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Norte negro: Catorce miradas a una narrativa criminal mexicana
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Libro electrónico260 páginas3 horas

Norte negro: Catorce miradas a una narrativa criminal mexicana

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Gerardo García Muñoz obtuvo en 2005 el doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Estatal de Arizona. Su tesis indagó en una parte considerable de la literatura policial mexicana, tema en el que este escritor lagunero-hoy profesor en los Estados Unidos ha profundizado con rigor crítico desde hace más de tres décadas. Ahora, en Norte
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2024
Norte negro: Catorce miradas a una narrativa criminal mexicana

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    Norte negro - Gerardo García Muñoz

    Las narconarrativas sombrías de Martín Solares

    Martín Solares ha construido una de las producciones más notables del género negro en México. En ella se advierten dos ramas narrativas divergentes. Los minutos negros (2006) y No manden flores (2015) se desarrollan en ciudades imaginarias del estado deTamaulipas, sojuzgadas por la proliferación de la criminalidad surgida desde las entrañas del poder político y asimismo de organizaciones practicantes del delito en sus diversas manifestaciones. Catorce colmillos (2018) y Muerte en el jardín de la luna (2020) se ambientan en un escenario cosmopolita, el París de 1927, donde se respira la atmósfera intelectual de los movimientos vanguardistas, y en el que se comete una serie de asesinatos enigmáticos investigados por un detective francés. Los minutos negros y No manden flores se enmarcan en una vertiente literaria que refleja los efectos de la expansión del narcotráfico en la geografía del país. Marco Kunz señala en su inventario Vuelta al narco mexicano en ochenta ficciones publicado en 2016 ochenta títulos en los que el poder de las organizaciones criminales dedicadas al tráfico ilegal de estupefacientes juega un rol central. (68-105) Con el fin de diferenciarla de la novela policiaca tradicional (ya sea el whodunit británico o el hardboiled estadunidense, y sus aclimataciones: el género negro, neopoliciaco, postpoliciaco), algunos críticos han propuesto definiciones para ubicar en el mapa cultural las narraciones fundamentadas en el fenómeno social del narcotráfico. Brigitte Adriansen acuña el término narcoficciones, el cual engloba aquellas ficciones que versan sobre el narcotráfico, incluyendo cine, telenovelas, música o literatura. (Introducción 11), mientras que Oswaldo Zavala propone la etiqueta narconarrativas para referirse a obras de ficción y no ficción en las cuales el tráfico de drogas figura en un primer plano. (340-341). En este capítulo se propone etiquetar Los minutos negros y No manden flores en la categoría de narconarrativas. Ambas obras no se desprenden de los elementos básicos del relato detectivesco: la comisión de un crimen, la búsqueda del perpetrador, la investigación realizada por un detective. El contexto social en el que se desenvuelven las dos narconarrativas ilumina tres periodos de la historia mexicana. Los minutos negros reconstruye primero el último sexenio del gobierno priista que forjó el México posrevolucionario fundamentado en el corporativismo, y, segundo, el final del gobierno del partido único, liderado por tecnócratas implementadores del neoliberalismo. No manden flores sucede en pleno siglo XXI, durante los años turbios de la guerra contra el narcotráfico comandada por el presidente Felipe Calderón. La primera parte del ensayo examina la estructura de Los minutos negros, poniendo especial énfasis en la manera en que están construidos los enigmas de los asesinatos de cuatro niñas y un periodista, y cómo tales delitos revelan el entrelazamiento del poder político y las prácticas corruptas. La siguiente parte, centrada en No manden flores, analiza la forma en que la historia de un secuestro (investigado por un expolicía honesto) se contrapone a la historia de un policía homicida (urdidor del secuestro). La convergencia de ambas historias en un espacio controlado por cárteles de la droga muestra la infiltración del crimen organizado en las esferas del poder político, configurando así un Estado criminal.

