A 50 años del 68. Palinuro de México
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Dice Fernando del Paso: "Palinuro es el personaje que fui y quise ser y el que los demás creían que era, y también el que nunca pude ser aunque quise serlo". Una autobiografía inventada, recreación de personajes a partir de los recuerdos que le dejaron sus padres, tíos, tías, amigos; es relato de lo que no fue. Un estudiante de medicina que es narrador; un escritor que fue estudiante de medicina, y siempre presente el amor por conocer, por saber, por describir de dónde vienen las cosas, las palabras, las sensaciones.
Ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 1982 y reconocida con el Premio al Mejor Libro Extranjero en 1985, Palinuro de México es la obra fundamental sobre los años sesenta mexicanos.Escrita en Londres, con la distancia temporal y geográfica necesaria para su elaboración, es una obra en la que el autor logra asir la multiplicidad de voces que dibujan un país con claroscuros, y esto lo logra a través del lenguaje, de la experimentación con las palabras y por las palabras. No se trataba sólo de relatar lo que un joven podía hacer o no en esos días, sino de narrar lo que tenían que decir muchas otras voces. De la mano de Palinuro vamos del pasado (de la Primera Guerra Mundial, de la Revolución mexicana) a un contexto social y político convulso y revuelto, consecuencia de diversos movimientos mundiales: el rock, la liberación sexual, el voto de la
mujer, las crisis económicas, las victorias grandes y pequeñas de los años sesenta.
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A 50 años del 68. Palinuro de México - Carmen Villoro Ruiz
1 En Palinuro de México cabe todo lo que hay en el mundo
Elena Poniatowska
Antes de leer Palinuro de México, fui al Convento del Carmen, en la avenida Revolución, a ver representada, en el sótano —una cueva lóbrega con una peligrosa escalera de piedra—, la obra de teatro Palinuro en la escalera. Fue una tortura. ¿Eran actores o eran suicidas? Los jóvenes sesentayocheros actuaban al filo de cada escalón, a punto de quebrarse el corazón, y los espectadores nos manteníamos con el Jesús en la boca y los ojos dilatados por la posibilidad de una muerte súbita. Afuera esperaba una ambulancia de la Cruz Roja. Después del terror inicial, me convencí de que los muchachos eran actores —¿no lo somos todos?— y que, al igual que los de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, se disponían a arrojarse al movimiento estudiantil de 1968.
Palinuro en la escalera se inició en toda su dimensión la tarde en que el ejército decidió tirar de un bazucazo la puerta de San Ildefonso, punta de flecha de la masacre del 2 de octubre de 1968. Esa noche, en el Convento del Carmen, reconocí a Palinuro y lo vi herido casi a punto de morir —aunque no murió en Tlatelolco—, tirado en unos escalones en los que también aparecían un burócrata, una portera, un policía, un médico borracho y un cartero a quienes Del Paso convirtió en personajes de la commedia dell’arte: Arlequín, Scaramouche, Pierrot, Colombina y Pantalone. No entendí si hacía escarmiento del movimiento estudiantil o si los jóvenes habían adivinado que serían los héroes de una tragedia que sólo ha sido superada por la de la desaparición de los 43 jóvenes de la Normal Rural de Ayotzinapa en 2016.
Cuando el doctor Arnaldo Orfila Reynal se disponía a lanzar la nueva editorial Siglo XXI tras ser expulsado de la dirección del Fondo de Cultura Económica, en 1967, por atreverse a publicar Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, decidió que el primer libro de su colección de literatura sería la obra de un joven autor, un publicista inédito en el que puso toda la fe del nuevo siglo. Como en ese momento la sede de la editorial estaba en La Morena 430 esquina con Gabriel Mancera, o sea en mi casa, me enseñó las galeras.
—¿Qué te parece, m’hijita? Hoy viene el muchacho, es bueno que lo conozcas.
¿Cómo era Fernando del Paso la primera vez que lo vi en el despacho de Orfila Reynal en 1967 y puso en el escritorio de este su novela José Trigo? Igualito a como lo ven, aunque creo que ahora es menos obsesivo. A la semana, don Arnaldo Orfila Reynal sentenció —porque el lanzamiento de un libro es siempre una flecha al aire y una condena.
—No lo he terminado —dijo Del Paso; aquel muchacho delgado de pelo oscuro y ojos alarmados tras de unos anteojos demasiado grandes se atemorizó.
—No importa, lo va terminando mientras lo imprimimos —afirmó Orfila.
Así le arrebató Orfila su manuscrito a Fernando del Paso, quien lo terminó cuando el resto de los capítulos estaba en prensa. Habría podido seguir escribiéndola de aquí a la eternidad si Orfila Reynal no se la quita de las manos:
—¡Ya, ya, ya, ya, Del Paso, tranquilícese, ya, mi amigo, ya por favor, ni una coma más, está usted escribiendo un libro y no cubriendo el continente americano con un fastuoso manto de palabras!
