universidad de Borgoña; en octubre de 2013, en la Universidad de Alcalá. Desde hace dos años, también los organizan universidades latinoamericanas: en octubre de 2013, la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad de Rosario, en junio de 2014. Se les añaden numerosas mesas redondas y mesas de trabajo de muchos otros congresos con temáticas cada vez más abarcadoras. Tal es el vértigo que produce tanto evento, que algunos críticos empiezan a ver el mundo al revés y dejan entender en sus textos que el auge de la autoficción es consecuencia directa de todos estos congresos celebrados últimamente.

    En el mundo entero, diligentes y beatos arqueólogos del género descubren yacimientos y reliquias autoficcionales por doquier. ¿Cervantes?, ¿las monjas?, ¿Berceo o los primeros balbuceos autoficcionales?, ¿los griegos? Los orígenes de la autoficción desaparecen tragados por la noche de los tiempos.

    Sin embargo, una vez que se logran sortear las distorsiones de la perspectiva, debidas a la euforia del momento de efervescencia que estamos viviendo, el panorama actual que se vislumbra obliga a abandonar la visión optimista. Las pocas propuestas sólidas existentes quedan desenfocadas por una recepción viciada, a menudo, por la descontextualización. El afán de ampliar la validez de unas propuestas nacidas en unas circunstancias concretas, convirtiéndolas en verdades universales, hace que tales propuestas pierdan nitidez, que queden desdibujadas. Muchas de las primeras postulaciones del género eran seguramente parciales e incompletas, necesitadas de matizaciones, pero certeras dentro de su contexto; ahora se ven convertidas en falsedades de alcance universal. Siguiendo a Lejeune, en cuanto a la importancia otorgada al pacto de lectura, en 1994, Lecarme enuncia una verdad de reducido alcance, pero firme:

    La autoficción es, en el fondo, un dispositivo muy sencillo: un relato cuyo autor, narrador y protagonista comparten la misma identidad nominal y cuya clasificación genérica indica que se trata de una novela (p. 227).¹

    Sin embargo, al poco tiempo esta sencilla verdad, que era un buen punto de partida, cae en el olvido y críticos de todo el mundo empiezan a designar como autoficciones obras que proponen pactos narrativos distintos, que generan horizontes de expectativas igualmente diversos. Pozuelo Yvancos (en Casas, 2012)² lo advierte y hace unas correcciones de fondo a la crítica española, que tiende últimamente a convertirlo todo en autoficción. Pero en la misma recopilación donde se reproduce el artículo de Pozuelo, y sin ninguna aclaración, se incluye un capítulo que contradice la visión del profesor de la Universidad de Murcia.³ En vez de abrir un espacio propicio para el debate entre todos y desde múltiples puntos de vista, la teorización de la autoficción se ha convertido en un diálogo de sordos.

    No se trata de defender aquí dogmáticamente una verdad única, absolutizando un planteamiento que no es más que un punto de partida, sino de observar críticamente las contradicciones en que incurren las propuestas teóricas que amplían las fronteras de la autoficción según su conveniencia, sin criterios sólidos ni hipótesis interpretativa coherente. Lo hacen a menudo invocando la flexibilidad (versus la rigidez teórica) como valor en sí, sin reconocer que la flexibilidad adquiere valor sólo dentro de un contexto cultural determinado: su valor no es intrínseco. Para evitar este tipo de desenfoques, al hacer sin embargo un uso flexible de los conceptos teóricos, concebiré aquí el género literario según el espíritu de Bajtín: como un organismo vivo, nacido no sólo en el contexto estrecho de la historia literaria, sino sobre todo en el más amplio, cultural y social, como respuesta a una necesidad histórica. Por tanto, ningún rasgo de índole temática o formal puede ser eterno en un género pensado en su devenir constante, como sucesión sin fin de reformulaciones. En el caso del género autoficcional, la necesidad expresiva mayor a la que responde, y que marca toda nuestra época, es el rechazo del género de la novela, como modelo narrativo caduco: obviamente, esto trae consigo la exploración de nuevos caminos para expresar al sujeto contemporáneo, con los retos y problemas que le imponen la crisis del mundo moderno y el mundo posmoderno.