    Los minutos negros: enigma y violencia

    La primera novela de Martín Solares relata una serie de crímenes perpetrados en la década de los setenta del siglo anterior. Ambientada en la ciudad imaginaria de Paracuán, Los minutos negros entrelaza dos planos temporales: el presente narrativo, transcurrido en los últimos años de los noventa, escenario del asesinato de un joven periodista, y una larga retrospección centrada en el hallazgo de los cadáveres de varias niñas sacrificadas un par de décadas atrás. Las investigaciones desnudan la red de intereses políticos enfocados en borrar las huellas del asesino. El autor incluye al principio de la novela la lista de personajes, práctica reminiscente de la tradición decimonónica, y utilizada en las letras mexicanas por Carlos Fuentes en La región más transparente (1958) y Terra Nostra. (1975) La inmensa galería de personajes concede a Los minutos negros una sólida densidad narrativa. La construcción de la trama se fundamenta en el desciframiento de la identidad de un asesino invisible. Los minutos negros se ciñe a la tradición iniciada por el autor de Los asesinatos de la calle Morgue: Poe básicamente trabaja la estructura del enigma y en el centro de esta estructura está lo que podríamos llamar el género policial. (Piglia, Teoría de la prosa 18) En otras palabras, Martín Solares ha concebido una historia clásica. La narración transporta al lector a través de los laberintos del tiempo y del espacio, donde los crímenes producen pistas, sospechosos falsos, pesquisas fallidas, y, al final, se descubre el rostro del perpetrador. Sintetizada de esta forma, Los minutos negros pareciera inscribirse en la aséptica influencia de Agatha Christie. Sin embargo, el formato clásico es transportado al contexto mexicano de la segunda parte del siglo veinte, una época teñida por la violencia emergida desde las entrañas del Estado, y el surgimiento amenazante del narcotráfico. La representación literaria de la violencia física proviene de la tradición de los escritores estadunidenses duros: Dashiell Hammett, Raymond Chandler, aclimatada en México por Rafael Bernal, pionero del género negro en su novela El complot mongol. (1969) Como afirma Ricardo Piglia, en esos espacios oscuros se retrata un microcosmos lúgubre regido por las reglas del azar. (Sobre el género policial 54-57) Martín Solares mezcla las dos tradiciones: la solución de un enigma ocurrida en una geografía donde imperan la violencia y la incertidumbre. En Los minutos negros el relato enigma aparece en las investigaciones del asesinato de las niñas en 1978 y de la muerte del periodista Bernardo Blanco sucedida dos décadas después. Otros dos factores, intrínsecos a la realidad mexicana, aparecen en la novela: la injusticia y la impunidad.

    La construcción del enigma

    Los minutos negros está compuesta por tres partes. La primera, titulada Mil lagunas tiene tu memoria, sucede en el presente narrativo, a finales de la década de los noventa. Un joven periodista de la nota roja, Bernardo Blanco, aparece asesinado mediante un ritual ejercido por organizaciones criminales: El reporte indicaba que al periodista le cortaron el cuello de oreja a oreja, destrozando la yugular, y extrajeron la lengua por el orificio. En otras palabras, se dijo, le hicieron la corbata colombiana, para que no quede duda de quién fue el autor material. (Solares, Los minutos 26) Las primeras sospechas apuntan, lógicamente, a los narcotraficantes colombianos que operan en contubernio con nativos de la ciudad. El detective encargado de investigar el crimen es el agente Ramón Cabrera, conocido con el mote de el Macetón, un veterano en la fuerza policiaca. El rápido arresto del supuesto asesino siembra dudas en el agente Cabrera. Además, el ritual de ejecución muestra imperfecciones que ponen en tela de juicio su autenticidad. Tal vez una mano invisible pretende esquivar el brazo de la ley al dirigir las sospechas hacia una pista falsa. La entrevista de Cabrera con el sacerdote jesuita Fritz Tsanchz es narrada por el religioso a un interlocutor anónimo. Sus palabras arrojan luz sobre una posible complicidad con el difunto periodista: Uno: Bernardo estaba escribiendo un libro. Dos: era sobre la historia de esta ciudad en los años setenta.Tres: sí, lo amenazaron de muerte. Cuatro: no te metas en esto. Macetón, tú eres un buen elemento, pero te conviene alejarte. Como dirían los monjes budistas: Al asomarte al abismo también el abismo se asoma a ti. (63) Cabrera no se arredra ante las palabras admonitorias de su antiguo profesor. En vez de optar por una inacción cómplice, el detective decide proseguir las investigaciones a través de terrenos desconocidos que, inexorablemente, habrán de hundirlo en los abismos de un enigma oculto en los escombros del pretérito. El examen del material periodístico almacenado en la hemeroteca municipal traza un minucioso paisaje de la historia de Paracuán. Allí, en el cementerio de papel, yace sepultada la cronología de una época que Cabrera pugnará por iluminar. (90) Descubre, entre la jungla de anuncios de productos comerciales, estrenos de películas, series y reportes de los usuales hechos delictivos, las noticias del asesinato de cuatro niñas. Las sospechas recaen en un personaje influyente, pero, con extraña rapidez, la policía detiene al presunto homicida, un chofer repartidor que, sometido a los rigores de la tortura, confiesa su culpabilidad. Cabrera nota la falta del tomo de los meses de mayo y junio, y, además, un hecho inquietante: los asesinatos de niñas continuaron después del encarcelamiento del Chacal, como se le bautizó al criminal invisible. De manera similar a Auguste Dupin, que a partir de notas periodísticas investiga y resuelve los asesinatos de la calle Morgue, Cabrera habrá de discernir los múltiples crímenes a través de la lectura del material hemerográfico.

