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La Primate
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Esteban Herrera Iranzo (Barranquilla, Colombia; 1950- )

Procedente de una familia de periodistas y abogados, El Narrador de La Arenosa, como es conocido en el medio literario, sinti desde muy joven una gran aficin por el estudio de la comprensin, interpretacin y representacin del humano en su reaccin sentimental al mundo que lo rodea. Estudi Ciencias Jurdicas, y Dibujo y Pintura, en su pas natal; lo cual le vali para desempearse en algunos cargos, como el de Director del Instituto Municipal de Cultura de Soledad, Departamento del Atlntico, y Profesor Catedrtico de Diplomado en Derecho Notarial de la Universidad Simn Bolvar, en Barranquilla. Para ese tiempo escribi para el peridico La Libertad, artculos relacionados con los cambios que la modernidad imprima a la familia, y sobre diferentes aspectos de la vida social en la historia colombiana. Mas, fueron sus obras literarias Olgo y San Juan y la Burra. El apstol que lleg tarde, las que le situaron en el plano de los grandes escritores del pas, por su extraordinaria narrativa y gran aporte al patrimonio cultural.

Su ensayo Neoliberalismo, Familia y Ruptura de la Pareja, ha servido por aos como texto de consulta para profesionales que se especializan en Derecho de Familia colombiano.

A comienzos del 2003, lleg a Miami con su esposa y un hijo menor. All realiz estudios de Arte Dramtico, en Prometeo, Miami Dade Community College. Algn tiempo despus se estableci en Reading, Pensilvania, ciudad donde inicialmente escribi para el Peridico La Voz, y la revista empresarial Viwinco y en la que ha escrito dos libros, La Franciscana (indita) y La Primate, obra sta que hoy lanza al mundo.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento26 jun 2012
ISBN9781463324223
La Primate
Autor

Esteban Herrera Iranzo

Esteban Herrera Iranzo (Barranquilla, Colombia; 1950- ) Procedente de una familia de periodistas y abogados, “El Narrador de La Arenosa”, como es conocido en el medio literario, sintió desde muy joven una gran afición por el estudio de la comprensión, interpretación y representación del humano en su reacción sentimental al mundo que lo rodea. Estudió Ciencias Jurídicas, y Dibujo y Pintura, en su país natal; lo cual le valió para desempeñarse en algunos cargos, como el de Director del Instituto Municipal de Cultura de Soledad, Departamento del Atlántico, y Profesor Catedrático de Diplomado en Derecho Notarial de la Universidad Simón Bolívar, en Barranquilla. Para ese tiempo escribió para el periódico “La Libertad”, artículos relacionados con los cambios que la modernidad imprimía a la familia, y sobre diferentes aspectos de la vida social en la historia colombiana. Mas, fueron sus obras literarias “Olgo” y “San Juan y la Burra. El apóstol que llegó tarde”, las que le situaron en el plano de los grandes escritores del país, por su extraordinaria narrativa y gran aporte al patrimonio cultural. Su ensayo “Neoliberalismo, Familia y Ruptura de la Pareja”, ha servido por años como texto de consulta para profesionales que se especializan en Derecho de Familia colombiano. A comienzos del 2003, llegó a Miami con su esposa y un hijo menor. Allí realizó estudios de Arte Dramático, en “Prometeo”, Miami Dade Community College. Algún tiempo después se estableció en Reading, Pensilvania, ciudad donde inicialmente escribió para el Periódico “La Voz”, y la revista empresarial “Viwinco” y en la que ha escrito dos libros, “La Franciscana” (inédita) y “La Primate”, obra ésta que hoy lanza al mundo.

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    La Primate - Esteban Herrera Iranzo

    La Primate

    Esteban Herrera Iranzo

    Copyright © 2012 por .