    De ahí la aparición de replanteamientos que matizan los supuestos iniciales del género sin traicionar el sentido de su pacto específico. Puede ocurrir, por ejemplo, que la identidad nominal entre autor, narrador y protagonista no sea un requisito sine qua non y absoluto de la autoficción, sino sólo en la medida en que dicha identidad es expresión y consecuencia natural del pacto de lectura propio del género. Así se explica que la crítica más reciente lea Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, como una autoficción, a pesar de que, al menos en términos estrictamente formales, no hay identidad nominal entre autor, narrador y personaje. Sin embargo, cabe plantear la rebeldía de Bolaño ante el género de la novela y la consiguiente propuesta de un pacto de lectura novedoso que cuestiona las convenciones novelescas y la tradicional concepción del autor.

    A menudo se relaciona dicha rebeldía de Roberto Bolaño con su vocación revolucionaria, entendida ésta –creo que se precisaría subrayar– como una posición romántica revisitada, una posición más ética que política. Se trata de una actitud vital, de la que surge el constante desafío del discurso hegemónico y también de la literatura oficial, es decir, de una respuesta necesaria, literaria y vital a la vez, y no de una mera experimentación estética. De esta forma, se establece un pacto autoficcional sin que se dé la identidad nominal entre autor, narrador y personaje, porque lo que se cuestiona es precisamente una concepción de las figuras del autor y del narrador que Roberto Bolaño considera anticuada, caduca. Dinamitando al sujeto concebido como fuente de la verdad y del texto, Roberto Bolaño se propone transgredirlo.⁵ Para Angélica Tornero, por poner un ejemplo, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño:

    es una autoficción, que no se define conceptualmente, sino que se expresa como acto performativo que Bolaño llevó a cabo para constituirse; es decir, su escritura es constituyente de sujetos y no está constituida por un sujeto (2014: 54).

    La propia forma de la obra, que engendra la figura de un escritor difícil de descifrar, extraño para él mismo (2014: 54), produce también, a través de sus múltiples y fugaces narradores, otro efecto de sentido cuya importancia en la obra es crucial: la identidad cambiante (2014: 52) del sujeto contemporáneo.

    Este ejemplo demuestra que un género en devenir, sin una preceptiva rígida, pese a que plantea todo tipo de problemas genéricos, no autoriza a incluir en un mismo saco todas las manifestaciones literarias del yo o en primera persona. Desde luego, a la plasticidad del género se suma el autismo del medio académico que tiende a favorecer la recepción errónea de los textos pioneros fundamentales. Hace más de dos décadas que el mismo Pozuelo Yvancos, en Poética de la ficción (1993), había aclarado un malentendido recurrente en la recepción de la propuesta fundamental de Lejeune, tergiversación cuya consecuencia es la confusión del pacto autobiográfico con el pacto referencial. En el orígen de este equívoco se encuentran muchas de las lecturas de la crítica deconstruccionista que, con su fijación en lo textual, se convierte a menudo en un neoformalismo más. Por ejemplo, cuando reduce, como Paul de Man (1991),⁶ la propuesta de Lejeune a una vuelta al enfoque contenidista (lo cual la haría dependiente de la contrastación con la realidad extraliteraria), arremetiendo contra lo que le parece ser una concepción extraliteraria y apriorística, en relación con el texto, de la identidad del sujeto.

    Sin embargo, en realidad Lejeune (1994) advierte con mucha lucidez las limitaciones de las definiciones tanto contenidistas como formales del género, y su propuesta de definición, según el pacto de lectura, integra estos criterios pero también los supera. Perfectamente consciente de que la prueba de verificación con la realidad, en virtud de la cual se podría concluir la referencialidad de un escrito autobiográfico, no pasa de ser una utopía en el caso de la realidad interior que enfoca principalmente este género, Lejeune demuestra que incluso si este cotejo con la realidad fuera posible, no constituiría un criterio suficiente para definir la autobiografía en su particularidad. El contenido verdadero es propio de todos los textos referenciales, incluso los científicos, de ninguna manera es exclusivo de la

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