    El director de la hemeroteca le cuenta el interés de Bernardo Blanco por un asunto muy delicado que podría molestar a personas poderosas, y le consigue a Cabrera un encuentro con Jorge Romero, el madrina de Vicente Rangel, el agente encargado de investigar el caso de las niñas inmoladas en 1978. Romero padece de ceguera total, provocada por elementos de la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad cuando había arrestado junto con Rangel al verdadero Chacal, hermano del omnipotente líder del sindicato de maestros. En el recorte de periódico que Romero le muestra al detective se encuentra la faz del verdadero asesino, identidad que se escamotea al lector para mantener irresueltas las interrogantes. En una secuencia vertiginosa de ritmo cinematográfico que narra la huida y persecución por las calles de Paracuán, mecanismo literario heredado del hardboiled estadunidense, Cabrera también trata de sustraerse del ataque del hijo de un narcotraficante al que había despojado de una pistola, y finalmente termina malherido. El narrador concluye lacónicamente: Todo por un informe que ni siquiera leyó. El informe del periodista. (117) El flujo lineal de la narración es interrumpido, y sufre un vuelco hacia el pasado.

    La detección de un asesino serial

    El informe es la larga retrospección llamada La ecuación, que abarca trescientas páginas. El recurso de una extensa analepsis para aclarar crímenes cometidos en el presente fue empleado por Arthur Conan Doyle en A Study in Scarlet (1887), el texto inicial de las andanzas de Sherlock Holmes, en el que unos asesinatos cometidos en Londres son descifrados a través del relato de unos sucesos sangrientos ocurridos en Utah, centro de la religión mormona. El informe se desenvuelve en 1978, y el personaje central esVicente Rangel, quien intentará resolver el crucigrama de las niñas ultimadas.

    La incorporación de técnicas científicas para resolver los crímenes se contrapone a la intuición del conocimiento práctico. El examen anatómico del segundo cadáver, descuartizado de manera semejante a la primera víctima, muestra la influencia de la vertiente policiaca procedural en la descripción del trabajo forense efectuado por la doctora Ridaura. El crítico Ronald Thomas, en su libro Detective Fiction and the Rise of Forensic Science, desarrolla la metáfora del cuerpo humano donde subyace un texto escrito por el perpetrador, cuyo sentido debe ser descifrado con una mirada aguda. Así, los cadáveres de las víctimas en The Murders in Rue Morgue son leídos por el detective aficionado Auguste Dupin en los informes forenses reproducidos en los periódicos. (45) Al analizar los restos humanos a pedido de Rangel la doctora Ridaura afirma: Caí en el principio de ‘La carta robada’, de Poe: cuando quieras ocultar algo, ponlo a la vista de todos. Ahí estaban, claro, pero como me provocaban alergia no las pude ver. (Solares, Los minutos 265) Ridaura determina que los pelos encontrados en las uñas de una de las víctimas son de un borrego, usado por el asesino para atraer a las víctimas. Ridaura se asombra de que Rangel ya había leído la escritura del asesino en el cuerpo de la niña, los pelos del animal, una de las pistas clave para desenmascarar al criminal invisible.