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    esteban19501@hotmail.com

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    401144

    Contents

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capitulo X

    Capitulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capitulo XIV

    Capítulo I

    Barranquilla, Abril de mil novecientos setenta. Aún faltaban unos veinte minutos para empezar la misa de las siete y no cabía un alma más; todos habían llegado desde muy temprano y las largas bancas de la iglesia se hallaban topadas. El novio, que yacía a un lado del altar, arrodillado frente a un gigantesco crucifijo, parecía ajeno a los comentarios que en voz baja hacían los presentes, en medio de un nerviosismo que a muchos les hacía levantar del asiento para irse a una de las tres puertas de entrada, echar un vistazo a las afueras y regresar. Y es que no querían perderse de aquel matrimonio que más que un sacramento les significaba el desenlace de una enorme expectativa. Sabían de las amenazas que anunciaban que éste sería impedido, matando a la novia en la iglesia si era del caso; conocían así mismo la procedencia de ellas y quienes las personas encargadas de cumplirlas; mas, el pánico que tal situación les causaba no era mayor que la curiosidad por conocer a la joven, ya que el noviazgo había estado rodeado de un misterio que apenas esa tarde había permitido las primeras luces. Algunos habían llegado a preguntarse si aquélla, fuere quien fuere, sería capaz de arriesgarse a una muerte casi segura solo por amor.

    El joven miró su reloj y se levantó y, de frente a los presentes, comenzó a avanzar lentamente por el pasillo central. Aquéllos, que lo observaban con la impresión de estar frente al galán de una película de terror, vieron como éste se detuvo al llegar a la mitad, separó las piernas y cruzó los brazos; dejando ver, a través de su elegante vestido negro, un cuerpo de complexión atlética envidiable.

    -¡Ahí viene, ahí viene! – gritó una jovencita que se hallaba en la entrada principal.

    Un silencio invadió hasta el último rincón de la iglesia, mientras los presentes se miraban las caras. La jovencita volvió a gritar –¡Llegó la novia, llegó la novia! – y enseguida muchos saltaron de su asiento para irse a ella.

    Un auto negro se hallaba frente a la iglesia. El conductor, un joven delgado de pantalón y chaqueta marrón, había descendido y caminaba hacia la puerta trasera.

    La jovencita que había dado los gritos entrelazó los dedos de las manos y comenzó a brincar – ayy, Dios, ¿qué irá a pasar ahora?, – mientras un niño de unos cinco años trepaba de un brinco a los brazos de su madre, al ver que un perro, que se había acercado a los curiosos, emprendía una veloz huida, chillando del dolor que le producía la patada de uno de ellos.

    El joven ayudó a descender a un niño vestido de blanco y, mientras éste, que traía en sus manos una canastilla de arras, esperaba en el andén de entrada, volvió al auto. Una mano cubierta por un guante blanco se aferró a la de él y enseguida una joven, que vestía un traje de novia de igual color, descendió y, con una tranquilidad que causaba desespero, ordenó algunas flores del ramo que traía empuñado y fue hasta el niño, lo tomó suavemente del brazo y lo invitó a caminar, para luego hacerlo ella con un paso lento que daba cierta moderación a un ritmo corporal de por sí alegre.

    La novia, del brazo del flacuchento y seguida del niño, se acercaba a los curiosos cuando algo hizo estremecer a estos: el velo que traía en el rostro era tan espeso que impedía reconocerla -¡Trae el rostro cubierto, trae el rostro cubierto! – comenzaron a decir mientras luchaban inútilmente por atravesar éste con sus ojos.

    Bajo el asedio de toda clase de miradas, la novia y sus acompañantes pasaron por entre la concurrencia y entraron al templo.

    El novio, que desde el pasillo central había visto a la joven, caminó hacia ella; y ella, que también lo había visto, se soltó de su acompañante y apuró el paso hacia él

    -¡Ayyy, Dios mío! – exclamó una mujer que se había quedado en su banca cuando vio que de la mano en que aquella llevaba el ramo de flores, caía una cadenilla de bronce de la que pendían dos balines pequeños.- ¡Cualquier cosa puede pasar esta noche aquí! - se dijo, llevando la mirada al Redentor, para enseguida comenzar una plegaria.

