El Vuelo Del Mayate
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En el nimo de la propuesta, es meramente connotar que cada circunstancia de la vida tiene sus tintes muy particulares ad hoc a los personajes as como de los momentos y entornos en los que se desarrollan los relatos.
Cuentos y relatos breves pero que dejan la posibilidad de su propia imaginacin al lector.
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El Vuelo Del Mayate - Everardo Pérez L.
Copyright © 2014 por Juan Everardo Pérez.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014902370
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-7845-5
Tapa Blanda 978-1-4633-7844-8
Libro Electrónico 978-1-4633-7843-1
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 17/06/2014
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ÍNDICE
CABALLO BLANCO
DE ALLÁ… DE CHAMACUERO
LAS LUCATERO
LOS CONDENADOS
VORÁGINE
EL VUELO DEL MAYATE
CALOBETO O UN ASUNTO DE DEDOS
EL CATRÍN DEL BAILE
CRÓNICA DEL ETANOL
(Carta de los vecinos quejumbrosos a Benjamín)
CHETÓN EL DIESEL
MR. RAINBOW
EL SEGUNDO INSTANTE DE MI VIDA
EL DIARIO DE YAJAIRA
EL CANTO DE AZUCENA
DEDICATORIAS:
A mi hijo Cristian, que siendo aún muy pequeño, tiene un corazón altamente motivador.
A Anja, por su incondicional amor.
A mi familia, en las buenas y en las no tan buenas, siempre a mi lado. Todos y cada uno de ellos.
A mis amigos y conocidos, que son parte de mi destino y que me reconozco en cada uno de ellos.
A mi buen estimado Neftalí Baez, del cual no hubiera descubierto este maravilloso menester, si no fuera a través de su amistad.
CABALLO BLANCO
A nidada en la noche, la luna recorría su parsimonioso velo de nubes a su paso. La luz mortecina hincaba en mi rostro, el desvelado anhelo de sanar, pues los galenos de la ciudad jamás encontraron cura a mis añejos sortilegios que, por andar de mujeriego y sibarita, una mala mujer de mi horma y calaña me enredó con sus hechizos y pócimas; y…, allí me encontraba, sentado en la fila interminable de cuantos aquellos que como yo también acudían a ver al gran curandero.
—¡Ta’siendo frillecito compa! —dijo un paisano que arrugándose una bufanda de colores entre sus manos y la boca, sólo el vaho era visible entre sus gélidas palabras.
—Algooh —le contesté con friolenta mirada y una voz entrecortada.
El aire congelante de esa noche parecía explotar mis ojos y abrir como cuchillas mis pómulos. La nariz sólo era un pedazo de hielo más en mi rostro, y mis manos débilmente sostenían un tarro con café, ¡tan cargadísimo!… Que la lengua me amargó al instante, pero a pesar de ello, el frío era más insoportable aún.
—¿Y qué? —preguntó uno de los paisas, que momentos atrás me había ofrecido el tarro con café—, ¿qué le trajo su merced por acá? ¿Cuál es tu mal paisano?
Fue entonces que allí sentado junto con los dolientes de estos males, comencé a relatar los sortilegios y desventuras que en vida arrastraba hacía ya más de diez años. Poco a poco empezaron a cubrirme nuevos rostros —de aquellos que como yo— también montaban guardia esa madrugada en la fila interminable de enfermos, todos atentos a cuantas palabras y desgracias acompañaban mi relato…
—Y, ¡pérense! No contenta con eso…, le empezó a mandar recaditos a mi mujer, ¡la muy jija del mais! Y despuecito, que me dieron una de retortijones en la panza que hasta eché sangre en tres ocasiones.
La rueda humana atenta a mis palabras estaba, entremezclada con los humos de los braceros que la gente ponía para calentarse. El ulular del viento traspasaba los árboles haciéndole un coro lúgubre a mis relatos. Sí… allí estaba yo, contando uno a uno y con detalle, mis males que me provocó aquella maldita mujer. Lentamente me estremecía al recordar cómo esa mala influencia, me sometió a sus encantos de hechicería.
—(…) y eso es todo. Por eso es que estoy aquí, pues cada día que pasa…, cada día que vivo… ¡Es insoportable!
