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Hispanoamérica en diez novelas
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Libro electrónico476 páginas8 horas

Hispanoamérica en diez novelas

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En este libro, Fidel Sepúlveda se adentra en diez novelas señeras –Pedro Páramo, Rayuela, La casa verde, El obsceno pájaro de la noche, Cien años de soledad, La región más transparente, Los pasos perdidos, Los ríos profundos, Boquitas pintadas, y Tres tristes tigres– y esboza un perfil del ser hispanoamericano.

Hispanoamérica en Diez Novelas corresponde a la tesis doctoral del autor, presentada para obtener el grado de Doctor en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, donde fue calificada como Sobresaliente Cum Laude. Este trabajo obtuvo el Premio Internacional del Instituto de Cooperación Iberoamericano a la mejor Tesis Doctoral de 1980.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento24 jul 2017
ISBN9789561421318
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    Hispanoamérica en diez novelas - Fidel Sepúlveda

    PRESENTACIÓN

    Rescatando el alma del pueblo latinoamericano

    La Pontificia Universidad Católica de Chile se enorgullece en publicar en forma póstuma esta obra de Fidel Sepúlveda Llanos que nos presenta una teoría de Hispanoamérica en diez novelas para acercarnos, a través del análisis de la literatura latinoamericana, a una mejor comprensión de la compleja realidad de nuestro continente, ya que el arte –como él lo afirma– es una expresión humana que interpreta con fidelidad y hondura el ser de una comunidad y revela un sentido del acontecer del mundo.

    El autor realiza un profundo estudio de la obra literaria de autores clave en la América Latina del siglo XX. A lo largo de los distintos capítulos del libro nos vamos encontrando con los mundos de Rulfo, Donoso, Cortázar, Vargas Llosa, Carpentier, Puig, Cabrera Infante, Arguedas, Fuentes o García Márquez. Mundos que, la mayoría de las veces, son un reflejo de la identidad de los distintos pueblos americanos, ya sea a través de la fantasía, el mito, la realidad, el acertijo, la magia.

    Gracias a la Corporación Cultural Fidel Sepúlveda Llanos, al riguroso trabajo de revisión y diseño realizado por Ediciones UC y al apoyo de la DIBAM, podemos acceder hoy a este documento que corresponde a la tesis doctoral del autor, ligado a la Universidad Católica gran parte de su vida. Primero, como alumno; luego, como investigador y docente –más bien como un verdadero «maestro» de muchas generaciones de profesionales que siguieron sus cursos de estética o de cultura tradicional chilena–; más tarde, como Director del Instituto de Estética UC por 17 años; y, luego, en su condición de Director de la Revista Aisthesis entre 1982 y 2003. A su muerte en 2006, había publicado una veintena de libros y cerca de un centenar de ensayos sobre estética, educación, crítica artística y literaria, identidad y cultura tradicional chilena y latinoamericana. Por sus aportes en investigación, reflexión y creación, recibió importantes reconocimientos. Entre ellos, el Premio Internacional del Instituto de Cooperación Iberoamericana a la mejor Tesis Doctoral el año 1980, trabajo que ahora la Universidad Católica lo presenta en este cuidado y hermoso libro que ponemos a disposición de estudiosos, académicos, alumnos y lectores de los distintos ámbitos de la sociedad.

    Poeta, ensayista, amante de las culturas tradicionales, Fidel Sepúlveda Llanos sigue aportando al conocimiento del alma de nuestros pueblos a través de una obra del mayor nivel que permanece viva en el tiempo y nos motiva a seguir difundiendo desde su propia alma mater.

    Ignacio Sánchez Díaz

    rector

    Pontifica Universidad Católica de Chile

    PRESENTACIÓN

    Hispanoamérica en diez novelas, de Fidel Sepúlveda Llanos

    Sin lugar a dudas es un motivo de orgullo y celebración para la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, coeditar junto a la Pontificia Universidad Católica de Chile la obra de Fidel Sepúlveda Llanos Hispanoamérica en diez novelas, libro que es el producto final de su tesis doctoral.

    El libro de Fidel Sepúlveda Llanos es un texto escrito desde el archivo, la memoria, la historia, pero fundamentalmente desde el arte, entendiendo la novela como el arte de ficcionalizar un continente, Hispanoamérica, para indagar en la búsqueda de sus aspectos fundacionales e identitarios, desde el descubrimiento y la conquista hasta nuestros días, para dar cuenta de una realidad siempre compleja, problemática, no pocas veces violenta y violentada, pero sobre todo espléndida para su lectura y su interpretación desde su opulencia y sincretismo, en la heterogeneidad y su hibridez de culturas y tiempos que lo componen e instalan en una modernidad siempre paradójica en relación al resto del mundo.

