Educación en Rapa Nui: Sociedad y escolarización en Isla de Pascua (1914-2014)
Por Javier Corvalán
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Educación en Rapa Nui - Javier Corvalán
Educación en Rapa Nui
Sociedad y escolarización en Isla de Pascua (1914-2014)
Javier Corvalán R.
Educación en Rapa Nui
Sociedad y escolarización en Isla de Pascua (1914-2014)
© Javier Corvalán R.
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 - Santiago de Chile
mgarciam@uahurtado.cl - 56-228897726
www.uahurtado.cl
Primera edición de 600 ejemplares: diciembre de 2015
ISBN libro impreso: 978-956-357-052-6
ISBN libro digital: 978-956-357-053-3
Registro de propiedad intelectual Nº 257.604
Este texto fue sometido al sistema de referato ciego.
Dirección editorial
Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva
Beatriz García-Huidobro
Diagramación interior
Gloria Barrios A.
Diseño de portada
Francisca Toral R.
Imagen de portada: Museo Antropológico Padre Sebastián Englert, Hanga Roa, Isla de Pascua. Con los debidos permisos.
Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.
Índice
Introducción
Primera parte · Educación misional, escuela colonial y escuela estatal-religiosa en Rapa Nui
Segunda parte · La llegada de la escuela moderna a Rapa Nui
Tercera parte · La complejización de la escolarización en Rapa Nui y la formación de un sistema educativo competitivo en la Isla
Bibliografía
Anexo
A Hernán Corvalán V.
In memoriam
A Matilde y Diego.
Sería largo agradecer a todas las personas que me han ayudado directa e indirectamente en el desarrollo de este libro de la manera en que cada uno y una se merecen; solo tengo espacio para mencionar sus nombres: Alejandra, Andrea, Ángel, Blanca, Beatriz, Christian, Daniela, Fátima, Francisca, Geraldine, Jorge, José Horacio, Juan Eduardo, Kon-Turi, Marta, Paulina y Rosa.
Introducción
En su acción sobre los sectores populares y en particular sobre los pueblos originarios, la escuela occidental ha sido generalmente concebida de dos maneras opuestas: como dominación o como fuente de emancipación. En torno a la primera acepción coexisten los términos de invasión cultural, de educación bancaria
y de transculturación forzada, entre otros, todos con una semántica claramente negativa. Al contrario, en torno a la idea de escuela como fuente de emancipación, emergen conceptos como el de alfabetización y su consecuente acceso a códigos occidentales y al empoderamiento mediante el uso de los mismos. La paradoja histórica es que muchas veces la escuela entre los más pobres y los culturalmente distintos a la sociedad dominante, ha sido ambas cosas, comenzando a veces como imposición y terminando, por lo general, como demanda política por parte de aquellos. Esta paradoja y eventual contradicción es parte de lo que cuenta esta historia de escolarización en Isla de Pascua, si se consideran sus orígenes y se les compara con lo que se observa en las últimas décadas.
Toda escuela es también proyecto y reflejo de la sociedad a la que pertenece. No parece justo evaluar a aquella que existió a inicios del siglo XX con los parámetros y principios éticos de la sociedad de comienzos del siglo XXI. Esto, porque la escuela transmite aquello que la sociedad le pide que transmita; crea seres humanos para la sociedad a la que se tiene como ideal en un momento histórico determinado. Eso es también parte de lo que busca mostrar este relato: la improvisada escuela colonial de comienzos del siglo XX en Isla de Pascua fue consecuencia de una improvisación colonial de Chile en este territorio, pero también del ideario civilizador y occidentalizador del proceso educativo imperante en aquella época. Fue así como la sola llegada de la escuela a Isla de Pascua en la segunda década del siglo XX aceleró la transculturación de la población rapanui –comenzada en el siglo XIX con la llegada de misioneros franceses de la orden de los Sagrados Corazones–, ya que introdujo la forma institucionalizada de quien al interior de un recinto llamado escuela enseña o transmite el conocimiento –el profesor– y aquel que lo recibe o se instruye –el alumno–. Este profesor tuvo variadas figuras para la población rapanui: autoridades militares, maestras religiosas, rapanui instruidos y profesores enviados desde el continente por el Estado chileno. El alumno, por su parte, transitó a los ojos de sus maestros desde un canaca o indígena de los mares del sur, a nativo de una colonia lejana, de ahí a chileno-nativo, a pascuense y luego a rapanui.