José Trigo apareció en 1966, dos años antes del movimiento estudiantil. Quizá jamás la habría terminado, porque es de los autores sin punto final. La crítica fue unánime: Edmundo Valadés calificó el libro de asombroso; también resultó conmovedor para Demetrio Vallejo, el líder ferrocarrilero encarcelado durante once años en Santa Martha Acatitla, y para los huelguistas —maquinistas, garroteros, peones de vía y empleados de exprés— de la gran huelga ferrocarrilera de 1959. Recuerdo que le llevé la novela a Vallejo a la enfermería de la cárcel de Santa Martha Acatitla y, cuando terminó de leerla, exclamó: ¡Ese sí sabe de trenes…!
.
Tenía razón, porque Fernando del Paso sabe todo de todo. Ningún escritor en México en nuestros días y en todos los tiempos de todos los siglos pasados y futuros tendrá su erudición. Palinuro de México es igual a la Pirámide del Sol de Teotihuacán: tiene mil años pero nació ayer. Fernando del Paso la aventó desde el cielo con un gran gesto de su mano izquierda (porque es zurdo) y ahí sobre la avenida del Sol quedó el golpe de dados. Jamás un golpe de dados abolirá el azar
, nos dijo Mallarmé. Palinuro de México no tiene que ver con el azar ni con la ocurrencia ni con la casualidad, Palinuro de México es un bólido que viene desde el fondo del tiempo, una catarsis, un huracán, un tratado de ciencia médica, una polifonía, una narrativa sin entrada ni salida y es, ante todo, la gran novela del 68.
Antes de Palinuro de México se publicaron otros puntales de la literatura de nuestro continente: La ciudad y los perros y La casa verde, de Mario Vargas Llosa; La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz y Terra Nostra, de Carlos Fuentes; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, textos fundacionales de nuestros países colonizados, fueron, para decirlo vulgarmente, cañonazos. De Fernando del Paso se dijo que se trataba de un Joyce latinoamericano que reinventaba la vida y las cosmogonías familiares, un Severo Sarduy y, posteriormente, un Guillermo Cabrera Infante, un Alejo Carpentier y hasta un Martín Luis Guzmán puesto que la batalla de Del Paso, al igual que la de Villa y Zapata, es la de un revolucionario. Palinuro de México rebasó todas nuestras expectativas, es precursora de cambios fundamentales no sólo en nuestra vida literaria, sino en la de todos los días: la del amor y la muerte.
Palinuro de México, aspirante a médico mexicano, al lado de su prima, novia y amante Estefanía, nos asesta un golpe al hígado con su erudición al hacernos entrar en la vida de su primo Molkas y su amigo Walter y la de otros aspirantes a médicos que no son ni solemnes ni vulgarmente ambiciosos sino malhablados, procolálicos y escatológicos, porque cuando se encuentran en el cuartito de Palinuro y Estefanía, por la Plaza de Santo Domingo, hacen todo lo que se les ocurre, en una locura liberadora que ni los acróbatas del circo Atayde lograrían en la más peligrosa de sus exhibiciones.
En el momento de los encuentros de Estefanía y Palinuro y en las infinitas conversaciones de Molkas y Walter, todas las lectoras de Fernando del Paso tuvimos el deseo de alquilar un cuartito con una ventana que diera a la Plaza de Santo Domingo, no sólo por afán de sacrilegio, sino porque esa plaza es la mejor proveedora de letras de la Ciudad de México, y nada tan cercano al corazón como escuchar bajo los arcos el tecleo de las máquinas Remington de los evangelistas
que de lunes a domingo apuntan: Por la presente los mando saludar deseando estén bien de salud y a continuación paso a decirles lo siguiente…
. Si las muchachas
escribían a su pueblo que ya se hallaron entre la licuadora y la estufa de gas, los lectores aprendimos a hallarnos
con Fernando del Paso, con sus puertas que se abren al sacrilegio y, en su caso, al amor. En México tenemos una expresión popular muy bonita: No me hallo
; Del Paso, a fuerza de palabras, nos enseñó a hallarnos
y nos hizo a su modo y nos recompensó con la calidez de su abrazo en un cuarto dominicano que da a una plaza popular a la que le dedica los párrafos más tiernos de toda su escritura, un momento de gracia entre tantos órganos tasajeados y tantas tripas desolladas. La curiosidad de Del Paso lo llevó a muchos sitios de la mente, muchos alvéolos del corazón, muchas venas de nuestro sistema sanguíneo, y en varias ocasiones estuvo en trance de renacer, por eso mismo Palinuro de México es la primera novela realmente nueva en nuestro país. Más que ninguna otra, hizo crecer ante nuestros ojos no sólo una historia de amor en un cuartito que da a la Plaza de Santo Domingo, sino que la expandió como las ondas en el agua al tirar una