    El libro de Sepúlveda Llanos se plantea, como él mismo lo expone, «el problema de América» (o América como problema). Luego de su descubrimiento, el continente observa el problema de su conquista para los conquistados, a quienes se les arranca el mundo, con su tierra y su cielo. Asimismo, Sepúlveda Llanos inicia su investigación rescatando someramente lo que significa este choque cultural para los conquistadores, a quienes se abre el asombro ante lo otro y de lo otro. Cronistas y misioneros van construyendo ya sea archivística y cronísticamente el Nuevo Mundo, como también teórica e ideológicamente, como el Inca Garcilaso, los Jesuitas humanistas; y en el siglo XIX hacen lo propio Simón Bolívar, Francisco Bilbao, José Victorino Lastarria y Domingo Agustino Sarmiento. Nombres más recientes como Mariano Picón Salas, Samuel Ramos, Ezequiel Martínez Estrada, Héctor Murena, Leopoldo Zea y Octavio Paz diversifican las perspectivas, y amplían el horizonte de la lectura de América que nos presentará el autor.

    Pero como plantea el mismo Sepúlveda Llanos, y para este análisis en particular, «hemos elegido el camino del arte. El arte es una expresión humana que interpreta con fidelidad y hondura el ser de una comunidad. Creemos que el artista posee una intuición que cala con sutileza y profundidad esencias accidentales humanas que dan cuenta de lo que el hombre es en su precariedad y en su grandeza. Dentro de la gama de las artes, la literatura, por trabajar con el lenguaje, aparece privilegiada para dar una imagen precisa del entramado espiritual que constituye la naturaleza humana».

    Para hacer el acopio del material para el esbozo de un perfil del ser hispanoamericano, objetivo central de esta obra, el autor escoge diez novelas señeras de nuestro Continente americano para leer este perfil. Estas obras son: Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Rayuela, de Julio Cortázar; La casa verde, de Mario Vargas Llosa; El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; La región más transparente, de Carlos Fuentes; Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier; Los ríos profundos, de José María Arguedas; Boquitas pintadas, de Manuel Puig; y Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante.

    «Este trabajo ha partido de la hipótesis de que en Hispanoamérica hay un entrevero colisional entre una América visible y una invisible, la que aparece protagonizando la Historia y la que subyace en una intrahistoria que se sumerge en la Transhistoria», estima Sepúlveda Llanos en su abarcadora obra.

    «Del encuentro de estas dos fuerzas resulta el carácter sincrético de la realidad hispanoamericana, un sincretismo interferencial que no ha descubierto la fórmula armónica que origine la síntesis de una realidad nueva. Esto produce un permanente deterioro y anulación de las dos fuerzas que ven así disminuidas su coherencia y eficacia», concluye el autor.

    Respecto al corpus de las novelas seleccionadas en busca de la construcción de un esbozo del perfil del ser hispanoamericano, Sepúlveda Llanos ha seleccionado las siguientes: Pedro Páramo porque, como afirma el autor se puede considerar «un símbolo de la ambigüedad producto del entrevero colisional entre lo racional y lo mítico que, de una u otra manera, está presente en toda la realidad hispanoamericana». En segundo lugar, acude al libro de Julio Cortázar, que marcó un antes y un después en la narrativa del continente, por sus transgresiones e innovaciones formales, Rayuela, considerándola como una «encarnación de la intermitencia del ser por el encuentro-desencuentro de presencia y ausencia de lo europeo y lo americano». En La casa verde el autor plantea la precariedad como producto del predominio de la heteronomía sobre la autonomía del continente, al exterior y al interior del texto. En la obra mayor de José Donoso, El obsceno pájaro de la noche, grafica el titubeo de la insularidad entre la apertura y la clausura hispanoamericana. En una de las novelas más representativas del boom, Cien años de soledad de García Márquez, Sepúlveda Llanos intenta revelar la potencia de lo fabulante que podría definir el permanente pleito entre lo oculto y lo popular en Hispanomérica.

    Estas serían en palabras del autor «las novelas-símbolos analizadas con relativa extensión por aparecer encarnando dialécticas claves para la comprensión de lo hispanoamericano».