    El joven detuvo el paso y, con una expresión de alegría, la recibió con un abrazo. Ella, que lo miraba al rostro a través del espeso velo, acercó la boca a su oído y le dijo algo que él, con una ligera sonrisa, le contestó en voz baja

    Una vieja flaca, cuyo rostro y mirada denunciaban a leguas su espíritu chismoso, observaba cuidadosamente cada uno de los movimientos que aquélla hacía mientras charlaba con el joven -¡No es ella. Puedo jurarlo! – se decía, apretando una mano con la otra

    El Joven tomaba a la novia por el brazo para dirigirse a unas sillas que se encontraban frente al altar cuando una brisa proveniente de una de las puertas laterales levantó el velo de ésta y, aún cuando cayó enseguida, una muchachita que pasaba por su lado alcanzó a ver su cara -¡Es linda!, ¡muy linda! – gritó con una alegría incontenible, echando a correr por el pasillo

    -¿Qué es lo que estás diciendo, niña? – preguntó una mujer que la tomó sorpresivamente del brazo

    -¡Es verdad, es linda; yo le vi la cara! – respondió la jovencita

    - Pero, ¿ quién es?, dime quién es - preguntó la mujer en medio de la curiosidad de muchos, que habían vuelto a levantarse para irse a ellas

    - No la conozco – respondió aquélla

    Cali; meses atrás.

    La oscuridad había comenzado a tomarse aquel lugar lúgubre, en el que habitaban seres abandonados sin misericordia por una luz vacilante que una vez les había acompañado. En el interior de él, en una banca de madera, al lado de una angosta zanja por la que corría un agua turbia y olorosa a jabón, proveniente de la lavandería, y bajo una luz amarillosa que arrojaba un bombillo desde arriba de la puerta de ella, una vieja gorda, vestida de falda blanca, larga hasta los tobillos y blusa cielo, charlaba con una flacuchenta de similar edad, que vestía de jeans azul y blusa colorada, escotada en el cuello y sin mangas, que dejaba ver gran parte de unos senos cuarteados y unos brazos pellejudos. Desde un frondoso mango, a pocos metros de sus espaldas, dos ojos las observaban.

    - Fue una noche interminable. No podía yo dormir; mi cuerpo se movía de arriba abajo y de un lado a otro sin proponérmelo; mientras José, desvelado también, me abrazaba diciéndome palabras que yo en ese momento no podía entender – decía la vieja gorda con unos gestos y un tono que dejaban apreciar las huellas borrosas de un pasado aristocrático.

    -¿Y? – Preguntó la flacuchenta de la blusa colorada, mirándola con unos ojos entrecerrados que denotaban una enorme suspicacia.

    - Mis gemidos eran tan fuertes que fueron escuchados por los vecinos – ¡José, escucha: tienes que comprenderla; la cosa es con amor! – gritaba una vecina, en tanto que su marido, un gigantón de voz de trueno, gritaba a todo pulmón – ¡José, colócala bocabajo y sóbala; sé porqué te lo digo!

    -¿Y qué siguió? – Volvió a preguntar la de la blusa colorada, cruzando los brazos, mientras desde el árbol los dos ojos seguían clavados en ellas.

    - Pobre José, - dijo la viejona gorda - brincó como un loco por encima de unos muebles que en esos días había estado fabricando para un cliente, llegó hasta la cocina y regresó con una taza de aceite en la mano.

    -¿Y entonces? – Volvió a preguntar la flacuchenta vieja de la blusa colorada, con una expectativa plagada de un odio que le hacía pelar los dientes.

    - Sin decirme una palabra, rasgó mis vestidos y, contra mi voluntad, logró ponerme bocabajo.

    -¿Y qué más?

    - El aceite no era el remedio. Sentí en ese momento que el dolor se apoderaba hasta de mi rasgada ropa y grité: ¡Jesús; ven mijo, ven, que solo tú puedes calmar mi dolor!. José me abrazó con fuerza y, con una respiración entrecortada que golpeaba y quemaba mi nuca, me dijo con voz de llanto – ¡Nada podrá hacer Jesús para aliviar nuestro dolor!, ¡Tienes que aceptar, María, que él ha muerto!