En términos generales, el hecho de que la denominación de estos actores de base de todo proceso educativo –profesores y alumnos– no hayan sido fijos en la historia, da cuenta de que la imagen que se ha tenido de ambos ha dependido del proyecto que la sociedad y el Estado chileno le encargaron a la educación en la Isla. Fue también así en otras ocasiones con la educación hacia los pueblos originarios existiendo la escuela civilizadora
que solo pudo hacer su trabajo sobre la imagen de alguien que está en una etapa de barbarie; la escuela cristianizadora que propone su acción educativa sobre un pagano dispuesto o no a ser convertido a la fe; y ha existido también la escuela ciudadana, que ha buscado crear individuos deliberantes bajo el supuesto de que antes de ella no lo son. Todos estos idearios escolares han existido también en Isla de Pascua.
Este libro pretende relatar estos procesos dejando al lector el juicio final respecto de qué ha sido y qué no ha sido finalmente la escuela que se desarrolló en Isla de Pascua. Historia también, por decir lo menos, curiosa: la de un país que antes había sido colonizado y transculturado y que en pocas décadas de vida independiente se convierte en colonizador y transculturizador. Historia de un país colonizador a la vez que pobre y aislado en una época en que la colonización era patrimonio de las potencias militares y de los últimos imperios europeos. Es también una historia reciente: escribimos con una distancia de apenas cien años desde la primera escuela oficial en la Isla, a solo 150 de la llegada de su primer habitante occidental-educador (Eugène Eyraud) y a solo 292 del primer avistamiento reconocido de la Isla por la civilización occidental. Se trata, por último, de la historia de un evento particular –la educación– que es comprensible, insistimos, mediante la globalidad social que lo envuelve. Así, en este texto, la existencia de la escolarización en Isla de Pascua es analizada tanto a la luz de las corrientes culturales dominantes en la época y de los debates político-educativos mayores de Chile continental, pero también a partir de la autonomía parcial de ellos que es consecuencia –para bien o para mal– del aislamiento de Rapa Nui. Es por ello, finalmente, una historia de particularidad y a la vez de universalidad.
Primera parte
Educación misional, escuela colonial
y escuela estatal-religiosa en Rapa Nui
Si navegáramos en tropel hacia la Isla
si todos fueran sabios de golpe y acudiéramos
a Rapa Nui, la mataríamos,
la mataríamos con inmensas pisadas, con dialectos,
escupos, batallas, religiones,
y allí también se acabaría el aire,
caerían al suelo las estatuas,
se harían palos sucios las narices de piedra
y todo moriría amargamente.
(Pablo Neruda, La Rosa Separada, XXIII, Los Hombres)
Tres barcos y una isla: 192 años antes de la primera escuela oficial en Rapa Nui
Jakob Roggeveen, había zarpado del puerto holandés de Texel el 1 de agosto de 1721, con el apoyo financiero de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y al mando de una flota de tres navíos, el Arend, el Thienhoven y el Afrikaansche Galey. Su objetivo era ambicioso: encontrar la Tierra de Davis, territorio de leyenda en el Océano Pacífico. Roggeveen era un almirante experimentado y de avanzada edad para la época (tenía 62 años al momento de zarpar). Era también un hombre preparado y culto, su padre lo había instruido en materias como la astronomía y la geografía, lo que sumado a su edad y a su formación en derecho lo convertía en un líder respetado por su tripulación. Le tomó varios meses de navegación llegar hasta el Cabo de Hornos y en los siguientes pasaría por dos islas que forman parte del Chile actual, la Isla Mocha y la actual Robinson Crusoe, ambas ya conocidas en la época. El destino quiso que más tarde se encontrara con una tercera Isla que iba a ser reclamada, un siglo y medio después, también por Chile.
Fue así cómo, en pleno Océano Pacífico y acercándose a la Polinesia a comienzos de abril de 1722, uno de sus vigías alerta un pedazo de tierra que no figuraba en los mapas. Horas más tarde se encuentran rodeándola. Están muy lejos de cualquier punto habitado y se observa humo, signo evidente de presencia humana. Roggeveen sabe que debe cumplir con un deber: darle nombre a su descubrimiento. Su religiosidad y probablemente su esperanza de ser protegido en el resto de su viaje lo lleva a una conclusión: es el 5 de abril de 1722, es Pascua de Resurrección y el territorio adquiere para occidente el nombre de Isla de Pascua (Paasch Eyland), así de simple.