    Además, en forma breve y sintética, se considera otras novelas, según argumenta, por razones de espacio y de tiempo, en un aporte complementario a las dialécticas nucleares. En La región más transparente de Carlos Fuentes ve la tríada «cambio-permanencia-inestabilidad»; en Los pasos perdidos de Carpentier el triángulo «nostalgia-utopía-itinerancia»; en Los ríos profundos de José María Arguedas el problema de lo «europeo-lo indígena-lo mestizo»; en Boquitas pintadas de Manuel Puig analiza «lo rural-lo urbano-lo aldeano»; y en Tres tristes tigres de Cabrera Infante, el tema de la expresión: «la palabra-el silencio-el balbuceo».

    Invitamos a los lectores a recorrer la apasionante y siempre extática realidad hispanoamericana, lo que pensamos también llevará a leer o releer las diez señeras novelas mediante las cuales basa el autor sus conclusiones e hipótesis; diez novelas que, no nos cabe duda, como este mismo libro que ahora presentamos, ya son clásicos de nuestro continente y, por qué no, de la literatura Universal.

    Ángel Cabeza Monteira

    Director de Bibliotecas, Archivos y Museos

    Vicepresidente Ejecutivo del Consejo de Monumentos Nacionales

    INTRODUCCIÓN

    El problema de América (o América como problema) comienza antes de su descubrimiento, y durante este tiene expresión patética en el «Diario» de su descubridor. Es problema también su conquista para los conquistados, a quienes se les descuaja el mundo, su tierra y su cielo, de lo cual dan cuenta testimonios especialmente aztecas. También lo es para los conquistadores, a los que se les abre otro mundo y se abre el asombro ante lo otro y de lo otro, de lo cual testifican cronistas y misioneros como Bernal Díaz del Castillo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, o los padres Bernardino de Sahagún, Bartolomé de las Casas y José Acosta.

    Se encarna en el Inca Garcilaso; lo evidencian los Jesuitas humanistas y los iluministas del siglo XVIII; en el XIX Simón Bolívar, especialmente el de La carta de Jamaica y el «Discurso al Congreso de Angostura», profetiza su difícil destino.

    Presienten su problemática Francisco Bilbao en Evangelio Americano y José Victorino Lastarria en La América; y Domingo Faustino Sarmiento, al mediar la centuria, yerra genialmente en Facundo al homologar campo y barbarie, civilización y ciudad.

    Andrés Bello ya se preocupa de la autonomía cultural de América y siente, con Antonio de Nebrija, que el idioma va unido al Imperio; Juan Montalvo encarna esta preocupación y desde ella pide el «don de lágrimas» al tratar el tema indígena; José Martí perfila los arquetipos y los valores autóctonos; Eugenio María de Hostos desde el positivismo aspira a enseñar a pensar a América; y González Prada pone el dedo en la centenaria llaga indígena, ya entrando en el siglo XX.

    José Enrique Rodó es advertencia del peligro que amenaza desde el Norte al espíritu; José Vasconcelos, desde su entusiasmo, busca el connubio de las razas en América; Pedro Henríquez Ureña quiere que en América ocurra «la emancipación del brazo y de la inteligencia»; Alfonso Reyes busca la síntesis (que es la trascendencia) entre el saber de salvación, de cultura y de dominio, que garantice «la lealtad a la tierra y al cielo».

    Nombres más recientes como Mariano Picón Salas, Samuel Ramos, Ezequiel Martínez Estrada, Héctor Murena, Leopoldo Zea y Octavio Paz diversifican las perspectivas, dialectizan los temas, amplían el horizonte.

    La interrogante abierta acerca del ser de Hispanoamérica cubre un amplio espectro. Destaca, por la recurrencia en el espacio y en el tiempo, el problema de la identidad y de la presencia y vigencia de lo autóctono, al cual de una u otra manera concurre el problema de la homogeneidad o heterogeneidad de sus países. En otros términos: si es que es posible hablar de América Hispana como una unidad y cuál sería el factor unificador en caso de respuesta afirmativa.

    El ser acontece en un espacio y en un tiempo. En lo espacial, el despliegue o repliegue de Hispanoamérica está determinado por una cercanía (Estados Unidos) y por una lejanía (Europa). En lo temporal hay un pasado hispánico y otro indígena que determinan igualmente el presente y condicionan su futuro. Ambos, espacio y tiempo, han remecido la conciencia hispanoamericana como movimientos de atracción o repulsión y se han traducido, al interior, en sentimientos de inferioridad anonadante o en confianza desmesurada.

    Esto que es verdad en el plano intercontinental corre el riesgo de dar una imagen de totalidad que es engañosa. Situaría a Hispanoamérica homogéneamente como continente en la plena participación en los tiempos modernos. Y eso no pasa de ser una apariencia o una ilusión. Por participación y por modernidad. De ambas situaciones da cuenta la sensación de estar habitando o deshabitando en la marginalidad. La participación tiene más caracteres de adhesión, falta la autonomía; la modernidad tiene más caracteres de sugestión, falta la «eficacia».