    Martín Solares transporta al terreno de su espacio imaginario a un personaje real, el eminente criminólogo mexicano Alfonso Quiroz Cuarón, notable por haber resuelto varios casos célebres, entre ellos la identificación del inmolador del revolucionario soviético León Trotsky. Amigo de juventud del tío de Rangel, accede a participar en las pesquisas. Cuando el Ciego Romero le dice que lo ha reconocido por la foto al final de su libro, y que será un honor trabajar con el Sherlock Holmes mexicano, el criminólogo lo refuta con vehemencia: … Sherlock Holmes era una falacia, un mero invento literario, no un policía de verdad; nunca he visto a nadie resolver un caso como Sherlock Holmes, sin trabajo científico. (342) Quiroz Cuarón encarna al detective real, con hondo conocimiento de las motivaciones ocultas en las mentes criminales. Ha reducido la materia irracional inherente a los actos de violencia asesina a una ecuación dotada de una infalible precisión matemática:

    … ustedes saben que para resolver un asesinato hay que esclarecer los siete puntos de oro de la ecuación criminal: qué ocurrió, dónde, cuándo, cómo, quién, por qué y con qué instrumentos… Hasta el asesino más impecable comete errores inconscientes que lo delatan, pequeños descuidos que revelan su identidad, esto se conoce como ‘la firma’ del asesino y es la primera variable de mi ecuación. (329-330)

    El criminólogo articula uno de los principios fundamentales del género detectivesco: ‘Para resolver estos casos hay que ponerse en el lugar del culpable y razonar como él. Hay que pensar como el asesino, ésta es la vía más certera, pero es el camino más arriesgado. Por desgracia no todos pueden con él…’ (331) La penetración en la mente del asesino lo lleva a discernir un patrón recurrente:

    Este sujeto elige a sus víctimas. El Estrangulador de Tacubaya actuaba de la misma manera. Elige niñas que aparentan alrededor de diez años, de no más de un metro de altura, tez blanca, cabello negro, nariz recta y trencitas. Es la clase de víctima que prefiere. Cuando asesina, cree que vuelve a matar a la misma persona. Quiere castigarlas, en su extraña forma de razonar. Las atrae con engaños, como ya hemos visto, y las mata con un cuchillo dentado. (332)

    De forma paralela, Rangel discierne un conjunto de rastros que habrán de desenmascarar la verdad esquiva. Sus indagaciones difuminan el rostro culpable. El lector presencia los detalles del acecho al escondite donde se oculta el Chacal, su captura y transporte a la comandancia. Para Rangel, el caso ha sido resuelto. En un pasaje posterior, Quiroz Cuarón se sumerge en la abstracción matemática, examina los personajes relacionados con el caso, y finalmente despeja las incógnitas: la ecuación muestra una respuesta infalible (346). Sin embargo, al lector nuevamente se le niega la solución lograda por el criminólogo.

    A diferencia de los otros policías de la comandancia, movidos por los resortes de la deshonestidad y la violencia, Rangel busca alejarse de las prácticas de sus colegas. Es dueño de una notable capacidad investigativa, heredada de su tío Miguel Rivera, antiguo agente policiaco, y quien lo ayudó a ingresar en las fuerzas del orden. Cuando rastrea los hallazgos en la escena del segundo crimen, Rangel realiza una perspicaz deducción:

    …mientras peinaba el área a espaldas del bar descubrió una colilla de Raleigh. Más tarde, al compararla con la basura que se encontró en El Palmar, encontró una segunda colilla. Ambas estaban mordidas en el área del filtro, de manera que podía distinguirse la impresión de un largo y filoso colmillo. Si añadimos que en las dos ocasiones se utilizó un cuchillo de monte, agregó, esto permite concluir que se trata del mismo individuo. (186)

