Las cosquillas de Adán
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Las cosquillas de Adán - Antonio Santana Pérez
Edición y corrección: Disamis Arcia Muñoz
Edición para e-book: Diley Milián López
Diseño del perfil de la colección: Enrique Mayol Amador
Diseño: Julio A. Mompeller
Composición: Deborah Prats López
Diseño y composición para e-book: Roberto Armando Moroño Vena
Ilustraciones de cubierta e interiores: Raúl Martínez Hernández
© Antonio Santana Pérez, 2015
© Ediciones Liber, 2015
ISBN 9789590906701
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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial JOSÉ MARTÍ
Calzada No. 259 e/ J e I, Vedado, La Habana, Cuba
E-mail: direccion@ejm.cult.cu
http://www.cubaliteraria.cu/editorial/editora_marti/index.php
Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue.
Heráclito de Éfeso
La ironía y el humor son la gran ivención del espíritu moderno.
Octavio Paz
Fe de Humor
Portadilla%201A.tifJuicio
El acusado había decidido asumir su propia defensa con los mismos fundamentos que lo llevaron a estar en boca de todos. Al concluir su alegato ante un jurado —a todas luces predispuesto por los comentarios de repulsa de la comunidad de la que formaban parte—, se sentó cabizbajo.
El representante de la Fiscalía se acercó al estrado, y esparciendo lenta y visualmente su indignación ante cada rostro del heterogéneo tribunal, señaló hacia el acriminado.
—He aquí a un embustero que pretende denigrarnos, desacreditar nuestra idiosincrasia. Ante la opinión pública mundial —prosiguió el fiscal— este individuo ha sido capaz de reafirmar sus inaceptables e indecentes conclusiones. Es inconcebible que alguien en su sano juicio plantee que algunos de nuestros antepasados hayan evolucionado hacia tan mezquinas y atroces conductas, mantenidas irracio-nalmente durante siglos hasta el presente. ¡Eso es un disparate! —retumbó su última frase.
Un bullicio de sonidos guturales, chillidos, golpes en el suelo, saltos y gestos de apoyo se desbordó en la concurrencia.
Al rato, tras la deliberación del jurado, un chimpancé en nombre del grupo formado además por mandriles, gorilas, macacos y orangutanes, dio a conocer el veredicto.
—Lo declaramos demente.
Compungido en su banqueta, Charles Darwin miró hacia la muchedumbre de simios enardecida de satisfacción, y murmuró contrariado:
—Quizás tengan razón.
Obsesión
Cada día la idea de un premio importante satura el sentido de su vocación. En imágenes soñolientas se ve aplaudido recibiendo el primer lugar del certamen literario. En reiteradas ocasiones mientras defeca escucha su nombre en voz del presidente del jurado. Al abrir la página cultural del periódico sus ojos improvisan el título de la obra ganadora. Con sano orgullo asiste a la reunión en el centro de trabajo donde comentan el éxito de su labor como escritor. Cuando observa el televisor su figura aparece en la pantalla durante una entrevista que concedió a un programa estelar.
Súbitamente, la duda corta el ímpetu visionario y arremete contra los degenerados que apuestan solo por las corrientes literarias de sus preferencias. La ilusión regresa a él lentamente hasta incrustársele en la mente la posible causa de tan retardada fortuna: ¿Querrán esperar a tener más edad para reconocer mi aporte a las letras?
A ambos lados, dos hileras de sillones acogen a personas ensimismadas en otras obsesiones. Se respira, momentáneamente, un ambiente tranquilo en esta sala del hospital psiquiátrico.
Religiosidad de punta
Aglomerados en la espaciosa sala, los creyentes observaban en silencio los movimientos del padrino de ceremonia. En una esquina, un pedestal —envuelto con tela punzó y custodiado por un bastón encintado y una espada color oro— acogía encima al sacro símbolo y sus atributos: caracoles, piedras sagradas, jícaras, pitos, bolas jaspeadas, trompos y diminutos objetos de porcelana y terracota.
El anfitrión proseguía el ritual tendido sobre una estera de fibra vegetal, próximo a dos velas encendidas y rodeado de las ofrendas a la divinidad: tabaco, coco seco, mazorca de maíz y plátano maduro. Los ahijados esperaban el momento de manifestar, por separado, el respeto a sus poderes divinos.
Impasible y majestuosa, serpenteada por un collar de cuentas blancas y azules, la deidad parecía calar a cada devoto desde lo alto del santuario. ¿Quién más autorizada que ella para calibrar sus pecados?
Finalizado el culto, a solas con la venerada figura, el morador la trasladó del podio sagrado a una mesita cercana. Conectó el enchufe, tecleó la contraseña, y se sumergió fervorosamente en las entrañas de la computadora.
La suerte según Gutenberg
La hilera de personas avanzaba lentamente. Los más rezagados oscilaban sus credos conforme a la disminución del bulto objeto de intenciones y dudas. El nerviosismo se hacía evidente en el movimiento escrutador de manos y ojos. Cada paso hacia delante, una expectación; cada pulgada restada, una esperanza. Estaba en juego atrapar el latir del mundo, romper el ocio de lo cotidiano. Los aspirantes bullían, impacientes, ante la posibilidad del fracaso, por el ya cercano desenlace.
De repente, quienes aún aguardaban en fila, sintieron desmoronarse el hado cuando la esperada frase se esparció en derredor del estanquillo:
—¡Se acabó el periódico!
Reivindicación
Los asistentes al congreso se mantuvieron tradicionalmente en el anonimato. Ahora, a rostro descubierto, decidieron unirse para alzar sus experimentadas voces. El orador principal puntualizaba las consideraciones del grupo:
…siempre fuimos personas no gratas en la sociedad. Sin embargo, desde hace varias décadas muchos nos han aventajado ocupando posiciones gubernamentales. Por tanto, exigimos desagravio histórico a nuestro desempeño en el pasado. Es innegable que nuestra labor de tiempos convulsos es mucho menos criminal que los actuales daños colaterales y atentados terroristas. Ante las continuas masacres colectivas en el mundo —afirmaba airado el portavoz— la Sociedad de Verdugos Inactivos pide la reivindicación del hacha, la horca, la guillotina y el garrote para democratizar la muerte, llevándola públicamente, a la vieja usanza, al plano individual con derecho a pedir el último deseo en vida…
Los aplausos irrumpieron en el salón y en millones de hogares donde los televidentes, esperanzados, enviaban mensajes electrónicos de apoyo.
Tener fe
El cartero suena el silbato y vocifera un nombre y dos apellidos. El interesado se acerca presuroso y toma el telegrama con ansiedad. Tras leerlo, su semblante absorbe toda la claridad que le rodea.
—¿Buenas noticias? —inquiere un vecino.
—¡Al fin llegó mi oportunidad!
Hace un ademán de triunfo, y desbordante de repentinos planes, regresa a la tumba a compartir su dicha con