    Esta marginalidad sentida en relación al exterior opera también hacia el interior de la sociedad hispanoamericana: sectores mayoritarios están ausentes de la participación económica, política y cultural de sus sociedades y su tiempo y su espacio no tiene las condiciones de la modernidad. No es lineal e irreversible sino cíclico y reversible su tiempo, y su espacio no es objetivo ni tecnificado sino mágico y misterioso. De esta manera la Historia llega solo hasta cierto nivel y espesor de la sociedad hispanoamericana, más allá de la cual se extiende y ahonda la Transhistoria.

    Hay una estratificación social que hace que ciudadanos de un mismo país vivan en mundos diferentes, opuestos, en edades que van desde el paleolítico a la era interespacial, con valores o antivalores opuestos o excluyentes. Esto de una parte. De otra, la civilización de la eficacia ha interferido y confundido a la cultura del mito, la ha resquebrajado y desarticulado; pero el mito, a su vez, capilarmente ha ascendido y confundido las coordenadas racionalistas y positivistas de los que manejan las instancias de decisión. Al ser así, el ser de Hispanoamérica se nos presenta con caracteres radicales de ambigüedad.

    Al intentar la comprensión de esta compleja realidad aparece especialmente delicada la elección de un método que presente las cualidades de flexibilidad y coherencia para interpretar con fidelidad un objeto de tales características.

    Hemos elegido el camino del arte. El arte es una expresión humana que interpreta con fidelidad y hondura el ser de una comunidad. Creemos que el artista posee una intuición que cala con sutileza y profundidad esencias accidentales humanas que dan cuenta de lo que el hombre es en su precariedad y en su grandeza. Dentro de la gama de las artes, la literatura, por trabajar con el lenguaje, aparece privilegiada para dar una imagen precisa del entramado espiritual que constituye la naturaleza humana. Nos ha parecido que la novela, por encarnar en su estructura un acontecer que requiere para su concreción un espacio y un tiempo, es una forma artística excepcional para ir desentrañando el sentir de la existencia, su condición de estar en el mundo.

    La existencia, que en su devenir vela y revela su misterio intermitente, retrospectiva y proféticamente, aparece como un símbolo de una realidad más amplia y más profunda; en su intrascendencia trasluce su trascendencia, en su finitud su infinitud. El arte es su análogo: en su materialidad patentiza la transmaterialidad, en su precariedad la plenitud. La novela artística en sus acontecimientos diseña el perfil de una cotidianidad que proyecta a la trascendencia la estructura de sus episodios, reedita estructuras que fueron en el origen o que esperan su concreción en el porvenir; reminiscencia o profecía, los acontecimientos artísticos revelan la memoria o la esperanza más verdadera de la especie.

    El arte se puede entender de muchas maneras. Aquí lo entendemos como una creación simbólica en el sentido que le otorga Ricoeur: «Hay símbolo cuando el lenguaje produce signos de grado compuesto donde el sentido, no conforme con designar una cosa, designa otro sentido que no podría alcanzarse sino en y a través de su enfoque o intención» (1978: 18). Señala además como zonas privilegiadas de emergencia de lo simbólico, «lo cósmico, lo onírico y lo poético». Entre estos le otorga preeminencia a lo poético: «la expresividad del mundo llega al lenguaje por medio del símbolo […] es el poeta el que nos muestra el nacimiento del verbo, tal como estaba enterrado en los enigmas del cosmos y la psique» (18).

    En la misma línea, Durand señala: «Al no poder representar la irrepresentable trascendencia, la imagen simbólica es transfiguración de una representación concreta con un sentido totalmente abstracto. El símbolo es, pues, una representación que hace aparecer un sentido secreto; es la epifanía de un misterio» (1971: 14).

    Parece posible, entonces, considerar lo poético y lo artístico como eminentemente simbólico, y lo simbólico como una «presencia» mediacional entre lo fenoménico y lo numérico, entre el caos y el sentido. El arte es, desde esta perspectiva, una especie de transconciencia que accede a las imágenes y símbolos transhistóricos de una comunidad.

    El arte es expresión que revela, entonces, un sentido del acontecer en el mundo. No traduce un sentido: lo acontece al desplegar su acontecer. De ahí que el verdadero arte sea intraducible a otro código que no sea su propia ocurrencia. Pero son posibles las aproximaciones a la traducción, las lecturas o, más optimistamente, es posible el acceso a alguna de las múltiples vertientes de su revelación.