El navegante holandés sabe también que debe bajar en sus botes y explorar la Isla. Determinar para qué puede servir, conocer qué hay de valor en ella y verificar además si en algo corresponde a la legendaria Tierra de Davis. Pero no lo hace inmediatamente ya que el mar está inquieto. Los marinos esperan y toman precauciones, se arman con sus fusiles y alistan los cañones, la piratería está a la orden del día y utiliza a las islas como refugio. Además, ya hay demasiadas historias de salvajes, algunos de ellos caníbales, que han dado muerte a los exploradores europeos. En la espera, sucede algo insólito. Una pequeña embarcación se acerca a ellos con un nativo escasamente vestido. Los relatos del viaje de Roggeveen (Foerster 2012) difieren sobre el trato dado a este nativo y respecto de cuánto tiempo transcurre en que le sigan otros. En lo que sí hay consenso, es que un grupo numeroso de ellos sube al barco, que parecen amistosos, que parecen niños (pueblo de niños
, diría el escritor francés Pierre Loti, casi un siglo más tarde, Loti 1998: 18), y que toman casi todo, no lo devuelven y regresan en sus embarcaciones a la Isla. Roggeveen ordena a sus hombres conservar la calma. El día 10 de abril y con el mar más tranquilo, los holandeses desembarcan en la reciente Isla de Pascua, la antigua Rapa Nui, o Mate Kite Rangui o Te pito te Henua, entre otros nombres que ese pedazo de tierra había recibido de sus habitantes durante casi mil años de poblamiento. Las primeras palabras occidentales que se escucharon en ella fueron entonces en su mayoría, neerlandesas. Una vez más se repetía el encuentro entre dos mundos y una vez más se produjo como casi siempre ocurrió: el diario de viaje de Roggeveen señala que por motivos pocos claros y al verse rodeados de nativos, uno de sus hombres disparó y luego le siguieron otros, al menos diez isleños caen, el resto corre (Foerster 2012: 79, de acuerdo al relato del mismo Roggeveen). Los marinos recorren la Isla, no parece la Tierra de Davis, ven las enormes estatuas –ídolos paganos deben haber dicho– y no les prestan mayor importancia. Hay poca agua dulce, poca reserva de alimento, no parece haber metales preciosos; en síntesis, nada de interés. Toman sus botes, regresan al barco y continúan un viaje que los llevaría a dar la vuelta al mundo. Al regresar a Europa, la Isla de Pascua, con grandes estatuas de piedra y salvajes semidesnudos que corren por la playa, comienza a figurar en los mapas. Nunca sabremos cómo fue contada la historia del encuentro entre los nativos de la Isla. Probablemente menos anecdóticamente que la manera en que los hombres de Roggeveen la deben haber narrado en los bares de Texel y de Rotterdam y, además, los rapanui que vivieron este encuentro se deben haber preguntado muchas veces por qué estos hombres extraños llegaron, mataron y se fueron, sin tomar casi nada.
Los isleños no saben que han sido descubiertos
y que se les ha cambiado de nombre. Si bien es cierto todos hablaban la lengua rapanui y a ojos de los occidentales eran físicamente muy parecidos, entre ellos se diferenciaban por pertenecer a clanes distintos que hacían alianzas y también guerras. Nada muy distinto a aquello que podrían haberles parecido los occidentales a los isleños. Mal que mal, Roggeveen había estado técnicamente en guerra con España hasta solo un año antes (la llamada guerra de la cuádruple alianza que había enfrentado a las provincias Unidas de los Países Bajos, junto a sus aliados, con la monarquía española), que gobernaba el territorio de Chile, las costas continentales que aunque muy lejanas eran las más cercanas a la Isla. Era 1722, faltaban todavía 96 años para que ese territorio lejano y cercano se constituyera como país independiente y todavía 166 años para que considerara suya de una vez y para siempre, a Isla de Pascua, y de ahí en adelante muy poco para que instalara oficinas estatales, escuela e iglesia, con el español como lengua válida de comunicación y al catolicismo como la religión oficial de la Isla.