    -¡No sigas!, ¡por favor no sigas! – gritó con rabia la de la blusa colorada, levantándose de un brinco – ¡el resto ya me lo sé:José no era el padre de tu hijo; tú lo concebiste por obra y gracia … pero el lo crió…!, ¿hasta cuando vas a estar con tus mentiras, Clara?

    -¡Me haces el favor y me llamas María, que yo jamás te he llamado por un nombre diferente al tuyo! – contestó también a gritos la viejona gorda, mientras hacía desesperados esfuerzos para levantarse.

    - Que María ni que carajo; eres una odiosa que pretendes mantenernos engañadas para comerte nuestros alimentos. No puedes negarlo, te hemos sorprendido varias veces en la cocina haciéndolo – gritó la de la blusa colorada, viendo como aquélla lograba ponerse de pie. Unos gritos de una mujer ronca se escucharon en ese momento -¡Vuelva, vuelva! ¡no me obligue a utilizar la fuerza!.

    - Me respetas mentirosa de mierda; yo jamás he cogido un grano de arroz de mis súbditas; tú, en cambio, las tienes engañadas prometiéndoles que un día serán libres – gritaba, por su parte, la vieja gorda en medio de una ira incontrolable que la llevó a lanzarse contra aquélla, en tanto que los gritos de la mujer ronca se oían más fuertes:

    -¡Deténgase gran idiota!, ¡No me obligue a agarrarla porque la va a pasar muy feo!

    Trenzadas en un torpe forcejeo, las dos viejas cayeron al suelo, junto a la zanja. La de la blusa colorada, menos lenta que su rival, logró subirse sobre ella y, mientras el color de su blusa se reflejaba en el agua, matizándola de un rojo sucio, alzó la mano e iba a golpearla cuando alguien a sus espaldas la agarró por el cuello. Era una mujer joven que vestía una bata verde y un gorro plástico de igual color.

    -¡Suélteme, suélteme! – comenzó a gritar la flacuchenta de la blusa colorada, haciendo esfuerzos para librarse de la recién llegada.

    -¡Suéltela; le ordeno que la suelte!– gritó también la gorda en momentos que una mujer corpulenta que vestía uniforme de guardiana llegaba corriendo -¡Te lo advertí, gran idiota! – dijo, al tomar del brazo a la mujer de verde para arrancarla de la vieja.

    -¡Soy enfermera y quiero ayudar! – gritó la mujer, pataleando, mientras la corpulenta guardiana la llevaba al hombro.

    -¡Mentira, aquí las únicas enfermeras somos ella y yo! – dijo la de la blusa colorada, que había logrado levantarse, señalando con la mano a su compañera, cuando la guardiana daba la espalda con la mujer al hombro.

    - Soy enfermera y quiero ayudar – seguía gritando aquélla.

    -¡Llévesela! – gritó la gorda desde el suelo con una voz autoritaria, en momentos que una rama del árbol se movió estrepitosamente.

    -¡Miren eso!- dijo la de la blusa colorada al ver la figura de una mujer de pelo corto y bata clara que, en medio del oscuro follaje, caminaba como un mono por la rama, en dirección a ellas.

    -¡Nos estaba espiando! – dijo la gorda, mientras la mujer, a medida que avanzaba, iba dejando ver un rostro extremadamente blanco

    -¡Ay, Dios; miren quien es! – volvió a decir la gorda, temblando de miedo, cuando aquélla quedó alumbrada por el bombillo. Se trataba de una joven con el rostro pintado de blanco, como el de un Mimo.

    -¿Qué hace usted ahí?. ¡Váyase a su habitación! – gritó la guardiana al reconocerla.

    - Llévesela también; usted es la autoridad – pidió temerosamente la flacuchenta de la blusa colorada.

    -¿No ha oído lo que le dije? – volvió a gritar la guardiana – ¡váyase a su habitación!

    Pero la joven, que miraba a las cuatro mujeres, en un gesto de burla sacó la lengua y torció los ojos hacia adentro.

    - No me obligue a bajarla a pescozones – gritó la guardiana, enardecida, dirigiéndose a ella con la mujer de verde al hombro y un caminado de hombre.