    Esto es lo que intentaremos con las obras novelescas: una vía hermenéutica que busca un acceso a algún o algunos de los sentidos que estas obras poseen dada su configuración simbólica. Nos interesa el sentido, no solo el contenido, y el sentido se desprende de su realidad concreta de cosa ahí existente, y que desde su fisiognómica (como dice Cassirer) nos invita a su parcial desciframiento. Intentamos, modestamente, realizar una circular intercomunicación que va de la obra al lector y de este al autor; el círculo hermenéutico de Heidegger, en que en ruedas sucesivas se aspira trazar una trayectoria espiral que vaya alumbrando el sentido del hombre y del mundo y del entre que los retroalimenta relacionalmente.

    Este trabajo intenta una lectura comprometida para acceder a un sentido en la medida que se borra la distancia entre sujeto y objeto, en una coimplicación epistemológica en la que se es más cuando se integra más lo uno en lo otro, en que lo propio se penetra y se deja penetrar por lo extraño, los otros, lo Otro.

    En el fondo, se busca rastrear algo del ser del hispanoamericano; su instalación o su desambitalización¹ en el mundo; su itinerancia en búsqueda o su errancia en sin sentido; su presencia de estar en y con, o su ausencia desvinculante; su clausura o su apertura; su autonomía o su heteronomía.

    Dadas estas características de la obra del arte, hemos preferido frente a la novela hispanoamericana actual la vía de su selección cualitativa en lugar de un recuento temático cuantitativo como medio más idóneo para aproximarse a una comprensión del ser hispanoamericano. Si la obra artística es símbolo de lo más hondo y misterioso del ser, bastaría incluso con la lectura hermenéutica de una obra para ahondar en el sentido de la comunidad de la cual nace. Pero no estamos en condiciones de garantizar, ni mucho menos, esta lectura. Así es que hemos seleccionado diez obras de calidad estética relevante para, a través del seguimiento de sus dialécticas internas, recoger material para el esbozo de un perfil del ser hispanoamericano.

    Estas obras son: Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Rayuela, de Julio Cortázar; La casa verde, de Mario Vargas Llosa; El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; La región más transparente, de Carlos Fuentes; Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier; Los ríos profundos, de José María Arguedas; Boquitas pintadas, de Manuel Puig; y Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante.

    Pedro Páramo nos ha parecido un símbolo de la ambigüedad producto del entrevero colisional entre lo racional y lo mítico que, de una u otra manera, está presente en toda la realidad hispanoamericana. Rayuela la vemos como encarnación de la intermitencia del ser por el encuentro-desencuentro de presencia y ausencia de lo europeo y lo americano. En La casa verde hemos rastreado la precariedad producto del predominio de la heteronomía sobre la autonomía del continente, al exterior y al interior. El obsceno pájaro de la noche grafica el titubeo de la insularidad entre la apertura y la clausura hispanoamericana. Cien años de soledad nos revela la potencia de lo fabulante que podría definir el largo pleito entre lo oculto y lo popular en nuestro continente.

    Estas son las novelas-símbolos analizadas con relativa extensión por aparecer encarnando dialécticas claves para la comprensión de lo hispanoamericano.

    Sintéticamente se consideran las otras novelas por razones de espacio y de tiempo, en un aporte complementario a las dialécticas nucleares. En La región más transparente vemos la tríada cambio-permanencia-inestabilidad; en Los pasos perdidos el triángulo nostalgia-utopía-itinerancia; en Los ríos profundos el tema lo europeo-lo indígena-lo mestizo; en Boquitas pintadas lo rural-lo urbano-lo aldeano; y en Tres tristes tigres el problema de la expresión: la palabra-el silencio-el balbuceo.

    Así, a través de la itinerancia circular, espiral y a través de las isotopías simbólicas se ha querido ir rastreando una cierta recurrencia de emergencias que nos indiciaran una posible coherencia, la mínima, para balbucear una teoría del ser de Hispanoamérica.


    1 [Nota de la edición] El neologismo «ambitalizar», introducido por López Quintás (1977: 246), es definido por su autor de la siguiente manera: «crear ámbitos de interacción, convertir en espacios lúdicos los meros campos de interrelación física. […] Hacer entrar en relación de entreveramiento a realidades que ya de por sí son ámbitos-de-realidad, centros de operación y autodespliegue, no meros objetos. Estas realidades ambitales son reales y definidas, pero no delimitadas al modo de las entidades objetivistas –mesurables y asibles–. Abarcan un campo determinado de contornos no fácilmente precisables, y por esta condición ambital no limitan entre sí del modo abrupto como lo hacen las realidades objetivas, sino que poseen la capacidad de interferir sus respectivos campos».