Isla de paso
Pero hay que ir más despacio. Hay historia en Rapa Nui antes de la llegada de los chilenos. Muchos pasaron por ahí durante el siglo XVIII y comienzos del XIX. La historia que se ha recopilado habla de numerosas visitas de occidentales (Cristino et al. 1984 señalan que entre 1722 y 1862 un total de 39 barcos anclaron en la Isla, otros autores señalan que ellos fueron más de 90, lo cierto es que la mayor parte lo hicieron con fines prácticos y con estadías de corto plazo). Curiosamente, se sabe que solo uno de ellos llegó reclamando soberanía, se trata de España, con la expedición de Haedo en 1770, la segunda visita occidental de la que se tiene registro, 48 años después de la de Roggeveen, pero que más allá de rebautizarla como Isla de San Carlos, de firmar un acta y de izar en ella el pabellón español, no significó ni en ese momento ni después, acción colonizadora alguna. Ello seguramente porque España tendría en las décadas siguientes ya suficientes problemas con las guerras napoleónicas y con la independencia de sus colonias americanas como para preocuparse de poblar una Isla perdida en el Océano Pacífico. Está claro también que en ese momento había demasiada convulsión en Europa y las otras potencias, principalmente Francia e Inglaterra, estaban muy ocupadas también con sus colonias en América, África y Asia. Además, Isla de Pascua era y es un lugar en extremo aislado, lejos de todo, aspecto que al parecer la salvó de una temprana colonización occidental, pero no así de su esporádica brutalidad.
Lo que nos va a interesar en estas visitas occidentales fugaces a la Isla, más allá de los aspectos dramáticos que algunas de ellas tuvieron, es si hubo algo en ellas que se aproxime a una acción educativa o cultural¹. Ello fue poco, pero algo hubo. La expedición de Haedo, por ejemplo, tiene un desarrollo bastante más culturalista que la de Roggeveen y de facto hace investigación etnográfica (aunque como concepto y oficio ello era desconocido en la época), los españoles realizan descripciones de la vida en la Isla y uno de sus oficiales, Antonio Agüera, escribe un primer diccionario de la lengua rapanui. Ello significa que debió haber intercambio lingüístico entre rapanui y españoles para llegar a ese léxico de 98 palabras (Jakubowska 2012: 273) aun cuando al parecer ese intercambio estuvo lejos de ser un diálogo: aunque se les habló en veintiséis idiomas diferentes nada entendieron, aun así los españoles mediante dibujos y signos lograron recopilar el primer vocabulario español-rapanui
(Mellén 1998: 209).
En 1774, cuatro años después de la incursión española, llega a la Isla una expedición británica comandada por el célebre capitán James Cook, creyendo también en un principio que se trataba de la Tierra de Davis. La expedición es recibida de buena manera por los isleños y a pesar de que su permanencia en la Isla es muy breve, describe algunos aspectos de la cultura material de sus habitantes y establece un diccionario rapanui-español de 100 palabras (Foerster 2012). Cook entrega una visión negativa de la Isla en términos geopolíticos, lo que tal vez profundiza el escaso interés en colonizarla por parte de las potencias de la época; señala que sus exploradores: No vieron animal de ninguna clase, solamente algunos pájaros; tampoco encontraron nada de interés que pueda inducir a los barcos a tocar en esta Isla a no ser que estén en la mayor necesidad
(Cook 1921: 59).
Le sigue en 1786 la expedición francesa de La Pérouse, extraordinariamente breve y que al parecer trata de emular a la de Cook, asumiendo la rivalidad exploradora y colonialista entre Inglaterra y Francia durante el siglo XVIII. Hay varios relatos al respecto (Foerster 2012) y por lo que se sabe no desarrolla un acercamiento lingüístico-cultural con los nativos sino que su énfasis es cartográfico y descriptivo sobre aspectos materiales de los rapanui. Los relatos de esta expedición son en general similares a los de la de Cook, desincentivando el interés por la Isla como territorio geopolítico.
Así, entre 1722 y el comienzo de la acción evangelizadora en la Isla en 1864, transcurre cerca de un siglo y medio de contactos culturales diversos, probablemente mucho de ellos no registrados y que de una manera bastante generosa pueden ser entendidos como transmisión cultural esporádica y, por lo tanto, también como acción