    -¡No me lleve a ella!, ¡por favor no lo haga! – imploró la mujer de verde, cuando aquélla agachada en la rama del árbol, comenzó a modelar en su rostro los gestos de la guardiana.

    - Miren lo que ha aprendido esa niña – dijo la vieja gorda - A burlarse de todo. La situación se nos está poniendo difícil.

    - Muy difícil -añadió la de la blusa colorada, en tanto que la guardiana, que había llegado hasta la joven, volvía a gritar - Bájese de ese árbol y vaya a su habitación. No me haga perder la cabeza porque la agarro a puños

    -¡Será mejor que no lo intente! – dijo de pronto una voz.

    La fornida mujer viró el cuerpo y vio a la persona que le había hablado: una vieja negra, gorda, que exprimía un trapo enjabonado que traía en las manos.

    -¡Se cree usted una héroe retando a las enfermas! – volvió a hablar la vieja, mirándola con rabia -¡No se equivoque con ella!, ¡vea que se lo estoy advirtiendo!

    -¡Oiga Isabel, es mejor que regrese a su trabajo porque la puedo denunciar ante la Dirección de andarse metiendo en lo que no debe - dijo la guardiana, pero la vieja, haciéndose la desentendida, caminó hacia la joven -Ven, mi Nena; vamos a tu cuarto para que te laves la cara y me enseñes esos corazones tan bellos que sabes dibujar – pidió estirándole una mano, mientras con la otra echaba el trapo a su hombro.

    Las mujeres vieron como aquélla, después de obedecer a la vieja, echó a caminar a su lado con un paso que mostraba una gran seguridad; dejando ver, a través de su larga y blanca bata, una formación corporal envidiable.

    - Te me escapas por hoy pero muy pronto volveremos a vernos – se dijo la guardiana al dar la espalda con la mujer de verde al hombro.

    -¡Soy enfermera y quiero ayudar!

    No obstante la oscuridad de aquel día invernal, era tal la concurrencia que el zoológico de Barranquilla había suspendido la venta de boletos. Muchos habían quedado afuera y éste solo reabriría las taquillas cuando hubiese salido gran parte del inmenso número que había logrado entrar. Nadie quería perderse de la gran exhibición de nuevos animales que la prensa venía anunciando desde hacía varios días. El solo saber que éstos, procedían de diferentes partes del país y el exterior, les había despertado un interés al máximo.

    Iván José y Amanda se hallaban en el pabellón de las aves de rapiña, uno de los más concurridos. El águila arpía, del que tanto había hablado la prensa, era un animal de casi un metro de largo. Su cabeza, grande y adornada por un copete eréctil, así como sus poderosas garras, y un pico curvado y de bordes cortantes, le dotaban de un respeto que, su abundante plumaje, negro, gris y blanco, se encargaba de reafirmar. El imponente depredador, que yacía sobre un pedazo de árbol seco, miraba una que otra vez, con unos ojos rojizos, el cadáver de un conejo que tenía de alimento; sin importarle la presencia de un público que a pocos metros de su jaula, lo observaba con la más temerosa admiración.

    El cóndor de los Andes, otro al que los medios habían dado especial relevancia por poseer una envergadura de más de dos metros, se encontraba en una gigantesca jaula, posado sobre el tronco de un árbol que yacía enterrado en el suelo. Su cabeza y cuello desnudos, que le daban el aspecto de una vejez que de seguro no se había ganado, parecían resaltar el aburrimiento que le abrumaba.

    En una jaula tan grande como la del anterior, parado en una enorme piedra, se encontraba el buitre asiático, el de más renombre en la prensa, y no era para menos, su envergadura, que pasaba de los tres metros, le convertía en el ave más grande del zoológico. El animal, que abría y cerraba constantemente uno y otro ojo, tenía las alas abiertas como para huir del estorbo que le causaban los comentarios de una concurrencia que a codazos se peleaba por verle.