    I PARTE

    Lo racional

    Lo mítico

    Lo ambiguo

    Pedro Páramo

    CAPÍTULO I

    REALIDAD Y AMBIGÜEDAD

    1) Introducción

    Pedro Páramo plantea un desafío a las categorías a las que recurrimos habitualmente para encasillar la realidad.

    En efecto, la estructura de la obra está basada en paralelismos antitéticos de contenido y de expresión. Al coincidir ambos planos, la obra sorprende por la impresión de coherencia, de trabazón, de homogeneidad, de continuidad, y de lo incoherente, destrabado, heterogéneo, discontinuo…

    Otros trabajos han propuesto los recursos de integración, desintegración e intensificación como los instrumentos idóneos para caracterizar el mundo de Pedro Páramo, y tienen razón; solo que a la hora de aplicarlos vemos que lo que se integra son elementos que en la visión habitual de la realidad no están integrados, que se desintegra lo que «normalmente» se ve integrado, y se intensifica y desintensifica lo que en la «realidad» ocurre, precisamente, a la inversa.

    El predominio del «como si» nivela lo equívoco, unívoco, análogo.

    Todo es lo mismo. Hay una abulia epistemológica que segrega una parálisis de las facultades cognoscitivas en un punto intermedio que no compromete ni al sujeto ni al objeto.

    En la novela, las fuerzas confluyen hacia el personaje central, Pedro Páramo, en un dinamismo centrípeto, mientras que por otro lado hay un incontrolable impulso que lleva a esa realidad a la dispersión, a la disgregación y al desmoronamiento.

    Todos los seres en esta realidad son radicalmente dependientes de un lado, e intocables e inconmovibles por el otro. Hay un fatum que dispone de la voluntad de los individuos más allá de sus propias fuerzas.

    Complementario a este aspecto es la indiferenciación direccional: se nivela el subir y el bajar, el salir y el entrar, el adentro y el afuera.

    Las isotopías semánticas generan una «atmósfera» (ya de por sí realidad indelimitada) integrada por aire y calor vacío; murmullo, eco y silencio; silueta, sombra y noche; agua, lluvia y río. Todos elementos cardinales, proteicos, desde siempre simbólicos. O sea, polivalentes; o sea, ambiguos.

    En su morfosintaxis, la oración simple, breve y escueta se contrapone con períodos y diálogos, que interrumpidos, reaparecen luego de varias secuencias. Estamos entonces frente a la delimitación, de una parte, y a la acción a distancia, de la otra.

    Factores indiciarios de ambigüedad son también los términos indefinidos como «esto», «aquello», «eso», y las formas verbales impersonales en plural que remiten a un sujeto indeterminado.

    Los personajes polidimensionales e inconclusos, con una permanencia en la indeterminación, emergentes y evanescentes a la vez, son elementos creadores de un clima de ambigüedad. Desconocidos siempre, y presentados como conocidos desde siempre, entregan también su coeficiente de desconcierto.

    Los acontecimientos de la novela, lineales en la fábula y circulares en la intriga, en el modelo narrativo desprenden de su peculiar modalidad de suceder una antítesis de duración y destrucción, de caída y muerte (fatalismo) y de reinicio primordial (edenismo)

    El espacio es superpuesto y coexistente (tal como existe en la novela, única existencia que posee): infierno y paraíso, frescura y calor, verdor y agostamiento; permanente (en el recuerdo), desvaneciente en la… ¿realidad?

    Hay una realidad que a cada paso va cambiando sus reglas de juego y sus modalidades de presencia, sobre todo sus primeras páginas. Su tiempo es un tiempo que no fluye, que no pasa: es decir, que no es tiempo. Tampoco es la duración infinita que es la eternidad. ¿Qué es sino ambigüedad un tiempo detenido, apozado, un presente que se extiende, indelimitado, al pasado y al futuro? Si no pareciera un juego de palabras, una relación de conceptos, diríamos que estamos frente a una temporalidad eterna o una eternidad temporal.

    La perspectiva narrativa, que hasta la mitad de la novela narra como desde la vida, induce al modo equívoco de recepción de aquella realidad. Se da una situación antitética en ese registrar desde la vida lo fantasmagórico, lo muerto, el trasmundo (primera parte) y desde la muerte se ve la vida, la ilusión, el mundo (segunda parte).

