Justicia feminista al borde del tiempo: Experiencias comunitarias y sentipensamientos antipunitivistas
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Justicia feminista al borde del tiempo - Sofía Brito Vikusich
Primera Parte
Aproximaciones feministas
a la justicia no-punitivista
Críticas feministas al punitivismo:
legados, desafíos y anhelos de transformación
Lelya Troncoso Pérez
El antipunitivismo no pasa aquí por conquistar la razón y exhibirla en un pedestal, por ver quién acumula más razón, quién tiene la última palabra, quién denuncia de mejor manera, qué causas son más importantes. El antipunitivismo es una pregunta por cómo recibir una crítica, cómo escuchar el dolor, cómo hacer cuerpo el conflicto, cómo proceder a partir de quienes somos, de lo que hemos sido, del deseo de mover, de cambiar, cómo producir ese cambio y cómo hacer de ese cambio una experiencia accesible. No hay muchas certezas en ese camino.
(Cuello y Disalvo 2020).
Las críticas feministas al punitivismo que revisaremos provienen principalmente de perspectivas antirracistas y disidentes sexuales, desde las cuales se han analizado y denunciado los efectos devastadores de las políticas de criminalización de los «feminismos carcelarios» (Kim 2019). Es posible rastrear un cuestionamiento común al punitivismo y al sistema carcelario en aquellos feminismos críticos que se han vinculado con experiencias de poblaciones criminalizadas, masivamente encarceladas y sujetas a violencias institucionales sistemáticas, tales como los feminismos negros (existe bastante producción por parte de afroestadounidenses), chicanos, anticoloniales, resistencias trans y de disidencias sexuales (queer/kuir/cuir), trabajadoras sexuales, colectivas anarquistas y comunidades indígenas, entre otras. Para comprender la particularidad de estos legados y experiencias es importante preguntarnos: ¿desde qué feminismos se ha promovido el punitivismo y la criminalización como (supuesta) solución a problemáticas de violencia de género? Y ¿desde qué feminismos y cómo surgen críticas al punitivismo y al sistema carcelario? Preguntarnos esto implica reconocer que no todos los feminismos han sido críticos del punitivismo.
Podemos considerar limitado pensar estas tensiones a partir de una dicotomía punitivista/antipunitivista, pero esta simplificación nos puede ser útil momentáneamente para abordar ciertas diferenciaciones básicas, y así luego ir iluminando complejidades y áreas grises. Quisiera enfatizar que esta disputa se relaciona con cómo problematizamos desde diferentes abordajes feministas la violencia de género y, a su vez, cómo estos abordajes informan diferentes maneras de acabar con estas violencias. Es más, las apuestas críticas que revisaremos nos enfrentan a otros modos de pensar las violencias, desigualdades e injusticias sociales.
Los feminismos críticos del punitivismo suelen trabajar desde miradas complejas y multidimensionales sobre el fenómeno de la violencia de género (y las violencias en general). En este caso enfatizaré en algunos que desde perspectivas que denominaré interseccionales problematizan el abordaje de violencias de género, situándolas en complejas dinámicas de poder en las cuales se articulan el heteropatriarcado, el colonialismo, neoliberalismo, capitalismo, entre otros sistemas de poder y dominación. Estas miradas a su vez no suelen pensar en las luchas feministas de manera desarticulada de otras luchas liberadoras (de hecho, podríamos cuestionar si es adecuado denominarlas bajo el paraguas unívoco «feminista»). Abordaremos, en este caso, lo feminista desde una lógica interseccional (antirracista, anticolonial, antineoliberal, anticapitalista, entre otras posibles) orientada a la justicia social en un sentido amplio, con disposición a descentrar el género como categoría central y única de un análisis feminista. Es importante que estos posicionamientos interseccionales se vean como horizontes, como procesos constantes y siempre inacabados. Me refiero a que no basta, por ejemplo, con declararnos antirracistas, ya que lo importante es asumir este principio como una lucha constante con el mundo y una misma en contextos cambiantes y complejos.