    En el piso de una jaula, mucho más pequeña, se encontraba el gallinazo, uno de los animales más viejos en el zoológico y el más despreciado por los visitantes, al punto de que nadie dedicaba un solo minuto para verlo. - Los gallinazos eran aves que frecuentaban los lugares asquerosos de la ciudad, en busca de animales muertos y fétidos de que alimentarse. Exhibirlo al público era algo verdaderamente ridículo – pensaban.

    Sin embargo, esta vez alguien había fijado su atención en él. A unos cuantos metros de la jaula se hallaba de pie, un joven largo y flaco de tez bronceada, cuyo cabello, rubio y entrapado, le caía sobre los hombros de una camisa roja, tan larga que le llegaba hasta las rodillas de un jeans azul, muy ajado y curtido por una mugre amarillosa.

    Bajo la mirada de un grupo de curiosos que tenía a sus espaldas, el larguirucho joven realizaba un dibujo a lápiz en un pedazo de cartulina que había adherido a una tabla.

    Llenos de curiosidad, Iván José y Amanda se acercaron y vieron el cuadro. En él habían tres edificaciones inclinadas hacia un mismo lado, como si fueran a caer: el aeropuerto de la ciudad, la alcaldía municipal y el estadio de fútbol. A un costado de ellas se encontraban unas casas ruinosas, de las que salían personas adultas que caminaban con los cuerpos inclinados hacia uno que otro lado; debajo de éstas, unos niños descalzos y sin camisa corrían por unas calles diagonales, lanzando piedras contra el gallinazo que, parado en el suelo, en primer plano, daba el frente a todo aquello con las alas abiertas para emprender el vuelo.

    - Por lo menos el tema es claro - se dijo Iván José, mientras los presentes, con unos rostros confundidos, miraban insistentemente al dibujo y a la cara del percudido pintor.

    -¡Vean que vaina la de este pendejo!; ¡Hippie tenía que ser! – dijo de pronto, en un tono burlón, un hombre de aspecto tosco que se hallaba entre ellos – ¡No encontró en el parque otro animal al que dibujar!

    El joven lo miró extrañado y, sin decir una palabra, volvió la vista al cuadro para continuar su trabajo.

    -¿Por qué le gustan los gallinazos, amigo?– preguntó otro hombre con una voz chillona.

    El muchacho miró a los curiosos con una leve sonrisa y volvió a llevar la vista al cuadro, pero el hombre, que no dejaba de mirarlo, volvió a hablarle - No ha contestado mi pregunta, amigo. ¿Por qué le gustan los gallinazos?

    - Es que él y el gallinazo son iguales, por eso no se puede saber cual de los dos huele más feo – dijo el hombre tosco que había hablado antes.

    - Es que ninguno de los dos se baña – dijo otro curioso que decidió sumarse a la majadería.

    - Los que no se bañan son los hipíes porque yo vi una vez un gallinazo bañándose en un jagüey – dijo un muchachito pálido y dentón, al oír al anterior.

    Iván José y Amanda daban la espalda para retirarse, en momentos que el hombre tosco volvía a hablar –¡Deberíamos meter a los dos en un saco y enviarlos a Vietnam!

    Haciendo un esfuerzo por volver a sonreír, el larguirucho pintor vio con el rabo del ojo, como el hombre se retiraba mirando hacia uno y otro rincón del pabellón y, en una acción inesperada, empujó con la mano a uno de los curiosos y aprovechando que éste se fue al suelo, saltó por encima de su cuerpo y echó a correr.

    -¡Cójanlo, cójanlo, que le pegó a un hombre! – gritó el de la voz chillona y enseguida los curiosos echaron a correr tras él.

    Iván José vio con dolor como los perseguidores destruían el cuadro, que el joven, en un intento desesperado por evitar que lo alcanzaran, les había arrojado.

    Iván José y Amanda llegaron hasta un elefante que estaba en un corral de gruesos barrotes de hierro – Pero, ¿por qué la prensa no había hablado de él? – se preguntó el joven mientras veían como el animal alzaba la cabeza, abría la boca y, después de dejar escapar un barrito melodioso con el que deleitaba a un grupo de personas que lo rodeaban, golpeaba fuertemente el

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