    Ambiguo es todo este contexto de presencia áspera, dura, agria, seca por fuera y de murmullos ilusionados al pasado (y al futuro) de la interioridad en el protagonismo colectivo de los habitantes de Comala: «Al crear esas extrañas circunstancias Rulfo no solo imparte un timbre apagado a la narración sino que también envuelve ­a toda la novela en una densa atmosfera de ambigüedad» (Pupo Walker, 1974: 163).

    Una actitud narrativa² prolongada y homogéneamente pasiva para presentar acontecimientos ferozmente violentos concurre a crear una atmósfera ambigua en su relación con el lector.

    En resumen, creemos, al igual que Leal, que Rulfo ha tratado de reflejar en la estructura caótica el fondo mismo de la novela que es «en sí vago, indefinido, irreal, nebuloso» (1974: 22).

    En el plano de la expresión, Pedro Páramo nos obliga a plantear el tema de la realidad y la ambigüedad en el mundo, en el hombre, en el encuentro o desencuentro de este con el mundo, con lo Otro y con los otros.

    2) Realidad y relación

    ¿Cómo es concebible la realidad? López Quintás (1977: 164), siguiendo la línea de Heidegger, Whitehead y Zubiri (entre los filósofos), Portmann y Klein (entre los antropólogos) y Souriau, Dufrene y Pareyson (entre los estetas) y consigna lo siguiente:

    La realidad presenta un modo de unidad constelacional, estructural. Toda estructura consta de diversas notas ensambladas funcionalmente en virtud de la unidad que la subtiende y les confiere sistematismo. En un conjunto sistemático las notas integrantes se co-determinan y exigen, formando un todo clausurado y autosuficiente en el orden de la constitución. Esta idea de sistema es propuesta por Zubiri como explicación última de la realidad, en vez de la antigua de sustancia (como sub-jectum o sustrato de accidentes cambiantes).

    Unidad constelacional, dice el autor; o sea, realidad que es resultado de la interrelación de múltiples factores, creando sistemas en que las cosas son en virtud de un nexo solidario que posibilita su interferencia.

    Dentro de esta estructura constelacional la realidad adquiere su dimensión efectiva, su densidad óntica, su nivel, su situación. Podríamos decir que el ser no es sino en y por la relación, tanto en el nivel de los entes materiales como en otros niveles, como el del lenguaje. La relación permite la decantación y clarificación de los elementos al interior del sistema, y, hacia fuera, su integración en órdenes más amplios de esta realidad.

    De esta modalidad de ser de la realidad derivan varias consecuencias que dicen relación con el tema de la ambigüedad. Si la relación es la configuradora en última instancia de la realidad, caben múltiples posibilidades de estructuración o integración. Esta apertura hace que la realidad no tenga una permanencia de ahora y para siempre en un estatuto que establezca una modalidad de ser monovalente.

    Esto obliga a concebir el mundo como contexto:

    Naturalmente este concepto de Mundo no significa conjunto de cosas naturales, físicamente reales, a lo sumo, de asuntos y de urgencias económicas, sino la totalidad de los horizontes y de los contextos referenciales que rodean y condicionan el existir humano. Entendido así, ya se comprende que queda incluido dentro del Mundo el plano de las normatividades lógicas en toda su extensión, así como otro plano normativo (jurídico, técnico, estético, moral, etc.), aunque tenga que ver muy poco con las facticidades físicas. Pero este hallarse incluido en el Mundo como contexto envolvente y condicionante de todo modo de ser, de aparecer, de valer o de hallarse vigente, introduce una modificación en el modo de concebir estos diversos planos en sí mismos: una autonomía absoluta de cada uno de ellos resulta imposible e inconcebible, produciéndose así una verdadera comunicación de niveles, que reciben su último sentido por su posición semántica y sintagmática en el conjunto total. (Cencillo, 1970: 358)

    Esta concepción de la realidad nos lleva a ampliar su concepto desde los entes materiales a las realidades inmateriales. En efecto, muchas de las unidades constelacionales están regidas por específicos tipos de relación y son estos los que les otorgan un orden y una jerarquía: o sea, una determinada densidad óntica.

    Además, y como en todo sistema, opera la presencia y la ausencia, y esto es un factor importante en relación con el problema de la ambigüedad que nos ocupa; si es difícil contextualizar las presencias, es casi imposible contar además con las ausencias en estos sistemas constelacionales. Estas, sin embargo, gravitan (a veces de una manera decisiva) en el conjunto.

    Vale decir, esta realidad transida de respectividad es esencialmente dinámica, siempre está in fieri, de una parte; de otra, está la presencia ausente de la totalidad que hipotetiza y hace provisoria la realidad de ese momento.