Otro aspecto importante de recalcar es que antipunitivismo no debe asimilarse a impunidad, no se trata de afirmar simplificando que todas las personas son violentas, o que debemos mirar violencias estructurales e institucionales olvidándonos de la dimensión interpersonal. Más bien lo que se busca es trabajar hacia otros modos de responsabilización, de abordaje del daño, en los cuales la solución no sea eliminar, encerrar, castigar o humillar a quien ejerció la violencia, sino asegurar que esta no vuelva a ocurrir, y evitar descontextualizar nuestros modos de entender las violencias. La invitación es también a imaginar lo imposible, en este caso: un mundo sin prisiones, un mundo sin violencia, vidas libres de violencia.
Querer trabajar en otras soluciones implica a su vez reconocer que las acciones penales que hemos fomentado para hacer frente a la violencia han fracasado: las cárceles no rehabilitan, sino que deshumanizan, promueven la violencia y la violación como prácticas cotidianas, y los casos de violencia no parecen haberse reducido con estas medidas. Nos enfrentamos a una paradoja, ya que, como afirma Lucía Núñez (2019), exigir el aumento de penas como forma de prevenir delitos es una demanda común, a pesar de que sepamos que no es efectiva. Sin duda, es problemático reconocer la influencia feminista en estas estrategias políticas que han aumentado severidad de penas, restricciones de derechos de imputados, entre otras. Ileana Arduino (2018) se refiere al show punitivista, que promueve medidas ruidosas, más penas, más registros estigmatizantes, sobre todo en contextos de casos particularmente mediáticos y horrorosos de violencia sexual que van a justificar lo que ella llama demagogia de la venganza: el «indetenible ensañamiento simbólico con los victimarios es la desatención de las demandas más profundas del feminismo que no se contenta con la violencia como toda respuesta» (Arduino 2018: 76). Este espectáculo nos permite sentirnos más tranquilas, ya que algo estamos haciendo. Un feminismo antipunitivista nos invita a cuestionar la idoneidad de estas estrategias carcelarias y punitivistas para erradicar o reducir estas violencias, y el horizonte ya no es el encierro, la venganza, ni la marginación, ni la estigmatización, sino –como se mencionaba anteriormente– que la violencia se acabe.
La activista abolicionista de prisiones Ruth Wilson Gilmore (Kushner 2019) enfatiza justamente que la abolición de prisiones se enfoca en construir más que desmantelar, en reafirmar vidas dignas y vivibles; trata de esperanza, de presencia más que ausencia, de promover procesos de sanación colectivos. Se busca ir al fondo de las condiciones de desigualdad que hacen posibles las violencias que anhelamos erradicar y romper con lógicas que hacen impensable y, por lo tanto, imposible la transformación. Ella insiste a su vez en la importancia de reconocer que las políticas punitivas no han sido capaces de erradicar, pero tampoco de disminuir la violencia. Por lo tanto, si nuestro horizonte es poner fin a la violencia parece sensato cuestionar, como lo hace Gilmore, si acaso tiene sentido recurrir a prácticas de violencia y crueldad para resolver problemas de violencia. Desde estas miradas volvemos a centrarnos en la prevención y la necesidad de frenar la expansión de sistemas de daño (Spade 2013). Siguiendo esta misma línea, el activista y abogado trans Dean Spade insiste en la necesidad de ir más allá de miradas individualizantes y de abordajes unidimensionales, para avanzar en la construcción de resistencias interseccionales a las violencias de sistemas legales y administrativos que se dicen neutrales respecto al género, la clase y la raza, pero que en realidad son sitios que perpetúan violencias generizadas y racializadas. Spade analiza cómo operan en conjunción el sistema penal, carcelario, el control de inmigración, los sistemas de protección de menores, las instituciones psiquiátricas, entre otros, como sistemas de expansión del daño que afectan a poblaciones interseccionalmente vulneradas. Su trabajo nos insta a preguntarnos, por ejemplo: ¿a qué mujeres y familias se les considera no aptas, y cuál es el rol del racismo y el clasismo a la hora de estigmatizar como «malas madres» a ciertas mujeres e institucionalizar sus hijos? Así mismo, ¿de qué manera estas experiencias van a impactar en futuras institucionalizaciones, encarcelamientos, vidas y comunidades