    Los contornos de la faz esquiva del Chacal se van configurando de manera más clara en el decurso de las pesquisas. El corrupto sistema policiaco, encarnado por JoaquínTaboada, alias el Travolta, se interpone en las indagaciones de Rangel. Las acciones de Taboada sugieren un intento de proteger al Chacal por tratarse de una persona relacionada con el poder. La colaboración del eminente criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, relatada por él mismo, elabora una imagen sofisticada de un investigador dotado de una profunda formación profesional, en contraste con Rangel, un hombre de escasa escolaridad y provisto de una intuición aprendida y desarrollada en la órbita del peligro callejero. El arresto del Chacal, efectuado por Rangel con ayuda de Romero, luego de una búsqueda sembrada de múltiples escollos, culmina en fracaso. Las conexiones del asesino con el poder político determinan su liberación no por medio de recursos legales, sino por la brutalidad de elementos pertenecientes al aparato represor del Estado. Los agentes de la infame Dirección Federal de Seguridad, por órdenes del presidente de la República Echeverreta, llegan a Paracuán para borrar las huellas que incriminen al multihomicida, lo cual implica la ejecución sumaria de los policías que lo arrestaron.

    En la tercera parte, titulada La espiral, el flujo narrativo, después de la larga retrospección, retorna al presente, la década de los noventa. Joaquín Taboada ahora es el comandante de la policía de Paracuán. Los espectros de su pasado lo enfrentan en los terrenos de lo onírico: el comandante García, a quien sustituyó en pago por ocultar y liberar al Chacal, yVicente Rangel, el investigador de quien se ignora, en este punto de la narración, su destino final. Una frase sintetiza el inicio del declive del corrupto Taboada: Hay un momento en la vida de todo hombre en que éste comienza a petrificarse. (416) Su caída se precipita por la aparición del cadáver de una niña que muestra el mismo modus operandi del Chacal. Durante el interrogatorio al que le someten el gobernador, el procurador y el comandante de la policía judicial de la capital de Tamaulipas, se sugiere que el asesino múltiple ha vuelto a atacar (aunque posteriormente se menciona que el asesino tendrá ochenta años), lo cual contradice la supuesta culpabilidad del repartidor, pues aún sufre reclusión penitenciaria. Taboada no puede explicar la falta de pruebas del caso del Chacal, y afirma que él mismo las destruyó. ¿Cuáles eran esas pruebas? Probablemente información manipulada para incriminar a un inocente, pero también datos que pudieran implicar al verdadero perpetrador. El final de la carrera de Taboada revela el carácter desechable de los esbirros del poder, simples peones de un ajedrez donde prevalecen intereses sórdidos: Así comienzan estas cosas: un día te llama el gobernador y asunto arreglado. A la calle pinche perro, gracias por tus servicios. Ayudó a gobernadores, presidentes municipales, secretarios de Estado, e incluso a líderes de sindicatos, pero de pronto dejó de ser necesario. (433-434) La conversación entre Cabrera y el sacerdote jesuita revela la solución a la incógnita. El asesinato de Bernardo Blanco trató de impedir la resurrección de un caso que suscitaría un escándalo político. El crítico Gustavo Forero arguye la hipótesis de que el poderoso dirigente del sindicato de maestros, Edelmiro Morales, se ha convertido en gobernador del estado. (161) Los minutos negros concluye con la perspectiva del ascenso de Cabrera a comandante de la policía en reemplazo de Taboada. ¿Cabrera perseguirá a los verdugos de Bernardo Blanco? Gustavo Forero especula un desenlace optimista, basado en los investigadores honestos que aparecen en la novela: el teniente Miguel Rangel, su sobrino Vicente Rangel y Alfonso Quiroz Cuarón, estirpe a la cual supuestamente pertenece el Macetón: Cabrera, ese ‘pacifista’, de acuerdo con la novela, podría entonces rechazar el ascenso y combatir por otros medios la corrupción. (164) Sin embargo, el futuro se avizora turbio. De acuerdo con la lógica del corrompido

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