    Contra la objeción de que esta visión sea solo subjetiva y por ende, según algunos, irreal, el mismo autor acota:

    El mundo, entero, en medio de su heterogeneidad y precisamente por ella, presenta una faz cargada de mensajes, las más veces de multivalencia casi inverosímil en sus implicaciones, y siempre enigmática, lo cual es indicio de que no se trata de una simple «proyección» subjetiva, sino que, al contrario, la conciencia humana se ve envuelta y se siente desbordada por algo que viene de más allá de sus categorías y de sus procesos psíquicos e incluso de las facticidades físicas de las cosas mismas. (387)

    3) Realidad y ambigüedad

    Nos aparece entonces una red infinita de realidades de diversa densidad, nivel y situación, simultáneas, superpuestas, interpenetradas, emergentes y evanescentes, que pugnan por aflorar con un rostro, con una configuración.

    Esto es superior, infinitamente, a la capacidad del metabolismo gnoseológico del hombre. En resumen:

    La característica de la ambigüedad presenta una doble vertiente: la ambivalencia que las realidades en sí mismas poseen cuando todavía no han sido integradas en un acontecimiento, y la exigencia táctica que toda posibilidad, e incluso toda situación, nos hace sentir, de optar por uno de sus aspectos, posibilidades o valores e incluso de decidir el punto de vista que ha de prevalecer en la opción. (Cencillo, 1970: 383)

    A esto cabe agregar la presencia de una zona que media entre los conceptos de ser y nada que está poblada de atmósfera en trance de ser o de dejar de ser y que penetra toda la realidad existente; en el fondo ser agujereado por la nada, y, por tanto, con una modalidad de ser fundamentalmente ambigua.

    Lo expuesto exige considerar ahora el estatuto del ser del otro polo de la relación: el hombre.

    Cabe considerar al hombre como constituido solamente por la materia. Sería una «cosa entre las cosas», determinado en su modo de ser por estas y consumiéndose en y como estas. Hay sin embargo datos en la trayectoria de la humanidad que lo presentan rebelándose contra esa unidimensionalidad. Así, por ejemplo, el mito o el arte. Más bien pareciera una precariedad desazonada de serlo, inconforme, menesterosa de trascender su finitud: «Nosotros no concebimos directamente al hombre, sino por composición, como el mixto de la afirmación originaria y de la negación existencial. El hombre es el gozo del si en la tristeza de lo finito» (Ricoeur, 1970: 220).

    Desde este punto de vista la condición humana se nos aparece como ambigua. Para ilustrar su pensamiento Paul Ricoeur recurre al arte, en el que ve un ansia de escapar de la finitud: «Si dura la obra de arte es porque los elementos duros, resistentes, del cosmos salvaron del olvido la Idea que ella encarna» (221). Continuando con su planteamiento el citado autor concluye:

    En sí mismo y para sí mismo el hombre sigue siendo desgarramiento. Esta grieta secreta, esta falta de coincidencia entre yo y el yo, es lo que viene a revelarnos el sentimiento. El sentimiento es conflicto, y nos muestra al hombre como conflicto primigenio. (221)

    Este es el concepto del hombre en el pensamiento de uno de los más destacados filósofos contemporáneos: visión del hombre que se escinde, que se desangra por la herida que viene con su naturaleza. Naturaleza no compacta, no plena, sino a medio camino entre abismos y grieta ella misma. Grieta consciente y rebelde.

    «Inconcluso», lo llama Neruda. Añorante de la «tierra donde no se perdía», se presenta en el sentimiento de Gabriela Mistral. «Dichoso el árbol que es apenas sensitivo», señala Rubén Darío.

    Frente a estas posturas que remarcan el límite de la condición humana, Darío apunta que «el yo no limita». López Quintás señala que eso ocurre porque el hombre tiene la facultad de superar la espacialidad «cósica» y crear su propia espacialidad, por tanto, es habitante de una espacialidad eminente: habitante y creador. El mismo autor señala en otro fragmento:

    Por ser espíritu encarnado, el hombre se halla en una tensa situación bipolar: atenido a lo material-objetivo e instado por exigencias y valores espirituales, sometido a una situación y libre en su obrar, ligado al fluir puntual del tiempo huidizo y menesteroso de eternidad. (1971: 426)

    El fragmento es claro en el sentido de recalcar la doble tensión que tironea al ser humano y que lo sitúa en equilibrio inestable en su existir, dejando en riesgo permanente su armonía y problematizando la continuidad de su proyección interna. De esta manera el hombre aparece constituido por elementos que dialectizan su dinamismo de una manera impredecible. Sus acciones son enigmáticas, sus reacciones imprevisibles, sus itinerarios de ida o regreso

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