—¡No, si por eso digo! Viejas como esas las hay como tepocates después de llover. No joven, usté está vivo de puritito milagro. ¡De’sas jijas hay que tenerles cuidao!; uno cae redondito y luego, ahí ‘tan las consecuencias —replicó aquel hombre después que supo mi desgracia—, no cómpa, usté lo que necesita es un trabajo fuerte, pero no se lo preocupe, si usté se tiene fe, el hermano lo sacará de este apuro. ¡Usté téngase fe… Yo sé lo que le digo!
Aquél individuo se paró apoyando su mano en mi hombro, así como la mano de un padre consuela a un hijo en redención. Entre palabras aguardentosas y escupitajos se alejó diciendo: Ahorita vengo, voy’char el miedo
.
Tomé un sorbo al café cuando una viejecita se acercó lentamente a mí para darme un consejo, tras haber escuchado mi lastimoso relato. Con una voz lerda y entrecortada por la falta de sus dientes, se dirigió tomando con sus manos las mías y comenzó a soslayar el entumecimiento de mis dedos; me miró y dijo:
—Yo tuve un hijo, así como asté joven. Me lo perdieron unas malas gentes y lo burlaron de su cabeza. Fui con los doitores, que si era esto que aquello y lo otro y nomás nah. Naiden me podía decir lo que tenía mi’jo, pues de repente se me ponía requetemalo y le daban calambres que hasta lo hacían retorcerse y, cuando hacía del cuerpo, le salían puras cosas negras —Así, aquella mujer me develaba su pesar entre lágrimas incontenibles.
—Y me lo mataron, ¡me lo mataron a mi muchachito! Y ahora se me pasaron unos males por acá en la espalda, como si tuviera a alguien cargando y no puedo respirar.
Tristemente me percaté que toda esa gente sufría de similar padecimiento que el mío, al tiempo que volteaba hacia el lado de la calle empedrada y, vi que poco a poco llegaba más y más gente a tomar su lugar en la interminable fila.
En la lejanía del pueblo, allá por los cerros… todos verdes, la claridad del cielo develaba el camino de la alborada. Un gallo entonó su aviso a los demás para despabilar el ambiente campirano y pueblerino; ese ambiente que transita a veces inmutable al paso del tiempo, más aún… aquella mañana era diferente, pues el hermano: Caballo Blanco, venía a sanar a los que por costumbre, ya le conocían por sus milagrosas curaciones y a otros que por primera vez —como yo— depositaban su esperanza en la fama del curandero.
Pronto la ancianita me instó a tener listo el material de la curación que solicitaba el galeno espiritista, el cual era un rollo de algodón de peso considerable y de costo nada barato, una bolsa de gasas, un litro de alcohol del 96 y un paquete de veladoras —6 veladoras para ser exacto—. La fama de aquél individuo era tan ecuménica, que inclusive lugareños de otros pueblos venían a verle, abarcando así las conciencias de las masas creyentes en sus milagros, ya que sus curaciones —decían— eran como bendecidas por la santa mano de Dios; por que operaba en el astral y no dejaba rastro alguno de sangre o cicatrices. Todo era obra de sus manos —manos que por cierto me parecieron como de enano: regordetas y pequeñas, la primera vez que las vi.
Pronto salió uno de los asistentes del curandero. Repartía una contraseña o clave escrita en un papelito color rosa pálido. Mi número decía…, creo que decía ochenta y nueve o, más o menos así; pues la tinta estaba corrida y apenas se lograba distinguir. Enseguida una asistente —esta vez una mujer— de estatura mediana, de rostro enjuto y huesudo, mirada profunda y dientes molachos, vestida con una larga túnica blanca; recogía el material de curación de cada uno de los enfilados. Había algunos que olvidaron llevar entre sus encomiendas, las veladoras o cualquier otro insumo que, por ser una curación más complicada, éstos eran encaminados en una fila especial para que adquirieran el material faltante a través de la compra del mismo.
El lugar era común y corriente… Nada del otro mundo. Una simple casa de color verde olivo, era abrigada con un par de bugambilias a ambos lados del porche, el cual tenía una serie de cuadros litúrgicos y al centro en la parte superior de la puerta principal, una leyenda, misma que decía: Y Jesús espulso los demonios de los infiernos y trajo zanacion a todos los hombres
.
Al poco rato mi visión se perdía entre la multitud al tratar de localizar el fin de la